
Irán: ¿sanciones para una guerra o para negociar?
Alfredo Jalife-Rahme25 Julio 2010 
¿La  cuarta ronda de severas sanciones contra Irán, encabezada por la  administración de Barack Obama, que gozó de la bendición del Consejo de  Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tiene como  objetivo primordial presionar para que Irán se siente a negociar el  contencioso de su programa nuclear? ¿O, más bien, formalizar la  escenografía de una guerra inevitable?
En esta ocasión la administración Obama ha apretado las tuercas  al borde de la asfixia al bloquear tanto la importación de gasolina  como las transacciones financieras internacionales que se realizaban  preponderantemente en Dubai y que son dominadas por la dupla anglosajona  (por extensión, el Grupo de los Siete).En forma anómala, y  coincidentemente similar a México, Irán descuidó la construcción previa  de refinerías, la cual ha iniciado tardíamente en siete lugares del  país.
Al poco tiempo del inicio de la aplicación de las sanciones, la prensa anglosajona –en particular, The Financial Times,  portavoz del neoliberalismo global– exulta que se comienzan a percibir  sus efectos deletéreos, mientras el gobierno iraní se muestra  aparentemente imperturbable al proseguir su programa nuclear que,  proclama, está destinado a fines pacíficos.
Los Emiratos Árabes Unidos –del  que forma parte Dubai, que padece una severa crisis financiera– no se  encuentran en el momento óptimo para enfrentar a su poderoso vecino en  el súper-estratégico Golfo Pérsico.
Se pudiera aducir que los  Emiratos Árabes Unidos, ya no se diga Dubai, juegan con fuego: son  sumamente vulnerables desde el punto de vista militar aunque sus  bravatas sean alentadas por la dupla anglosajona.
Sin duda alguna las sanciones  diseñadas por la administración Obama hacen daño y causan mucha  molestia, lo cual obliga a redirigir todos los contactos comerciales y  financieros que mantenía Irán en el Golfo Pérsico a lugares más  hospitalarios tras bambalinas y que se atrevan a soportar las fuertes  presiones, quizá hasta represalias, de Estados Unidos.
Amén del daño indiscutible que  se le propina a Irán también será importante evaluar las consecuencias  que tendrá en los Emiratos Árabes, primordialmente en Dubai, el éxodo de  9 mil empresarios y comerciantes iraníes, quienes parecen haber  recibido mejor acogida en Qatar, Turquía y Malasia.
Un efecto indeseado de las sanciones, según delata The Financial Times,  es que ha golpeado los intereses mayúsculos en Dubai del poderoso  expresidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, uno de los principales  opositores al presidente Ahmadinejad.
La relevancia de Qatar, la  tercera reserva de gas planetario (detrás de Rusia e Irán), reside en  que mantiene una política mas equilibrada en el Golfo Pérsico que el  belicismo desmedido de los Emiratos Árabes. Qatar contribuyó a destrabar  la duradera crisis política del Líbano y mantiene excelentes relaciones  tanto con Siria (aliado entrañable de Irán) como con Arabia Saudita  (más proclive a las políticas occidentales, sin llegar al entreguismo  supino de los Emiratos Árabes).
No existe comparación entre el  peso específico de los desorbitados Emiratos Árabes Unidos con los  gigantes de Turquía (miembro simultáneo del Grupo de los 20 y de la  Organización del Tratado del Atlántico Norte; ver Bajo la Lupa, La  Jornada,  14 de julio de 2010) y Malasia (relevante miembro del ASEAN: el bloque  emergente de 10 naciones del Sudeste Asiático estrechamente vinculado  con China).
Tanto Turquía como Malasia  ostentan importantes plazas financieras que muy bien podrían reemplazar a  Dubai. Faltará ver qué tanto Turquía y Malasia –dos relevantes  potencias comerciales sunnitas con excelentes relaciones con  “Occidente”– desean atravesar el Rubicón de las sanciones en forma  semi-clandestina, sin incurrir en la furia anglosajona.
La segunda frontera terrestre  más importante de Turquía es justamente con Irán y en fechas recientes  ha cobrado mayor auge, aunque dista muy lejos del nivel óptimo que le  corresponde a las dos nuevas potencias emergentes del norte del  Medio-Oriente.
