Señalan la criminalización del aborto, los feminicidios y la “brecha” salarial en el trabajo
El Código Penal de El 
Salvador aprobado en 1998 penaliza el aborto en todos los supuestos. El 
país centroamericano cuenta hoy con una de las legislaciones más 
restrictivas del mundo, lo que incluye penas por aborto y delito conexo 
de homicidio -agravado o en tentativa- que pueden superar los 30 años de
 prisión. La tipificación delictiva afecta asimismo a los profesionales 
de la salud. Movimientos como la Alianza por la Salud y la Vida de las 
Mujeres, que agrupa a una treintena de asociaciones, han pedido la 
reforma del artículo 133 del Código penal para que se despenalice la 
interrupción del embarazo en las cuatro circunstancias más graves: 
cuando ponga en riesgo la salud o la vida de la madre; en el caso de las
 malformaciones incompatibles con la vida extrauterina; si el embarazo 
es producto de una violación sexual o trata; y en supuestos de violación
 sexual a niñas o adolescentes.

Además,
 “la extrema derecha salvadoreña –la formación política ARENA- ha 
propuesto que las penas por aborto aumenten hasta los 50 años de 
prisión”, recuerda Sara García, defensora de derechos humanos y miembro 
de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto. Destaca la
 importancia de que se despenalicen las cuatro “causales” mencionadas, 
pues ello “aliviaría un tanto la situación de muchas mujeres”. “La 
prohibición legislativa ha dado lugar al encarcelamiento de mujeres que 
han sufrido abortos espontáneos y complicaciones relacionadas con el 
embarazo, a quienes se acusó de tener abortos y condenó injustamente por
 homicidio”, explica la activista antes de participar en un acto 
organizado por la Assemblea de Cooperació per la Pau (ACPP) del País 
Valencià, en el Colegio Mayor Rector Peset de la Universitat de 
València. El debate se halla actualmente en la Comisión de Legislación y
 Puntos Constitucionales de la Asamblea Legislativa de El Salvador.
 Amnistía Internacional se ha sumado a la campaña recordando que, según 
el Ministerio de Salud salvadoreño, se produjeron 19.290 abortos 
“clandestinos” entre 2005 y 2008. Y que en 2011, según la Organización 
Mundial de la Salud (OMS), el 11% de las mujeres y niñas sometidas a un 
aborto “ilegal” en El Salvador murieron tras esta práctica. La red en 
defensa de la salud Global Health Council subraya que en el periodo 
1995-2000 se produjeron 246.275 abortos en El Salvador. 
 Uno de 
los casos señeros es el de Manuela (nombre ficticio). Pobre, ágrafa, 
residente en el medio rural y con dos hijos a su cargo, murió en la 
cárcel en 2010, donde cumplía una condena de 30 años por un delito de 
homicidio agravado impuesta por el Tribunal de San Francisco Gotera en 
2008. Manuela había tenido un embarazo y, en el séptimo mes, sufrió una 
fuerte caída que le motivó un parto precipitado. Al trasladarse al 
hospital, la doctora encargada de atenderle acusó a Manuela ante la 
policía de un delito de aborto “voluntario”. Además, esta mujer de 33 
años nunca recibió un tratamiento adecuado del cáncer linfático que 
padecía y que causó su muerte en la prisión. Las organizaciones Centro 
de Derechos Reproductivos, Colectiva de Mujeres para el Desarrollo Local
 y Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto consideran que
 personal de salud, funcionarios de las prisiones, de la policía, 
Fiscales y jueces violaron los derechos de la víctima. Por este motivo, 
presentaron el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
 que resolvió su admisión el pasado 18 de marzo. 
 El informe 
“Excluidas, perseguidas y encarceladas” publicado en 2013 por el Centro 
de Derechos Reproductivos y la Agrupación Ciudadana por la 
Despenalización del Aborto apunta que, entre 2000 y 2011, fueron 
procesadas 129 mujeres en El Salvador por aborto (68) y homicidio 
agravado (60). Del total de procesadas, 49 resultaron finalmente 
condenadas (23 por aborto y otras 26 por homicidio en diferentes 
grados). Además, la mayoría de las mujeres incriminadas (88) eran 
jóvenes y adolescentes, con edades comprendidas entre 18 y 25 años. 
Según detalla el documento, predominan las mujeres que sufren 
situaciones de pobreza y “totalmente dependientes económicamente”. Otro 
grupo destacado (95) de las mujeres imputadas no tienen marido o 
compañero. 
 “Durante casi dos décadas –subraya Sara García- el 
Estado de El Salvador ha criminalizado el aborto en todas las 
circunstancias, incluso cuando es necesario para salvar la vida de la 
mujer”. El 19 de abril el Centro de Derechos Reproductivos y la 
Agrupación Ciudadana hicieron balance de la iniciativa “Las 17”, que 
promovieron en diciembre de 2014 junto a otras organizaciones. Se pedía 
el indulto de Guadalupe y otras 16 mujeres con causas similares, 
acusadas de cometer abortos “ilegales” y condenadas por homicidio 
agravado. La nota informativa señala que Mirna fue liberada en diciembre
 de 2014; Guadalupe también accedió a la libertad y el perdón en febrero
 de 2015, tras una condena a siete años de prisión. En febrero de 2017 
Sonia Tábora tuvo acceso a la libertad permanente. “Las mujeres 
restantes están cumpliendo condenas de 30 a 40 años de prisión por 
crímenes que nunca cometieron”, concluyen las organizaciones de apoyo. 
Salvo María Teresa Rivera, cuyo caso reviste algunas particularidades. 
Sentenciada en 2012 a 40 años de prisión por homicidio agravado, la pena
