Haïti Liberté
| Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García | 
El
 pasado12 de febrero, en el Champ de Mars de Puerto Príncipe, un 
manifestante haitiano llevaba una bandera venezolana en solidaridad con 
la revolución bolivariana. La actual insurrección en Haití es 
consecuencia del hambre y la ira reinantes, pero también de la traición 
de Jovenel Moïse a Nicolás Maduro. Daniel Tercier, Haïti Liberté
Desde
 hace siete días* en Haití reina el caos. Los haitianos continúan 
sublevados en todo el país contra el presidente Jovenel Moïse para 
derrocarlo por su corrupción, su arrogancia, sus promesas incumplidas y 
sus descaradas mentiras. Pero la crisis no se solucionará con la 
renuncia de Moïse, que según parece es inminente.
La revolución de
 hoy día muestra claras señales de ser tan profunda e imparable como la 
que hace 33 años acabó con el régimen del dictador y playboy Jean-Claude
 “Baby Doc” Duvalier, cuya huída de Haití a bordo de un avión de carga 
C-130 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos el 7 de febrero de 1986 
–después de dos meses de rebelión– en búsqueda de un exilio dorado en 
Francia fue el inicio de cinco años de revueltas populares.
A 
pesar de una feroz represión, las matanzas, unas falsas elecciones y 
tres golpes de Estado, esa rebelión culminó en la importante revolución 
política del 16 de diciembre de 1990, cuando el teólogo de la liberación
 y antiimperialista Jean-Bertrand Aristide fue elegido presidente 
abrumadoramente y después asumió el cargo el 7 de febrero de 1991, 
cuando declaró la “segunda independencia” de su país. 
En un 
tiempo en que los sandinistas de Nicaragua y la Unión Soviética acababan
 de ser derrotados, el pueblo haitiano venció a la ingeniería electoral 
de Washington por primera vez en América latina después de la victoria 
de Salvador Allende en Chile, dos década antes. El ejemplo de Haití 
inspiró a un joven oficial del ejército de Venezuela, Hugo Chávez, quien
 adoptó el mismo guión y de ese modo dio inicio a una “marea 
izquierdista” de revoluciones políticas mediante triunfos electorales en
 Latinoamérica.
Así como Washington había alentado un golpe 
contra Aristide el 30 de septiembre de 1991, organizó otro similar 
contra Chávez el 11 de abril de 2002. Pero, en este caso, la jugada fue 
frustrada en dos días por el pueblo y por los soldados rasos el ejército
 regular de Venezuela.
A pesar de la victoria obtenida, Chávez 
comprendió que la revolución política de 1998 en Venezuela, que lo había
 llevado al poder, no podría sobrevivir sola, que la utilización por 
parte de Washington de su vasta maquinaria subversiva y económica 
desgastaría su proyecto de fundar un “socialismo del siglo XXI” en 
Venezuela y que para ello su revolución tendría que construir puentes 
que mostraran un ejemplo a sus vecinos latinoamericanos también 
dominados por el Tío Sam.
De este modo, utilizando la enorme 
riqueza del petróleo, Chávez empezó un experimento que no tenía 
precedentes: la Alianza PetroCaribe –lanzada en 2005– que acabó 
abarcando a 17 países de América Central e insulares del mar Caribe. 
Esta alianza aseguró derivados del petróleo a bajos precios a sus 
habitantes y fabulosas condiciones crediticias a los países miembros, lo
 que para ellos significó una importante ayuda económica en unos 
momentos en que el crudo se estaba vendiendo a 100 dólares el barril. En
 2006, Washington castigó al pueblo haitiano por haber dado dos veces 
(en 1990 y 2000) su voto a Aristide con sendos golpes de Estado (en 1991
 y 2004) y otras tantas ocupaciones militares con la aquiescencia de 
Naciones Unidas. El pueblo haitiano se las arregló para conseguir algo 
parecido a un empate eligiendo a René Préval (un antiguo aliado de 
Aristide) como presidente.
En la ceremonia de toma de posesión, 
el 14 de mayo de 2006, Préval ratificó el tratado del PetroCaribe lo que
 irritó sobremanera a Washington, como señaló Haïti Liberté en su
 informe de 2011 basado en cables diplomáticos secretos obtenidos por 
medio de WikiLeaks. Préval, después de dos años de intentos, finalmente 
consiguió que Venezuela le suministrara petróleo y le concediera 
crédito, pero Washington le advirtió de que también sería castigado. 
Tras el terremoto en Haití del 12 de enero de 2010, el Pentágono, el 
departamento de Estado y el por entonces jefe de la Comisión Provisional
 de Recuperación de Haití (IHRC, por sus siglas en inglés), Bill 
Clinton, junto con algunos lacayos de la elite haitiana, prácticamente 
se hicieron con el gobierno del país y en el proceso electoral –desde 
noviembre de 2010 a marzo de 2011– desplazaron al candidato presidencial
 de Préval, Jude Célestin, y colocaron a uno propio: Michel Martelly.