Si los narcotraficantes de opio y  heroína de la transfrontera de Afganistán-Pakistán pueden blanquear su  dinero en Dubai con suma facilidad, como acaba de “revelar” el portal  alemán Der Spiegel On Line, no se ve cómo se pueda detener el flujo bidireccional de dinero desde y hacia Irán.
En el Medio-Oriente lo que abunda es el ingenio de los laberintos financieros y los iraníes se han vuelto maestros de los escondites monetarios gracias a su largo aprendizaje de las sanciones promovidas por Estados Unidos desde 1979.
El problema mayor provendría un  tanto cuanto de la prohibición de la importación de gasolina, como la  inimputable cuan criminal petrolera británica British Petroleum (BP, la  causal de la depredación ambiental en el Golfo de México) que boicotea  la venta de combustible para los aviones iraníes que vuelan a Europa.  ¿No habrá sido un canto de cisne de BP previo a su extinción  bursátil cuando los afectados globales y locales por su devastación  ambiental cobren sus daños y perjuicios?
La insanidad de la política  mundial de la dupla anglosajona es exquisitamente exhibida por las  sanciones y el boicot, los cuales todavía se atreve a aplicar la  petrolera criminal BP quien es la que debería ser sancionada y  boicoteada en todos los rincones del mundo.
Por lo pronto, el contrabando de  gasolina –que evidentemente ha incrementado su precio– opera ya en el  sitio menos pensado: en el norte kurdo de Irak, cuando las relaciones  entre iraníes y kurdos (más proclives a Estados Unidos e Israel) no son  nada positivas ni constructivas.
En medio de una crisis financiera fenomenal, el atractivo por el dinero se vuelve mayor por tirios y troyanos.
Mas allá de los consabidos  dédalos de la geopolítica medio-oriental que buscarán nuevos cauces para  eludir las sanciones en forma clandestina, a priori suena sumamente difícil que el gobierno iraní chiíta capitule ante Estados Unidos.
Cabe señalar que la cosmogonía sui generis  del chiísmo iraní está acostumbrada desde antaño a la persecución  religiosa y/o financiera. Para la mentalidad chiíta iraní, la nueva  persecución plasmada en la cuarta ronda de sanciones, promovida por la  dupla anglosajona, constituye una nueva prueba de sus firmes creencias  tanto religiosas como nucleares.
En estos momentos más que nunca  –a unos cuantos meses de las cruciales elecciones legislativas de  noviembre cuando Obama se encuentra en la lona de la aceptación pública–  y en forma anómala, la política exterior de Estados Unidos, en el caso  específico persa, parece estar controlada por Israel, que goza de enorme  influencia en el Congreso, en Wall Street, en los medios masivos globales de comunicación y en Hollywood.
¿Cuál habrá sido el verdadero motivo para que Obama apretase las tuercas a Irán con una cuarta ronda de sanciones?
Las sanciones pueden tener  varios propósitos, cuyo desenlace se sabrá pronto, quizá con un  horizonte máximo en 2012: 1) ablandar a Irán, como previo paso al golpe  final de una guerra básicamente de Estados Unidos, Gran Bretaña e  Israel; 2) su uso electorero como “la sorpresa de octubre” que llevará  al paroxismo la inestabilidad del Golfo Pérsico; 3) un acto precautorio  de la administración Obama que prefiere ser criticado por su dureza  diplomática contra Irán, pero que, detrás de los grandes telones del  teatro geopolítico, tendría el efecto positivo de posponer y ganar  tiempo a la inevitabilidad de una guerra unilateral de Israel; y 4)  medida teatral para sentarse a negociar con Irán en septiembre, esta vez  con la espectacular participación Brasil y Turquía (proponentes de la  creativa solución diplomática de “la declaración de Teherán” para  desactivar el contencioso nuclear iraní).
Sin perder de vista que con el  mago Ahmadinejad –quien suele sacar de su manga varios conejos cuando  han sido dados por muertos– pueden suceder sorpresas espectaculares, al  corte de caja de hoy cada una de estas cuatro perspectivas tiene sus  sólidos apologistas, lo cual pudiéramos resumir con una probabilidad de  50 contra 50 por ciento entre la guerra y la paz (mejor dicho, la “no  guerra”, que no es necesariamente la paz).
 
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