León Bendesky
Que el mundo requiere 
un arreglo profundo y urgente no es ningún descubrimiento. Esto debería 
ser evidente para cualquiera que opte por observar lo que pasa y como se
 agravan los conflictos existentes.
El arribo de Trump no es un hecho casual. Es parte de un fenómeno más
 general que se ha ido cocinando por largo tiempo. Expresa las fuerzas 
de corte nacionalista que se corresponden con las contradicciones 
crecientes que genera el orden global. No es la primera vez que ocurre.
Apenas un breve señalamiento del reflujo de la marea global es ilustrativo: Putin, Erdogan, Modi, Xi Jinping, Brexit,
 la fragilidad de la Unión Europea, etcétera. Todos son parte del mismo 
fenómeno que Trump e incluso chocan entre ellos pues no son 
equivalentes.
Durante la larga campaña electoral Trump fue la estrella del show
 que él mismo impuso; enseñó sus cartas sin tapujos. Muchos de los 
ciudadanos votaron por él y consiguió llegar a la presidencia, aunque 
perdió por cerca de 3 millones el voto popular. Así son las reglas.
Nada de lo que hizo y por lo que incluso fue duramente criticado en 
ese periodo disminuyó la fuerza de su candidatura. Todo se le iba 
resbalando, al tiempo que mostraba la torpeza de sus contrincantes, 
primero los de su partido y luego los demócratas. La sociedad quedó 
fuertemente dividida; más, incluso, que cuando se eligió al primer 
presidente afroamericano en 2008.
A Trump le ha funcionado muy bien culpar a los otros hasta de sus 
propias torpezas y ha conseguido capitalizarlas. Contrapuso a una parte 
de la sociedad, a la que dio personalidad como los desplazados por el 
poder de los políticos de Washington, ha pintado una imagen de su país 
como una zona de desastre e hizo que lo siguieran fielmente y aceptaran 
su maniqueísmo. Había un descontento soterrado que emergió y no solo 
entre los seguidores del Partido Republicano.
El fenómeno no es simple. Desde su elección, a principios de 
noviembre, ha seguido exhibiendo su modo de ser y lo que quiere hacer de
 su presidencia. Llegó a la investidura con un nivel muy bajo de 
aceptación popular. Su discurso fue una ilustración clara de qué es 
Trump. Al parecer va perdiendo parte de su atractivo. Lo que abre la 
cuestión acerca de cómo responderá el ahora presidente.
Trump necesita un constante reconocimiento y afirmación de su 
persona. Destinó el primer día de su presidencia, en una visita a la 
CIA, a pelearse con la prensa sobre la información acerca de la 
asistencia a la ceremonia de investidura, reportada como muy inferior a 
las dos de Obama.
Llamó a los periodistas la gente más deshonesta del mundo y sabe que 
entre sus seguidores eso resuena a su favor. Es evidente que los grandes
 consorcios de noticias tienen su propia agenda política y que están 
polarizados por la elección de Trump. Alentar una confrontación de ese 
tipo es un eco de un acendrado autoritarismo.
Pero ese mismo día la calle habló y se escuchó con gran 
sonoridad. Se reporta que más de un millón de personas se volcaron por 
las calles de las grandes ciudades de Estados Unidos convocadas por la 
Marcha de las Mujeres, pero que se convirtió en una protesta en contra 
de Trump.
Este no fue solo un acontecimiento nacional, sino que se reprodujo en
 varias ciudades del mundo. Se repudió a Trump y también a las 
consecuencias esperables de su presidencia. Eso indica la forma en que 
se advierte el riesgo de la visión aislacionista y populista que ha 
propuesto seguir. Es una expresión del miedo que se esparce por todas 
partes.
Ese primer día de la presidencia de Trump, esa multitudinaria marcha 
en su contra es como una especie de zoom que permite enfocar un fenómeno
 político que tiene antecedentes en esa sociedad pero que, sin duda, 
perturba las maneras dominantes pues lo pone en el centro del ejercicio 
del poder.
Así que el arreglo que requiere el orden mundial tiene expresiones 
claramente contrapuestas. No puede ser de otra forma, los estímulos para
 ello son, hoy, muy grandes. Son las alternativas que se van a medir en 
Estados Unidos y el resto del mundo.
Mientras tanto, la Marcha de las Mujeres y su derivación en un 
cuestionamiento abierto de Trump han dejado algo de gran valor. Expresan
 abiertamente lo que quiere una parte de la población que decidió 
volcarse y no quedarse callada y ser sometida.
Ahora Trump y su gobierno habrán de saber que no tienen mano libre. 
Si en el Congreso tiene mayoría, si puede nombrar jueces en diversas 
instancias, especialmente en la Suprema Corte, enfrenta la resistencia 
social que ya mostró los dientes. No es fácil mantenerla activa y 
eficaz.
Los políticos liberales estadunidenses, los el partido Demócrata 
exhibieron los límites de su comprensión del proceso social que 
pretendían liderar. Fueron forjadores de las mismas condiciones que 
llevaron a su derrota.
El liberalismo de la era global, extendido por todas partes, ya no 
parece dar para más. Mientras los liberales de todo cuño, más la 
izquierda partidaria que no tiene ahora rumbo, pueden rearmarse, o bien,
 pasar de plano a la irrelevancia queda algo valioso que no debe 
perderse de vista. La gente que salió a la calle exhibió el poder de la 
decencia.
 

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