El
 ciclo político abierto por Hugo Chávez a fines de los años 90 se 
sustentó en promesas de refundación nacional en contextos de crisis de 
las instituciones de representación política y de masivas movilizaciones
 en contra del neoliberalismo. Sus políticas se basaron en el combate 
contra la pobreza, incrementaron el gasto social, redistribuyeron los 
excedentes […]
El
 ciclo político abierto por Hugo Chávez a fines de los años 90 se 
sustentó en promesas de refundación nacional en contextos de crisis de 
las instituciones de representación política y de masivas movilizaciones
 en contra del neoliberalismo. Sus políticas se basaron en el combate 
contra la pobreza, incrementaron el gasto social, redistribuyeron los 
excedentes de la renta de los recursos naturales y movilizaron a los 
sectores populares contra las elites. Pero todo ello se hizo 
profundizando el carácter extractivista de las economías y las derivas 
autoritarias propias de la política amigo/enemigo.
Hugo 
Chávez inauguró un ciclo populista que también llevó al poder a Evo 
Morales y a Rafael Correa. Estos líderes prometieron nada menos que la 
refundación de sus naciones. Rechazaron el neoliberalismo, promovieron 
la integración y la unidad latinoamericana sin injerencias imperialistas
 y buscaron establecer modelos superiores de democracia basados en la 
participación popular y en la equidad. Llegaron al poder con promesas 
revolucionarias en contextos de crisis de todas las instituciones de 
representación política y de insurrecciones masivas en contra del 
neoliberalismo. Innovaron las estrategias de cambio revolucionario: en 
lugar de balas, usaron votos y convocaron asambleas constituyentes 
participativas, que redactaron nuevas constituciones que expandieron los
 derechos ciudadanos. Muchos académicos y ciudadanos vieron en estos 
regímenes la promesa de instaurar sociedades posneoliberales basadas en 
la equidad y en modelos de democracia capaces de trascender los déficits
 de participación y representación de las democracias liberales.
La
 realidad, luego de que estos líderes dominaran la escena política de 
sus países por más de una década, es mucho más sombría. Chávez y su 
sucesor Nicolás Maduro, al igual que Morales y Correa, concentraron el 
poder en el Ejecutivo y subordinaron a los demás poderes; usaron el 
Estado para colonizar la esfera pública regulando el contenido de lo que
 los medios pueden publicar y, en los casos de Ecuador y Venezuela, 
haciendo del Estado el mayor comunicador. Se enfrentaron con movimientos
 sociales y con organizaciones de izquierda que cuestionaron sus 
políticas extractivistas y que resistieron el afán del Estado de 
controlar a la sociedad civil criminalizando la protesta. Si bien 
redistribuyeron las rentas cuando los precios del petróleo y de los 
minerales fueron altos, incrementaron la dependencia de la extracción de
 hidrocarburos.
Para explicar qué salió mal, los académicos y 
activistas han desarrollado argumentos estructuralistas basados en la 
dependencia de la extracción de recursos naturales, explicaciones 
institucionalistas sobre por qué el populismo, en contexto de 
instituciones débiles, lleva al autoritarismo competitivo y argumentos 
que se enfocan en cómo la lógica populista desfigura la democracia y 
puede decantar en autoritarismos.
Chávez,
 Correa y Morales prometieron no solo poner fin al neoliberalismo sino 
también reemplazar el modelo extractivista con visiones alternativas de 
desarrollo y de la relación entre la naturaleza y la sociedad basados en
 las nociones andinas del suma qamaña y sumak kawsay (vivir bien o buen 
vivir). Algunos académicos escribieron textos que celebraban el fin del 
desarrollo, del extractivismo y del colonialismo. Otros fueron menos 
optimistas o más realistas y vieron a estos gobiernos como una 
continuación del modelo rentista. En el momento de mayor popularidad del
 chavismo, Kurt Weyland1 argumentó que «en lugar de establecer un nuevo 
modelo de desarrollo [el socialismo del siglo xxi], el gobierno de 
Chávez está reviviendo el modelo rentista». El incremento descomunal de 
las rentas de los hidrocarburos les permitió a estos gobiernos 
populistas rechazar el neoliberalismo, incrementar el tamaño y el gasto 
del Estado y fundar organizaciones supranacionales como la Alianza 
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba) para 
contrarrestar las políticas de integración neoliberales de Estados 
Unidos.
En lugar de salir del extractivismo, los tres gobiernos 
incrementaron su dependencia de los hidrocarburos. Las exportaciones 
petroleras venezolanas pasaron de 68,7% del total exportado en 1998 a 
96% en 20152. En Bolivia, las exportaciones de minerales e hidrocarburos
 crecieron de 41,8% a 58% entre 2001 y 20113. En Ecuador, las 
exportaciones petroleras pasaron de 41% a 58% entre 2002 y 2011, y el 
gobierno de Correa concedió 2,8 millones de hectáreas a compañías 
mineras, la mitad de estas para la extracción de metales4.
Las 
rentas se utilizaron para fortalecer el Estado y para financiar 
programas sociales para combatir la pobreza. De acuerdo con la Comisión 
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza se redujo 
en Venezuela de 48,6% en 2002 a 29,5% en 2011; en Bolivia, disminuyó de 
62,4% en 2002 a 42,4% en 2010; en Ecuador bajó de 49% en 2002 a 32,4% en
 20115. Sin embargo, la redistribución solo duró mientras los precios se
 mantuvieron altos y, como anticipó Weyland, el modelo rentista fue 
insostenible en el mediano plazo. De acuerdo con la Cepal, la pobreza se
 incrementó en Venezuela de 24% en 2012 a 32% en 2013. Otro estudio 
señala que, en 2015, 75% de los venezolanos eran pobres de acuerdo con 
sus ingresos6.
Estos gobiernos no pusieron fin al modelo rentista y
 extractivista pues necesitaron esos recursos para ganar elecciones. Sus
 líderes usaron las elecciones para desplazar a las elites políticas 
tradicionales y para consolidarse en el poder. Los venezolanos votaron 
en 16 elecciones entre 1999 y 2012, los bolivianos en nueve entre 2005 y
 2016 (entre elecciones generales y diversos referendos) y los 
ecuatorianos en seis entre 2006 y 2013. En Venezuela, el gasto social se
 incrementó durante las épocas electorales. Por ejemplo, con motivo de 
las elecciones presidenciales de 2012 se lanzó la «Gran Misión 
Vivienda», que construyó edificios de departamentos frente a los cerros 
de Caracas para que los pobres vieran que a lo mejor les podría tocar la
 suerte de participar en este proyecto y acceder a un tipo de vivienda 
como los de la clase media. El gobierno además lanzó la «Misión Mi Casa 
Bien Equipada» para amoblar y dotar de electrodomésticos e incluso aire 
acondicionado a quienes se beneficiaran de los proyectos de vivienda.
La
 dependencia extractivista llevó a la confrontación con comunidades 
indígenas. Si bien las constituciones reconocen el derecho a la consulta
 previa para la explotación de recursos naturales, estos gobiernos 
expandieron autocráticamente la explotación de hidrocarburos y minerales
 en los territorios indígenas. El resultado fue que, al igual que el 
multiculturalismo neoliberal, que separó al «indio permitido» del «indio
 recalcitrante» y otorgó una distribución cultural simbólica a los 
primeros, al tiempo que reprimió a los segundos, la aceptación del 
extractivismo marcó los límites del reconocimiento de los derechos 
indígenas7. En Ecuador, la protesta indígena fue criminalizada, y el 
«indio permitido» de la Revolución Ciudadana de Correa –como lo señala 
la antropóloga Carmen Martínez Novo– es el beneficiario pasivo de sus 
políticas redistributivas. La extracción de recursos naturales también 
determinó los límites de los derechos indígenas en Bolivia. En palabras 
de la antropóloga Nancy Postero, «está claro que el Estado ve el control
 indígena de la extracción de recursos naturales como un atentado al 
poder estatal»8.
Cuando 
políticos populistas llegaron al poder en Europa, los sistemas 
parlamentarios los obligaron a entrar en pactos y las instituciones 
supranacionales de la Unión Europea limitaron sus acciones. En ciertos 
sistemas presidencialistas latinoamericanos en los que las instituciones
 estaban en crisis, los populistas concentraron el poder y atacaron a 
las instituciones que garantizan el pluralismo. Los ataques sistemáticos
 al pluralismo, a la división de poderes y a la libertad de expresión al
 principio desfiguran la democracia y poco a poco llevan a lo que 
Guillermo O’Donnell caracterizó como una muerte lenta de aquella y su 
transformación en autoritarismos9.
Steven Levitsky y James Loxton 
señalan que el populismo lleva a que democracias débiles decanten en 
regímenes competitivos autoritarios por tres razones10. La primera es 
que los populistas son outsiders sin ninguna experiencia en la política 
parlamentaria del pacto y de los compromisos. Segundo, fueron elegidos 
con promesas de refundar todas las instituciones políticas y, más 
precisamente, el marco institucional de las democracias liberales. Por 
último, los populistas se enfrentaron al Congreso, al Poder Judicial y a
 otras instituciones controladas por los partidos. Para ganar elecciones
 usaron fondos públicos, silenciaron a los medios críticos, usaron los 
medios estatales a su favor, en algunos casos intimidaron a sectores de 
la oposición y presionaron a los organismos electorales, al Poder 
Judicial y a las instituciones de control social y rendición de cuentas.
 Si bien el momento de votar fue libre, el proceso electoral los 
favoreció de manera descarada y les dio ventajas, y así se transformó la
 democracia en regímenes legitimados en la lógica electoral, pero que no
 garantizan que las elecciones se den en canchas equilibradas y con 
instituciones imparciales.
Una vez en el poder, Chávez, Maduro, 
Morales y Correa usaron el legalismo discriminatorio, entendido como el 
uso discrecional de la autoridad legal formal11. Para poder utilizar las
 leyes a su antojo, controlaron las cortes y las pusieron en manos de 
sus partidarios o de jueces atemorizados. Chávez se apropió de todos los
 poderes del Estado12. Tuvo mayoría en el Legislativo y puso el Tribunal
 Supremo de Justicia en manos de jueces leales. Cientos de jueces de 
cortes menores fueron reemplazados por personajes de la confianza del 
régimen. Chávez además manipuló el poder electoral y todas las 
instituciones de control social. Correa puso a incondicionales a cargo 
del poder electoral y de los organismos de control y «tomó» el Poder 
Judicial13.
El control y la regulación de los medios fue una de 
las prioridades de la lucha populista por la hegemonía14. En 2000, la 
Ley Orgánica de Telecomunicaciones permitió al gobierno de Chávez 
suspender o revocar las concesiones de frecuencias cuando era 
conveniente a los intereses de la nación. La Ley de Responsabilidad 
Social en Radio y Televisión de 2004 prohibió transmitir material que 
pueda promover el odio y la violencia15. Estas leyes son ambiguas y se 
pueden interpretar de acuerdo con los intereses del Estado. El gobierno 
de Correa aprobó en 2013 la Ley Orgánica de Comunicación, que creó un 
organismo estatal a cargo de regular los contenidos que los medios 
pueden transmitir.
Chávez clausuró y estatizó medios privados 
críticos. El Estado se convirtió en el comunicador principal al 
controlar 64% de los canales de televisión. En Bolivia, la propiedad de 
los medios está dividida entre el Estado, el sector privado y las 
organizaciones populares e indígenas16. En Ecuador, el Estado es 
propietario de los dos canales de televisión de mayor sintonía y tiene 
un emporio de estaciones de radio, televisión y prensa escrita17. En 
países sin una tradición de medios públicos y en manos de gobiernos que 
no distinguen lo estatal de lo partidista, los medios públicos y en 
menor medida los medios comunitarios están al servicio de los gobiernos 
populistas.
Estos gobiernos crearon legislación con lenguaje 
ambiguo para controlar y regular a las organizaciones no gubernamentales
 (ong). Chávez fue el primero y, en 2010, la Ley de Defensa de la 
Soberanía Política y Autodeterminación Nacional prohibió que las ong que
 defienden los derechos políticos o monitorean a los organismos públicos
 reciban asistencia internacional. Tres años después, Correa pasó el 
decreto 16 que sanciona a las ong que se desvíen de los fines para los 
que fueron creadas o que interfieran en las políticas públicas atentando
 contra la seguridad interna y externa18. En 2013, Morales también 
legisló para controlar y regular a las ong señalando que se revocarán 
los permisos de organizaciones que tengan actividades distintas de las 
que listaron en sus estatutos, o si los representantes de las 
organizaciones son sancionados por llevar a cabo actividades que atenten
 en contra de la seguridad y del orden público19.
