
Veinticinco años atrás, los políticos y economistas neoliberales nos dijeron que había que sacrificarnos, poniendo toda la confianza en los inversionistas privados y reduciendo los gastos del Estado hasta que la copa rebalsara.
La copa rebalsó. El modelo neoliberal no solo ha logrado desigualdades insultantes, sino que las ganancias y riquezas de los más ricos están asociadas al uso del Estado como negocio. Es decir, la corrupción es un factor decisivo vinculado con el éxito y la honorabilidad de la élite neoliberal.
El poder de los neoliberales ha logrado el control de todo el sistema de justicia, el cual se mide a la altura de la élite neoliberal, y esto es lo que se llama sistema de impunidad. Esta élite neoliberal tiene tanta riqueza que entre sus miembros se cuentan a algunos de los más ricos de Centroamérica y esa acumulación y concentración de riquezas es lo que provoca que decenas de miles de jóvenes estén en el desempleo y se vean obligados a emigrar y a enrolarse en pandillas y en la delincuencia.
Mientras la gente está padeciendo las consecuencias de la copa que nunca se llenó, los neoliberales piden préstamos a los organismos internacionales para tener más programas de asistencia, y para tener más ejércitos que protejan a las sociedades de tanta gente que protesta y demanda nuevas reglas del juego en las relaciones económicas y políticas.
Es inevitable: los neoliberales son tan expertos en hacer tan bien el mal que mucha gente empobrecida y miserable los acaba apoyando a cambio de unas ayuditas disfrazadas de programas para una vida mejor. Y hasta pueden ir a votar para que los presidentes se reelijan. Esta es la patria que en varios países latinoamericanos, y particularmente en Centroamérica, se ha erigido a la altura y al antojo de los neoliberales. Y así será, a no ser que los diversos sectores de la sociedad se erijan en ciudadanía activa para definir su propia propuesta y su propio proceso de transformación.
opinión por El sacerdote hondureño Ismael Moreno
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