El primer ataque a 
 la comunidad migrante mexicana con fines electorales fue la Proposición
 187, del gobernador de California Pete Wilson (1994), quien buscaba la 
relección y perdía en las encuestas.
La campaña de Pete Wilson dio un viraje radical cuando eligió a los 
inmigrantes mexicanos como un enemigo en particular y cambió su lema de 
campaña por el de SOS (Save Our State). Según esto la crisis económica 
de California se debía a los migrantes que abusaban de los servicios 
sociales, educación y salud.
La Proposición 187, que debía ser votada en la misma elección, 
limitaba el acceso a los migrantes a tales servicios y obligaba a los 
funcionarios a que denunciaran a aquellos migrantes irregulares que 
hacían uso del seguro de desempleo, apoyo a madres embarazadas, a niños 
lactantes e incluso a los que mandaban a sus hijos a la escuela o eran 
atendidos en hospitales.
Pete Wilson ganó los comicios y también fue aprobada la Proposición 
187. No obstante, los abogados de la comunidad latina impugnaron la 
P-187 por anticonstitucional y ganaron en las cortes, con el argumento 
de que los asuntos migratorios eran federales, no estatales. Lo que en 
realidad fue una victoria pírrica, porque luego vendrían otras leyes 
(1996) que dieron mayores facultades a los estados y se provocaría una 
oleada de leyes antinmigrantes como la de Arizona.
En los corrillos locales se festejaba la decisión de la corte con respecto a la P-187 con la puntada de 
me vale Wilson la 187. En realidad sólo fue el comienzo de una larga guerra antinmigrante que todavía se libra en las elecciones, las cortes, las calles.
No obstante, la amenaza de aquellos años despertó la conciencia de 
muchos, entre ellos del joven Kevin de León, quien se opuso 
fervorosamente a ella y encontró en esas escaramuzas sus primeras 
experiencias como activista y político.
Hoy día Kevin de León es presidente (pro-tempore) del Senado en 
California y se perfila, junto con otros tres latinos, como uno de los 
candidatos a la gubernatura en 2018. Antonio Villaraigosa ya había 
llegado a ser alcalde de Los Ángeles en el periodo 2005-2013 y también 
está metido en la contienda electoral.
Y junto a ellos habría que nombrar a otros tantos líderes de 
California, que destacan en puestos políticos importantes, como Cruz 
Bustamante, Ed Hernández, Ben Hueso, Ricardo Lara, Connie Leiva, Tony 
Mendoza, Xavier Becerra, quien funge como procurador general del estado 
de California, entre muchos otros.
California es demócrata porque es chicana, latina, hispana y muy 
especialmente Los Ángeles, San Francisco y el rosario de ciudades de la 
bahía. Ser demócrata no es, sin embargo, sinónimo de garantía. No 
importa tanto el rótulo, importa más ser chicano, latino, hispano para 
identificarse y defender los derechos de la primera gran minoría de 
Estados Unidos. Un ejemplo es Ana Navarro, republicana de pura sepa, 
nacida en Nicaragua, pero que está dando la lucha en Miami y en el país 
en contra de Donald Trump.
En Chicago también se cuecen habas; Chui García, nacido en 
Durango, naturalizado estadunidense y habitante del emblemático barrio 
de La Villita entra a las ligas mayores de la política en Illinois. Hace
 un par de años disputó la nominación demócrata para la alcaldía con 
Rahm Emanuel y perdió por pocos puntos. Hoy vuelve con renovadas fuerzas
 a la liza electoral. En aquella ocasión su candidatura fue propuesta en
 alianza con la población afroamericana. Un panorama distinto al de 
California, pero no menos sugerente y efectivo. Fue el voto mexicano el 
que llevó al congresista puertorriqueño Luis Gutiérrez a convertirse en 
el adalid de los latinos en la lucha por una reforma migratoria.
En Nueva York sucede otro tanto. Desde hace décadas los 
puertorriqueños y dominicanos trabajan junto a los afroamericanos en sus
 campañas políticas. Si bien la comunidad mexicana es joven y en su 
mayoría no puede votar, la mesa está servida para trabajar unidos en el 
futuro, ya que no sólo comparten penurias y barrios devastados, sino 
oportunidades de actuar políticamente.
Chicanos y latinos en California pueden ser el futuro político de los
 próximos años. Salvadoreños y bolivianos pueden ser el fiel de la 
balanza en Washington DC y Virginia. Por su parte, peruanos, 
puertorriqueños, mexicanos y ecuatorianos pueden aliarse en Nueva 
Jersey.
Pero para que esto suceda deben naturalizarse y luego votar. Sin duda
 las agresiones de Trump a la comunidad migrante serán un reactivo 
político en las minorías en contra de la opción republicana, cada vez 
más tirada a la derecha. Pero de nada sirve el reactivo si no se vota.
En Texas y Florida, y en general en los estados del sur, la opción 
puede ser distinta, y puede resultar mejor penetrar el Partido 
Republicano y cambiarlo por dentro. Muchos mexicano-estadunidenses en 
Texas y cubanos en Florida son profundamente solidarios con su partido, a
 pesar de no estar de acuerdo con sus candidatos. Pero Juan Hernández, 
republicano de pura sepa, amigo de Fox, fue un decidido promotor de una 
reforma migratoria. En la política de aquí el juego y conteo de votos, 
para cada propuesta en particular, es lo que cuenta.
El campo sindical también está cargado de latinidad. Los viejos 
líderes irlandeses e italianos son ya un recuerdo de lo que fue la clase
 obrera estadunidense. Hoy las dirigencias sindicales están teñidas con 
la raza de bronce y a la hora de las negociaciones político electorales,
 los sindicatos juegan un papel decisivo.
California es el mejor ejemplo de que se puede dar vuelta al destino.
 Del siniestro panorama de mediados de los 90 con la P-187 hoy tenemos 
un pronóstico diferente y prometedor.
 

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