¿Hacia dónde va el Ecuador de Lenín Moreno?
Nueva Sociedad
| Ecuador no atraviesa su mejor momento económico. La crisis persistente se ha combinado con la inacción política y con un retorno a medidas que muchos imaginaban como parte del pasado. Todo parece indicar que la deuda externa seguirá creciendo y la dolarización se sostendrá de forma artificial. Ante este complejo futuro, las izquierdas y los movimientos sociales tienen la urgente responsabilidad de reinventarse | 
La supervivencia política primero
 Desde fines de 2014 el Ecuador ha vivido años complejos en lo 
económico, en lo político y en otras dimensiones sociales. Si bien la 
situación no es tan vertiginosa como en otros rincones latinoamericanos,
 el país andino acumula serios problemas que pudieron enfrentarse, y en 
algunos casos hasta superarse, durante la década correísta (incluso 
problemas de tipo estructural). Sin embargo, luego de discursos 
progresistas, bonanzas idas y corrupciones galopantes, Ecuador sigue 
siendo «un país incierto que no cambió». 
 Frente a la herencia 
correísta de «no-cambio», el gobierno de Lenín Moreno arrancó con una 
fuerte fragilidad política: en un inicio quedó oscurecido por un posible
 fraude electoral denunciado por el opositor Guillermo Lasso; luego la 
disputa entre correísmo y «morenismo» entrampó al gobierno (aunque 
manteniendo alianzas estratégicas en puntos clave). Al parecer, la 
necesidad de Moreno de legitimarse luego de las elecciones, a más de 
ganar espacios políticos al correísmo, hizo que ubique los problemas 
económicos en segundo plano. Así, la supervivencia política del gobierno
 fue lo que primó en su primer año de gestión. Como resultado, la 
política económica se ha mantenido sin rumbo, al principio con dos 
obtusas mezclas progresistas-neoliberales (cada una con sus respectivos 
matices). Solo en su segundo año de gobierno, el panorama se aclaró y el
 neoliberalismo clásico vuelve a asomar, aunque este retorno ya se venía
 sembrando en los últimos años de Rafael Correa. 
 En este 
complejo escenario, la «no-transformación» correísta aparece como una 
cruz que acompañará a Ecuador por años, mientras que el «morenismo» 
parece haber llegado solo para sobrevivir y cerrar la pinza neoliberal. 
Mientras, el tiempo sigue avanzando -y se lo sigue desperdiciando- la 
estructura económica ecuatoriana vive una crisis persistente ante la 
cual no parece tener la capacidad de reponerse. 
 Shocks, crisis persistente y estructuras intactas 
 Entre 2007-2014 el PIB ecuatoriano creció a una tasa promedio anual de 
4% (2,5% en términos per cápita). Es decir, hubo un crecimiento 
relevante de la producción -aunque inferior a otras épocas de expansión,
 como los años 70- y de los ingresos, que incluso motivó a que el 
correísmo construya la imagen del Ecuador como la de un «milagro 
económico», un «jaguar latinoamericano», entre otras estridencias y 
desvaríos. 
 Sin embargo, desde 2015 el «jaguar» se pondría a 
prueba frente a dos importantes shocks externos: la caída de los precios
 de los commodities que, entre junio de 2014 y febrero de 2016, hizo que
 el precio del crudo ecuatoriano caiga de 100 a 22 dólares por barril; y
 la apreciación del dólar que, para el mismo período, implicó el paso de
 una cotización de 1,36 a 1,11 dólares por euro (apreciación de 22,6%). 
Ambos shocks golpearon a las exportaciones petroleras y no petroleras: 
tomando como base el año 2014, de 2015 a 2017 ambas exportaciones 
cayeron en un promedio anual de casi 7 mil millones de dólares (7% del 
PIB), y 710 millones (0,7% del PIB) respectivamente. Por si eso no 
bastara, el terremoto del 16 de abril de 2016 dejó una contracción 
-oficial- de -0,7% del PIB y, sobre todo, la tragedia de más de 600 
fallecidos. 
