Ana María Aragonés
Era difícil pensar que Donald 
Trump, a partir de la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador,
 cambiaría su estrategia contra los migrantes, en la medida en que se 
trata del arma que moviliza a sus seguidores para ganar adeptos en su 
tan anhelada relección. El nuevo ataque contra los migrantes pasa ahora 
por la firma de un memorándum para que el censo no incorpore a más de 10
 millones de migrantes indocumentados. Resulta una enorme injusticia por
 parte del inestable presidente de Estados Unidos intentar borrar del 
mapa demográfico a esos millones de personas, quienes por diversos 
motivos ejercieron su derecho de buscar nuevos caminos. Una vida sin 
duda marcada por enormes dificultades ante la imposibilidad de enfrentar
 el limbo jurídico en el que el gobierno estadunidense los ha mantenido 
por muchísimo tiempo, podemos hablar de hasta 20 o 25 años, una 
estrategia que ha permitido ejercer una inescrupulosa explotación por 
parte de muchos patrones.
Vale la pena recordar que se trata de trabajadores que pagan sus 
impuestos, tienen hijos nacidos en Estados Unidos y por tanto son 
ciudadanos estadunidenses, y otros muchos que llegaron indocumentados 
siendo pequeños, los famosos y muy calificados dreamers, sobre 
los que también penden injustas decisiones que podrían arruinarles la 
vida. Afortunadamente han mostrado su fuerza y entereza para enfrentar 
esa espada de Damocles que pende sobre sus cabezas con relativo éxito, 
hasta ver qué tiene Trump entre manos. Estos jóvenes que son la cara 
destacada de las familias que buscaron cambiar el rumbo de sus vidas y 
ofrecer a sus hijos la posibilidad de mejores horizontes que ellos 
enfrentaban al quedarse en sus países, 5 millones de los cuales son 
connacionales.
Pero lo que debe resaltarse de este hecho histórico que marcó a esos 
millones de mexicanos es que, si bien la figura del indocumentado no es 
nueva en la historia migratoria, lo novedoso fue su masividad a partir 
de la última década del siglo pasado. Esta situación se vincula a la 
puesta en marcha del TLCAN en1994. No se puede olvidar que, según el 
gobierno mexicano en la administración de Carlos Salinas de Gortari, 
señalaba con énfasis que gracias al tratado México transitaría al primer
 mundo y una de sus principales consecuencias sería que 
en lugar de exportar trabajadores se exportarían jitomates. Cosa que no sólo no sucedió, por el contrario, se incrementó el fenómeno migratorio como nunca antes, no sólo documentado a través de visas, sino fundamentalmente el trabajador indocumentado.
En momentos de la firma del TLCAN, Estados Unidos estaba en un 
periodo de enorme expansión económica, diversos sectores crecían en 
forma extraordinaria, y uno de ellos era la industria agroalimentaria. 
Los empresarios trasladaron esas industrias de regiones urbanas hacia 
las rurales, decisión que buscaba abaratar costos –al estar cerca de la 
materia prima, animales y cultivos–, sino además reducir los salarios 
que eran de 12 dólares la hora. Contrataron nuevos trabajadores, la 
mayoría de los cuáles eran indocumentados, mexicanos y centroamericanos a
 los que se les pagó entre cuatro y cinco dólares la hora. Gracias a 
ellos las industrias polleras, de pavo, cerdo, despulpadoras de 
cangrejos, empacadoras, etc,, el sector pudo mantener bajos costos y su 
dominio agroexportador en los mercados internacionales. Los 
afroestadunidenses escalaron un peldaño laboral y muchos de ellos se 
convirtieron en capataces manteniendo de esta forma una estratificación 
étnica favorable a los dueños de las industrias. Gracias a esa enorme 
cantidad de indocumentados dedicados a trabajos esenciales los 
estadunidenses tenían en sus mesas comida barata.
En plena pandemia y en un marco de enorme crisis sanitaria y de 
empleos en Estados Unidos, la sorpresa de México fue que las remesas 
enviadas alcanzaran números totalmente imprevistos. Situación que desde 
mi punto de vista puede explicarse, en primer lugar, porque esos 
migrantes han mostrado siempre una enorme solidaridad y compromiso con 
sus familiares y comunidades enviando parte de sus ingresos, lo cual los
 obliga a una enorme austeridad. Pero también es necesario recalcar que 
la mayoría de esas personas no pararon en la medida en que sus trabajos 
continúan siendo considerados esenciales y, a pesar de la falta de 
condiciones para su protección, no dejaron de laborar. Gracias a ellos 
la comida siguió llegando a las mesas de los estadunidenses.
Es increíble que, a pesar de lo señalado sigan viviendo bajo enorme 
inseguridad por la falta de documentos, pagando impuestos, pero sin las 
compensaciones sociales que se le reconocen a cualquier trabajador que 
aporta al fisco.
Y ahora Trump busca torcer la Constitución al firmar un memorándum 
para excluir del censo a migrantes sin documentos, todo ¡para evitar que
 en el conteo se asignen escaños y presupuesto que podrían afectarlo 
electoralmente! Una canallada más contra esos trabajadores.
México debe buscar por los medios a su alcance que se haga justicia a
 esos mexicanos y se les otorguen los documentos que los saque de ese 
limbo jurídico, abogar por ellos en el Congreso de Estados Unidos, 
buscar aliados, mover los hilos necesarios para evitar se cometa esa 
injusticia, éste debe ser un punto principal de las relaciones 
México-Estados Unidos. Y que nunca más un trabajador tenga que exilarse 
por falta de condiciones de vida.
La migración es un derecho, pero debe ser una opción y no una necesidad.
 
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