Entrevista a dos trabajadores cañeros revolucionarios en la Costa Sur de Guatemala
Hoy día Guatemala es 
una economía próspera (para algunos, claro). De hecho, la duodécima en 
volumen en Latinoamérica, con un crecimiento interanual sostenido del 
orden del 3%. Los tradicionales grupos de poder –herederos de esa 
historia de despojo que inicia en el siglo XVI, siempre ligados a la 
agroexportación, hoy diversificados también con nuevos negocios– siguen 
manteniendo inalterables sus privilegios. En la actualidad el azúcar es 
el primer producto de exportación, y unos cuantos pocos grupos 
económicos lo manejan. Las riquezas que atesoran son realmente enormes. 
Cuarto exportador mundial de azúcar (con 55 millones de quintales 
anuales) y una enorme acumulación de riqueza, la canasta básica de los 
trabajadores guatemaltecos es cubierta apenas en un 50% con el salario 
mínimo fijado por ley, cuando éste se cobra. De hecho, en muchísimos 
casos no se cobra. De acuerdo a datos de una investigación
 publicada por el Comité de Desarrollo Campesino -CODECA-, el 90% de 
trabajadores rurales recibe un salario inferior al mínimo establecido. 
El Estado históricamente jugó, y sigue jugando, el papel de legitimador 
de ese estado de cosas.
 La situación de los trabajadores 
cañeros, los fijos y oriundos de la Costa Sur -el lugar por excelencia 
de la producción de caña de azúcar- así como los estacionarios que 
llegan para la zafra, especialmente del Altiplano, de origen indígena, 
es patética. Pese a lo dicho por el sector patronal cañero con su 
preconizada “responsabilidad social empresarial”, las condiciones de vida
 de los trabajadores son paupérrimas, y el grado de explotación crece 
año con año. Hoy por hoy, la producción cañera ha subido en forma 
considerable, pero siempre a costa de los trabajadores. Nuevas formas de
 explotación, con aumento de la intensidad del trabajo, se han 
instalado. La patronal induce a consumir ciertos estimulantes para que 
los trabajadores cumplan con su cuota de producción. Todo eso es 
producto de las nuevas condiciones que siguieron a la Firma de la Paz, 
en 1996, cuando se instalan abiertamente las políticas neoliberales. 
 Los trabajadores están desorganizados, manipulados, asustados. Ya no 
existen sindicatos, y la familia campesina pasa enormes penurias. Pero 
la lucha por mejores condiciones no termina. En ese marco platicamos con
 dos luchadores históricos de la región, quienes hoy día, pese a sus 
largos años y a esta situación de retroceso, siguen impulsando la 
organización con miras a cambios estructurales en el largo plazo. Por 
razones de seguridad, y a pedido de ellos, no damos sus nombres. Solo 
indicamos que pertenecen al departamento de Escuintla.
-Pregunta  : ¿Cómo está la situación de los trabajadores cañeros en la Costa Sur de Guatemala? 
 -Respuesta  : 
 Hace mucho que vivimos por aquí. Mi padre, que estaba sindicalizado, 
por ese motivo fue golpeado en su momento. Andrés Botrán, [de la familia
 fabricante de rones, un gran productor azucarero] que no quería 
sindicatos ni a los trabajadores más viejos, hizo que la Alcaldía 
estuviera a su favor. Y lo mismo hizo con algunos trabajadores, que 
finalmente se terminaron vendiendo a la patronal y poniéndose contra 
otros trabajadores. Así, poco a poco fue deshaciéndose de los 
sindicalistas. Ya para los años 60 los comisionados militares estaban 
bien organizados. Para ese entonces fue surgiendo la reacción política 
por parte de nosotros. La explotación de los trabajadores ha estado 
desde siempre. En las fincas azucareras, ni se diga: ahí siempre hubo 
una presión tremenda contra el trabajador. El único momento en que los 
trabajadores se empezaron a sentir apoyados fue cuando estaba el 
movimiento guerrillero. Cuando se firmó la paz la gente se preguntaba 
que para qué se había hecho eso, porque así los ricos iban a volver a 
montase sobre nosotros. Los ricos de siempre, desde que se firmó la paz,
 van de nuevo contra los pobres. 
 Nosotros en su momento trabajamos con el movimiento revolucionario, en el Partido Guatemalteco del Trabajo, el PGT. 
 -Pregunta:
 Ustedes conocieron la explotación de décadas atrás. Y hoy día siguen 
viendo algo no muy distinto. ¿Qué cambió en todo este tiempo? 
