 La  decisión era esperada, y sin embargo sacudió a la industria nuclear. El  29 de mayo, unos dos meses y medio después del desastre en la central  japonesa de Fukushima, Alemania anunció que abandonaría la energía  atómica.
La  decisión era esperada, y sin embargo sacudió a la industria nuclear. El  29 de mayo, unos dos meses y medio después del desastre en la central  japonesa de Fukushima, Alemania anunció que abandonaría la energía  atómica.Si bien hasta ahora este país europeo había dependido de la  producción nuclear para cubrir alrededor de 27 por ciento de sus  necesidades eléctricas, dentro de 11 años habrá puesto fin a todo uso de  centrales atómicas.
De los 17 reactores existentes, se cancelaron las operaciones en ocho  de ellos, incluyendo los siete más antiguos, inmediatamente después de  la catástrofe de Japón.
Entonces, la canciller (jefa de gobierno) Angela Merkel –resistiendo  la oposición de las corporaciones de energía alemanas—anunció que todas  las otras plantas serían cerradas también a más tardar para 2022.
Esto significó un cambio drástico en la política alemana, ya que el  gobierno derechista de Merkel anteriormente había previsto extender su  dependencia de la energía nuclear. Críticos de la canciller la acusan de  haber cedido a la presión popular.
Y no queda duda de que el cambio es resultado de la movilización  popular contra las oportunistas políticas de energía del gobierno.
Las elecciones regionales realizadas en mayo fueron acompañadas por  manifestaciones masivas en varias ciudades contra la energía nuclear. En  esos comicios, el Partido Verde, contrario a las plantas atómicas,  emergió como principal vencedor.
La salida de Alemania de la era atómica no es un paso aislado.  Representa una tendencia que, si no abarca a toda Europa, sí a gran  parte. Al menos dos gobiernos de Europa occidental han tomado decisiones  similares bajo la presión de la opinión pública.
Suiza, que había planificado la construcción de nuevas centrales,  ahora abandonó oficialmente esa iniciativa, mientras que en Italia,  gobernada por el derechista Silvio Berlusconi, resurgieron con más  fuerza los sentimientos anti-nucleares.
En 2008, el gobierno de Berlusconi había anunciado planes para  construir cuatro nuevas centrales atómicas, poniendo fin así a la  suspensión de todos los programas nucleares adoptada luego de la  catástrofe de Chernóbil, Ucrania, de 1986, que conmovió al mundo.
No obstante, en mayo pasado, el gobierno italiano volvió a congelar  las iniciativas para construir nuevas centrales y ahora no está en  posición de reanudar los programas.
En un referendo el 15 de junio, una abrumadora mayoría de entre 94 y  96 por ciento expresó su rechazo a la instalación de nuevos reactores.
La participación del referendo, de 57 por ciento, no pareció alta,  pero el resultado fue considerado un fuerte golpe al gobierno de  Berlusconi.
La decisión de Merkel fue el resultado de un largo proceso iniciado a  comienzos de los años 90. Hace 20 años, una parte de la elite política y  empresarial de Alemania ya había visualizado la necesidad de una  transición de la energía nuclear y de los combustibles fósiles, como el  carbón y el petróleo, a fuentes alternativas como la energía  hidroeléctrica, la eólica y la solar.
En 1991, el gobierno alemán aprobó una ley que obligó a las compañías  proveedoras de energía a adoptar las fuentes eólica y solar a la par  con los combustibles fósiles. La norma también establece el precio que  se les debe pagar a los proveedores de energías alternativas.
El sistema fue perfeccionado en 2000, cuando se adoptó un segundo  texto ofreciendo a los proveedores de energías alternativas una garantía  de 20 años. Algunos críticos dicen que el régimen tiene varios vacíos  importantes: no es el sector corporativo sino los hogares alemanes los  que llevan la carga de las protecciones al sector alternativo.
No obstante, no hay dudas de que el marco legal ha facilitado una  significativa transición. Las fuentes de energía renovables proveían no  más de 3,1 por ciento de la electricidad de Alemania en 1990, pero el  año pasado llegaron a 17 por ciento. Además, este país europeo es  responsable por 25 por ciento de toda la electricidad generada en el  mundo con molinos.
Los defensores de la energía nuclear en Alemania lanzaron una  vigorosa contraofensiva: cuestionan las repercusiones de la decisión de  Merkel en los esfuerzos internacionales contra el cambio climático.
Pero el gobierno de Merkel creó una comisión ética, y el resultado de  su trabajo no respalda esas acusaciones. En línea con las  recomendaciones de esa misma comisión, el gobierno de Alemania sigue  comprometido tanto con la reducción de las emisiones de dióxido de  carbono (40 por ciento por debajo de los niveles de 1990 para 2020) como  con una rápida expansión en la generación de energía eólica.
Sin embargo, en el corto plazo, Alemania tiene previsto construir  nuevas centrales de energía en base a gas y al contaminante carbón. Esto  parece contradictorio, cuanto menos. Pero es que todo el debate en  Europa sobre los futuros suministros de energía está todavía está  reducido a la suposición de que el crecimiento exponencial en la  producción de energía continuará por siempre.
Éste es justamente el punto que debe ser urgentemente cuestionado,  pues sólo es posible evitar tanto una catástrofe climática como una  nuclear o una combinada si se acuerdan severas restricciones al uso de  energía por parte de los consumidores occidentales.
Mientras, la decisión de Alemania de abandonar la industria atómica es saludable desde una perspectiva ambiental.
La creación del sector nuclear durante la Segunda Guerra Mundial  (1939-1945), con el Proyecto Manhattan del gobierno estadounidense, tuvo  un doble impacto negativo.
Por un lado, la humanidad ingresó a la era de las armas atómicas. Por  otra, el comienzo de la producción nuclear –primero con fines militares  y luego civiles—también marcó o coincidió con el comienzo de la crisis  ecológica global. Esa crisis aún se agrava y escapa al control humano.
Es en este marco que la decisión del gobierno alemán de atender las  demandas de la población parece señalar el inicio de una nueva  tendencia.
No obstante, es verdad: Alemania no está en este momento construyendo  una economía “verde”. Estamos lejos de eso. Y es verdad también que el  sistema de este país para promover la energía alternativa no es más que  un elemento keynesiano en una política claramente neoliberal.
También es cierto que la polémica sobre la energía ahora pasa por  otros ejes. Por ejemplo, si la producción con molinos y paneles solares  debe estar en manos de las corporaciones o ha de ser descentralizada.
No obstante, las decisiones de los gobiernos de Europa occidental de  rechazar la idea de un renacimiento nuclear tienen impacto más allá de  de la propia producción.
Al menos una parte de la humanidad ha decidido conscientemente  rechazar una tecnología que es claramente destructiva y que daña  severamente la vida en la Tierra. Esto muestra que un futuro ecológico  para el mundo es posible.
Peter Custers / IPS
 
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