Gianni Proiettis *
La Jornada
 Luego de cuatro días de nerviosismo e  
 incertidumbre, recién el pasado jueves los casi 23 millones de 
electores peruanos han podido conocer el resultado del balotaje 
presidencial entre Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski.
Luego de cuatro días de nerviosismo e  
 incertidumbre, recién el pasado jueves los casi 23 millones de 
electores peruanos han podido conocer el resultado del balotaje 
presidencial entre Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski.
Con un final de foto finish –una diferencia de 0.24 por 
ciento, cerca de 41 mil votos– PPK, como es universalmente designado, ha
 rebasado al hilo de llegada a su contrincante, favorita en las últimas 
encuestas por más de cinco puntos porcentuales, y es el nuevo presidente
 de la Republica con un mandato quinquenal.
En los tres días previos a la votación, las mayores encuestadoras 
habían detectado un rápido crecimiento en las preferencias por PPK y, 
aún sin poder publicarlo, a causa de la veda electoral, han coincidido 
en que fueron los indecisos los que inclinaron a última hora la balanza.
 Los resultados divulgados por la ONPE (Oficina Nacional de Procesos 
Electorales) no han sido digeridos fácilmente por Fuerza Popular, el 
partido de los fujimoristas que en la primera vuelta de abril había 
conseguido la mayoría absoluta en el Congreso, con 73 curules de 130. La
 propia Keiko Fujimori ha tardado un día en reconocer el triunfo de 
Kuczynski y, cuando el viernes finalmente lo ha hecho, ha mencionado 
unos 
resultados confusosy
una campaña de odioen su contra orquestada por
los poderes políticos, económicos y mediáticos.
La respuesta a estas insinuaciones fuera de lugar –en realidad Keiko 
fue favorecida por el Jurado Nacional de Elecciones– no ha tardado. 
Verónika Mendoza, líder del izquierdista Frente Amplio, cuyos votos han 
sido decisivos para la victoria de PPK, ha revirado: 
No, señora Keiko Fujimori, no promovemos el odio, promovemos la justicia y la lucha contra corrupción y narcotráfico con los que usted hasta ahora no deslinda.
De hecho, las revelaciones –a menos de tres semanas del balotaje– de 
una investigación de la DEA, la agencia antinarcóticos de Estados 
Unidos, que involucra a Joaquín Ramírez, secretario general de Fuerza 
Popular, sospechoso de lavar dinero del narcotráfico para financiar al 
partido, deben haber pesado en la merma de preferencias por Keiko. La 
demora en separar a Joaquín Ramírez de la secretaría del partido y el 
intento de disculparlo utilizando el audio manipulado de una 
conversación telefónica se han añadido a la larga lista de yerros 
fujimoristas. El discurso que dio la candidata en Harvard hace unos 
meses, declarándose en favor del aborto terapéutico y de la unión civil 
de parejas homosexuales, ha chocado frontalmente con las posiciones 
asumidas en mayo, cuando, en el afán electorero de la búsqueda de votos,
 ha firmado un acuerdo con el pastor evangélico Alberto Santana, quien 
describe la homosexualidad como 
una aberracióny niega cualquier derecho a la comunidad gay.
Esto de asociarse con un pastor homofóbico no ha sido el único desliz
 de Keiko. El encuentro con los mineros ilegales, responsables en gran 
medida de la devastación y contaminación de la Amazonía, prometiendo 
legalizarlos en su presidencia, era en abierta contradicción con la 
profesión de fe ecologista y la ventilada lucha a los transgénicos. La 
sarta evidente de mentiras, desmentidas y contradicciones en que la 
candidata se ha visto envuelta ha revelado su doblez, así como su hambre
 de poder a cualquier precio y ha recordado a muchos peruanos la década 
oscura de la dictadura paterna.