 -Respuesta: 
 Durante el tiempo que existió la guerrilla, los trabajadores la tenían 
más favorable. Teníamos ese apoyo. Pero desde que se firmó la paz, en 
1996, ya se nos volteó de nuevo la suerte. Hemos ido para atrás, porque 
las fincas cañeras ahora hacen lo que quieren. ¿Qué hacen ahora los 
ingenios para aumentar la producción? Le dan droga a la pobre gente; los
 muchachos trabajan drogados. La finca no se los exige directamente, 
pero se los induce con engaño. 
 Por aquí el gobierno de Jacobo 
Arbenz, más o menos por 1952, repartió parcelas para la gente. Y ahí los
 trabajadores sembraron caña; con eso más o menos se mantenían. Pero 
llegó un momento en que ya no les rendía, y tuvieron que ir a trabajar a
 las fincas como empleados. Así fueron vendiendo sus parcelas. Hoy día 
ya prácticamente ningún campesino pudo mantener su parcela, que era de 6
 manzanas. Están empleados en las fincas y los ingenios, cuando pueden. 
Aquí todos dependen del corte de caña. Los grandes cañeros se fueron 
comiendo a los pequeños propietarios. Hoy día casi no quedan fincas 
ganaderas: todo es caña. Y muchos que ya no consiguen trabajo por aquí 
tienen que salir a trabajar en fábricas. Pero la gran mayoría trabaja en
 la caña. 
 Yo trabajé con la Organización Internacional del 
Trabajo, la OIT, hace algunos años atrás. Y ahí comprobamos que en las 
fincas les dan droga a los trabajadores. Es una bolsita como de 
refresco. Con eso los trabajadores trabajan y trabajan sin descanso. A 
veces hasta las 8 de la noche los tenían trabajando, iluminados por los 
tractores. Los hacían trabajar sin descanso hasta sacar toda la tarea. 
El Ministerio de Trabajo está siempre ausente de estos asuntos. Y los 
finqueros, cuando sabían que iba venir la OIT a investigar, preparaban 
todo. Incluso tenían comprados a sus trabajadores para que no dijeran 
nada. O traían trabajadores de por allí para pasar la inspección, que no
 hablaran y contaran las condiciones reales en que trabajan. 
 
Para después de la firma de la paz en 1996, para 1997 vino por aquí 
Elizabeth Orlovic, de la Universidad de California, para hacer su 
trabajo de tesis. Y producto de ese trabajo publicó un libro: “En el 
umbral del nuevo siglo”, que sacó AVANCSO. Después de entrevistar a 
mucha gente presentó ese informe sobre la situación del trabajo en los 
cañales. Después de eso, por las denuncias que salían allí, los de los 
ingenios cambiaron su estrategia. Ahora pusieron oficinas de Recursos 
Humanos; pero esas son estrategias para seguir siempre con la 
explotación más tremenda, pero más refinada. 
 La explotación 
sigue siendo enorme. Hay ingenieros, economistas y no sé cuántas 
personas más: administradores de empresa, etc., etc., que están al 
servicio de los finqueros. 
 -Pregunta: En el medio de esa panorama, bastante desolador por cierto, ¿cómo defienden sus derechos los trabajadores? 
 -Respuesta: 
 Está muy difícil. Los azucareros no permiten que se organicen 
sindicatos. Al trabajador lo tienen agarrado por varios lados. En primer
 lugar, porque todos los trabajos son temporales. Muchos vienen desde el
 Altiplano, pero eso es solo para la época de corte. En el libro que 
mencionábamos de esta compañera estadounidense está bien estudiada la 
situación: la patronal cambió su estrategia a partir de una gran huelga 
de trabajadores cañeros del año 1980. Fue una movilización de 80,000 
trabajadores que se declararon en huelga; entonces los finqueros y los 
ingenios tuvieron que cambiar de estrategia. Empezaron a hacer cambios, 
aparentemente favorables para los trabajadores, pero que no eran eso. El
 ingenio que empezó con esas reformas fue el Ingenio Concepción. Los 
otros azucareros, al ver esa nueva estrategia, no entendían nada, y los 
llamaron comunistas a estos del Ingenio Concepción. Era un cambio, pero 
totalmente superficial, surgido solo por la huelga que les forzó cambiar
 un poco la cara. Era todo aparente: empezaron a cambiar un poco las 
condiciones de trabajo. Por ejemplo, dieron mascarillas y botas, porque 
antes era más rústico. Pero la verdad es que ahora, pese a esos 
aparentes cambios, es peor. Ahora, cada tiempo, vienen reduciendo 
personal. Por ejemplo: antes agarraban más gente para regar. En este 
momento es todo mecanizado, entonces mucho personal queda sin trabajo. 