Para 
contrarrestar el poder de los sindicatos, de los movimientos indígenas, 
de los maestros y estudiantes, en Venezuela y Ecuador se crearon 
movimientos sociales paralelos. La protesta fue criminalizada en ambos 
países. Algunos líderes sindicales fueron acusados de terrorismo, aun si
 en un principio habían apoyado a Chávez20. Cientos de dirigentes 
indígenas y campesinos fueron acusados de terrorismo y sabotaje en 
Ecuador21. Se usaron discrecionalmente las leyes para perseguir a 
algunos opositores. El caso más notorio se dio durante el gobierno de 
Maduro, que condenó al opositor Leopoldo López por incitar a la 
violencia en un juicio plagado de irregularidades.
La lógica populista: construir al pueblo y sus enemigos
Ernesto
 Laclau escribió que la lógica populista crea sujetos populares que 
están en una relación de antagonismo con un enemigo22. Argumentó que la 
división de la sociedad en dos campos antagónicos era necesaria para la 
ruptura de sistemas institucionales excluyentes y la creación de un 
orden alternativo. Si bien para Laclau y sus seguidores el populismo es 
el único camino para dar fin a sistemas excluyentes y para frenar a los 
populismos de derecha23, su argumento, que se basa en la teoría de Carl 
Schmitt de lo político, puede justificar o promover autoritarismos 
populistas. Si lo político se concibe como la lucha entre amigo y 
enemigo, es difícil imaginarse rivales con espacios institucionales o 
normativos legítimos. Dentro de la lógica de Schmitt, es imposible que 
existan populismos light que construyan identidades colectivas 
agonísticas, como propone Chantal Mouffe. Los populistas, desde Juan 
Domingo Perón hasta Chávez, manufacturaron enemigos en el sentido 
existencial en que los caracterizó Schmitt, enemigos que tenían que ser 
destruidos. Perón dijo que, cuando los adversarios políticos se 
transforman en enemigos de la nación, «ya no son caballeros con los que 
uno debe luchar siguiendo las reglas, sino serpientes a las que uno 
tiene que matar de cualquier manera»24.
Los populistas utilizan 
discursos maniqueos y polarizadores del pueblo en contra de la 
oligarquía. Chávez no se enfrentó a rivales sino a la oligarquía 
definida como los enemigos del pueblo, «esas elites egoístas que 
trabajan en contra de la patria»25. Descalificó a los políticos 
tradicionales como imbéciles, escuálidos y «pitiyanquis». Llamó a los 
dueños de los medios «los cuatro jinetes del Apocalipsis»26. Correa, por
 su parte, creó una larga lista de enemigos de su gobierno, del pueblo y
 de la patria. La lista incluye a los políticos tradicionales, a los 
dueños de los medios de comunicación, a los líderes de los movimientos 
sociales críticos, a la izquierda «infantil» y a casi todos aquellos que
 cuestionaron sus políticas públicas. Morales definió como enemigos de 
la nación y del pueblo soberano a eeuu, a la Administración para el 
Control de Drogas (dea) y a las multinacionales. A escala nacional, los 
enemigos del pueblo, de lo indígena y de lo andino son la oligarquía, 
los blancos y la cultura occidental27.
Ahora bien, los populistas 
construyeron enemigos políticos pero jamás los eliminaron físicamente 
utilizando el terror masivo y las desapariciones para crear un pueblo 
homogéneo. El momento fundacional del populismo fue y es ganar 
elecciones, que son consideradas como el único canal para expresar la 
voluntad popular28. Los populistas clásicos lucharon contra el fraude 
electoral y expandieron el número de electores. Los populistas 
refundadores utilizaron las elecciones para crear nuevos bloques 
hegemónicos y desplazar a los partidos políticos. Gobernaron a través de
 campañas y de elecciones permanentes, por lo que constantemente 
recorrieron sus países renovando sus liderazgos carismáticos y 
confrontando a sus enemigos. Las elecciones fueron representadas como 
momentos fundacionales en los que estaban en juego los destinos de sus 
naciones.
El pueblo, como lo señaló Laclau, es una construcción 
discursiva. Esta categoría puede construirse como una población diversa y
 plural o como el «pueblo como uno». Por lo tanto, el pueblo puede 
enfrentarse a rivales políticos o a enemigos que deben eliminarse. Los 
liberales y los socialdemócratas construyen al pueblo como una 
pluralidad que comparte espacios institucionales con sus rivales 
políticos. Los populistas, en cambio, construyen al pueblo como una 
entidad sagrada cuya voluntad puede ser encarnada en un redentor. Chávez
 manifestó: «Esto no es sobre Hugo Chávez, es sobre todo un pueblo»29. 
