Arturo Balderas Rodríguez
Al momento de escribir  
 estas notas, la confirmación de la persona nominada por el presidente 
Trump para ocupar el puesto vacante en la Suprema Corte de Estados 
Unidos pende de un hilo. El voto de dos o tres senadores republicanos 
puede coartar el ascenso de alguien que a lo largo de su carrera como 
juez federal se ha distinguido por su oposición a la libertad de las 
mujeres para decidir sobre la reproducción, a sus alianzas con el sector
 corporativo y a las reivindicaciones de los trabajadores. Al margen de 
lo que suceda, este proceso de confirmación quedará marcado por uno de 
los episodios más contenciosos y vergonzosos en la historia de 
designación de un ministro de la Corte; el otro fue la confirmación de 
Clarence Thomas, después de que Anita Hill lo señaló por acoso sexual.
Detalles más, detalles menos, la historia que lo precedió empezó hace
 36 años en una reunión social de algunos estudiantes de una 
preparatoria privada. Durante ésta, Bret Kavanaugh y un amigo 
acorralaron a Christine Blasey e intentaron violarla. El estado de 
ebriedad de Kavanaugh y su amigo hizo posible que Blasey, con sus apenas
 15 años a cuestas y una férrea determinación, lograra evitar el 
desaguisado. Sin embargo, no pudo liberarse de las heridas de un hecho 
que la marcó para el resto de su vida.
La hoy doctora Blasey Ford se percató de que Kavanaugh era uno de los
 candidatos a ocupar un puesto en la Suprema Corte. Convencida de su 
deber cívico y de la gravedad de que un individuo como él llegara a esa 
instancia judicial, superó el terror y el miedo que hace 36 años le 
impidió denunciar el hecho. Rompió el silencio y envió una carta a su 
representante en el Congreso para dar cuenta de lo sucedido.
El resultado de la presión que la minoría del partido demócrata 
ejerció sobre la mayoría republicana en la Comisión de Justicia del 
Senado fue que se realizara una sesión especial para escuchar las 
versiones de la doctora Ford y el juez Kavanaugh. En la audición, 
efectuada el jueves pasado, la sobriedad y el aplomo de ella 
contrastaron con el histrionismo y violencia que Kavanaugh desplegó en 
algunos momentos de su alegato.
Al final, las dos posiciones fueron irreconciliables. Los demócratas 
quedaron convencidos de la veracidad del relato de la doctora Ford y los
 republicanos, más atentos a las consecuencias políticas, continuaron 
apoyando a Kavanaugh.
Las protestas de los demócratas en la Comisión de Justicia y el 
clamor que se despertó en toda la nación ante la inminencia de que la 
candidatura de Kavanaugh fuera aprobada forzaron nuevamente a los 
republicanos a considerar la propuesta para que la FBI hiciera una 
investigación exahustiva de lo que realmente había ocurrido. El drama 
continúa y será esta semana, una vez conocido el resultado de la 
investigación, cuando se decida la suerte de Kavanaugh.
Algunas lecciones importantes se desprenden de estos acontecimientos.
 Una de ellas es la relevancia que tiene la Suprema Corte en la 
configuración del perfil de una nación.
Del balance en esa institución dependerá en parte la definición de ese perfil. El impasse
 en la confirmación pudiera dar margen a que en las próximas elecciones 
los demócratas recuperaran la mayoría en el Senado, y con ello controlar
 el proceso de confirmación de los miembros de la Corte. No menos 
importantes son las consecuencias que pudiera tener la confirmación de 
una persona como Kavanaugh. Se daría un duro golpe a las miles de 
mujeres que, como la doctora Ford, empiezan a sentir el apoyo social en 
sus denuncias sobre el acoso y la violación sexual que durante años han 
sufrido. Si la barbarie regresa a las instancias donde se litigan sus 
derechos, será normal que se abstengan de acudir a cualquiera de esas 
instancias. Aunque sea sólo por esas dos razones, resultaría lamentable 
que el Senado aprobara el ascenso de Kavanaugh a la Suprema Corte.
En ocasiones el proceso democrático depende de una línea muy delgada entre lo verdadero y lo falso.
 
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