El presupuesto de un gobierno descompuesto
  más bien en escapar de las viejas.” -John Maynard Keynes 
 Cuatro años estancados... ¡Cuatro! Entre 2014 y 2018 (según previsiones
 oficiales), el ingreso promedio por ecuatoriano se ha reducido de 6.347
 a 6.110 dólares anuales. Resultado del estancamiento, el empleo se ha 
deteriorado gravemente: mientras que en diciembre de 2014 el 49,3% de la
 población trabajadora tenía un empleo adecuado, a septiembre de 2018 
ese porcentaje apenas llegó a 39,6%. Para colmo, hay una tendencia deflacionaria que
 en 2017 implicó una caída anual de precios en -0,20%, situación 
registrada también en varios meses de 2018 (por ejemplo, -0,05% en 
octubre). Estancamiento, empleo deteriorado, deflación... estos son 
apenas tres indicadores -de muchos otros- que denotan cuán complejo es 
el contexto económico del país en los últimos años (si bien  tal contexto no es novedad  , prohibido olvidar que responde a  todo el desperdicio de la década pasada  ). 
 A esta complejidad económica se suma la débil política -sobre todo económica- del gobierno de Lenín Moreno:  arrancó preocupado más de su supervivencia que del contexto económico  ; luego mantuvo por varios meses una política económica indefinida entre “  planes y rata-planes  ”; después claudicó dicha política en beneficio de grandes grupos económicos al aprobar la “  Ley de Fomento Productivo  ” (aunque antes ya dio señas de claudicación al  entregar el dinero electrónico a la banca privada  así como al ceder el manejo de la economía a representantes directos del gran capital). Pero a pesar de que el  morenismo ha dado pasos de sobra para consolidar el retorno neoliberal  que arrancó su  antecesor 
 (incluso golpeando a los sectores sociales), aún no se ha ganado la 
bendición de los referentes neoliberales criollos para quienes  las acciones del gobierno “se quedan cortas”  . 
 Tal es la fragilidad política del gobierno de Moreno (contextualizada 
por un severo estancamiento económico), que ni siquiera ha podido 
consolidar con “normalidad” el típico ritual de aprobación del 
Presupuesto General del Estado para 2019. Por un lado, las primeras 
filas del debate sobre el presupuesto pertenecen a los “expertos 
economistas” que buscan insertar cómo sea su cosecha ideológica en la 
voluble política económica oficial. Por otro lado, la sociedad ocupa la 
platea como observadora, a ratos combativa ante problemas puntuales 
(como  las protestas por los recortes a la educación superior  ), a ratos exigiendo que la austeridad no se sobreponga a la vida (como  la solicitud de financiamiento para el cuadro básico de medicamentos 
 ), y a ratos simplemente aburrida escuchando tanto tecnicismo. Y en 
medio, el gobierno se tambalea incluso con desacuerdos internos que han 
llevado a que  Moreno pida la renuncia a todo su gabinete a pretexto de “evaluarlo”  (a la vez que  otros aprovechan para “sacudirse” del morenismo  ). 
 A más de evidenciar la debilidad política del gobierno, la actual 
discusión -y pugna- sobre el Presupuesto muestra un hecho que casi nunca
 se toma en cuenta: es un grave error asumir que el Presupuesto es obra 
de “especialistas”, para “especialistas”. En realidad, éste no es un 
texto “técnico” alejado de la cotidianeidad de la sociedad. Al 
contrario, sus asignaciones y sobre todo su ejecución influyen en gran 
medida sobre la vida de la gente (ejemplos evidentes son la educación, 
la salud o el mismo empleo). 
 En otras palabras, el Presupuesto es, ante todo, un documento político; de hecho, es una suerte de espejo de doble ala
 en donde se reflejan los múltiples intereses -tanto propios como 
ajenos- ante los cuales el gobierno busca dar respuesta. Por una parte, 
están los ingresos, es decir de dónde vendrán los recursos (aquí 
se evidencian pugnas como el cobro de más impuestos directos a los 
grandes ingresos o más impuestos indirectos al consumo, así como la 
ampliación o no del extractivismo). Por otra parte, están los egresos,
 hacia dónde serán destinados los recursos (aquí emergen pugnas como 
asignar mayores recursos a la inversión social o al pago de la deuda, 
sostener la inversión pública o el gasto corriente en sueldos, sostener 
los subsidios o eliminarlos). Como bisagra de ajuste entre ingresos y 
gastos está el financiamiento -endeudamiento, con el cual se despiertan 
los intereses de los mercados financieros internacionales y de quienes 
lucran de las necesidades de recursos del país. 