 fue revisada en una sentencia posterior (mayo de 2016) que la absolvía.
 Pero ya había pasado cuatro años en prisión. Además, la Fiscalía 
General de la República no aceptó el fallo y presentó un recurso pasado 
un mes. Ante la situación de asedio, María Teresa y su hijo se 
desplazaron a Suecia donde han logrado el asilo. 
 Pero la 
penalización del aborto no es el único ejemplo de violencia 
institucional. El Instituto de Medicina Legal registró 524 asesinatos de
 mujeres en El Salvador en 2016, de las que el 75% murieron a causa de 
disparos con arma de fuego; según el instituto público el 41,4% de las 
víctimas tenía entre 15 y 29 años, aunque también fueron asesinadas 21 
niñas y adolescentes menores de 14 años y otra veintena de mujeres que 
tenían 65 años o más. El departamento en el que se produjo un número más
 elevado de homicidios contra la población femenina fue San Salvador 
(172). El balance de feminicidios en el último quinquenio asciende a 
1.928, con un promedio de 385,6 anuales. Sólo en octubre de 2016 la 
Policía Nacional Civil constató 41 feminicidios, es decir, uno cada 16 
horas. 
 “El Salvador es, en proporción a su territorio y 
población, uno de los países con más casos de violencia sexual y 
feminicidios del mundo”, afirma Vilma Vaquerano, activista de la 
Organización feminista de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA). El 
fenómeno se explica en parte por el contexto histórico de violencia del 
país, multiplicado por las pandillas y grupos armados; y en el que las 
mujeres –sobre todo niñas y adolescentes- tienen mucho miedo a denunciar
 los hechos. Con la “Ley Especial Integral para una vida libre de 
violencia para las mujeres” se produjeron algunos avances, destaca 
Vaquerano, “pero puede hacerse mucho más; hay una realidad histórica de 
impunidad de los delitos, que no puede cambiarse de la noche a la 
mañana”. ¿Qué razones explican esta generalización de la violencia? “Hay
 en el fondo un sistema machista y de cosificación de las mujeres”. La 
miembro de ORMUSA resalta los casos en que se usa a las mujeres como 
“elemento de terror”. Por ejemplo en una comunidad, cuando el jefe de 
una pandilla obliga a la mujer a que mantenga una relación, y ella se 
niega. “Matarla implica un ‘mensaje para el resto de la comunidad”. 
 Vilma Vaquerano también subraya las desigualdades “históricas” en el 
ámbito laboral. “El sistema patriarcal asume que la mujer es la 
reproductora y cuidadora de la familia; y esto es muy grave, porque en 
El Salvador no existen las políticas de bienestar social”. Es una 
realidad que planea sobre los hogares y las empresas. La Concertación 
por un Empleo Digno para las Mujeres recibió en 2016 un total de 111 
denuncias en los centros de trabajo, que en la mayoría de los casos 
afectan a más de una persona, y que figuran en el Balance de Empresas e 
Instituciones vulneradoras de Derechos Laborales. En el desglose por 
sectores económicos, destacan las denuncias en las maquilas textiles 
(24,32%), otras empresas privadas (44%), trabajo del hogar (4,52%) e 
instituciones gubernamentales y municipales (27%). Los servicios de 
asesoría y atención legal recibieron denuncias sobre incumplimientos en 
las cuotas de la seguridad social, despidos injustificados, impago de 
horas extras e indemnizaciones y restricciones a la libertad sindical, 
entre otras. 
 El informe “Mujer y Mercado Laboral” de 2016, 
elaborado por ORMUSA con datos de 2015, señala que más de la mitad de 
las mujeres en edad de trabajar en El Salvador (53,3%) no contaban con 
empleo remunerado, mientras que en el caso de los hombres la vinculación
 con el mercado laboral se situaba en el 80,2%. Además, según cifras del
 Ministerio de Economía, el salario medio de las mujeres representaba el
 84,5% del percibido por los hombres. Los desequilibrios de género se 
aprecian también en las tasas de “subempleo”, que en 2015 fueron del 33%
 en el caso de las mujeres y del 30,6% en el de los hombres. Todavía era
 mayor la “brecha” en los índices de trabajo “informal” en el país: 
47,5% en la población femenina y 38% en la masculina. Además contar con 
un empleo no supone, siempre, mejores perspectivas. De hecho, la tasa de
 pobreza entre las mujeres ocupadas se sitúa en el 27,4%. Y la de 
sindicalización, en sólo el 5% (el 14% entre la población masculina 
ocupada). 
 La segunda parte del informe “Mujer y Mercado 
Laboral” apunta la realidad en los sectores del textil y la confección, 
cuyas exportaciones se dirigen principalmente a Estados Unidos. Las 
mujeres percibían en 2015, en la actividad de la confección de prendas, 
salarios parecidos a los que se cobraban en el sector “informal” de la 
economía. “Apenas se cubre la canasta básica alimentaria”, según el 
documento publicado por ORMUSA. A ello se agrega la exposición a 
punzamientos, golpes, altas temperaturas, ruidos, quemaduras, productos 
químicos, fatiga visual y forzamiento de las posturas durante la 
actividad laboral. La tasa de pobreza entre las mujeres ocupadas en la 
confección de prendas se situaba, en 2015, en el 25,6%. “A pesar de los 
esfuerzos por humanizar las maquilas de parte de trabajadoras y 
organizaciones sociales, se mantienen los mismos inconvenientes que 
cuando llegaron a El Salvador en los años 70 del siglo XX”, remata Vilma
 Vaquerano. 
 
 
 
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