 Si bien los shocks fueron graves, su principal 
efecto fue el «desnudar al jaguar» y develar que las estridencias 
correístas eran propaganda. Así, en 2016, el PIB cayó en un 1,58% (-3,1%
 per cápita). Luego, en 2017 y ya con el gobierno de Moreno en 
funciones, los datos hablan de una recuperación de 3% (1,5% per cápita),
 pero en términos absolutos lo que se ve es un estancamiento: a fines de
 2017 el PIB per cápita llegó a 6.143 dólares anuales por persona, 
cuando en 2014 fue de 6.347 dólares. Es decir, Ecuador «perdió» tres 
años de ingresos. A eso se agrega que las expectativas no son 
alentadoras, como muestra la persistente caída de la inversión: mientras
 que en 2014 ésta representó 26,6% del PIB, para 2017 su peso cayó a 
22,4%, la proporción más baja vista desde 2010. 
 Mientras que 
producción e inversión se estancan, el mal de la deuda ha contraatacado.
 Ya en los últimos años del correísmo la deuda pública creció 
drásticamente de 10 mil millones de dólares en junio de 2009 a 43 mil 
millones en marzo de 2017 (aumento de 7 a 26 mil millones en el caso de 
la deuda externa), echando por la borda la auditoría a la deuda hecha en
 2008. En definitiva, el correísmo se endeudó drásticamente, incluso 
superando el límite legal de endeudamiento del 40% del PIB. De hecho, se
 ha acusado penalmente a Correa y a su equipo de romper la ley 
distorsionando la contabilidad de la deuda para no rebasar el límite 
legal de endeudamiento. Aunque la legalidad se encuentra en disputa, la 
cuestión es obtusa pues si el correísmo excedió el límite legal de 
endeudamiento, el «morenismo» acentuó las cosas: en apenas un año de 
gobierno, la deuda creció en 6 mil millones de dólares netos llegando, 
en abril de 2018, a casi 49 mil millones (34 mil millones de deuda 
externa). Igualmente, el servicio de la deuda va creciendo, pasando de 
1.287 millones de dólares a 9.463 millones entre 2009 y 2017. Y a ese 
saldo aún debe sumarse las «preventas petroleras» negociadas con China y
 otras deudas que sumarían hasta 10 mil millones adicionales. 
 En
 términos más cotidianos, el empleo y los precios son claros indicadores
 de que la recuperación aún es muy lejana. En el primer caso hay un 
claro deterioro en el «empleo adecuado», cuyo peso en la población 
económicamente activa (PEA) cayó de 49,3% a 42,3% entre 2014-2017 (caída
 acompañada de una reducción del ingreso laboral medio de -3,1% en 
términos reales). En el segundo caso, en 2017 Ecuador vivió una inusual 
caída del índice de precios al consumidor de -0,2% (deflación), 
denotando una contracción de demanda que podría estar atada hasta al 
mismo estancamiento de ingresos laborales. 
 En particular, una 
deflación en dolarización hace pensar en la posibilidad de que los 
shocks externos han disminuido el circulante, reduciendo la dinámica 
económica especialmente en aquellas actividades informales que se mueven
 fundamentalmente con dinero líquido (y que en Ecuador podrían englobar a
 un 45% de empleados). Esta situación de potencial contracción de 
liquidez es preocupante más aún si se ve que los dólares ingresados vía 
endeudamiento externo han sido insuficientes para evitar que, en 2017, 
la balanza de pagos refleje una salida neta de -1.859 millones de 
dólares. Una salida explicable -entre otros factores- por el propio 
aumento del servicio de la deuda externa. 
 Las caídas en 
producción, inversión, empleo y precios a más de la expulsión de dólares
 reflejada en la balanza de pagos indican que la estructura económica 
ecuatoriana no ha logrado reponerse de los shocks vividos desde 2015. Y 
tal incapacidad parece tener un origen estructural, más cuando se ve que
 ni el moderado aumento del precio del crudo ecuatoriano a 55 dólares 
por barril en abril de 2018 ha brindado los recursos suficientes para 
evitar que, en el mismo mes, se registre una inflación negativa de 
-0,14% (a la vez que en marzo de 2018 el empleo adecuado se ubicó en 
41,1% de la Población Económicamente Activa). 
 ¿Por qué la 
persistencia de la crisis, aún con la ligera mejora de los precios del 
petróleo? Quizá la principal razón se encuentre en los problemas 
estructurales de la economía ecuatoriana, sobresaliendo dos: un 
estancamiento industrial, reflejado en el peso casi inalterado de la 
manufactura en el PIB (pasando de 11,9% a 11,5% entre 2007-2017); así 
como una tendencia a la reprimarización exportadora, reflejada en un 
aumento del peso de los productos primarios en el total de exportaciones
 (pasando de 74% a 77%). Ambos problemas (junto con muchos otros que en 
su momento han sido analizados) dan cuenta de una estructura económica 
inalterada (como ejemplo se tiene la estafa de la «transformación de la 
matriz productiva»), internamente débil, vulnerable a los shocks y en 
extremo dependiente de los flujos externos de dólares para sobrevivir 
casi mes a mes (como lo ha admitido gente del propio gobierno de 
Moreno). 
 Otra estructura intacta en extremo relevante es la 
elevada concentración y centralización del capital, en beneficio de 
importantes grupos económicos. Una muestra: entre 2010-2016 el índice de
 Gini de distribución de activos entre compañías se ha mantenido 
estancado en 0,92 puntos. Igual de elevada se mantiene la concentración 
de la tierra y el agua. De hecho, varios grupos -como por ejemplo Eljuri
 o Nobis- obtuvieron millonarias utilidades en el correísmo, pagaron un 
mínimo de impuestos (apenas 2,3% de sus ingresos totales se destinaron 
al impuesto a la renta en 2016) y, hasta han ubicado representantes 
directos dentro del gabinete de Moreno. 
 Es justo desde este 
último problema estructural -el fuerte lazo entre el poder político y el
 poder de grandes grupos económicos oligopólicos- que emergen las 
dificultades para construir alternativas de transformación que den al 
país mayor fortaleza interna frente a shocks externos. Solo basta pensar
 en que ningún grupo económico deseará cambiar las estructuras cuando 
éstas le brindan elevados niveles de concentración (por ejemplo, hay 
empresas que dominan más del 70% del mercado de varias actividades 
manufactureras, así como apenas un banco que concentra alrededor del 30%
 de los depósitos y los créditos, por mencionar apenas dos ejemplos 
[(1). 
 A la final estos grupos siguen siendo quienes definen, en 
el fondo, gran parte de la política económica del gobierno de turno en 
el país. Y es desde ahí que se puede entender al primer año del gobierno
 de Moreno como un año en donde los grupos dominantes se han reacomodado
 (ver, por ejemplo, la breve decaída del grupo Eljuri y el ascenso de 
Nobis) a fin de continuar con su consolidación. La diferencia quizá sea 
que, mientras con Correa tales grupos se consolidaban tras la sombra de 
un falso discurso «socialista», la falta de norte de Moreno les ha dado 
la chance de volverse protagónicos en una política económica que no 
tenía rumbo, pero que ya se perfila claramente hacia un nuevo 
neoliberalismo. 
 ¿Hacia un nuevo Consenso de Washington? 
 En un primer momento, que quedó recogido en el «plan económico» 
presentado por Moreno en octubre de 2017, se plantearon algunas medidas 
llamativas de corte progresista, aunque insuficientes para enfrentar los
 problemas estructurales antes mencionados; plan a ratos con claros 
indicios neoliberales. Entre los puntos a destacar de dicho plan están: 
 -Incentivar la creación de empleo reduciendo los tributos a pequeñas 
empresas y promoviendo nuevas formas de contratación laboral (entiéndase
 flexibilización). 
 -Sustentabilidad de cuentas fiscales 
reduciendo el déficit fiscal y generando una austeridad reduciendo en 
10% el sueldo de los servidores públicos que más ganan, a más de reducir
 los gastos en viáticos, vehículos de lujo entre otros gastos varios. 
 -Reformas tributarias como el incremento del impuesto a la renta a 
grandes empresas, incremento de impuestos a quienes ganen más de 3 mil 
dólares mensuales y uso de tarifas arancelarias generalizadas para 
contener las importaciones. 
 -Cambio del manejo monetario por 
medio de la entrega del dinero electrónico a la banca privada y la 
obligación a las personas naturales o jurídicas que realicen actividades
 económicas a aceptar el dinero electrónico como medio de pago. 
 
-Ajuste tributario racionalizando beneficios tributarios, perdonando 
100% de intereses y multas a deudores tributarios y deudores de aportes a
 la seguridad social -sobre todo grandes- a cambio de que paguen sus 
deudas en el corto plazo, así como la eliminación del anticipo del 
impuesto a la renta para el año 2019. 
 -Ajuste externo reduciendo
 el impuesto a la salida de divisas de forma gradual según cómo avance 
la balanza de pagos, así como el aumento de aranceles. 
 -Incentivos a inversiones especialmente con una serie de exoneraciones tributarias. 
 -Alianzas público-privadas (entiéndase casi privatizaciones) en 
infraestructura, hidrocarburos, energía, minería, telecomunicaciones, 
transporte y obras públicas. 
 -Reducción del gasto público 
extendiéndose a eliminación de instituciones públicas, reducción de 
asesores, ventas de inmuebles, etc. 
 -Ratificar las nuevas formas
 de contratación laboral según las necesidades de sectores como el 
turismo, la agricultura, la pesca entre otros. 
 -Fomento a la «economía popular y solidaria» sin presentar medidas específicas. 
 -Incentivos tributarios exonerando el pago del impuesto a la renta por 8
 años a las empresas que hagan nuevas inversiones en las ciudades de 
Quito y Guayaquil, y por 10 años a quienes inviertan en las demás 
ciudades del país. 
 -Ratificación de varias de las propuestas de 
abril, especialmente en lo que refiere a la eliminación de impuestos y 
condonación de intereses y multas a deudores del Estado. 
 -Créditos para la economía popular y solidaria, en beneficio de 250.000 personas. 
 Claramente esta primera propuesta denotó una disputa entre medidas de 
apoyo a pequeñas empresas, aumento de impuestos a grandes empresas y a 
quienes más ganan (propuestas tibias, pero con el potencial de abrir 
campo a nuevas políticas realmente redistributivas), y medidas 
neoliberales como la flexibilización laboral o la entrega del dinero 
electrónico a la banca privada (cuando ya había propuestas -para el 
debate- donde el dinero electrónico podía contribuir a la reactivación 
económica desde lo público). Asimismo, se vieron medidas insuficientes 
como la «austeridad fiscal», la cual se enfocó en seguir reduciendo la 
inversión pública (cosa que ya venía haciendo el correísmo), sin 
cuestionar el gasto corriente en salarios y subsidios mal direccionados 
(que nunca fueron redistributivos). 
 A pesar de que este primer 
intento no fue totalmente progresista, recibió un sinfín de críticas por
 parte de los representantes de los grandes grupos económicos, las 
cámaras de comercio, los grandes medios de comunicación del país y hasta
 de sectores sindicales (por la flexibilización laboral). Ante toda esa 
presión, en un segundo momento, el gobierno de Moreno empezó a borrar lo
 poco de progresismo que le quedaba y tomar posición por un bando 
específico que le ayude a sostenerse en el poder. 
 Así, en abril 
de 2018, Moreno hizo pública su segunda propuesta de plan económico. 
Esta vez se plantearon cuatro ejes, altamente concentrados en la 
estabilización fiscal y las inversiones: estabilidad y equilibrio 
fiscal, reestructuración y optimización del Estado, equilibrio externo y
 sostenibilidad de la dolarización, reactivación productiva. A la par 
con estos ejes, se presentaron varias políticas específicas, entre las 
cuales destacan: 
 En esta versión de plan, recibida con mayor 
agrado por los grupos dominantes, fue clara la intención de Moreno de 
conciliar con éstos. Ya no se habló de aumento de impuestos a las 
grandes empresas, ni del énfasis al apoyo a las empresas pequeñas. Ahora
 la mayor concentración se dio en el ajuste fiscal, así como en las 
facilidades para la llegada de inversión privada, así sea con la entrega
 de recursos naturales y la exacerbación extractivista (neoliberalismo 
puro y duro). Este giro de Moreno se aderezó con la mención, casi 
simbólica, de la «economía popular y solidaria» sin ninguna política 
concreta. 
 Aunque esta versión del plan ya parecía definitiva, el
 abrupto cambio de dirección en el ministerio de Economía y Finanzas 
-ubicándose como timonel a un expresidente del Comité Empresarial 
Ecuatoriano- hizo que las cosas cambien otra vez. Así, el manejo 
económico de Moreno llegó a un tercer momento que inició el 24 de mayo 
de 2018. 
 Si bien aún es prematuro analizar las medidas concretas
 que el «morenismo» tome una vez que ha entregado el manejo de la 
economía y las finanzas a un exrepresentante del empresariado 
ecuatoriano, algunas ideas ya quedaron planteadas en el discurso que 
Moreno dio al cumplirse un año de su gobierno. Entre esas ideas se puede
 hablar de: 
 Claramente, en el último anuncio de Moreno se 
destaca la exoneración tributaria diametralmente opuesta al incremento 
de impuestos propuesto en octubre de 2017. Pero, sobre todo, destaca la 
intención de radicalizar el enfoque neoliberal del «rata plan» 
presentado en abril. Plan que será aplicado con un ministro de economía 
representante del empresariado, además de un ministro de comercio 
exterior que mantiene vínculos familiares con Isabel Noboa (mandamás del
 grupo Nobis) y que va ganando protagonismo en la definición de la 
política económica del país. 
 A la par que se define quiénes 
manejarán la política económica en el corto plazo, también se aclara que
 la deuda externa seguirá siendo el salvavidas de Moreno. De hecho, el 
flamante ministro de economía ha reconocido la necesidad de seguirse 
endeudando. Es más, propondría la eliminación del techo legal a la 
deuda, que sería reemplazado por «reglas macro-fiscales» que estarían 
por definirse. Asimismo, ha indicado que se podría realizar un 
acercamiento al Fondo Monetario Internacional para «reperfilar» la deuda
 ecuatoriana y que no es el momento de «estigmatizar a los organismos 
multilaterales». 
 Sin duda esas últimas palabras podrían tomarse 
como señal del completo regreso de Ecuador al Consenso de Washington, un
 regreso que -reiteremos- fue enrumbado por el propio correísmo. 
 Desde fines de 2014, Ecuador ha vivido años complejos. Entre la crisis 
persistente y la falta de rumbo de Moreno ya se ha «matado» el primer 
año de un gobierno que pudo recuperar lo positivo del progresismo -que 
lo hay- y desterrar la peor herencia del correísmo. Por ahora, la gente 
que sufre la crisis en carne y hueso seguirá aguantando las 
consecuencias de la «no-transformación» desde la informalidad y con 
ingresos laborales estancados. Mientras, la deuda externa seguirá 
creciendo y la dolarización se sostendrá de forma artificial, al menos 
hasta que la deflación no haga estallar la situación. Ante este complejo
 futuro, las izquierdas y los movimientos sociales tienen la urgente 
responsabilidad de reinventarse para hacer frente al retorno de un nuevo
 neoliberalismo. 
 John Cajas Guijarro es economista. Se 
desempeña como profesor de la Universidad Central del Ecuador. 
Actualmente, cursa estudios de doctorado en economía en FLACSO-Ecuador. 
Todos los datos presentados en este trabajo corresponden a cifras 
oficiales (especialmente del Banco Central del Ecuador, del Instituto 
Nacional de Estadísticas y Censos entre otras). 
 Nota 
1) Sobre este tema se puede ver los resultados recogidos en el capítulo
 5 del libro de Alberto Acosta y John Cajas Guijarro (2018): Una década 
desperdiciada. Las sombras del correísmo. Quito: Centro Andino de Acción
 Popular. 
Fuente: http://nuso.org/
No hay comentarios:
Publicar un comentario