Entrevista con el historiador Miguel Mazzeo, mención de honor del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2014
Humanidad en red
 Primera Parte: La actualidad del pensamiento de José Carlos Mariátegui 
Roger Landa y Félix Caballero: Queremos
 comenzar con una pregunta general, para ponernos en perspectiva: ¿Por 
qué Mariátegui? ¿Qué encontró en él que le llevó a redactar su libro: 
José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América? 
 Miguel Mazzeo:
 Mi interés por la figura de José Carlos Mariátegui surgió a mediados de
 la década del 80, en plena crisis de los paradigmas emancipatorios más 
característicos del siglo XX. Me refiero específicamente a la crisis de 
los significados del socialismo que fueron hegemónicos desde la 
Revolución Rusa, pienso también en la crisis del nacionalismo 
revolucionario, en el reflujo del cristianismo de liberación, etc. Poco 
después se producía de caída del Muro de Berlín, se disolvía la Unión 
Soviética y se iniciaba el tiempo del neoliberalismo en su versión 
periférica, cruda y dura.
Miguel Mazzeo:
 Mi interés por la figura de José Carlos Mariátegui surgió a mediados de
 la década del 80, en plena crisis de los paradigmas emancipatorios más 
característicos del siglo XX. Me refiero específicamente a la crisis de 
los significados del socialismo que fueron hegemónicos desde la 
Revolución Rusa, pienso también en la crisis del nacionalismo 
revolucionario, en el reflujo del cristianismo de liberación, etc. Poco 
después se producía de caída del Muro de Berlín, se disolvía la Unión 
Soviética y se iniciaba el tiempo del neoliberalismo en su versión 
periférica, cruda y dura. 
  Yo era un joven estudiante en la 
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y un 
poco intuitivamente sospechaba que Mariátegui podía suministrarme 
algunas claves teóricas y políticas para repensar el proyecto 
emancipador en Nuestra América. Además, el Amauta poseía el irresistible
 atractivo de no figurar en los programas de estudio. 
  En ese 
contexto histórico tan poco alentador veía que la propuesta de 
Mariátegui, de alguna manera, salía indemne de la crisis de los 
denominados socialismos reales y del agotamiento de las matrices más 
clásicas de la izquierda –del “marxismo-leninismo” en todos sus 
formatos–, matrices que buscaron reducir toda la vida a un ordenamiento 
sistemático. Más allá de que muchos y muchas consideraron que esa crisis
 arrasaba con toda idea de cambio radical, percibía que la misma no 
podía afectar los aspectos medulares de una obra y un pensamiento como 
los de Mariátegui. 
  Ese fue el contexto que me permitió 
descubrir en Mariátegui las posibilidades de un socialismo sin fórmulas 
envenenadas, de un marxismo operativo y con arraigo, un pensamiento 
genuino, de una enorme sensibilidad y para nada mimético, de una fuerza 
expresiva formidable. Un pensamiento que suministraba claves para la 
vida práctica, para recomponer la confianza en el proyecto emancipador y
 para intentar desarrollar, desde esta parte del mundo, una 
universalidad original. 
  Luego, mi militancia vinculada a 
organizaciones populares autónomas y a los movimientos sociales de 
Argentina, junto al impacto de los procesos y experiencias más recientes
 en Nuestra América, como por ejemplo los protagonizados por el 
neozapatismo en México, el Movimiento Sin Tierra en Brasil, los 
movimientos sociales en Bolivia y la Revolución Bolivariana de 
Venezuela, etc., me fueron imponiendo un lugar hermenéutico (y un 
recorte y una decodificación de la figura de Mariátegui) diferente del 
que pueden suministrar la academia con sus formalismos, métodos y 
rituales u otros ámbitos autorreferenciales o signados por el 
dogmatismo. 
  Considero que ese lugar hermenéutico ha sido 
determinante para mí. Ese lugar condicionó mi opción por determinadas 
categorías y el rechazo de otras; condicionó mi trabajo de exégesis, mis
 jerarquizaciones y me ayudó a definir algunas constantes axiomáticas. 
En concreto; aprendí mucho de mis compañeros y mis compañeras.
  
Finalmente, debo decir que siempre me fascinó la operación que 
Mariátegui realiza respecto del marxismo. Una operación filosófica y 
política basada en la búsqueda y la asignación de equivalentes 
semánticos. Del mismo modo que me fascina la operación que Simón 
Rodríguez realiza respecto de Juan-Jacobo Rousseau, y otras del mismo 
tenor significativo. Quiero destacar la figura del traductor y la 
traducción ¿Qué hace Mariátegui con el marxismo? Yo le buscaba el nombre
 a esa operación, a ese tratamiento. ¿Mariátegui aplica, traslada
 el marxismo a América Latina? Nada de eso me convencía, aún 
considerando la posibilidad de aplicaciones o traslaciones 
verdaderamente críticas. La figura que me conformó fue la del traductor.
