Los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler y de Mussolini.
No van a tener aquel gesto duro militar. Van a ser hombres hablando de
todo aquello que la mayoría quiere oír.
Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética.
En esa hora va a surgir el nuevo demonio,
y tan pocos van a percibir que la historia se está repitiendo”.
Falsa cita de José Saramago desmentida por la Fundación que lleva su nombre
Como
capas de una cebolla, ante resultados electorales como el de la
Argentina de 2015, o los del pasado 7 de octubre en Brasil, aparecen
“razones” que subyacen a otras explicaciones, estudios, prejuicios y
sobre todo, reverdece el sufrimiento de quienes ya padecieron las
consecuencias funestas de aquel comportamiento electoral o las
perspectivas de lo que podría venir.
La pregunta misma sobre
¿por qué votar en contra de sí mismo?, si se limitase a la retórica,
constituiría un preconcepto, una sentencia sin fundamentos que permitan
comprender los sucesos. Desconocería, por ejemplo, que en 2017, ya era
raro no conocer un chico o un joven del Morro da Cruz, la mayor
periferia de Porto Alegre, que no fuese admirador de Bolsonaro, a quien
pensaban votar, convertido en un fenómeno, en un “símbolo totémico de
identificación juvenil masculino, similar al papel que Nike o Adidas”,
desempeñaban en tiempos de crecimiento económico y defensa gubernamental
del consumo por parte de quienes menos tienen, un proceso desarrollado
por Lula y su Partido de los Trabajadores, según el estudio de las
antropólogas Rosana Pinheiro Machado y Lucía Mury Scalco[1].
La
respuesta más sencilla al interrogante podría ser que se vota de ese
modo “porque no se sabe que es en contra de sí mismo”. Y porque
“cambiar” (en la Argentina poskirchnerista) siempre es bueno, o porque
un “mesías” (brasileño), inevitablemente, debe mejorar la situación,
sobre todo de aquellos mismos despojados, ya que así lo dicen los
“evangelios”, y lo confirman los militares.
Por ambas cosas, un
sector de los afrobrasileños, de las mujeres, de los homosexuales, de
los trabajadores, de los jubilados…, colocaron al borde de la
Presidencia de la República Federativa de Brasil a Jair “Mesías”
Bolsonaro, racista, misógino, homofóbico, defensor de la tortura, que
quiere terminar con las paritarias, considera una “excentricidad” al
aguinaldo, pretende suprimir el derecho a las vacaciones y a las
indemnizaciones por despido y se propone privatizar las jubilaciones, ya
que no se puede “gastar” en esa franja sociolaboral.
Por ambas
cosas Mauricio Macri se instaló en la Casa Rosada el 10 de diciembre de
2015, cuando logró trepar hasta el 51,34% de los votos, desde su techo
del 34,15% de la primera vuelta electoral del 25 de octubre del mismo
año. Lo consiguió anunciando que haría todo lo que no hizo durante su
gestión y que no haría todo lo que hace, esta política que sumergió en
la miseria, la pobreza, el hambre y el frío a las mayorías argentinas,
causando la mayor cantidad de daño socioeconómico en menos tiempo de la
historia constitucional argentina. Y lo logró también en base a criticar
al gobierno que produjo la mayor redistribución de renta desde la
década peronista de 1945 a 1955.
Cuando los resultados
brasileños del domingo 7 de octubre confirmaron la estrella del hombre
de la contradicción entre los militares nacionalistas y los
ultraliberales de la escuela de Chicago, algunos se preocuparon por lo
que podría suceder en la Argentina, guiados por el viejo mito de que el
brasileño es un reloj argentino que adelanta. Sin embargo, un análisis
más serio aunque no menos pesimista, indica que Bolsonaro ya gobierna la
Argentina desde diciembre de 2015, el Bolsonaro posible en un país con
historia peronista, clase media desarrollada, sindicatos fuertes,
movimientos sociales con capacidad organizativa y control de calle,
sostenido rechazo transversal a la dictadura cívico militar y un
movimiento de género convertido en factor de poder, también por encima
de las adscripciones partidarias.
Nada es tan sencillo
La economía, sobre todo la de todos los días, la que se siente, en el
bolsillo y hasta en el estómago cuando las cosas se agravan, juega un
papel determinante en el comportamiento electoral, aunque sus efectos no
necesariamente son reflejos ni inmediatos. La Argentina posapocalíptica
que heredó Néstor Kirchner en 2003 tenía una desocupación formal del
21%, una pobreza del 57,5%, con una indigencia del 27,5% y, por ejemplo,
el consumo anual de carne vacuna por persona era del 59,3%. En 2007
había saltado hasta los 69,9 kilos.
En 2015, cuando Cristina
Kirchner dejó la Presidencia, la situación, medida a partir de
cualquiera de los parámetros que se eligiesen, era mucho mejor que la
inicial, aunque en un marco de deterioro económico producido en los
últimos años de su mandato, producto de los límites del “modelo” elegido
por la pareja presidencial que vino del Sury por las crisis
internacionales que impactaron en las economías de los países
dependientes, como lo es la Argentina.
