La Jornada

Así, tras los agitados días precedentes en los que el régimen organizó la elección de una Asamblea Nacional Constituyente regresó a la prisión al líder disidente Leopoldo López y, posteriormente, destituyó a la fiscal general Luisa Ortega, todo ello con el telón de fondo de violentas protestas callejeras en diversas ciudades, parece abrirse una nueva y peligrosa vía para dirimir la confrontación entre la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y el gobierno bolivariano: los intentos por fracturar a las fuerzas armadas, que hasta ahora se han mantenido leales a Maduro, y llevar a un sector de ellas a emprender un golpe de Estado. El empeño en conducir la crisis política venezolana en semejante dirección podría desembo-car, en cambio, en la gestación de una guerra civil e incluso en una desestabilización regional de proporciones imprevisibles.
Resulta obligado señalar que el persistente injerencismo de Washington y de sus aliados y el afán de descalificar al gobierno de Caracas y de tomar partido en favor de los grupos opositores, lejos de contribuir a una solución pacífica de la aguda polarización por la que pasa Venezuela, alimentan las perspectivas violentas e indeseables mencionadas, en las cuales el pueblo venezolano se vería expuesto a sufrimientos exponencialmente mayores a los que sufre hoy en día.
Es pertinente a este respecto recordar, guardando las diferencias, que en Irak, Libia y, parcialmente, en Siria, a raíz del empecinamiento estadunidense en destruir a gobiernos que consideraba hostiles, se establecieron vacíos de poder y territorios de nadie en los que rápidamente proliferaron la barbarie, el caos y el terrorismo. La desestabilización de Venezuela desde el exterior podría conducir a la gestación de un escenario semejante en América Latina, y es ineludible preguntar si tal es el propósito de los gobiernos que acompañan a la Casa Blanca –el de México, en primer lugar– en su afán por aislar, deslegitimar y destruir al régimen bolivariano.
Es preciso demandar, pues, que los actores oficiales externos saquen las manos del acosado país sudamericano, depongan sus extravíos injerencistas y se atengan al principio de No Intervención, así sea porque en un plazo no tan largo podrían experimentar en carne propia las consecuencias indeseables de un conflicto mucho más grave y extendido que el que hoy padece Venezuela y de cuya génesis serían corresponsables.
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