Víctor Flores Olea
Seguramente la cuestión  
 política internacional más importante para México hoy es la del Tratado
 de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), revisado por los tres 
países participantes originales de Norteamérica: México, Estados Unidos y
 Canadá. Hace año y medio que se iniciaron las negociaciones para la 
revisión y modernización del mismo. Parecía obvio que Canadá formaría 
parte del nuevo tratado comercial. Sin embargo, transcurridos los 
últimos 18 meses, nos encontramos con una serie de reacciones 
inesperadas por parte del supervoluble Donald Trump, con el resultado de
 que hoy está en cuestión un tratado tripartito del que pudiera quedar 
marginado Canadá, y que el asunto puede reducirse a dos tratados 
bilaterales de comercio: México-Estados Unidos (ya integrado) y 
Canadá-Estados Unidos.
Esta perspectiva no representa el mejor de los mundos. Aparte de los 
beneficios comerciales que se han logrado para Mexico en el TLCAN, desde
 el punto de vista táctico internacional, la presencia de Canadá en el 
mismo seguramente ha contribuido a un mejor equilibrio entre los países 
negociadores, con diferencias abismales. O, al menos, para México ha 
significado un punto de referencia que no necesariamente coincide con 
las ambiciones de dominio que son parte definitoria de la política 
exterior de Estados Unidos, y más con su actual presidente. En realidad 
se había fijado una situación afortunada para México y Canadá.
Ahora mismo, sin embargo, la situación para México está lejos de ser 
ideal. En un esfuerzo extraordinariamente meritorio, el grupo negociador
 de México, encabezado por el secretario de Economía, Ildefonso 
Guajardo, México ha logrado, por lo pronto, un acuerdo bilateral con 
Estados Unidos pero quedando por lo pronto Canadá fuera del acuerdo. Sin
 embargo, ha abierto pláticas intensivas con Estados Unidos que 
conducirían a un tratado bilateral Canadá-Estados Unidos. En realidad, 
la estrategia profunda de Donald Trump sobre lo que desea parece hoy 
clara. En vez de un tratado trilateral, dos acuerdos de comercio 
bilaterales con México y Canadá. La habilidad de esta ruta retorcida y 
superbarroca consistió en llegar a final de cuentas al esquema comercial
 preferido por el imperio (y por Donald Trump). Camino habilidoso 
porque, si Trump hubiera planteado desde el inicio finiquitar de hecho 
el TLCAN y sustituirlo por dos tratados bilaterales, se habría 
encontrado probablemente con una firme negativa de México y Canadá.Ya 
vemos que, en materia política, de pronto los objetivos se alcanzan no 
por la ruta más corta, sino por la más larga, como muestra ahora el 
presidente de Estados Unidos.
Muchos dirán que, en este análisis, doy por un hecho la no inclusión 
de Canadá en el nuevo tratado comercial de América del Norte. Debo 
decir, entonces, que ojalá esté profundamente equivocado, ya que siempre
 he sido un partidario de la cercanía entre México y Canadá, por razones
 tácticas elementales y aun estratégicas. Sin embargo, debemos también 
atender las evidencias irrefutables de la realidad.
Y tampoco podemos desentender el efecto de las voluntades políticas 
en acción. Hace dos o tres días la prensa mexicana informó de un llamado
 telefónico de Justin Trudeau a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), 
seguramente para comentarle algunos aspectos relevantes de las 
negociaciones Canadá-Estados Unidos, pero también se ha puesto de 
relieve que en un momento de la conversación Trudeau habría pedido a 
AMLO sus buenos oficios para que Canadá no dejara de formar parte de un 
tratado de carácter trilateral. Según esa prensa, especialmente La Jornada,
 AMLO habría subrayado enfáticamente el deseo de México de que Canadá 
formara parte de un tratado trilateral para regular el comercio de 
América del Norte, y en general la importancia que México le atribuye a 
la cercanía con un país como Canadá, pero también habría hecho hincapié 
en las limitaciones que México tiene en este aspecto, para no poner en 
riesgo su propio acuerdo comercial con Estados Unidos. AMLO claramente 
habría expresado los vínculos estrechos que desearía establecer con 
Canadá, pero ya casi en las funciones de un jefe de Estado tuvo cuidado 
en expresar los linderos que le imponía su nuevo e inminente cargo.
El hecho es que en la desequilibrada región del norte del continente,
 como todos sabemos, son profundas las diferencias en el desarrollo de 
los tres países, llevándose México la parte más modesta del trío, del 
cual forma parte la potencia militar y económica más fuerte del mundo. 
La vecindad con este país nos ofrece oportunidades únicas, pero también 
nos impone inevitables subordinaciones, que el imperio no olvida, entre 
otras razones, por su viejo hábito de dominación y control que ha 
ejercido sobre muchos países y regiones en el mundo. Por eso resulta 
particularmente atractivo, y diría, una necesidad política 
imprescindible, el hilo de las relaciones más amplias posibles de 
nuestro país con Canadá.a
 
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