 Y por si no 
bastara toda esta interrelación de intereses, apenas aprobado un 
presupuesto nacen un sinfín de mecanismos -incluso legales- que permiten
 la manipulación de asignaciones y montos por ejecutarse (p.ej. entrega 
de fondos a destiempo, retrasos en la ejecución presupuestaria de 
instituciones que terminan gastando “cómo sea” al final del período 
fiscal, reversión de fondos no ejecutados, endeudamiento encubierto con 
proveedores del Estado, contratos complementarios y ajustes de precios 
en obras, contrataciones vía decreto de emergencia, entre muchos otros 
mecanismos). 
 Por tanto, el presupuesto -sea el que se discute, 
el que se aprueba e incluso el que se modifica cada cierto tiempo- es un
 documento vivo que refleja todas esas pugnas por los ingresos, gastos y
 financiamiento del gobierno. Pugnas que deben ser entendidas por la 
población entera, incluso para que ésta participe tanto de la 
elaboración como del control y de la ejecución presupuestarias. Tan es 
así que la discusión de los presupuestos es vital en democracias 
vigorosas. No puede ser solo un tema de “entendidos”. Justo con esta 
idea en mente, cabe hacer una breve lectura económico-política 
del Presupuesto sugerido por el gobierno de Moreno, no como cifras que 
suben o bajan sino, sobre todo, como reflejo de intereses que pugnan a 
dentelladas tajadas de un pastel que a ratos parece que ya no da más. 
 Así, al  revisar la propuesta de Presupuesto General del Estado para 2019  vemos, en primer término, que ésta nace de un gobierno descompuesto
 que busca afrontar por medio de un ajuste neoliberal los desequilibrios
 heredados de su antecesor. Sin embargo, y quizá en concordancia con la 
compleja situación política del momento, aún ese intento no es 
suficiente como para satisfacer a los economistas OCP (ortodoxos, 
conservadores y prudentes), para quienes aún persiste un supuesto “ADN 
socialista del gobierno”. Y si bien el Presupuesto no se ajusta 
plenamente a las condiciones que se impondrían en caso de llegar un 
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), está claro que la 
aspiración del neoliberalismo criollo es que  todos los caminos lleven al Fondo  … 
 Entrando un poco al detalle de las cifras, podemos leer cada una de las alas del espejo presupuestario, es decir, de ingresos y gastos, para cerrar con la bisagra del financiamiento. 
  Ingresos: redistribución nula, extractivismo exacerbado y privatizaciones  
 Dentro de los ingresos (que la proforma presupuestaria estima en 27.137
 millones de dólares, monto mayor al presupuesto codificado -es decir, 
ajustado- de 2018 en 2.911 millones, todo sin contar el financiamiento 
-es decir, endeudamiento- público), hay al menos tres puntos que merecen
 mención: ingresos tributarios, petroleros y por concesiones. 
 Sobre los ingresos tributarios, la proforma para 2019 estima obtener 
15.223 millones de dólares (monto mayor al presupuesto codificado para 
2018 en 160 millones de dólares). Dentro de esos ingresos por tributos 
llama la atención la reducción del impuesto a la renta global que se 
presupuesta en 4.077 millones (monto menor al presupuesto de 2018 en 273
 millones), así como del impuesto al valor agregado (IVA) recaudado por 
el Servicio de Rentas Internas que alcanzaría los 4.651 millones (monto 
menor al de 2018 en 7 millones). Realmente el rubro que justifica buena 
parte del incremento agregado de los impuestos corresponde a IVA 
recaudado por la Secretaria Nacional de Aduana (SENAE), el cual 
alcanzaría 2.147 millones (monto mayor al presupuesto de 2018 en 309 
millones). 