 -Pregunta: ¿Y qué hace toda esa gente sin trabajo? 
 -Respuesta: 
 Es una maniobra que se la tienen bien pensada. Mucha gente queda sin 
nada que hacer. Ellos piden un determinado tonelaje que cada trabajador 
tiene que cortar, y si alguien no lo consigue, lo dejan sin trabajo. Si 
alguien está enfermo, no le dan trabajo. Si alguien ya tiene 40 años, no
 le dan trabajo. Por otro lado están los monitores o caporales, que 
vienen a supervisar cómo se corta la caña. El trabajador no sabe cuánto 
gana por día. ¿Por qué no sabe? Porque ahora recogen la caña con un 
tractor que se llama cameco; el trabajador va dejando la caña que cortó 
tendida ahí, y el tractor la recoge. El trabajador no sabe cuánto cortó 
exactamente; entonces el día de pago le dan lo que la finca quiere. El 
trabajador no sabe la cantidad que cortó. La máquina agarra parejo, y no
 puede saber lo que cada quien hizo. Ahí está el robo. Siempre le ponen 
de menos en relación a lo que realmente cortó. Si el trabajador, por 
ejemplo, cortó 14 toneladas, le apuntan 10. Es un robo descarado. Y 
encima, para producir de esa manera –hay algunos que cortan hasta 18 
toneladas– deben comprar pastillas para que les dé fuerza. El mismo 
trabajador debe pagarlas, porque es él quien las compra, y se gasta 
hasta 35 quetzales diarios [ 4 dólares ] . Antes se la daban, pero ahora
 la tiene que comprar. Y de esa manera, entre ese ritmo de trabajo que 
le imponen y la droga que consume, se termina fundiendo. No siente el 
esfuerzo, pero al poco tiempo está agotado. 
 Además están los 
monitores, siempre viendo cómo beneficiar a los finqueros, descontando 
todo lo que puedan al compañero trabajador. Es un robo terrible que le 
hacen por todos lados. 
 -Pregunta: Entonces, ¿realmente se está peor que años atrás? 
 -Respuesta: 
 ¡Por supuesto! Antes el campesino tenía su milpita [ maíz ] con qué 
comer; se las podía arreglar de algún modo. Ahora no. Solo son seis 
meses de trabajo en el año; después tiene que ver qué hace. Antes uno 
sabía lo que iba a ganar; eso se lo puedo asegurar porque nosotros 
trabajamos por años en el tema del azúcar: hoy el trabajador no lo sabe.
 Antes uno echaba 6 toneladas al camión, y las veía, sabía cuánto había 
cortado. Hoy día no, con la quema de la caña que se hace. El campesino 
ya perdió el control sobre eso y solo se limita a cortar, sin saber 
cuánto está cortando. 
 Por otro lado, el trabajador está 
tragando todo el tiempo la ceniza de la caña que se quema. Eso es 
insalubre. Pero quien lleva la peor parte en todo esto es la mujer. Ella
 se levanta a las 3 de la mañana para preparar la masa para comer; pero 
esta mujer no está tenida en cuenta por los señores de los cañales. 
Además, le queda todo el cuidado de los niños y todo el trabajo 
doméstico. Y también está el problema de las fumigaciones con tóxicos. 
Eso es muy dañino para la salud, y también para los techos de las casas,
 o para la ropa que queda tendida. 
 -Pregunta:
 En definitiva, podría decirse que la industria de la caña de azúcar, 
para la población trabajadora, no trae mayores beneficios, sino 
problemas, desgracias. ¿Es así? 
 -Respuesta: 
 Claro que sí. Se explota a los trabajadores, se les reprime si 
protestan, está el problema de las fumigaciones con tóxicos. Por otro 
lado, el cultivo desmedido de la caña de azúcar quitó prácticamente todo
 el terreno que antes había para el maíz de las familias campesinas. 
Aquí, por ejemplo, era zona de mangos, y por culpa de las fumigaciones 
de la caña, ya no está dando este fruto del mango. En definitiva: el 
campesino ya se jodió. Ahora ni siquiera tiene su tierrita para cultivar
 el maíz para comer. Ahora tiene que comprarlo. Hemos ido para atrás. 
 Ahora no es raro ver mujeres con su atadito de leña que tratan de 
venderlo por ahí para ganarse sus centavos con lo que medio comer. Y 
para los varones no hay trabajo. La cosa está seria. A partir del 2018 
los cañeros solo van a contratar a un 10% del personal, por lo que la 
situación se va a poner peor de lo que está ahora. En lugares como 
California, por ejemplo, donde se está produciendo mucha caña, se corta 
solo con máquina. Con eso se le quitó trabajo a una gran cantidad de 
gente. 
 Nuestros derechos están totalmente pisoteados el día de 
hoy. Es cierto que tenemos una Procuraduría de Derechos Humanos; pero 
eso no alcanza. Ahí se pueden presentar algunas denuncias a nivel 
personal; tal vez algo en relación a violencia contra la mujer. Eso está
 bien, pero no alcanza para mejorar las cosas. 
 A todos esos 
problemas habría que agregar lo de las fumigaciones. Eso es otro gran 
problema para la población de la zona y para los trabajadores, porque se
 hace con productos tóxicos, muy malos para los pulmones. Y está también
 el problema de las cenizas de las quemas, que viene a dañar los techos 
de nuestras casas y la ropa que tendemos para que se seque. Esas cenizas
 las estamos respirando todo el tiempo, y eso es muy nocivo. 
 
Algo más importante todavía: el campesino que vive del azúcar, hoy día 
tiene trabajo apenas seis meses al año. El otro tiempo tiene que ver qué
 hace. Por eso la gente anda cazando iguanitas para medio comer. 
 -Pregunta:
 Como militantes revolucionarios de toda una vida, ¿cómo ven el futuro: 
qué podemos o qué debemos hacer para revertir esta situación, para 
construir alternativas reales de cambio? ¿Cómo hacemos para movilizar de
 nuevo 80.000 personas en aquella histórica huelga de 1980? 
 -Respuesta: 
 La cuestión es cómo organizarnos. La derecha, los finqueros, los ricos 
saben qué quieren hacer. Están bien organizados, saben dónde van. Nos 
tienen maniatados por todos los lados. Por ejemplo con un distractor 
como el trago. No hay medicinas en los centros de salud, pero nunca 
dejan de autorizar una cantina para ir a tomar. Cuesta lo mismo una 
libra de frijol que una cerveza. Es decir: mantienen drogada a la 
juventud para que nadie se organice. Descabezaron nuestra movimiento, 
nos mataron gente indiscriminadamente, rompieron el tejido social para 
frenar al movimiento revolucionario. Así nos detuvieron, y después 
pusieron esto de las drogas, cosa que antes no se veía. Hoy día por 
aquí, en las aldeas, ya estamos llenos de jóvenes mariguaneros. Eso no 
se veía algunos años atrás. Hoy día en ningún ingenio hay organización 
sindical. Hay temor. Pero debemos volver a trabajar para organizarnos. 
 -Pregunta:
 Las nuevas iglesias evangélicas lo hacen: van casa por casa 
convenciendo gente para que se les unan. ¿Por qué no hacer lo mismo en 
nombre de una causa popular y revolucionaria? 
 -Respuesta: 
 Por supuesto que se puede, pero es un proceso muy lento. Hace algunos 
años atrás pudimos organizarnos porque todavía estaba cercano el proceso
 revolucionario de 1944-1954. La gente que conoció ese período, o los 
hijos que habían heredado todo eso, sabía que solo con una revolución 
social así podíamos mejorar nosotros, los campesinos, los pobres. Nos 
podíamos mirar en ese espejo. Pero desde 1954 para acá, con la 
contrarrevolución, el pueblo de lo único que sabe es de ataques, de 
desorganización y de muertes. El pueblo está atemorizado con todo eso, y
 el pastor de estas iglesias evangélicas le dice que no hay que 
preocuparse, que todo esto ya está escrito, pero que si va a la iglesia 
se va a salvar. Eso desorganiza. Y por otro lado la gente está 
desesperada buscando cómo sobrevivir. El que tiene trabajo, lo cuida 
como el oro. La gente está atemorizada, y la juventud no se quiere meter
 en nada. Nadie confía en nadie, porque no se sabe quién trabaja para 
los ingenios. La gente está desunida. Uno va a hablarle a la gente sobre
 estos temas, sobre la explotación, y nadie le hace caso. La gente solo 
está pensando en el fútbol y en Messi y en esas cosas. Nos han 
desarmado, desarticulado. Si uno le habla de política y de nuestros 
derechos, nos ven como locos. La gente solo está hablando de fútbol, y 
anda en las cantinas o en los cultos. La juventud no se interesa por 
nada, y muchos se quieren meter a policías. 
 Sin embargo no hay 
que quedarse con una imagen negativa, pesimista. Hoy día estamos mal, 
nos pueden tratar de locos, estamos desorganizados…, pero la lucha no ha
 terminado. 
 

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