Reavivar la memoria sobre aquel periodo, cuando Keiko ejerció el 
cargo de primera dama, mientras su madre era mandada a secuestrar y 
torturar por su padre por haber denunciado la corrupción familiar, ha 
sido la tarea del movimiento No a Keiko, que ha llenado las plazas con 
dos grandiosas manifestaciones antes de ambas vueltas electorales y ha 
logrado movilizar hasta a los peruanos en el extranjero.
Falta decir que la campaña de Pedro Pablo Kuczynski tampoco ha
 brillado por sus aciertos. Si no hubiera sido por el fuerte 
antifujimorismo que atraviesa transversalmente la sociedad y por el 
apoyo explícito de Verónika Mendoza y el Frente Amplio, PPK no hubiera 
ganado y el Perú estaría en manos de la dinastía Fujimori. Valioso 
botín, si se considera que el país es el séptimo productor de minerales a
 escala mundial –sobre todo cobre, oro, plata, plomo, zinc, estaño, 
hierro–, con un valor de producción anual de más de 30 mil millones de 
dólares. Y que la producción de clorhidrato de cocaína, la droga 
preferida del capitalismo prohibicionista, rebasa 350 toneladas anuales y
 alcanza precios, una vez transportada en Europa o América del Norte, 
hasta 100 veces superiores al valor de origen (de mil dólares a 100 mil 
dólares el kilo).
En realidad, los dos principales recursos del país –los minerales y 
la cocaína– constituyen también su talón de Aquiles: la cocaína, porque 
los enormes capitales del narcotráfico corrompen la sociedad y las 
instituciones, además de infiltrar la política –en la campaña electoral 
se ha agitado el riesgo de una mexicanización del Perú y la instauración
 de un narco Estado– y los minerales, porque las actuales 
políticas extractivistas generan inevitablemente graves conflictos 
socioambientales y obstaculizan la diversificación de la economía.
Las primeras declaraciones de PPK como presidente electo han sido 
conciliadoras, invitando a dejar atrás los enconos y las asperezas de la
 campaña y a mirar adelante, hacia un país próspero y seguro. Entre las 
prioridades que ha enunciado, además de la seguridad ciudadana, resaltan
 educación, salud y agua potable para todos los peruanos, una constante 
esta última heredada del padre, un médico alemán que se dedicó a curar a
 los leprosos en la Amazonía peruana.
Aunque el currículo de Kuczynski sea el de un perfecto tecnócrata 
neoliberal con muy buenos amarres en Wall Street, su voluntad declarada 
de modernizar el Perú y paliar los profundos desequilibrios sociales 
parece auténtica. Su aversión a la instauración de una dinastía –una 
ambición evidente en su contrincante– ha tranquilizado y aumentado sus 
electores.
Queda por ver cuál será el comportamiento de las huestes 
fujimoristas, en particular el de los 73 congresistas recién electos, 
entre los cuales muchos tienen pendientes con la justicia. Pedro 
Spadaro, uno de los portavoces de Fuerza Popular, acaba de declarar, con
 evidente espíritu de revancha, que el Congreso les pertenece.
Puede parecer curioso que un organismo como la DEA, sujeto a las 
decisiones de la administración Obama, haya coincidido con la izquierda 
peruana, representada por el Frente Amplio bajo el liderazgo de Verónika
 Mendoza, para derrotar la candidatura de Keiko Fujimori. Para 
Washington, evidentemente, un economista de larga trayectoria como PPK 
es mucho más confiable que la heredera de un autócrata oriental que ha 
pasado los últimos 10 años recorriendo el país para comprar votos.
Desde el lado más agudo y crítico del periodismo peruano de opinión, César Hildebrandt anota: 
Quien ganó las elecciones fue el sistema inmunológico del país. Hemos resistido, con las justas, el nuevo embate. Vendrán otros. Y añade:
El fujimorismo no es, estrictamente hablando, un partido político. Esa es la máscara y la coartada. El fujimorismo es, antes que nada, una estructura dinástica, una familia mafiosa, una vasta telaraña de intereses cuyo fin es secuestrar otra vez al Estado.
* Periodista italiano
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario