Alfredo Serrano Mancilla*
La Jornada
En años recientes se ha
 abierto un intenso debate sobre el papel político de la clase media en 
América Latina. Sin embargo, el término clase media es exageradamente 
ambiguo. Tiene tantas acepciones como enfoques teóricos. La economía 
ortodoxa apela al ingreso para su definición y la sociología dominante 
lo limita a un asunto de estratificación social. Otros se centran en una
 cuestión de identidad, en una nueva subjetividad emergente que se 
siente incluida en un modo de vida promedio. En cualquiera de sus 
interpretaciones, la clase media existe actualmente como dilema político
 de época.
La estructura de clases sociales de la región ha cambiado 
sustancialmente de forma acelerada. Se conformó un nuevo sujeto gracias a
 las políticas redistributivas implementadas en la región. En Bolivia, 
en la última década, 20 por ciento de la población ha pasado de la 
extrema pobreza a ser considerada como clase media. En Ecuador, en ese 
mismo periodo, la clase media se duplicó. En Venezuela, durante la 
revolución bolivariana, se triplicó. En Argentina, durante el 
kirchnerismo, se incorporaron 9 millones de personas a esta categoría. 
En Brasil, durante los gobiernos de Lula y Dilma, la nueva clase media 
abarca a 39 millones de personas. Este ascenso social o reenclasamiento 
positivo es un rasgo característico irrefutable de este ciclo político.
La manera en la que se afronte este fenómeno será decisiva en este 
momento histórico. Tras la victoria de Macri en Argentina, la derrota 
electoral del chavismo en la Asamblea de Venezuela, el revés de Evo 
Morales en el referendo para la relección en Bolivia, a menos de un año 
de las elecciones presidenciales en Ecuador, y en medio del intento de 
golpe contra Dilma en Brasil, el asunto de la clase media se sitúa 
actualmente en el centro de la controversia política.
La llamada 
nueva derechalatinoamericana del siglo XXI lleva años prestando especial atención en
cómo hablarlea esta nueva clase media. El objetivo es doble. Por un lado, ha venido prometiendo (desde la oposición sin responsabilidad de gobierno) aquello que reclama la lógica aspiracional de ese nuevo sujeto. Y, por otro, busca darle forma e identidad para constituirla como un actor social afín a su proyecto político-económico. Se presenta así a la clase media como si estuviera cansada de confrontar, aparentemente despolitizada, que prefiere la moderación, mayoritariamente urbana, que no le importa ni la justicia social ni la igualdad, que se siente más cómoda con otros valores materialistas (consumo) y postmaterialistas (ecologismo), y cada vez más individualizada.
Seguramente hay mucho de verdad en esto, pero tampoco se puede dar 
todo por cierto. Tal caracterización responde a una intencionalidad, la 
de instaurar un nuevo sentido común conservador acerca de lo que es la 
nueva clase media. Hecha a medida, construida a su semejanza, y útil 
como nuevo sujeto.
He aquí la nueva jugada del neoconservadurismo para vencer en medio de este pulso sobre la resignificación de quién es la 
naciente clase media. Aún es un enigma por descifrar. No es la clase media europea de las décadas pasadas, ni siquiera es la clase media latinoamericana preexistente a estos procesos de intensa movilidad social. García Linera la conceptualiza como
clase media de origen popular, lo que significa que no es una clase media al uso. Es otra clase media, distinta, que ha naturalizado los derechos sociales adquiridos y tiene nuevas aspiraciones; pero esto no significa que haya perdido sus raíces.
Es una clase media politizada, pero no de la misma manera que lo era 
hace una década. Tiene una nueva subjetividad que nos toca conocer. Está
 en constante relación con nuevos medios (redes sociales); tiene otra 
estética, otros marcos culturales que responden a una etapa posfordista.
El desafío está en caracterizar a esa 
clase media de origen popularen forma más compleja de lo que lo hacen Durán Barba y compañía. Este sujeto emergente es heterogéneo y contradictorio; es un híbrido de lo que fue, lo que es y lo que quiere ser. Es un actor en transición, en conformación. Es más, todavía es una especie de
casi clase media, que se encuentra al filo del alambre como cualquier recién llegado que siempre puede volver al lugar desde donde salió. A esto, el Banco Mundial le llama
clase vulnerable, porque dejó de ser pobre, pero nunca pasó a ser rica; todavía susceptible de retroceder si la economía no crece lo suficiente. La restricción económica externa pone en riesgo su permanencia.
Seguramente, este término, el de nueva clase media, incomoda al 
pensamiento tradicional de la izquierda, más acostumbrado a otras 
categorías teóricas. Esto es comprensible, pero no hay tiempo que perder
 en un debate en curso que no pide permiso a los manuales clásicos.
El misterio de la clase media está omnipresente. O se permite la restauración de una 
clase media lightprocedente de la visión neoconservadora, o por el contrario, se disputa su significado. De no hacerlo, corremos el riesgo de interpretarla como si fuera una clase media de otro espacio y otro tiempo histórico, importada e impuesta como tantas veces nos lo hicieron con recetas, teorías, categorías, epistemes y marcos analíticos.
* Director CELAG
Twitter: @alfreserramanci
 

 
 
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