Ya que su misión fue redimir a su pueblo, pudo decir en 2010: «Exijo 
lealtad absoluta a mi liderazgo. No soy un individuo, soy un pueblo». Y 
Chávez, además de ser el pueblo es la patria: «El chavismo ya no es 
Chávez, el chavismo es el patriotismo, ser chavista es ser patriota, los
 que quieren patria están con Chávez, no tienen otro camino»30. Correa, 
de manera parecida pero sin la grandilocuencia de Chávez, manifestó, 
luego de ganar las elecciones de 2009: «El Ecuador votó por sí mismo».
La
 categoría «pueblo» no tiene que ser imaginada necesariamente como 
unitaria. Evo Morales construyó una noción de pueblo plural y 
multiétnico31. La Constitución de 2009 declaró a Bolivia como un Estado 
plurinacional y comunitario. Pero a veces Morales pretende ser la voz 
única del pueblo. Cuando los indígenas de la Amazonía protestaron en 
contra de su política extractivista, se los acusó de ser manipulados por
 ong extranjeras y de no ser auténticamente indígenas. El gobierno de 
Morales intentó imponer una visión hegemónica de indianidad como lealtad
 a su gobierno. Sin embargo, debido a que se enfrenta a movimientos 
sociales fuertes con capacidad de protagonizar acciones colectivas 
perdurables en el tiempo, no ha podido imponer visiones del «pueblo como
 uno».
Los populistas refundadores no se vieron como líderes 
políticos ordinarios, elegidos por uno o dos periodos y que luego se 
retirarían de la política. Fueron construidos y se vieron a sí mismos 
como quienes liderarían la refundación de sus repúblicas y como los 
herederos de las misiones inconclusas de los padres de la patria. Solo 
la enfermedad le impidió a Chávez ser presidente cuantas veces se le 
antojara. Correa modificó la Constitución aprobada por la Asamblea 
Constituyente dominada por su partido para permitir su reelección 
permanente, con una cláusula que no le permitía participar a él mismo en
 2017. Una vez que su sucesor maneje la severa crisis económica, podrá 
regresar si le apetece como redentor en 2021. Morales perdió un 
referéndum que le permitiría presentarse en otra elección en 2019 y 
prometió convocar a otro o buscar otras vías para postular en 2019.
John
 Keane señala que «la distinción entre estar en el poder y dejarlo es un
 indicador fundamental para considerar a un gobierno como 
democrático»32. En democracia, el rol presidencial está despersonalizado
 y no está encarnado en nadie. Ocupar el poder temporalmente no es 
sinónimo de ser dueño del poder. Para los populistas, la Presidencia es 
una posesión en la que deben permanecer hasta alcanzar la liberación de 
su pueblo. Pero a su vez, su legitimidad se asienta en ganar elecciones,
 por lo que nada les asegura que permanecerán en el poder33. Es así como
 la legitimidad del populismo se asienta en dos principios 
contradictorios: el principio democrático de elecciones limpias y 
alternancia en el poder y el precepto autoritario del poder como una 
posesión personal del liberador del pueblo.
Los populistas refundadores de izquierda se 
rebelaron contra la ortodoxia neoliberal y la transformación de la 
economía política en un asunto técnico que debería estar en manos de 
expertos. Una vez en el poder, combatieron la pobreza, incrementaron el 
gasto social, redistribuyeron los excedentes de las rentas petroleras y 
movilizaron a los sectores populares a los cuales exaltaron como la 
esencia de la nación. ¿Qué salió mal en estas experiencias y por qué el 
populismo llevó al autoritarismo en Venezuela y Ecuador y, en menor 
grado, en Bolivia? Parte de la respuesta es estructural y se vincula a 
las políticas de extracción de recursos naturales. Los Estados rentistas
 usan los recursos fiscales generados por las rentas de la extracción de
 hidrocarburos y minerales discrecionalmente para asegurar clientelas 
políticas. La necesidad de incrementar las rentas para mantener su base 
de apoyo para ganar elecciones los llevó a enfrentamientos con 
organizaciones indígenas y ecologistas, lo que marcó los límites de sus 
políticas de inclusión y reconocimiento. Los populistas prometieron 
destruir todas las instituciones del poder constituido de las 
democracias en sus naciones y reemplazarlas con una nueva 
institucionalidad. Usaron discrecionalmente las leyes y el legalismo 
discriminatorio para castigar a los críticos, premiar a los 
incondicionales, ocupar todas las instituciones del Estado y tratar de 
someter y regular a la sociedad civil y la esfera pública. La lógica 
schmittiana del populismo manufacturó y luchó en contra de una larga 
serie de enemigos tales como los partidos políticos, los medios, las ong
 y los movimientos sociales independientes. Su lenguaje de amor al 
pueblo y de odio a los enemigos del pueblo creó identidades políticas 
fuertes y efectivas para la lucha contra los enemigos; sin embargo, 
estas identidades no reconocieron el derecho del otro a discrepar. Los 
populistas trataron de ocupar el espacio vacío de la democracia hasta 
liberar a su pueblo. Pero a diferencia de los fascismos, no ocuparon 
todos los espacios de la sociedad civil ni abolieron las elecciones. 
Crearon regímenes híbridos asentados en la lógica democrática electoral y
 regularon, pero no silenciaron totalmente, a la oposición, que utilizó 
los espacios institucionales existentes para resistir que se implemente 
la fantasía populista del «pueblo como uno».
Los resultados 
autocráticos de las experiencias refundadoras no deberían llevarnos a 
ver el liberalismo como la única opción frente al autoritarismo 
populista. Si bien Laclau estaba en lo correcto al señalar que el 
liberalismo ha sido usado para defender los privilegios, no hay que 
olvidar que también es indispensable para resistir al despotismo34. El 
constitucionalismo, la separación de poderes, las libertades de 
expresión y de asamblea son necesarias para la política de la democracia
 participativa. Estas instituciones liberales fortalecen la esfera 
pública y permiten que los movimientos sociales expresen y articulen sus
 demandas autónomas. La experiencia histórica demuestra que los 
proyectos de transformación basados en la fantasía del «pueblo como uno»
 terminan en el autoritarismo. El mito del redentor populista cautivó y 
terminó devorando a la izquierda. Creo que ya es hora de abandonar la 
idea de un pueblo homogéneo encarnado en un líder y de imaginar las 
rupturas populistas como la única respuesta a la administración 
neoliberal y como la única arma para frenar a los populismos de derecha.
 Como señala Andreas Kalyvas, en lugar de invocar a un pueblo mítico que
 surge de las profundidades históricas de la patria, «hay que partir de 
una pluralidad de movimientos sociales y de asociaciones políticas como 
la base para reconstruir la soberanía popular»35.
Notas:
1.
 K. Weyland: «The Rise of Latin America’s Two Lefts: Insights from 
Rentier State Theory» en Comparative Politics vol. 41 No 2, 2009, p. 
146.
2. Gabriel Hetland: «Chavismo in Crisis» en nacla vol. 48 No 1, 2016, p. 9.
3.
 Almut Schilling-Vacaflor y David Vollrath: «Indigenous and Peasant 
Participation in Resource Governance in Bolivia and Peru» en Barry 
Cannon y Peadar Kirby: Civil Society and the State in Left-Led Latin 
America, Zed Books, Londres, 2012, p. 128.
4. Carmen Martínez 
Novo: «Managing Diversity in Postneoliberal Ecuador» en The Journal of 
Latin American and Caribbean Anthropology vol. 19 No 1, 2014, p. 118.
5. Cepal: Panorama social de América Latina 2012, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2013.
6.
 Nelly Arenas: «El chavismo sin Chávez: la deriva de un populismo sin 
carisma» en Nueva Sociedad No 261, 1-2/2016, p. 9, disponible en 
www.nuso.org.
7. C. Martínez Novo: ob. cit., p. 121.
8. N. 
Postero: «‘El Pueblo Boliviano de Composición Plural’: A Look at 
Plurinational Bolivia» en C. de la Torre: The Promise and Perils of 
Populism: Global Perspectives, The University Press of Kentucky, 
Lexington, 2015, p. 412.
9. G. O’Donnell: «Nuevas reflexiones 
acerca de la democracia delegativa» en G. O’Donnell, Osvaldo Iazzetta y 
Hugo Quiroga (eds.): Democracia delegativa, Prometeo, Buenos Aires, 
2011.
10. S. Levitsky y J. Loxton: «Populism and Competitive Authoritarianism in the Andes» en Democratization vol. 20 No 1, 2013.
