
Trump
 ha conseguido algo muy significativo: constituirse como eje ordenador 
de la política en América Latina. Posicionarse a favor o en contra de su
 figura y sus ideas supone hoy un nuevo criterio dominante para agrupar a
 los diferentes grupos políticos y también a las preferencias 
ciudadanas.
Esta suerte de plebiscito
 ideológico sobre el presidente de los Estados Unidos tiene una 
particularidad: distribuye muy desigualmente a los que están a un lado y
 al otro. La gran mayoría latinoamericana rechaza su manera de hacer 
política.
En las últimas cuatro 
encuestas de CELAG realizadas en estos dos últimos meses en América 
Latina, para Chile, México, Bolivia y Ecuador, observamos que cómo 
mínimo un 70% de la ciudadanía en cada país tiene una imagen negativa de
 Trump. Estos porcentajes están en la línea con otro estudio, del Centro
 de Investigaciones Pew, con sede en Washington, para Argentina (casi 
70%) y Brasil (60%).

Al
 interior de cada país, sea cual fuere el criterio de desagregación que 
apliquemos, no hay apenas diferencia entre grupos sociales, salvo en 
contadas excepciones. Por ejemplo, en Chile, en la población que se 
autoidentifica de “derecha” y en la clase alta (autopercibida), el nivel
 de rechazo a Trump es más bajo (62-64%). En Bolivia, en los votantes 
del ultraderechista Camacho, también encontramos que la imagen de Trump 
es valorada como menos negativa (50%). En Ecuador, en la clase alta, en 
la derecha y en el anticorreísmo, crece también la imagen positiva de 
Trump.
Más allá de esas contadísimas salvedades, el antitrumpismo
 es un fenómeno transversal, es un nuevo sentido común de época que está
 impregnado en todo el continente latinoamericano. En poco tiempo ha 
logrado, incluso, desbancar otros ejes ordenadores que estuvieron muy 
presentes en años anteriores. Su postura injerencista, su carácter 
supremacista, su lenguaje belicista, sus políticas antimigratorias y su 
poca “empatía” (e incluso desprecio) hacia América Latina han provocado 
un rechazo muy amplio en la región.
Sin
 embargo, esta animadversión ciudadana está disociada de la relación 
estrecha que tienen algunos presidentes latinoamericanos con Donald 
Trump. Este es el caso de Jeanine Áñez (Bolivia), Lenín Moreno 
(Ecuador), Sebastián Piñera (Chile), Mario Abdo (Paraguay) o Iván Duque 
(Colombia). Nace así un dilema complejo que deben afrontar los gobiernos
 conservadores de la región: compatibilizar su alto grado de dependencia
 del actual presidente de los Estados Unidos con lo que piensa 
mayoritariamente la gente.
Estamos 
ante un nuevo eje reordenador del campo político y, en consecuencia, 
también del electoral. A su manera, Trump logra hacer coincidir a un 
gran grupo de ciudadanos en América Latina que, por otra razón, 
seguramente no hubieran llegado a acercar posturas. A veces, en política
 -y en particular en el terreno electoral- se generan escenarios en los 
que se crean mayorías “por el rechazo a un enemigo común”, en vez estar 
“unidos por algo en positivo”.
Esto no significa que el antitrumpismo
 tenga la fuerza suficiente como para constituirse como el significante 
articulador de cualquier proyecto político o electoral, como así lo 
fuera, por ejemplo, el antimacrismo en Argentina o, actualmente, el 
creciente rechazo contra el modelo económico chileno. Es cierto que el 
antitrumpismo emergente en Latinoamérica no tiene esa capacidad, pero no
 debemos subestimarlo porque supone una pieza clave para diseñar un 
campo discursivo a favor del progresismo.
Trump
 no es solo una figura controversial y excéntrica; también es el símbolo
 de un modelo ineficiente de políticas públicas en contra de la gente; 
instituciones con muy bajo grado de gobernabilidad; un fracaso en 
términos de gestión del Covid-19; una matriz de valores reaccionarios. 
Es el máximo exponente de un proyecto económico, cultural y social, y 
ejerce una gran influencia en el patrón de comportamiento de la clase 
política conservadora. ¿Qué harán los líderes políticos de la derecha 
latinoamericana? ¿Imitarán a Trump? ¿Querrán hacerse una foto con él? ¿O
 estarán dispuestos a alejarse, en línea de las preferencias de la 
ciudadanía en América Latina?
 
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