En general, las
sociedades determinadas por el capitalismo no comparan su presente
material con los indicadores del inicio del proceso de mejora de sus
consumos (en este caso 2003) sino contra el pico de “bienestar” (por
ejemplo 2010). Si en una familia se comían4 milanesas semanales, subió a
10 y después bajó a 7, lo que se registra no son las 3 milanesas más
sino las 3 menos… Un cálculo de carnicería que grafica operaciones tan
profundas como no conscientes de la psiquis de quienes eligen o
descartan candidatas y candidatos.
Ese es el comportamiento del
ser humano dentro del sistema socioeconómico imperante, el de “suma y
sigue”; cuando se llega a la subidita de una loma, se quiere escalar la
siguiente, más alta.
Medios y mucho más
Mauricio
Macri, presidente de un club popular de fútbol, se convirtió en
Presidente de la Nación a pesar de ser gerente de uno de los grupos
económicos más beneficiados por los negocios generados durante la última
dictadura cívico militar, condenado y exculpado por prescripción como
contrabandista, referente de la cartelización y los sobornos durante
todos los gobiernos constitucionales argentinos desde 1983. Desde ese
momento la mitad de los analistas analizan el “milagro” por el cual la
derecha ultraliberal pudo llegar al gobierno nacional por elecciones; la
otra mitad se rasga las vestiduras “progresistas” y reniega de “los
pobres que votaron en contra de sí mismos”.
Desde las carteras
costosas de una ex presidenta hasta el peso decisivo del Grupo Clarín y
el conjunto concentrado de medios; desde los globitos amarillos hasta
los límites de un modelo que no transformó las estructuras básicas que
oprimen a las mayorías ni tomó parte de los recursos de las
corporaciones concentradas de la economía, se plantean a diario como
variables de lo que no sucedió y del desastre económico y social que sí
sucede en el presente. Mesías Bolsonaro y el estrépito del apoyo logrado
reinstala dudas, dilemas e ignorancias argentinas.
Los medios
de comunicación, obvio, juegan un papel extraordinario. En un sistema
capitalista, la ideología que domina es la de los grupos dominantes; a
través de los aparatos de esos grupos comunicacionales circulan los
contenidos de ese mecanismo inconsciente que se pone en funciones desde
el día mismo del nacimiento, el que impone y naturalizaque el pobre es
“menos” que el rico, la flaca tiene un modelo estético mejor que el de
la gorda, el del alto que el del petiso, el negro es peor que el blanco,
y así… hasta el fin de los prejuicios, que sentencian sobre “lo bueno y
lo malo”, lo “correcto y lo incorrecto”, lo lindo y lo feo” y, sobre
todo, acerca de lo valioso y útil y “lo inútil y peligroso”, casi casi,
el “vago y malentretenido”, del Juan Moreira, el de Favio más que el de
Eduardo Gutiérrez.
Los medios de comunicación son los vehículos
que distribuyen esa visión.Los consumidores de sus productos degluten no
solo curvas de mujeres hermosas, peripecias de inspectores y forenses,
gambetas y atajadas de equipos de fútbol, penurias novelescas o… debates
políticos, en realidad mastican y digieren aquel modelo pautado de
consumir y vivir, que disimula los mecanismos del empobrecimiento.
Ese mundo comunicadohasta hace pocos años se circunscribía a los
medios. Las nuevas tecnologías de distribución y recepción de “datos”,
“noticias”, “imágenes”, series, música, generaron un espacio aún más
veloz de contacto y, sobre todo, mucho menos controlado de veracidad. El
60% de los votantes de Bolsonaro en primera vuelta se “informan” -de
manera exclusiva- por “whatssap”, un vehículo al alcance de todos, más
cuando más joven se es, a través del que, cualquiera, puede asegurar que
los rivales de determinado sector partidario van a secuestrar a los
chicos del barrio para encerrarlos en mazmorras adoctrinadoras, anunciar
el restablecimiento del “derecho de pernada” medieval, el retiro de los
planes sociales o, por el contrario, asegurar que determinado candidato
va a distribuir pantallas Smart de 50 pulgadas para cada vecino. En el
caso brasileño con el sostén del complejo ideológico, movilizador y
comunicacional del sector evangélico pentecostal.
Sin criterios
de verdad, sin datos, sin comprobación, se tiran honras a los perros, se
viralizan y se convierten en “certezas” que, también, influyen sobre el
comportamiento electoral de sectores importantes del electorado. Las
redes “sociales” constituyen el complemento del accionar de la banca
transnacional en el mecanismo de dominio de un mundo como el del
presente.
Cultura del descarte
En su
actual fase financiarizada, al capitalismo le interesa más que las
sociedades consuman a que produzcan; en consonancia, el trabajo no
constituye una forma de generar bienes y obtener un salario que permita
satisfacer el conjunto de necesidades, apetencias, deseos de todas las
mujeres y hombres en capacidad de ejercitarlo.