 Si se analizan estas cifras a la luz de las 
exoneraciones tributarias concedidas a los grandes capitales por el 
gobierno de Moreno a mediados de 2018 (sobre todo con la ya mencionada “
  Ley de Fomento Productivo 
 ” que exonera hasta por más de 10 años el impuesto a la renta a 
supuestas “nuevas inversiones”) queda claro que el morenismo no tiene 
intención alguna de ampliar sus recursos con impuestos progresivos que 
mejoren la distribución del ingreso. Al contrario, posiblemente se prevé
 que las exoneraciones presionen a la baja al impuesto a la renta, lo 
cual al parecer se compensaría con mayores recaudaciones tributarias 
aplicadas posiblemente a las importaciones más que al consumo interno. 
 Por el lado de los ingresos petroleros el escenario es aún más sombrío,
 con dos temas a destacar: el precio del barril de petróleo 
presupuestado y la estimación de las tasas futuras de extracción 
petrolera (extracción pues el crudo no se produce). Sobre el precio del 
crudo, para 2019 se lo ha presupuestado en 58,29 dólares por barril: 
16,31 dólares más que el año precedente. Si bien tal expectativa de un 
precio mayor amplía los ingresos petroleros, también amplía el monto de 
los subsidios a los combustibles (tema que, por cierto, fue mal manejado
 por el morenismo aun cuando  había alternativas  ). Por tanto, el efecto neto de un mayor precio del crudo es menor al que en un inicio podría pensarse. 
 Además, casi evocando los fantasmas de 2015, precisamente luego de que 
el gobierno de Moreno presentó su proforma presupuestaria, en los 
mercados internacionales el precio del crudo WTI (referente para el 
Ecuador) cayó hasta los 50 dólares por barril, llevando a que el crudo 
ecuatoriano alcance alrededor de 45 dólares por barril aplicando el 
castigo promedio recibido en 2018. Solo esa caída ha despertado voces 
sugiriendo que  se reestime a la baja el precio del crudo presupuestado 
 ... Sin duda la volatilidad del precio del petróleo es un tema delicado
 ante el cual se debe pensar en mecanismos presupuestarios que enfrenten
 la situación  [3]  , pero sin caer en la aberración neoliberal 
de constituir “fonditos” con el único propósito de garantizar el pago 
del endeudamiento externo. En el caso de constituir “fondos”, estos 
deberían tener como fin la estabilización económica vía políticas 
contracíclicas (p.ej. expandiendo líneas de crédito de emergencia a 
sectores vulnerables). 
 Pero más grave que la cuestión del precio del petróleo (que  no siempre es la variable clave que define la dinámica del Presupuesto  ) es la cuestión de la extracción.
 Con la proforma presentada se ratifica la vocación extractivista del 
morenismo (heredada desde hace mucho tiempo atrás y consolidada en la 
administración anterior). Así, se aspira a que entre 2018 y 2019 la 
extracción de petróleo aumente de 526 a 565 mil barriles diarios (es 
decir, un aumento aproximado de 192 a 206 millones de barriles al año, 
con un volumen de exportación que llegaría a los 151 millones de 
barriles), mientras que para 2020 se alcanzaría el pico de extracción 
con 589 mil barriles diarios (unos 215 millones al año) (ver  página 19 de la Programación Presupuestaria Cuatrianual  ). 
 Semejante salto esperado en la extracción petrolera desnuda una 
decisión gubernamental que atropella disposiciones legales y procesos en
 marcha: el gobierno se dispone a extraer el crudo del campo Ishpingo 
sin contar aún con la licencia ambiental, sin considerar el reclamo 
pendiente sobre la consulta popular planteada por el colectivo Yasunidos
 (que  está siendo procesado en el Consejo Nacional Electoral  ), rechazando de facto los reclamos formulados por mujeres amazónicas y hasta  aumentando las probabilidades de un potencial genocidio de los Pueblos Indígenas en Aislamiento que habitan la zona  . De hecho,  para 2019 se espera incrementar la extracción petrolera en el ITT un 49% pasando de 58.119 a 114.217 barriles diarios  , en donde  Ishpingo contribuiría con 18.206 barriles diarios 
 . En definitiva, el extractivismo exacerbado sería un salvavidas del 
morenismo, el cual aspira “comerse” todo el ITT con tal de obtener 
ingresos de corto plazo para sostenerse en el poder (y eso que el país 
aún no vive el apogeo de la  quimera minera  ...). 
