La Jornada
Tras la Segunda Guerra Mundial, 
 el sistema interamericano de seguridad hemisférica proyectado por 
Estados Unidos para América Latina se construyó sobre dos pilares: el 
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización 
de Estados Americanos (OEA). En 1947 se puso en marcha el TIAR, 
ratificado un año más tarde en Río de Janeiro; mientras tanto, en Bogotá
 se fundaría la OEA. Se inauguraba la guerra fría en el 
continente. Las dos instituciones sobreviven. Sus políticas y dinámicas 
se han ido amoldando a los tiempos. La lucha contra el enemigo exterior y
 sus aliados internos, los partidos comunistas, la izquierda y el 
marxismo han mutado en la guerra contra el terrorismo, el crimen 
organizado y el narcotráfico. La militarización de las sociedades y la 
pérdida de soberanía han sido su corolario. Sin abandonar su ideario 
anticomunista.
Estados Unidos ha edificado su política internacional en la región 
sobre dichas instituciones. La dominación ideológica, cultural, política
 y militar se entrecruza con la dependencia tecnológica, industrial y 
financiera, articulada en los tratados de libre comercio y la economía 
de mercado. La OEA ha servido para desarrollar y legitimar las políticas
 antidemocráticas y golpistas en la región. Por si fuera poco, su sede 
se encuentra ubicada en Estados Unidos. Los ejemplos son varios, desde 
su apoyo al golpe de Estado en Guatemala en 1954, la expulsión de Cuba 
10 años más tarde, el silencio y complicidad con la invasión a Republica
 Dominicana en 1965. Sin olvidar el apoyo prestado a las dictaduras 
militares en los años 70 del siglo pasado. Aunque hubo posiciones 
díscolas, países cuyos gobiernos se oponían a ser invitados de piedra o 
comparsas, las mayorías cipayas acababan imponiendo su voluntad. Ha sido
 dicha actitud de sumisión a Estados Unidos, una de las causas de su 
actual desprestigio.
A principios del siglo XXI, la OEA y el TIAR entraron en crisis. La 
construcción de una alternativa encabezada por el presidente de la 
República Bolivariana de Venezuela Hugo Chávez fue la puntilla. 
Organismos regionales autónomos e independientes como CELAC, Unasur, y 
otros de menor calado, han creado una opción de poder regional autónomo,
 orillando el papel de la OEA como trasmisor de las políticas 
estadunidenses en la región.
Estados Unidos ha quedado excluido, su rol desestabilizador de 
procesos democráticos en la región ha debido reconducirse bajo nuevos 
parámetros. Marginado de las nuevas instituciones supranacionales, 
perdieron capacidad de control en el bloque latinoamericano y caribeño. 
Las presiones para romper el bloqueo a Cuba, y los continuos llamados a 
redefinir la OEA han generado una situación incómoda para Estados 
Unidos, obligando a modificar sus estrategias. Sin embargo, no ha 
renunciado al tablero de mandos de la OEA. Su modernización la impulsa 
bajo una máscara de organización neutral y democrática.
Sus secretarios generales, sin embargo, han representado 
fielmente sus intereses. Durante la presidencia del colombiano César 
Gaviria (1994-2004), el golpe de Estado fallido en Venezuela de 2002 no 
concitó mayores desaprobaciones, aunque sí una declaración institucional
 de repulsa. Más adelante, su sucesor (2004-2015), el chileno José 
Miguel Insulza, con la Carta Democrática aprobada en Lima, tuvo una 
vergonzosa actitud frente a los golpes de Honduras y Paraguay, aunque 
institucionalmente se vio en la obligación de condenar, dadas las 
presiones de los gobiernos progresistas, lo cual supuso la separación 
momentánea de Honduras.
Hoy, Luis Almagro Lemus, ex ministro de asuntos exteriores del Frente
 Amplio con José Mujica, secretario general de la OEA en ejercicio, se 
despoja de su halo democrático y saca a relucir su pasado como militante
 del Partido Nacional. Su padrino, nada menos que Luis Alberto Lacalle, 
cómplice de la dictadura militar y presidente de Uruguay durante los 
años 1990-1995. Su carrera diplomática fue impulsada por Julio María 
Sanguinetti, del Partido Colorado. En este devaneo oportunista, acabará 
militando en el Movimiento de Participación Popular dentro del Frente 
Amplio. Sus escarceos con el establishment estadunidense lo 
convierten en secretario general de la OEA. Ahora es el continuador del 
panamericanismo vetusto del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe 
enquistado en la OEA.
Luis Almagro ha sido repudiado por su el propio ex presidente Mujica, haciendo pública su traición en una c
arta abierta donde espeta al flamante seretario general de la OEA: 
Sabes que siempre te apoyé y promoví. Sabes que tácitamente respaldé tu candidatura a la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción. (...) Venezuela nos necesita como albañiles y no como jueces; la presión exterior sólo crea paranoia y esto no colabora hacia condiciones internas en esa sociedad... Lamento el rumbo por el cual enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós.
No hay duda, la OEA y sus funcionarios cumplen a rajatabla con el 
programa diseñado para desestabilizar el gobierno de Venezuela. Su 
beligerancia y su entreguismo a una oposición sediciosa, que reniega de 
todo diálogo y negociación en pro de una 
salidamarcada por su carácter antidemocrático, deja al descubierto el origen espurio de la organización y su objetivo de consolidar la Pax Americana.
 

 
 
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