Entre
 2011 y 2016, el grupo a las órdenes de Martelly procedió a malversar, 
malgastar y perder la mayor parte de los fondos del PetroCaribe, que 
fundamentalmente habían mantenido a flote a Haití desde su creación en 
2008.
Además, Martelly usó ese dinero para ayudar a que su 
protegido Jovenel Moïse se hiciera con el poder en 7 de febrero de 2017.
 Desgraciadamente para Moïse (que llegó al poder al mismo tiempo que lo 
hacía Donald Trump), estaba a punto de convertirse en un daño colateral 
en la escalada bélica contra Venezuela.
Trump, rodeado de una 
pandilla de neocons anticomunistas, se apresuró a hostilizar a la 
república bolivariana imponiendo sanciones económicas de largo alcance 
al gobierno de Nicolás Maduro. Haití ya se había atrasado en los pagos 
que debía hacer a Venezuela, pero las sanciones de EEUU ha convertido la
 factura del petróleo de PetroCaribe en algo impagable (o al menos 
intentar una excusa aceptable); así, de hecho, la Alianza PetroCaribe 
acabó en octubre de 2017.
La vida en Haití, que ya era 
extremadamente difícil, ahora es prácticamente imposible. Cerrado el 
grifo del petróleo venezolano, el Fondo Monetario Internacional (FMI) le
 dijo a Jovenel que debía aumentar el precio del gas, y este intentó 
hacerlo el 6 de julio de 2018. El resultado fue un estallido popular que
 duró tres días; este fue el precursor de la revuelta actual.
Más o
 menos en ese mismo momento, un movimiento de masas empezó a preguntar 
qué había pasado con los 4.300 millones de dólares provenientes del 
petróleo venezolano que Haití había recibido en la década anterior: “Kot
 kòb PetroCaribe a?”, en la lengua criolla hablada en ese país (¿Dónde 
está el dinero del PetroCaribe?), era el grito de cada vez más miles de 
manifestantes. Se suponía que los fondos del PertoCaribe debían 
financiar la salud, la educación, la construcción y mantenimiento de las
 carreteras y otros proyectos sociales, pero la gente no veía que se 
hubiese cumplido nada de eso. Dos investigaciones del Senado realizadas 
en 2017 confirmaron que el dinero (el segundo informe hablaba de 1.700 
millones de dólares) había sido desviado a los bolsillos de algunas 
personas.
Entonces, ¿cuál fue la gota que colmó el vaso? Fue la 
traición de Jovenel Moïse a los venezolanos después de su ejemplar 
solidaridad. El 10 de enero de 2019, en una votación realizada en la 
Organización de Estados Americanos (OEA), Haití votó a favor de una 
moción presentada por Washington que declara la “ilegitimidad” de 
Nicolás Maduro después de que él ganara en las elecciones de mayo de 
2018 con más de dos tercios de los votos.
Los haitianos ya 
estaban enfadados por la corrupción desenfrenada, por la inflación y el 
desempleo disparados y frustrados después de años de promesas 
incumplidas y de humillación y violencia por parte de fuerzas armadas 
extranjeras. Pero esta espectacularmente cínica traición de Jovenel y 
sus compinches en un intento de ganarse el auxilio de Washington para 
que los rescatara de las hogueras que ardían detrás de ellos fue la gota
 que faltaba.
Sorprendido y paralizado por la falta de opciones –y
 sus propias disputas internas–, Washington está mirando con horror el 
previsible derrumbe de la corrompida construcción política y económica 
que había erigido en Haití en los últimos 28 años desde el primer golpe 
de Estado contra Aristide en 1991 hasta el reciente “golpe de Estado 
electoral que llevó a Jovenel al sillón presidencial en 2017.
Con
 toda seguridad, la embajada de EEUU está tratando febrilmente de 
improvisar una solución de emergencia con la ayuda de Naciones Unidas, 
la OEA, Brasil, Colombia y la elite haitiana. Pero es probable que los 
resultados no sean más perdurables que los conseguidos en los ochenta 
del siglo pasado.
Irónicamente, fue la solidaridad de Venezuela lo que aplazó durante una década el huracán político que hoy abisma a Haití.
Es
 adecuado destacar que la agresión estadounidense contra la revolución 
bolivariana de Venezuela ha dado origen a una cascada de consecuencias y
 reacciones no buscadas alimentadas por el profundo sentido de gratitud y
 reconocimiento de los haitianos por el socorro venezolano recibido; 
como Hugo Chávez y Nicolás Maduro han dicho a menudo, PetroCaribe fue la
 forma de “cancelar la deuda histórica que Venezuela tiene con el pueblo
 de Haití”.
* El original en inglés de esta nota fue publicado el 13 de febrero de 2019. (N. del T.)
 
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