 Un ítem adicional que debe discutirse proviene de las concesiones,
 las cuales el gobierno aspira que en 2019 generen un ingreso de mil 
millones de dólares. De lo poco que se sabe al respecto, está la 
participación de 
 organismos multilaterales como el BID, la CAF y el Banco Mundial en el 
“diagnóstico” de las empresas públicas así como en la potencial 
“monetización” de activos públicos  (es decir, privatizaciones). El alcance de este proceso puede ser enorme,  incluyendo a empresas públicas como CNT, Seguros Sucre, CELEC, CENEL y la Planta de almacenamiento de gas de Monteverde 
 (cabe mencionar que solo CNT generó al Estado 220 millones en 
utilidades entre 2017-2018 y aun así se la busca privatizar), además de 
la “monetización” en los sectores vial, inmobiliario, energético, entre 
otros. 
 En definitiva, los ingresos a los que aspira el 
morenismo provendrán del extractivismo exacerbado, privatizaciones y un 
manejo tributario donde la redistribución es nula... 
  Gastos: salarios rígidos, inversión cayendo y otra vez el capital sobre el ser humano  
 Pasando a los gastos (que la proforma presupuestaria estima en 36.160 
millones de dólares, monto mayor al presupuesto codificado de 2018 en 
2.247 millones, incluyendo la amortización de la deuda pública y el 
saldo de las deudas por ventas anticipadas de petróleo), cabe destacar 
cuatro elementos: remuneraciones, inversión, servicio de la deuda y subsidios. 
 En el tema de remuneraciones, el gasto en personal se mantiene 
prácticamente inalterado al presupuestarse en 9.498 millones de dólares 
(monto inferior al presupuesto codificado de 2018 en apenas 70 
millones). Esta persistencia del gasto en personal parece contradecir el
 discurso de austeridad del gobierno de Moreno, más cuando no se hace 
ninguna mención de una posible reducción -o mejor aún, eliminación- de 
los macrosueldos de la burocracia dorada:  existirían 38.000 funcionarios que ganarían más de 5 mil dólares mensuales y que cada año consumen 2.240 millones de dólares   [4] 
 ; solo al reducir esos sueldos un 40% (dejando un promedio de 3 mil 
mensuales) se ahorraría cada año casi 900 millones de dólares, monto 
cercano a lo que el morenismo aspirara obtener por concesiones. 
 Por cierto, el tema del empleo y las remuneraciones en el sector 
público merece un análisis más cuidadoso. Decimos eso tanto por la  importante heterogeneidad del empleo público 
 como porque las remuneraciones en este sector muestran una 
particularidad: en ningún año del período 2008-2017 (incluyendo los años
 de crisis) el total de esas remuneraciones ha sufrido reducciones (ver 
gráfico 1). Esto podría implicar que las remuneraciones en el sector 
público podrían estar adquiriendo una rigidez cuasi-estructural,
 volviendo muy difícil su reducción (hasta en términos políticos por la 
reacción y la influencia que pueden tener especialmente los funcionarios
 de mayores sueldos). 
 Mientras que los gastos en remuneraciones
 parecen adquirir una rigidez cuasi-estructural, en cambio la inversión 
pública se ha convertido en la variable de ajuste del gobierno, 
con un presupuesto de solo 3.315 millones de dólares (monto inferior al 
presupuesto de 2018 en 841 millones). De hecho, al revisar los montos 
históricos destinados al Plan Anual de Inversiones (ver gráfico 1) se 
nota una contracción severa en comparación, por ejemplo, a los 8.104 
millones de dólares alcanzados en 2013. Semejante caída en las 
inversiones públicas es preocupante y denota cuán errónea es esa lectura
 de que existe un “ADN socialista” dentro del gobierno (que, para colmo,
 en lo que va de 2018 apenas ha alcanzado una ejecución presupuestaria 
de 23% en lo que a inversión se refiere). 
