Arturo Balderas Rodríguez
Tratar de entender las
decisiones de un presidente tan inescrutable como Donald Trump es una
tarea más propia de especialistas en los misterios de la mente que de
analistas en cuestiones políticas. A pesar de su errática conducta y sus
exabruptos, un número no despreciable de electores continúa apoyándolo.
Su conducta, para muchos incomprensible, para otros resulta normal y
hasta loable. La realidad es que el apoyo del que goza el presidente de
Estados Unidos no es producto de un fenómeno extraño ni misterioso, sino
que es acorde con la naturaleza cultural y política de amplios sectores
del electorado estadunidense.
De acuerdo con la información de varias empresas dedicadas a tomar el
pulso de la opinión pública, una de ellas Gallup, en una muestra de
quienes están registrados como electores en los 50 estados de la nación,
53 por ciento desaprueba el desempeño de Trump, mientras 43 por ciento
lo aprueba. A pesar de su pronunciada caída en estados como Alabama,
Georgia, Mississippi y Carolina del Sur, que él ganó con amplia ventaja,
la mayoría del electorado en esos y otros estados lo siguen apoyando.
La pregunta se repite: ¿cómo es posible que, a pesar de sus yerros,
misoginia, racismo y un largo etcétera, siga recibiendo el apoyo de
millones de posibles electores? Hay varias respuestas, no necesariamente
excluyentes unas de las otras. Tal vez la de mayor relevancia tiene que
ver con su cultura ancestral, una de cuyas características es el
individualismo a ultranza y el rechazo a la intervención del Estado en
la vida cotidiana, que él promueve con sinigual eficacia. Es una cultura
que por generaciones ha predominado y que la religión, con el concurso
de los medios de comunicación, ha acentuado. Con un discurso vulgar y
tramposo, Trump ha manipulado esas características.
La religión, en sus diferentes versiones y estilos, ha sido el
cemento que ha conformado el pensamiento conservador de millones de
estadunidenses. La imagen de los presidentes tomando juramento en la
Biblia cuando son investidos es sólo el ejemplo extremo de una nación
que no atina a separar al Estado de la religión. Pero tal vez algo más
práctico y menos complejo es la forma en que medios de comunicación como
la cadena Fox de televisión, con sus cientos de repetidoras a lo largo
de Estados Unidos, y Clear Channels Communications, dueña de
aproximadamente mil 250 estaciones de radio, se han encargado de
promover e incluso acentuar esas características culturales y, por
añadidura, modelar la opinión del electorado. Se estima que ambos medios
son los de la más alta audiencia en la mayoría de los estados del país
vecino, particularmente en el medio rural. En ellos, personajes como
Rush Limbaugh y Sean Hannity, ambos ultraconservadores y fanáticos
promotores de Donald Trump, expresan aversión y desagrado en sus
cotidianos comentarios y editoriales a todo aquello que consideran como
liberal o favorable al Partido Demócrata.
Buena parte de quienes escuchan y ven diariamente largas horas de
transmisión en esos medios aplauden las arengas y ocurrencias de Trump,
quien repite una y otra vez las mismas mentiras, hasta convertirlas en
verdades entre sus feligreses. Por ello, no debiera ser sorpresivo el
apoyo con el que aún cuentan él y el Partido Republicano, al que Trump
parece haber asimilado como una sucursal más de su imperio corporativo.
Todo este cuadro tiene un peso aún significativo en la importante, y
al parecer inédita, coyuntura electoral que se aproxima. La pregunta que
se hacen los observadores políticos es: ¿hasta dónde el efecto Trump
permeará en la decisión del electorado para votar en contra o en favor
de los candidatos republicanos? Vale tratar de despejar esa incógnita en
las tres semanas que faltan para el primer martes de noviembre, cuando
se celebrarán las elecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario