Historia de un saqueo
Editorial Virginia Bolten
América Latina siempre 
fue un importante atractivo a la codicia extranjera, sobre todo de los 
países del Norte. Durante el proceso de extracción de riquezas naturales
 en suelo latinoamericano, se destaca Potosí y el simbólico Cerro Rico. 
La avaricia por el oro y la plata transformaron la minería en un 
importante instrumento de saqueo. Junto a estos desalojaron los pueblos 
originarios, se estableció un régimen de esclavitud. Más de 1 millón de 
personas murieron como resultado de las condiciones precarias y 
exhaustivas de trabajo las cuales eran sometidos los pueblos convertidos
 en esclavos por los saqueadores a quienes la historia insiste en 
nombrar conquistadores.
Pasados más de 500 años, cambiaron las formas,
 pero no los objetivos. En la Argentina, la minería sigue siendo una de 
las principales fuentes de interés por parte de las empresas 
extranjeras. Los intereses y los métodos no han cambiado 
sustancialmente. La invasión de ayer dio lugar a la negociación por vía 
institucional de hoy. Lo que fue genocidio, hoy es validado por el 
Estado por medio de mecanismos de represión y regulación de movimientos 
sociales. Luchar por los derechos está previsto en la constitución, pero
 mientras no moleste a los neoinvasores con dólares en sus bolsillos y 
promesas de inversión. Hace 500 años los saqueos llegaban vía marítima, 
hoy llegan a través de rondas de negociación que son una subasta de 
recursos. Hoy, Argentina cuenta con 55 Tratados Bilaterales de Inversión
 (TBIs), todos ellos de extracción de recursos naturales.
Las 
evidencias de que el Estado y las corporaciones trabajan juntas para 
contener la resistencia en los territorios y así garantizar los negocios
 de los cuales sólo las empresas ganan son nítidas. El Grupo Benetton, 
uno de los motivos del enfrentamiento entre el gobierno de la provincia 
del Chubut y la comunidad Mapuche culminó en la desaparición del 
militante Santiago Maldonado. El grupo Benetton posee concesiones 
mineras en las provincias de Chubut, Santa Cruz, San Juan y Río 
Negro.[1]
La ley antiterrorista es una forma jurídica de 
deslegitimar la protesta social y proteger a los inversores, 
terratenientes –muchos de ellos invasores de tierras indígenas con el 
aval del Estado- y al propio gobierno en detrimento de la voluntad del 
pueblo y de la legítima propiedad de tierras de los pocos indígenas que 
quedaron después de su casi exterminio.
La Ley antiterrorista fue 
aprobada en junio de 2007. La Argentina como miembro de La Financia 
lAction Task Force on Money Laundering (FATF) fue presionada para la 
promulgación de esta ley. El FATF había adelantado que en caso que no se
 promulgue una Ley antiterrorista con sus recomendaciones, consideraría a
 Argentina como “pais no confiable para las inversiones”.
La FATF,
 es grupo de acción financiera en contra del lavado de dinero, también 
conocida por su nombre en francés como Grouped’actionfinancière sur le 
blanchiment de capitaux (GAFI). Es una institución intergubernamental 
creada en el año 1989 por el G7. El propósito público de la FATF es 
desarrollar políticas que ayuden a combatir el lavado de dinero y la 
financiación del terrorismo.
Por esta presión se aprobó la Ley 
26.268. Asociaciones ilícitas terroristas y financiación del terrorismo.
 Modificación de la Ley Nº 25.246 de Encubrimiento y Lavado de Activos 
de origen delictivo. La aprobación de esta ley en la Cámara de 
Senadores, solo tuvo la oposición de Ruben Giustiniani. La Ley, expresa 
como punto fundamental el agregado del artículo 213 en el Código penal. 
Este artículo da lugar a la interpretación de una Jueza/Juez respecto 
que es un acto terrorista.
El texto agregado es el siguiente: 
Artículo 213 ter.- Se impondrá reclusión o prisión de CINCO (5) a VEINTE
 (20) años al que tomare parte de una asociación ilícita cuyo propósito 
sea, mediante la comisión de delitos, aterrorizar a la población u 
obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar un 
acto o abstenerse de hacerlo, siempre que ella reúna las siguientes 
características: a) Tener un plan de acción destinado a la propagación 
del odio étnico, religioso o político; b) Estar organizada en redes 
operativas internacionales; c) Disponer de armas de guerra, explosivos, 
agentes químicos o bacteriológicos o cualquier otro medio idóneo para 
poner en peligro la vida o la integridad de un número indeterminado de 
personas. En función de las críticas recibidas por diversas 
organizaciones de DD.HH. se promulgó la Ley 26.734, en diciembre de 2011
 que modifica la Ley 26.268. La Ley 26.734 modifica el artículo 41 
quinquies, incorporando la figura de los DD.HH. y/o sociales, Las 
agravantes previstas en este artículo no se aplicarán cuando el o los 
hechos de que se traten tuvieran lugar en ocasión del ejercicio de 
derechos humanos y/o sociales o de cualquier otro derecho 
constitucional. Asimismo modifica el fuero de la ley, siendo la misma el
 fuero federal, según el artículo 7, Sustitúyese el inciso e) del 
apartado 1) del artículo 33 del código Procesal Penal de la Nación, por 
el siguiente, e)Los delitos previstos por los artículos 41 quinquies, 
142 bis, 142 ter, 145 bis, 145 ter, 149 ter, 170, 189 bis (1), (3) y 
(5), 212, 213 bis y 306 del Código Penal.
Las votaciones para su 
promulgación han sido, 134 votos afirmativos y 90 negativos en la cámara
 de diputados, y 39 votos a favor y 22 en contra en la cámara del 
senado. Los votos negativos han sido de la UCR, PRO y Coalición Cívica 
entre otros, siendo que la ley previa, Ley 26.268 la han votado en forma
 afirmativa.[2]
En el año 2014, la oposición al kirchnerismo 
intentó derogar la ley antiterrorista a partir de su aplicación contra 
la imprenta Donnelley. Esta empresa fue adquirida por uno de los 
principales tenedores de bonos de Argentina y en forma posterior cerró 
dejando sin empleo a 400 personas en forma directa. Esta derogación no 
ha sido efectiva en función de la mayoría del FPV (Frente para la 
Victoria) y aliados en ambas cámaras.
Sobre la derogación de la 
ley antiterrorista Mauricio Macri expresó en el 2014 “no está bueno que 
inventen permanentemente instrumentos que lo único que hacen es generar 
desconfianza” y acusó al Ejecutivo de utilizar “la Ley Antiterrorista 
para casos desopilantes”[3]. Para Mauricio Macri, actual presidente, 
reprimir las protestas del pueblo Mapuche y la desaparición de Santiago 
Maldonado, no es desopilante.
Los partidos de mayor representación
 en las elecciones de los últimos años en Argentina -FPV, CC, PRO, UCR- 
votaron y sostienen la ley que permite en términos legales la represión 
de los movimientos populares con las fuerzas represivas del estado.
Santiago
 Maldonado y la comunidad mapuche son emblemas de la que es hoy la 
democracia. La garantía delos privilegios de las corporaciones. No se 
lucha por nada distinto de lo que fue hace 500 años. La diferencia es 
que hoy son llamados terroristas, una confusión de roles difícil de 
entender cuando pensamos que Santiago fue desaparecido por el Estado y 
en democracia por aquellos que deberían tratar de proteger y cuidar de 
la integridad física de ciudadanos y ciudadanas. La pregunta que nos 
hacemos en Virginia Bolten es: ¿Qué hacemos con el terrorismo del 
Estado?
Notas: 
 

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