  Gráfico 1.  Remuneraciones y plan anual de inversiones (millones de dólares) 
 Nota: 2008-2017 presupuesto devengado; 2018 codificado a septiembre; 2019 proforma presupuestaria. 
 Fuente: Ministerio de Economía y Finanzas. Elaboración propia. 
 Por cierto, 2013 fue el único año en que el Plan Anual de Inversiones 
superó al gasto en remuneraciones, después del cual se observa una caída
 severa de las inversiones públicas mientras que el pago a personal 
continuó creciendo. Esto muestra que ya desde antes del gobierno de 
Moreno se prefirió enfrentar la crisis reduciendo la inversión pública 
en vez de reducir los elevados salarios de un buen grupo de funcionarios
 públicos. Quizá para efectos de una política contra-cíclica (es 
decir, una política que fomente la expansión en tiempos de crisis) 
hubiera sido deseable que más bien sean los megasueldos del sector 
público los que se reduzcan mientras se intentaba sostener lo mejor 
posible la inversión; más aún si se toma nota de que posiblemente la 
inversión pública tenga un mayor efecto multiplicador que el 
gasto en salarios (sobre todo aquellos burócratas dorados). Pero, es 
claro que la inversión pública tiene menores rigideces políticas y 
grupos de interés que la sostengan... 
 Otro elemento de la 
inversión pública que merece atención -y que, penosamente, suele 
considerarse como gasto en la contabilidad oficial- es la inversión social,
 sobre todo en educación y salud. Al revisar el Presupuesto de 2019 se 
nota que en el caso de salud el monto asignado se encuentra estancado en
 3.097 millones de dólares (valor apenas superior en 15 millones al 
presupuesto de 2018); por su parte, en el caso de educación, el 
presupuesto se estanca en 5.351 millones (monto menor en 11 millones al 
presupuesto de 2018). Pero, sin duda, el aspecto que más resalta sobre 
el estancamiento del Presupuesto en salud y educación se observa al comparar estas magnitudes con el servicio de la deuda pública
 (amortizaciones e intereses): desde 2014 la suma del presupuesto en 
salud y educación (excepto tercer nivel) siempre ha sido menor al monto 
asignado al servicio de la deuda; es decir, desde 2014 el capital ha 
vuelto a ponerse por encima del ser humano (ver gráfico 2). De hecho, 
tomando datos del Banco Central del Ecuador se puede verificar que, 
entre 2015-2017, por cada dólar destinado a la inversión en educación y 
salud se ha destinado de 1,44 a 1,55 dólares al servicio de la deuda, 
volviendo a una tendencia típica de la vieja noche neoliberal (ver 
gráfico 3). 
  Gráfico 2.  Salud, educación y servicio de la deuda (millones de dólares) 
 Nota: 2010-2017 presupuesto devengado; 2018 codificado a septiembre; 
2019 proforma presupuestaria. “Servicio de la deuda” incluye 
amortizaciones de deuda y 
 Fuente: Ministerio de Economía y Finanzas. Elaboración propia. 
  Gráfico 3.  Gasto en servicio de la deuda pública/gasto en salud y educación (gobierno central) 
 Fuente: Banco Central del Ecuador. Elaboración propia. 
 Aparte de esa tendencia a que el capital se sobreponga al ser humano, 
el estancamiento de los presupuestos de educación y salud tiene como 
consecuencia que se siga incumpliendo del mandato constitucional según 
el cual cada año el monto mínimo anual de inversiones en educación -sin 
considerar la educación superior- y salud debe llegar al  6%   [5]  y  4%   [6] 
 del PIB respectivamente: una meta que debía alcanzarse en tiempos del 
gobierno anterior al morenismo, pero que en los hechos no se cumplió y 
sigue sin cumplirse. 
 Finalmente, en el caso del gasto en 
subsidios, el Presupuesto para 2019 llega a los 6.955 millones de 
dólares (monto mayor en 3.485 millones al presupuesto de 2018). Aquí el 
subsidio de mayor incremento en el presupuesto corresponde a los 
combustibles, alcanzando los 4.176 millones (superando en 2.469 millones
 al monto de 2018). Luego sigue el restablecimiento de los aportes del 
Estado al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), generando un
 presupuesto de 1.995 millones de dólares para 2019 (aumento de 1.157 
millones respecto a 2018). Después existen subsidios varios como a la 
vivienda, al desarrollo social, al agua potable o al agro, los cuales 
experimentarán un retroceso. 
 Toda esta estructura de subsidios 
muestra los múltiples conflictos que todavía debe afrontar el gobierno 
de Moreno aparte de los ya mencionados como, por ejemplo: eliminar o no 
el subsidio a los combustibles, particularmente la gasolina extra, luego
 del fracaso de la eliminación del subsidio de la gasolina súper (que 
generó un  ahorro mínimo al fisco 
 ); garantizar la contribución del 40% de las pensiones al IESS cuando 
con el mismo instituto se mantiene una deuda del Estado -en papeles- que
 se ubicaría en alrededor de los 7 mil millones de dólares (y 
considerando que  la seguridad social está en una situación muy frágil 
 , todo en medio del fantasma de la privatización rondando); el 
retroceso en subsidios a la vivienda que, junto con la contracción del 
plan de inversiones, vuelven cada vez más improbable la posibilidad de 
que el gobierno morenista cumpla con  su oferta de construcción de 325 mil viviendas  ; etc. 
 En resumen, el morenismo por el lado de los gastos enfrenta tanto una 
rigidez cuasi-estructural en términos del gasto en remuneraciones al 
mismo tiempo que se contrae drásticamente el plan anual de inversiones. 
Asimismo, en el gasto se observa que la inversión social en educación y 
salud se estanca/decae mientras que se acelera el pago del servicio de 
la deuda pública, con una compleja estructura de subsidios que -hasta el
 momento- no está siendo afrontada de forma coherente. 
  Saldo: endeudamiento perpetuo y, ¿buscando servir la mesa?  
 Cuando las alas del espejo presupuestario están desbalanceadas de modo 
que los gastos superan a los ingresos, la salida es obvia: se debe 
incrementar el financiamiento, es decir, el endeudamiento público.
 Así, para 2019 se ha presupuestado un financiamiento de 8.166 millones 
de dólares (monto ligeramente menor al de 2018 en 300 millones). 
Semejante situación implica que, por un año más el Ecuador deberá seguir
 incrementando su deuda, sobre todo externa. Pero lo más grave es
 que gran parte de ese financiamiento se licúa en el pago del servicio 
de la deuda que, para 2019, se prevé en alrededor de 8.107 millones de 
dólares (incluyendo saldos de preventas petroleras). 
 Y, para colmo, lo peor aún está por venir: 
 para 2020, 2021 y 2022 el Ecuador deberá pagar, solo en amortización de
 su deuda pública, un monto acumulado de casi 20 mil millones de dólares
  . Para dimensionar el golpe, tómese en cuenta que a 
 octubre de 2018 la deuda pública total llegó a 49.069 millones de 
dólares (35.192 millones de deuda externa y 13.876 millones de deuda 
interna)  ; es decir, en tres años el Ecuador deberá pagar un monto 
equivalente al 40,7% del stock de toda la deuda pública. A ese lúgubre 
escenario cabe agregar las  incertidumbres que rondan en la economía mundial 
 , en especial los efectos de potenciales incrementos futuros de las 
tasas de interés a nivel internacional fomentados desde Estados Unidos 
(lo cual va a encarecer el crédito -incrementándose aún más el servicio 
de la deuda- además de generar movimientos adversos de capitales para 
los países empobrecidos). 
 En medio de ese horizonte tan 
complejo, hasta el acceso a nuevo endeudamiento para el morenismo se 
encuentra asfixiado, lo cual ha llevado a que el gobierno reluzca su  “creatividad” consiguiendo préstamos con el Credit Suisse en noviembre de 2018  , en condiciones similares a las de un  crédito contratado previamente con Goldman Sachs en septiembre  ; créditos apalancados con garantías de más del 100% con bonos del Estado. A eso se suma 
 el viaje que Moreno y su séquito harían en diciembre para suplicar 
nuevo financiamiento a China con el fin de cerrar el año con algo de 
vida  . Por su parte, para 2019 el financiamiento se sostendría 
desde diversas fuentes: 2,9 mil millones de dólares por medio del sector
 financiero privado (aún no se conoce la proporción local e 
internacional de dicho financiamiento); 1,8 mil millones desde gobierno 
como China; 916 millones en multilaterales; 755 millones vía bonos en el
 mercado nacional. 
 El saldo, entonces, es claro:  el Ecuador seguirá empantanándose cada vez más en una deuda eterna 
 ... Es obvio que el sucesor de Moreno -de quién muchos ya empiezan a 
lucubrar- evidentemente no va a querer ensuciarse políticamente con el 
pantano que le espera al país. Es ahí donde toma sentido aquella 
premonición neoliberal: “todos los caminos conducen al FMI”, caminos que
 -prohibido olvidar- fue 
 el antecesor de Moreno quién los retomó ya en el 2014 para conseguir el
 beneplácito del Fondo destinado a la colocación de 2 mil millones de 
dólares en bonos del estado en el mercado financiero internacional  e incluso con un  “crédito de estabilización de balanza de pagos” pedido al Fondo luego del terremoto de abril de 2016  . 
 De ese modo, parecería que el gobierno de Moreno -y su proforma- no son más que instrumentos de transición que
 buscan cerrar el largo ciclo para retornar al FMI y a una nueva larga y
 triste noche neoliberal. Bajo tales condiciones, quizá al morenismo le 
importa muy poco su debilidad política... Lo que realmente parece 
importarle dejar la mesa servida para que el próximo inquilino de 
Carondelet pueda sobrevivir -al menos- sus cuatro años de gestión. ¿Cómo
 lograrlo? Dejando listo -y hasta firmado- un acuerdo con el Fondo, tal 
como ya se está haciendo en otras dimensiones como la arremetida de 
Tratados de Libre Comercio (TLC) que el morenismo está dispuesto a 
firmar aprovechando el TLC con la Unión Europea formado en 2016 (  pensando siempre en el beneficio de unos cuantos capos del comercio  )... 
 Ese parece ser el futuro inmediato: un país hundido cada vez más en el 
retorno neoliberal, con un gobierno descompuesto que no le importa 
agonizar en los años que le quedan mientras sigue avanzando hacia el 
pasado, comiéndose aún más la Naturaleza, profundizando la 
flexibilización del trabajo, minimizando aún más la economía social y 
solidaria, endeudándose hasta el cuello... Todo vale con tal de 
llevarnos... a una nueva década perdida con aroma a eterno retorno.- 
Notas:
 
 [1] 
 Economista ecuatoriano. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente 
de la Asamblea Constituyente. Ex-candidato a la Presidencia de la 
República del Ecuador. 
 [2]  Economista ecuatoriano. 
Profesor de la Universidad Central del Ecuador. Doctorante en economía 
del desarrollo en FLACSO-Ecuador. 
 [3]  Por ejemplo, 
durante la discusión previa a la aprobación del Presupuesto se podría 
pensar en la construcción de múltiples versiones de éste, cada una 
reflejando un escenario distinto en cuanto a precios del petróleo (u 
otras variables macro). De esas múltiples versiones, la Asamblea podría 
escoger la que parezca más razonable considerando usando como apoyo  las previsiones más actuales de los mercados petroleros de futuros  . 
 [4]  Dato mencionado por Eduardo Valencia en entrevista recogida por Plan V: “La proforma presupuestaria 2019: novedades y sorpresas”, noviembre 13 de 2018. Disponible en:  http://www.planv.com.ec/historias/sociedad/la-proforma-presupuestaria-2019-novedades-y-sorpresas  
 [5]  Ver  transitoria decimoctava  de la Constitución de Montecristi. 
 [6]  Ver  transitoria vigesimosegunda  de la Constitución de Montecristi. 
 
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