 Mariátegui traduce el marxismo. Cuando uno se pone a ver qué 
posibilidades tiene un traductor frente a la obra que va a traducir, por
 lo general, aparecen tres alternativas. Primero, la traducción literal.
 En América Latina hubo varios traductores literales del marxismo. 
Demasiados, tal vez. El resultado no fue de lo mejor. Una negación de la
 propia realidad (y del propio sujeto y sus aptitudes emancipatorias) 
por todo lo que ella no era y no podía llegar a ser, una incapacidad de 
dar cuenta de su carácter desigual y combinado, de reconocerla en su 
condición de palimpsesto. Invocando el universo de referencias marxistas
 se produjeron textos justificadores del colonialismo, narrativas 
elitistas y pigmentocráticas. Otra alternativa consiste en intentar 
captar una supuesta esencia, y traducir tratando de ser fiel a la misma.
 Eso dio pie a una variedad de dogmatismos. Y la tercera alternativa, 
que es la que a mí me parece que Mariátegui propone, consiste en pensar y
 encarar la traducción como una recreación, como una reescritura. Se 
dice que un buen traductor, en realidad, recrea la obra que traduce. Eso
 es lo que hace Mariátegui precisamente. Al traducir el marxismo a la 
realidad latinoamericana lo recrea. En última instancia lo que hizo es 
crear algo nuevo: el marxismo de Nuestra América. Un marxismo enraizado 
en nuestra historicidad y en nuestra eticidad. 
   RLyFC: ¿Desde
 dónde debemos leer a Mariátegui en la actualidad? ¿Cómo abordar la 
profundidad de su pensamiento y su actualidad práctica desde las nuevas 
condiciones históricas en las que nos encontramos? 
MM:
 Es una tarea execrable la del orientador de lecturas. No la recomiendo.
 Que cada uno y cada una lea a Mariátegui desde donde quiera o pueda. 
Pero que lo lea. Sólo puedo hacer el intento de explicitar mi lectura, 
con mucha humildad, sin pretensiones de establecer un camino exegético. 
  Creo que Mariátegui resulta indispensable como punto de partida en la 
tarea de resignificar el socialismo y para desarrollar el marxismo como 
crítica científico-ética del capitalismo, como programa práctico de 
acción anticapitalista y proyecto de sistema económico, social y 
político alternativo, es decir, otro proyecto civilizatorio. 
  
Considero que la clave de lectura y apropiación viene impuesta por un 
conjunto de necesidades relacionadas con el poder popular y los modos de
 construirlo, consolidarlo y extenderlo, necesidades que a su vez se 
conectan con la autonomía ideológica y política de las clases 
subalternas y oprimidas, con la democracia, la acción directa, y con los
 vínculos entre la revolución y la cotidianidad. 
  En general, 
el punto de vista que adoptamos a la hora de estudiar a Mariátegui, 
remite a todo aquello que –creemos– hace a la reformulación de un 
proyecto socialista para Nuestra América. El eje comunal del socialismo 
es un aspecto clave. Otro aspecto igual de relevante es la democracia 
revolucionaria. 
  En este sentido considero que es sumamente 
enriquecedor releer a Mariátegui en clave chavista y abordar el chavismo
 en clave mariateguiana. Mariátegui aporta a la idea del socialismo 
comunal y la democracia revolucionaria. 
  Para el chavismo las 
comunas socialistas constituyen espacios sociales y territorios 
prefigurativos donde se ejerce el poder popular y donde el socialismo se
 torna concreto, son la plataforma más adecuada para la proyección de 
este poder hacia el conjunto de la sociedad civil popular, para la 
conformación de una densa trama que cubra cada rincón de la nación, de 
Nuestra América y del mundo. Asimismo componen el locus privilegiado de la transición al socialismo. 
  La comuna constituye un espacio de auto-liberación económica y 
política de los productores y las productoras. Es un espacio de 
auto-conducción de masas que transforma las subjetividades, elimina la 
competencia, desarticula a la burocracia, favorece la solidaridad, 
orienta la espontaneidad, materializa el futuro promoviendo la 
superación de la división del trabajo capitalista. Entonces, la comuna 
está en el núcleo mismo de las estrategias que apuestan al desarrollo de
 un proceso popular constituyente ininterrumpido. 