Una vez más son
los medios los encargados de distribuir esa visión. Miles de millones de
personas de todas las edades, religiones, géneros, condiciones
económicas, comprando cualquier tipo de bienes, servicios e inutilidades
en el mundo entero, testimonian el “éxito” del Capital en convertir el
consumo en “aspiración fundamental de la sociedad”[2].
Sin
embargo, el consumismo no es una ventaja, un bien, una superación de los
problemas de la sociedad; por el contrario, encarnauna enfermedad del
capitalismo.
El fraile dominico brasileño Frei Betto, teólogo de
la liberación reconocido mundialmente, considera que la mayoría de los
recientes gobiernos de la región permitieron que “la gente haya mejorado
de vida. Los pobres tuvieron acceso a bienes personales, como
celulares, computadoras, hasta coches”. Piensa sin embargo que “no se
garantiza el apoyo popular a los procesos dando al pueblo sólo mejores
condiciones de vida, porque eso puede originar en la gente una
mentalidad consumista” y es necesario desarrollar en simultáneo un
“trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en los
jóvenes”[3].
El elemento “consumista” forma parte del
conjunto de variables que determinan el comportamiento electoral, en
poblaciones de las características descritas por Betto. En países que
vienen de procesos beneficiados por economías inclusivas, parte de esos
sectores, a partir de la pérdida parcial del poder adquisitivo alcanzado
bajo esas administraciones, protestas, se desencantan, siguiendo el
“ejemplo de las milanesas”y, por último, cambian el signo de su voto,
tratando de seguir el Norte del tener y no la meta del “ser”.
En
esa dirección, el ya citado estudio de la periferia de Porto Alegre
sostiene que “se podría inferir que la pertenencia bolsonarista (del
sector juvenil analizado) tiene una de sus raíces en el propio modelo de
desarrollo lulista, “centrado en la capacidad individual y el consumo. Y
no en el cambio estructural de los bienes públicos vinculados a un
proceso de movilización colectiva”.
Participación, movilización, organización
Solo la práctica consciente permite, primero, comprender la trampa que
impone el sistema; después, evitar, al menos parcialmente, sus
consecuencias.
En términos sociales, participación, movilización
y organización (populares) constituyen las herramientas con capacidad
para contrarrestar las imposiciones ideológicas del sistema, del mismo
modo que contribuyen a la acumulación política que fortalece a los
sectores que defienden los intereses de empobrecidos y marginados y se
rebelan contra las injusticias.
Esas “prácticas” son las que
posibilitan la batalla, por dispar que sea, contra la cultura dominante,
contra el “sentido común” dominante, en el marco de la disputa por la
construcción de sentido; instituyen la diferencia entre los productos de
un proceso histórico determinado, y no un mero conjunto de afirmaciones
“verdaderas”, “dadas”, “naturales”, que “siempre fueron de ese modo” y
“siempre lo serán”.
El sentido común dominante, la ideología
dominante, son la forma de concebir el mundo, la sociedad y el modelo de
producir de la clase dominante, del bloque social dominante en ese
momento histórico. Es decir que el conjunto social comprende su realidad
con la visión del sector minoritario que tiene en sus manos el control
del aparato ideológico, productivo, económico y financiero que, además,
determina la cultura y sus expresiones.
Sin embargo, la
presencia de un bloque dominante, implica la existencia -mayoritaria- de
los dominados y la puja entre ambos sectores genera una dinámica de
tensiones, en cuyos resquicios anidan las posibilidades de
transformación.
Cuando las condiciones, las correlaciones de
fuerza y las fortalezas de los despojados se organizan y avanzan sobre
las lógicas de explotación, las transformaciones profundas están más
cerca. En la Argentina lo saben los centenares de miles de movilizadas y
movilizados por todo tipo de injusticias en su contra, y se lo hicieror
sabes al gobierno del presidente Macri que, con su nave escorada, debió
abrazarse a la soledad del palo mayor que le arrimó el FMI.
El
“Bolsomito” puede llegar a comprobarlo en poco tiempo; aunque los plazos
electorales sean cortos, el camino de la Historia y de sus pueblos, es
tan paciente como implacable.
Notas:
[1] Rosana Pinheiro-Machado e Lucia Mury Scalco: Da esperança ao ódio: Juventude, política e pobreza do lulismo ao bolsonarismo (http://www.ihu.unisinos.br/ 583354-da-esperanca-ao-odio- juventude-politica-e-pobreza- do-lulismo-ao-bolsonarismo)
[1] Rosana Pinheiro-Machado e Lucia Mury Scalco: Da esperança ao ódio: Juventude, política e pobreza do lulismo ao bolsonarismo (http://www.ihu.unisinos.br/
[2] Emilio Pérsico, Juan Grabois: Nuestra Realidad; Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). http://www.ctepargentina.org/ descargas/1.pdf
[3] Frei Betto: El papel de la ética en las políticas de desarrollo (http://www.lajiribilla.cu/ articulo/el-papel-de-la-etica- en-las-politicas-de-desarrollo )
Carlos A. Villalba. Psicólogo y periodista. Investigador argentino
asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) (http://estrategia.la/). Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular, Buenos Aires, Argentina
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