11.
 K. Weyland: «Latin America’s Authoritarian Drift: The Threat from the 
Populist Left» en Journal of Democracy vol. 24 No 3, 7/2013, p. 23.
12. Kirk Hawkins: «Responding to Radical Populism: Chavism in Venezuela» en Democratization vol. 23 No 2, 2016.
13.
 C. de la Torre y Andrés Ortiz Lemos: «Populist Polarization and the 
Slow Death of Democracy in Ecuador» en Democratization vol. 23 No 2, 
2016.
14. Silvio Waisbord: Vox populista. Medios, periodismo, democracia, Gedisa, Buenos Aires, 2013, p. 44.
15. Javier Corrales: «Autocratic Legalism in Venezuela» en Journal of Democracy vol. 26 No 2, 2015, p. 39.
16. S. Waisbord: ob. cit., p. 121.
17. C. de la Torre y A. Ortiz Lemos: ob. cit., p. 231.
18. Ibíd., pp. 229-230.
19. Human Rights Watch: World Report 2015: Bolivia: Events of 2014, www.hrw.org/world-report/2015/country-chapters/Bolivia.
20. Consuelo Iranzo: «Chávez y la política laboral en Venezuela 1999-2010» en Trabajo vol. 5 No 8, 2011.
21. C. Martínez Novo: ob. cit.
22. E. Laclau: La razón populista, fce, Buenos Aires, 2005.
23. Íñigo Errejón y Chantal Mouffe: Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Icaria, Madrid, 2015.
24. Cit. en Federico Finchelstein: The Ideological Origins of the Dirty War, Oxford University Press, Oxford, 2014.
25. José Pedro Zúquete: «The Missionary Politics of Hugo Chavez» en Latin American Politics and Society vol. 50 No 1, 2008.
26.
 Margarita López Maya y Alexandra Panzarelli: «Populism, Rentierism, and
 Socialism in the Twenty-First Century» en C. de la Torre y Cynthia 
Arnson (eds.): Latin American Populism in the Twenty-First Century, 
Johns Hopkins University Press / Woodrow Wilson Center Press, 
Baltimore-Washington, 2013, p. 248.
27. N. Postero: «Morales’s mas
 Government: Building Indigenous Popular Hegemony in Bolivia» en Latin 
American Perspectives vol. 37 No 3, 2010, p. 29.
28. Enrique 
Peruzzotti: «Populism in Democratic Times: Populism, Representative 
Democracy, and the Debate on Democratic Deepening» en C. de la Torre y 
C. Arnson: ob. cit.
29. J.P. Zúquete: ob. cit., p. 100.
30. 
Luis Gómez Calcaño y Nelly Arenas: «El populismo chavista: autoritarismo
 electoral para amigos y enemigos» en Cuadernos del Cendes No 82, 2013, 
p. 20.
31. Raúl Madrid: «Ethnopopulism in Bolivia» en World Politics vol. 60 No 3, 2008.
32.
 J. Keane: «Life after Political Death: The Fate of Leaders after 
Leaving High Office» en J. Keane, Haig Patapan y Paul ’t Hart (eds.): 
Dispersed Democratic Leadership, Oxford University Press, Oxford, 2009, 
p. 285.
33. Isidoro Cheresky: El nuevo rostro de la democracia, fce, Buenos Aires, 2015.
34.
 Richard Wolin: «The Disoriented Left: A Critique of Left Schmittianism»
 en R. Wolin: The Frankfurt School Revisited, Routledge, Nueva 
York-Londres, 2006, p. 251.
35. A. Kalyvas: Democracy and the 
Politics of the Extraordinary. Max Weber, Carl Schmitt, and Hannah 
Arendt, Cambridge University Press, Cambridge, 2008, p. 299.
Carlos
 de la Torre Investigador y docente de la Flacso, Ecuador, De la Torre 
se ha dedicado a estudiar con rigurosidad el fenómeno populista en la 
región y, muy particularmente, su expresión ecuatoriana. Sobre el tema 
ha publicado en los últimos años libros como Populist Seduction in Latin
 America (2000) y El retorno del pueblo. Populismo y nuevas democracias 
en América Latina (2008), del cual es compilador junto a Enrique 
Peruzzotti.
Fuente:
http://nuso.org/articulo/los-populismos-refundadores/?page=1
 

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