  La comuna es
 el ámbito que auspicia los eslabonamientos entre los fines próximos y 
los fines últimos. Es fuerza socializadora y espacio de autogobierno, 
democracia de base, acción directa y autogestión. Es el ejercicio 
colectivo y plebeyo de las funciones ejecutivas, legislativas y 
productivas convergentes. Es el conjunto de praxis orientadas a la 
construcción de una institucionalidad de clase propia de los 
trabajadores y las trabajadoras. 
  La comuna es el emplazamiento
 más sólido para el desarrollo del poder popular, es la articulación de 
las relaciones sociales que constituyen la base de apoyo del proceso 
revolucionario bolivariano y el principal motor de su extensión y 
profundización. También es una respuesta de clase en un contexto 
transicional signado por la confrontación social. 
  Por su 
parte, la democracia revolucionaria aparece como uno de los elementos 
más disruptivos del chavismo. Cabe señalar que la misma abreva de 
fuentes no liberales. Asimismo constituye una denuncia a la falta de 
afinidades entre democracia y liberalismo. De ahí la importancia de las 
comunas de cara a una democracia sustantiva y radical. Recurriendo a 
categorías gramscianas, podemos identificar en las Comunas a las 
instituciones “características de la vida social” de las clases 
populares en donde existe potencialmente el Estado socialista. 
 
 Creo que el aporte de Mariátegui resulta muy valioso a la hora pensar 
la comuna y la democracia revolucionaria como pilares del socialismo del
 siglo XXI. 
   RLyFC: La noción del socialismo práctico de
 Mariátegui nos da herramientas para argumentar que las sociedades 
originarias en el territorio latinoamericano tenían una tendencia a la 
organización comunal (Ayllu) y por lo tanto el rescate de esas formas de
 organización podrían sumarse al proceso de construcción de un sistema 
económico y político distinto al capitalismo y la democracia liberal. 
¿Cómo sería, según su estudio, la estructuración de estos Ayllu en la 
actualidad y en perspectiva histórica de transformación? Además de los 
Ayllu ¿qué otros espacios orgánicos podríamos resaltar que sean 
originarios de  N uestra  A m é rica y cuya influencia pueda servir al proceso de construcción del socialismo? 
  MM:
 En mi libro propongo la centralidad de la noción de elementos de 
socialismo práctico en la obra y el pensamiento de Mariátegui. Planteo 
que no se trata de una idea marginal en su obra, aunque durante mucho 
tiempo pasó desapercibida, o fue colocada en un discreto segundo plano. 
El mismo “descuido” se puso en práctica con Carlos Marx, y allí están la
 carta a Vera Zasulich, el Cuaderno Kovalevsky , algunos pasajes de los Grundrisse , etc; con Rosa Luxemburgo, y allí está su  Introducción a la economía política . 
  El concepto del socialismo práctico aparece claramente en los Siete ensayos
 y en otros textos de Mariátegui, pero además sobrevuela en toda su 
obra. Hay una operación intelectual que es muy característica de 
Mariátegui y que remite a una inversión trascendental, de enorme 
significación para el pensamiento emancipador de Nuestra América. El 
Amauta plantea que aquello que el pensamiento liberal clásico veía como 
una rémora, como un rasgo del atraso, la barbarie y la índole enfermiza y
 retardataria de nuestros pueblos, no solamente no era nada de eso, sino
 que era algo plenamente funcional a un proyecto socialista. Es decir, 
en lo que usualmente se consideraba un límite, una tara, 
fundamentalmente en relación a un proyecto socialista, Mariátegui ve 
justamente todo lo contrario, ve un aspecto que habilita a pensar en las
 posibilidades concretas del socialismo en el continente, pensar en una 
transición peculiar al socialismo, propia, original y enraizada. Los 
elementos de socialismo práctico remiten a vínculos sociales, 
comunitarios, a relaciones interhumanas objetivamente alternativas a las
 del capital. Vínculos y relaciones que, en muchos casos, no están 
mediados por una conciencia socialista, pero que, como variable 
empírica, poseen una gran potencialidad de cara a la invención de 
sociedades alternativas y una gran capacidad de proyección socialista. 
Mariátegui pateó el tablero y dijo que Nuestra América no estaba en el 
tercer día de la creación, según la expresión de Hermann Keyserling. 
  Para Mariátegui, lo que ocurría en algunas comunidades concretas podía
 articularse con la idea universal del socialismo. Él detecta elementos 
de socialismo práctico, básicamente en las comunidades indígenas, en sus
 instituciones tradicionales, en los ayllus de los campesinos indígenas.
 Que, vale decir, son preincaicos, pero obviamente atraviesan el periodo
 incaico, sobreviven a la colonia, sobreviven al periodo republicano y 
llegan a la época de Mariátegui, a la década del 20. Y siguen hasta 
nuestros días. El ayllu es un sistema de organización social 
comunitaria, típico de los pueblos aymara y quechua. Aunque con los años
 los ayllus fueron modificando algunos de sus aspectos, conservaron 
muchos de sus rasgos característicos, las formas colectivas de propiedad
 de la tierra, las formas colectivas de trabajo, las formas de 
reciprocidad, etc. 
  En eso que los intelectuales pasaron por 
alto, en eso mismo que la izquierda euro-céntrica y colonizada negó como
 realidad que podía ser funcional a un proyecto socialista; es decir, en
 el régimen comunal, Mariátegui ve un punto de partida de inestimable 
valor, una enorme ventaja. De hecho Mariátegui cuando habla de elementos
 de socialismo práctico, habla de elementos actuantes que sobreviven en 
las comunidades campesinas indígenas. Los elementos de socialismo 
práctico tienen que ver con aspectos materiales pero sobre todo tienen 
que ver con lo “relacional”. Remiten a vínculos sociales, instituciones 
sociales y comunitarias. A partir de allí uno puede pensar, y hacer el 
ejercicio de identificar, en cualquier comunidad, en cualquier colectivo
 humano, elementos de socialismo práctico. Los hubo y los hay en las 
zonas urbanas también. Obviamente las culturas campesinas e indígenas 
tienen otras posibilidades a la hora de preservarlos, por cierto 
aislamiento que las caracteriza, porque están menos expuestas a las 
lógicas disociadoras del capitalismo. Pero también, para desgracia de 
Mario Vargas Llosa, uno puede encontrar esos elementos de socialismo 
práctico en otros espacios. 
  Mucho tiempo después de la muerte 
de Mariátegui, hasta el mismísimo Louis Althusser, planteó la 
importancia de los “islotes de comunismo”. Cuando hablaba de estos 
islotes de comunismo estaba pensando en vínculos humanos alternativos a 
los que impone el capitalismo, en un tipo de vínculo social en los que 
el proyecto socialista podía hacer pie para proyectarse. En la tradición
 indígena, plebeya y popular de Nuestra América eso estuvo y está 
presente. Claro, cuando Althusser hablaba de islotes de comunismo no 
pensaba en pueblos campesino-indígenas, se refería a un tipo de 
sociabilidad obrera que uno puede asociar a la Argentina de los 60 y de 
los 70, o las periferias urbanas de cualquier ciudad populosa de Nuestra
 América en la actualidad, por ejemplo. En fin, un tipo de sociabilidad 
que puede verse en cualquier ámbito en el cual se conserve o se geste un
 vínculo humano cualitativamente superior al que impone el capital, en 
esos espacios que se desarrollan al margen del capital, por fuera del 
capital, con una lógica distinta a la del capital: ahí hay elementos de 
socialismo práctico. Como decía, pueden estar mediados o no por una 
conciencia socialista, eso es otro asunto. Sin dudas una conciencia 
socialista puede potenciarlos y proyectarlos. El concepto de elementos 
de socialismo práctico, propone la articulación de lo particular con lo 
universal. La articulación de las praxis y las construcciones 
contra-hegemónicas de nuestros pueblos con el ideal y el proyecto 
universal del socialismo. También nos sirve para pensar que no 
necesariamente tiene que haber un modelo universal para una revolución, 
sino más bien todo lo contrario: cada revolución tiene que gestar su 
propio modelo. Me parece que eso tiene una vigencia enorme.
  
Considero que existe una relación directa entre el concepto de elementos
 de socialismo práctico y el planteo del tupakatarismo favorable a un 
socialismo “basado en el aylllu”, o en el planteo chavista del 
socialismo comunal. 
  Por cierto, creo que el chavismo ha sido y
 es prolífico a la hora de reconocer las diversas experiencias 
históricas de autorregulación de la convivencia humana desarrolladas de 
modo más o menos “espontáneo” por las clases subalternas y oprimidas, 
experiencias de resistencia a la civilización industrial, a la 
modernidad occidental dependiente y, va de suyo, a las visiones 
cartesianas del mundo. Al tiempo que celebra y promueve las experiencias
 actuales que marchan en sentidos similares: en el campo o en la ciudad,
 con protagonistas que van desde los pueblos originarios a los 
pobladores de los barrios.
   RLyFC: Sobre una vieja 
disputa: alianza obrero-campesino ¿Qué lectura hace Mariátegui sobre 
esta cuestión? ¿Cómo evalúa ud. a partir del marxismo de Mariátegui, la 
situación campesina y de la clase obrera en nuestra actualidad 
latinoamericana y caribeña? 
