Raúl Zibechi
La feminista estadunidense Nancy Fraser viene alertando sobre los problemas derivados del
neoliberalismo progresista, que identifica con los gobiernos de Bill Clinton, Tony Blair, el socialismo francés y sus sucesores como Barack Obama (goo.gl/4GGTbX). En su opinión,
combina políticas económicas regresivas, liberalizantes, con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Se trata del multiculturalismo, el ambientalismo, los derechos de las mujeres y LGBTQ.
El reconocimiento de estos derechos y colectivos sociales es, para Fraser,
enteramente compatible con el neoliberalismo financiero, ya que bloquea el igualitarismo. El abordaje de las discriminaciones consiste en “asegurar que unos pocos individuos ‘talentosos’ de grupos ‘subrepresentados’ puedan ascender al tope de la jerarquía corporativa y alcanzar posiciones y remuneraciones paritarias con los hombres heterosexuales blancos de su propia clase”.
Mientras una minoría consigue insertarse en el capitalismo
financiero, el resto continúa prisionero del capital, con lo que el
sistema adquiere mayores niveles de legitimación, amplía su base de
apoyo y consigue aislar a los críticos a los que, de paso, les endilga
los motes de masas
atrasadas e incultas. Así, el feminismo liberal, el anti-racismo liberal y el capitalismo verde son las únicas opciones
críticasque el sistema legitima, calificando toda otra resistencia o rebelión como
populismo.
Creo que el análisis de Fraser es adecuado y enteramente compartible
para el norte del mundo, aunque creo que debe ser matizado para las
regiones del sur y en particular para América Latina. Aunque sus
argumentos pueden ser tomados como punto de partida, las diferencias con
nuestro continente son notables.
La primera es que el progresismo (neoliberal, porque ese es modelo
imperante) accede a los gobiernos como consecuencia de las luchas de los
pueblos originarios, afros, sectores populares y trabajadores que
resistieron la primera oleada neoliberal privatizadora y protagonizaron
levantamientos, insurrecciones y amplias resistencias del más diverso
tipo.
Esta es la principal diferencia con los procesos del norte. Las
nuevas construcciones de poder, arriba y abajo, se bifurcan: en el sur
asistimos al fin de las democracias y de la soberanía de los
estados-nación, y a la neutralización de la política institucional como
espacio donde se construyen sujetos colectivos y se promueven los
cambios de larga duración. Pero el protagonismo popular es también una
de las razones del desborde de la represión y de la violencia estatal y
paraestatal.
La segunda es que ese conjunto de resistencias han abierto fisuras en
la dominación, donde los de abajo estamos construyendo mundos otros por
fuera del Estado y del mercado. Postulo que esos espacios son los
principales obstáculos para la total implementación del neoliberalismo,
tanto conservador como progresista, con sus mega-emprendimientos
mineros, monocultivos y grandes obras de infraestructura.
Espacios como las 400 fábricas recuperadas en Argentina, los 100
bachilleratos populares y una red de medios antisistémicos donde se
informa 15 por ciento de la población. Sumemos: 5 mil asentamientos de
reforma agraria en Brasil, con 25 millones de hectáreas, habitados por 2
millones de sin tierra; 12 mil acueductos comunitarios en Colombia;
decenas de miles de emprendimientos colectivos y comunitarios en toda la
región; áreas enteras
liberadasde mercados y estados en varios países, cuya referencia mayor son las juntas de buen gobierno zapatistas.
La tercera es que en América Latina los poderes que se reconfiguran
arriba, son el resultado de una amalgama o alianza entre grandes
empresas, narcotráfico y sectores del aparato estatal. Sobre esa base se
van creando desde narcoestados hasta diversas formas de dominación (desde “guerras contra el narco” hasta feminicidios) que a menudo cuentan con la bendición de las iglesias evangélicas y pentecostales.
El análisis y la descripción de estos nuevos poderes de arriba es
necesario para comprender dónde estamos y hacia dónde vamos, mientras
adjetivos como
fascistao
ultraderechista, aun siendo justos, no contribuyen a esclarecer la realidad. Cuánto más avanzan los movimientos antisistémicos, más brutal es la reconfiguración del poder de arriba, siendo México una referencia ineludible.
La cuarta es la conversión de las democracias en un sistema
excluyente, que crea enemigos internos para aislar a sectores enteros de
la población que perturban la lógica del capital financiero. Mientras
en el norte se bautiza como populismo toda transgresión de las reglas,
en el sur se emplea cada vez más una legislación antiterrorista,
implementada tanto por gobiernos conservadores como progresistas, entre
los que cabe destacar casos tan diferentes como los de Daniel Ortega y
Dilma Rousseff.
Ante la nueva estructura del poder de arriba, los márgenes de maniobra institucionales serán cada vez menores.
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