  MM: Yo sostengo 
que Mariátegui reformula la clásica alianza obrero-campesina (algo 
similar se puede decir del denominado pensamiento ejidal y en agrarismo 
radical, en el tiempo de la Revolución Mexicana). No repite como loro la
 fórmula de la hegemonía del proletariado. Tampoco la fórmula de la 
“dictadura del proletariado”. No se centra en el papel de la alianza 
obrero-campesina en la revolución democrático-burguesa. De hecho, no 
piensa en términos de “alianza” social o política. La denominada alianza
 obrero-campesina sería para Mariátegui algo así como la materia misma 
de un bloque histórico (un concepto gramsciano que Mariátegui, por 
supuesto, desconocía). Mariátegui le reconoce al campesinado capacidad 
estratégica. Reconocimiento puede hacerse extensivo a otros sujetos 
plebeyos. Creo que esa línea de reflexión puede ser muy productiva a la 
hora de analizar/transformar radicalmente la situación de las clases 
populares en el contexto de Latinoamérica y el Caribe.
   RLyFC: A partir de su lectura de Mariátegui, ¿Cómo localiza ud. el sujeto revolucionario en las actuales luchas de Nuestra América?  
  MM:
 Mariátegui nos convoca a pensar en un sujeto emancipatorio plural, 
diverso. Una noción de sujeto que articula componentes clasistas e 
identitarios. O sea: clase y diferencia. Recordemos que el indigenismo 
de la década del 20, en general, no era proclive a subsumir a los 
pueblos originarios, al “indígena”, bajo la categoría de campesino. 
Nótese la diferencia con la izquierda de los 60 y los 70, incluyendo a 
la nueva izquierda, al guevarismo, que nunca vio “indios” sino 
“campesinos”. Mariátegui reconoció la capacidad emancipatoria de los 
sujetos subalternos y oprimidos que no formaban parte de la clase obrera
 tradicional. Reconoció en las clases subalternas no proletarias 
capacidad de acumulación de clase, capacidad de devenir masa hegemónica.
 
  Y si bien Mariátegui no ahondó en la cosmovisión y el 
pensamiento indígena, abrió las puertas al reconocimiento de su dignidad
 epistemológica, cognoscitiva y ética. Hoy se lo reconoce como precursor
 de los movimientos de autoafirmación comunitaria, del pensamiento 
descolonizador, de la filosofía de la liberación, etc. 
  De este
 modo, Mariátegui nos convoca a pensar en términos de clase pero 
abandonando las tradicionales rigideces economicistas, dogmáticas y 
eurocéntricas. 
  Nosotros debemos aprender a no subalternizar 
políticamente a ninguna fracción del sujeto popular, mucho menos 
invocando determinismos “objetivos” o “estructurales”. Debemos 
revalorizar el territorio, las comunas, las experiencias de organización
 y de lucha, la cultura, “lo plebeyo”, como ejes articuladores de los 
sujetos plebeyos-populares. Creo que esto también responde, en parte, a 
la pregunta anterior.
  RLyFC: Junto con Mariátegui, ¿De qué socialismo podemos hablar y cuál socialismo podríamos construir?
  MM:
 Mariátegui decía “no se transforma artificialmente una sociedad”. Se 
trata de pensar la revolución desde dentro de esa sociedad que se 
pretende transformar y no desde un lugar externo e ideal. Se trata de 
construir un socialismo que articule lo universal y lo particular. Un 
socialismo “endógeno” y “enraizado” que desarrolle, amplíe y sistematice
 elementos que ya se encuentran en la sociedad civil popular y que son 
parte de su identidad, sus prácticas, sus tradiciones y su cultura. Un 
socialismo que sea algo distinto a una versión del proyecto modernizador
 de Occidente, sin negar los contenidos positivos y los valores 
humanistas de la modernidad. Un socialismo que promueva una 
nacionalización basada en las clases subalternas y oprimidas, que haga 
posible una dialéctica entre las políticas de soberanía nacional y de 
autonomía y autogobierno popular. 
  Un socialismo que no coloque
 al Estado en el horizonte del pensar-hacer la política, sino a las 
instancias comunitarias, societarias; que haga compatible al Estado con 
la democratización social y que, como situación transicional, construya 
un Estado con determinaciones sociales fuertes, lo más inmune posible a 
las determinaciones burocráticas. Un socialismo que asuma una dimensión 
societaria y civilizatoria. Creemos que esa dimensión resulta 
insoslayable en la actualidad. Un socialismo basado en un  ethos  que modifique las actitudes frente a la naturaleza que no coloque el énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas.
 Segunda parte: Balance actual de Nuestra América 
RLyFC: Este
 mes de noviembre se cumplen 10 años del NO al ALCA. Paralelamente, se 
impulsan tres grandes TLC asechan el mundo entero el Tratado 
Transpacífico (TPP), Tratado de Inversión en Servicio (TISA) y la 
Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión, cuya promoción
 significa que el neoliberalismo se ha adaptado a las nuevas condiciones
 y tiene beligerancia global. ¿Cómo interpreta ud. estos movimientos del
 neoliberalismo a nivel global? ¿En qué situación se encuentra nuestra 
región y las luchas populares anti-neoliberales frente a estos 
proyectos?
MM: En un aspecto general estos 
tratados poseen los rasgos característicos de los tratados inspirados en
 las lógicas imperialistas: promueven una profundización de las 
asimetrías y se desentienden de las estrategias de cooperación. No tengo
 dudas de que estos tratados expresan una ofensiva neoliberal en toda la
 línea y sin máscaras, una ofensiva alentada principalmente por EE.UU y 
algunos de sus socios principales, ante la creciente influencia 
económica y política de China. A través de los mismos las 
multinacionales buscan disciplinar a los Estados que pretenden preservar
 su soberanía. EE.UU juega un papel clave como generador de los 
contextos más adecuados y todo indica que no desechará ningún método. 
Hace cien años, Arturo Capdevilla, un escritor argentino, cordobés para 
más datos, decía que “la absorción económica y la dominación política 
son dos cosas idénticas para los reyes del dólar”. Hace unos días un 
artículo de la Misión Verdad , con mucha lucidez, hablaba de “otanización” del comercio mundial y de “totalitarismo económico supranacional”. 
  Elaborados y negociados en secreto, a espaldas de las comunidades y de
 los Estados más débiles, estos tratados se contradicen con los 
legítimos deseos de desarrollo independiente y endógeno (y en armonía 
con la naturaleza) de los pueblos. Una élite corporativa, irresponsable y
 despiadada, pretende decidir sobre la vida de millones de seres 
humanos. 
  Ya conocemos de sobra el significado de las fórmulas 
que proponen eliminar las barreras comerciales, las tarifas, que 
promueven la desregulación de la economía, etc. A través de un 
mega-acuerdo comercial, las grandes corporaciones buscan profundizar el 
proceso de acumulación por desposesión que hace tiempo han lanzado. 
  La escasa información de la que disponemos nos plantea que existen 
algunas cláusulas que impulsan la privatización de los servicios 
públicos; otras que, invocando los derechos de autor y de propiedad 
intelectual, pretenden regular internet o limitar el acceso de 
medicamentos genéricos; en fin, un avance cuantitativo y cualitativo del
 proceso de mercantilización, la sanción de nuevas formas de 
expropiación. 
  Frente a esta situación se torna necesario 
fortalecer espacios como el ALBA, la UNASUR, la CELAC, etc. y también de
 reformular espacios como Mercosur, en el sentido de disminuirle sus 
lógicas empresariales. 
  Considero que, en Nuestra América, 
existen condiciones para resistir la entrega de nuestras riquezas a los 
monopolios, principalmente en los movimientos sociales y en las 
organizaciones populares, en las bases, que son más fuertes cuando son 
autónomas, autogobernadas y conscientes. Seguramente los gobiernos de 
derecha avanzarán en la línea propuesta por estos Tratados. Habrá que 
ver que ocurre con los gobiernos denominados progresistas y sus 
mutaciones. Un riesgo es que tomen distancia de las iniciativas 
antiimperialistas, a diferencia de lo que ocurrió hace diez años cuando 
se comprometieron en un rotundo No al ALCA. 
  Sin dudas las naciones y los movimientos sociales del ALBA, Venezuela, Cuba, Bolivia, estarán en la primera trinchera. 
   RLyFC:  Procesos
 como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, han venido impulsado, con 
esquemas diversos y perspectivas diferentes, la participación de las 
bases sociales en los procesos de transformación llamados “pos t neoliberales”.
 ¿Qué evaluación hace ud. de estos procesos en la actualidad respecto a 
la participación popular que han buscado impulsar? 
  MM:
 En líneas generales los regímenes “pos t neoliberales” nos presentan a 
fuerzas políticas que, con mayor o menor intensidad, se han propuesto 
intermediar entre el orden interno y el orden mundial, entre las clases 
dominantes y las clases subalternas a partir de un rol activo en la 
gestión del capitalismo periférico y a partir de una presencia estatal 
importante. Sin dudas esto generó un escenario regional más favorable, 
permitió avances importantes en la integración, hizo posible la 
imposición de algunas regulaciones a las ansias depredadoras del capital
 transnacional y estableció un límite al avance de la derecha y la 
reacción. En algunos casos (Argentina, Brasil, Uruguay) esas fuerzas 
políticas bloquearon, en mayor o menor medida, la confrontación abierta 
con los grupos monopólicos (locales y transnacionales) y toda tendencia a
 la democratización real del poder. Fracciones importantes de las clases
 dominantes fueron y son los pilares de estos procesos; esto es, ni la 
burguesía ni cierta derecha “desarrollista” resultaron y resultan ajenas
 a estos procesos. Fueron y son parte de los mismos. 
  Ya 
conocemos de sobra de sus limitaciones históricas y sería bueno 
precaverse de toda ilusión en torno a sus posibles roles “progresistas” y
 constructores de soberanía nacional. Yo creo que Venezuela, Bolivia y 
Ecuador (junto con Cuba, por supuesto) se diferencian de los casos 
mencionados es este aspecto medulares. Sobre todo Venezuela y Bolivia. 
Ahí sí la burguesía (más allá del poder que conserva) y la derecha son 
exógenas respecto de los gobiernos. 
   RLyFC:  Actualmente
 existe un debate sobre el llamado “ciclo progresista”. Algunos autores 
dicen que los gobiernos progresistas entraron en un reflujo de las 
fuerzas revolucionarias, pero no significa una regresión o el término de
 la etapa de cambios sociales en Latinoamérica; otros hablan del “fin de
 ciclo” y la apertura de una nueva etapa; y otros observan un proceso de
 reconfiguración de l a  derecha continental y un nuevo 
ataque de esta ¿Cual sería su postura en este debate? ¿Podría darnos un 
análisis concreto de la situación actual?  
  MM:
 En algunos casos podría hablarse de fin de ciclo en el sentido de que 
las experiencias progresistas, después de un período de auge, después de
 alcanzar la cima de sus realizaciones, se han topado con sus propias 
limitaciones a la hora de asumir las nuevas necesidades de acumulación 
del capital tra n snacional pero tratando de conservar cuotas de 
consenso social . También se puede ver el agotamiento del ciclo 
progresista como un efecto de la despolitización (o la politización 
controlada y dirigida) promovida por diferentes gobiernos, que nada 
hicieron para “empoderar” al pueblo, e incluso alentaron procesos 
materiales, sociales, políticos y culturales que generaron un 
vaciamiento de la conciencia popular. No estoy tan seguro de que el 
eventual retorno de la derecha signifique, en todos los casos, un 
retorno al neoliberalismo en su versión clásica, la del Consenso de 
Washington. No me parece descabellado pensar una continuidad del 
neo-desarrollismo, pero en una versión más liberal-conservadora, con una
 segura profundización del modelo extractisvista y con m á s represión. 
Puede que los mismos gobiernos progresistas, muten gradualmente e 
impulsen gradualmente esas políticas o que la derecha se haga cargo 
directamente. Por eso el fin de ciclo también se expresa en la 
imposibilidad de diferenciar el fondo del “progresismo” y la “derecha”. 
El fin de ciclo pone en evidencia cierta condición inauténtica del 
denominado progresismo (por lo menos de sus expresiones más moderadas), 
lo endeble de sus mistificaciones que no otorgan unidad y poder al 
pueblo. Más bien todo lo contrario: auspician la inmadurez política, la 
indiferencia y la superficialidad, que, como suele ocurrir, termina 
capitalizando la derecha. 
  Sin dudas existen diferencias entre 
una y otra salida, sobre todo a nivel del impacto geopolítico y de los 
escenarios en los que se desenvolverán las luchas futuras sociales.  
Pero no hay que soslayar algunas similitudes y sus efectos políticos. 
  Muy diferente puede ser la situación en los procesos que asumieron 
horizontes más radicales, abiertamente anticapitalistas, y que 
impulsaron el desarrollo de procesos de democratización desde las bases,
 con eje en el autogobierno y la autodeterminación popular, junto al 
desarrollo de una institucionalidad alternativa. La realidad nos muestra
 que los procesos populares más sólidos (aún con sus grandes 
inconvenientes) son los procesos más ambiciosos, en donde el quiebre 
social y cultural es más evidente, en donde más avanzó la polarización 
social, política, cultural. Vale acotar que dicha polarización solamente
 puede ser considerada como un grave problema si se priorizan esquemas 
de compromiso y gobernabilidad burguesa. 
  Sin dudas, estos 
procesos no están exentos de los riesgos de una derechización endógena, 
más aún un contexto regional y mundial adverso. Y también siguen 
expuestos a las agresiones directas e indirectas del imperialismo. Pero 
allí el pueblo ha desarrollado trincheras más sólidas. 
   RLyFC:  Para
 finalizar. En su condición de investigador y militante, ¿Cuál considera
 que es la importancia del pensamiento crítico para la Revolución 
Bolivariana y Nuestroamericana? ¿Cuál es su papel actual?  
  MM:
 El pensamiento crítico es indispensable para la Revolución Bolivariana y
 para cualquier proceso que asuma un horizonte de transformaciones 
radicales, un cambio sustancial en la correlación de fuerzas a favor del
 pueblo trabajador. Entre otras cosas porque se trata de un pensamiento 
que, fiel a Marx, asume que el problema de la verdad de todo pensamiento
 no es un problema teórico sino práctico. O sea: su verdad sólo puede 
ponerse de manifiesto (y comprobarse) en y por la práctica. Entonces, el
 pensamiento crítico rechaza la autor r eferencialidad, no comulga con 
aquello que se preocupa solamente de su arquitectura sin dar cuenta de 
lo anómalo, asimismo se opone a la condición neutral, a las visiones 
consensualistas, al distanciamiento, al apoliticismo, al espectáculo, a 
las verbalidades huecas, a la escisión entre teoría y práctica. 
  Sólo el pensamiento crítico puede actualizar y resignificar el 
pensamiento nacional-popular. Considero que no puede haber pensamiento 
nacional-popular sin pensamiento crítico. El pensamiento 
nacional-popular sin la demanda de una subjetividad revolucionaria puede
 terminar siendo afín al poder, plagado de ambigüedades políticas y 
simbólicas, negador de contradicciones sustanciales, legitimador del 
poder de las clases dominantes, conformista. 
  Pensar la 
emancipación nacional en términos que excedan el populismo, en términos 
que no sean condescendientes con el capitalismo, exige un 
cuestionamiento a fondo de las estructuras neo-coloniales y la 
erradicación de sus mecanismos de transferencia de plusvalor. Exige 
pensar la emancipación del pueblo oprimido “en la nación”. 
  El 
pensamiento crítico no concibe a la política como mero efecto de un 
momento simbólico-subjetivo (construido verticalmente y como mera 
repetición) ocluyendo la dimensión material-social y la dimensión del 
poder. No negamos las discontinuidades entre esas dos dimensiones, 
sabemos que nunca son lineales. 
  El pensamiento crítico no se 
repite dos veces de la misma manera. No tiene alternativa: o es 
pensamiento viviente o es signo muerto. Creo que todavía pesan las 
coagulaciones del pensamiento crítico de hace 40 o 50 años. 
Evidentemente la extrapolación hace que ya no tenga nada de 
“pensamiento” y muchos menos de “crítico”. 
  El pensamiento 
crítico es una revelación iluminadora que sabe conmover permanentemente 
nuestros pensamientos previos. Es un pensamiento que sabe quebrar el logos  vigente. Es una conciencia superadora de sus propios condicionamientos. 
  El pensamiento crítico nunca es un instrumento de conciliación con la 
realidad. Es otredad, no tautología y es siempre auto-crítico. 
 
 El pensamiento crítico, cuando es genuino, es un pensamiento 
emancipador y siempre aspira a cobrarse todas las promesas del concepto.
  *
 Miguel Mazzeo: historiador, investigador y docente argentino, miembro 
del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la UBA, 
profesor de la UNLa, docente en distintos espacios de formación popular 
de Nuestra América, como la Escuela Nacional Florestán Fernández del 
MST-Brasil, en la Escuela de Formación Política José Carlos Mariátegui 
de Argentina, y en al Escuela Hugo Chávez del capítulo Concepción, 
Chile, del ALBA. Entre sus publicaciones se encuentran: El sueño de una cosa: introducción al poder popular  (20 07); Poder popular y nación. Notas sobre el Bicentenario de la Revolución de Mayo  (2011); Piqueter@s: breve historia de un movimiento popular argentino  (2014); Entre la reinvención de la política y el fetichismo del poder  (2014). Su libro  José Carlos Mariátegui y el socialismo de Nuestra América,  obtuvo mención de honor en el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2014. 
  * Roger Landa: Lic. en Filosofía, miembro de la Secretaría Operativa 
de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa 
de la Humanidad.
  * Félix Caballero: Lic. en Estudios 
Internacionales, militante del Frente Cultural de Izquierda. Maestrante 
en Procesos Sociopolíticos y de Integración en América Latina y el 
Caribe (IDEA). 
 
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