
| Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 549: Las tramas que esconde la pandemia 14/07/2020 | 
La
 pandemia del coronavirus emergió abruptamente como un acelerador de los
 procesos de crisis/reconfiguración ya evidentes en el capitalismo del 
2020. En menos de cien días ocurrió lo que las fuerzas del mercado hubieran tenido que extender durante varios meses –¿o años? – de crisis y con mayores costos políticos.
Hiperconcentración de capital y riqueza
A
 estas alturas, la pirámide de riqueza ya se hizo mucho más pronunciada y
 modificó su perfil a favor de las actividades de alta tecnología y 
comunicación (las famosas GAFAM1),
 y también de las extractivas que les dan soporte a ellas (litio, 
coltán) y al proceso de reproducción material en su conjunto (mineras, 
energéticas). Jeff Bezos, el hombre más adinerado de Estados Unidos, 
ganó 149,319 dólares por minuto durante 2019, es decir, 8 millones 
959,140 dólares la hora, mientras que un trabajador con salario mínimo 
gana 7,25 dólares la hora en el mismo país (en el Sur global, por 
supuesto, gana mucho menos). Un cálculo de J.P. Morgan señalaba que ya 
en el momento de la pandemia, Bezos ganaba más de 10 mil dólares por 
segundo, 4 veces más que sus espectaculares ganancias promedio en 2019. 
En general, las gráficas de ganancias y/o acumulación de riqueza se 
hicieron mucho más agudas mientras que el perfil productivo se movió 
hacia la automación de manera notable, augurando un desplazamiento 
irreversible de mano de obra y de contactos humanos dentro del espacio 
sistémico. En este sentido es emblemático el caso de Zoom Video 
Communications de Eric Yuan (China-Estados Unidos), que de ser una 
empresa menor, en tres meses de pandemia ganó 4 mil millones de dólares (Business Insider),
 que equivalen a 400 millones de horas de trabajo de acuerdo con el 
salario mínimo promedio de Estados Unidos, o al trabajo de 224,341 
trabajadores durante un año, siguiendo la media anual de 1,783 horas.
Autoritarismo inmanente
Visto
 desde otro ángulo, observamos que el entramado productivo se aligeró 
eliminando una buena parte de las empresas medianas y pequeñas (y hasta 
algunas más grandes como Hertz, con sistemas informáticos quizás 
obsoletos), promoviendo un proceso de hiperconcentración del capital que
 por sus niveles de oligopolización gozará de condiciones aún más 
verticales y materialmente autoritarias para definir los márgenes y los 
contenidos de nuestra existencia como sociedad. Efectivamente, el 
autoritarismo se ha ido naturalizando mientras la barbarie capitalista 
avanza –el estado de excepción paradójicamente permanente ya es un dato–
 pero en condiciones de pandemia la inspiración que lo alienta encuentra
 mayor justificación en el miedo al contagio y a la incertidumbre. No 
obstante, lo relevante es que en este caso ya empezó a hundir raíces y a
 concretarse físicamente transformando la materialidad de la 
reproducción de la vida: una buena parte del consumo se traslada al 
ciberespacio y modifica su contenido; el relacionamiento social adquiere
 nuevos filtros; se reducen las estratificaciones en la producción; se 
estrecha la franja de absorción de trabajo simple e incluso de trabajo 
vivo; los modos de consumir y de acceso al mercado se transforman y así 
también el contenido de la producción. El autoritarismo más agresivo y 
peligroso es este autoritarismo inmanente, intangible, anónimo que se 
impone a través de las condiciones materiales en que se desarrolla la 
existencia.
Hipertecnologización y límites sistémicos
Junto
 con la hiperconcentración del capital y la riqueza, entonces, se da una
 hipertecnologización que presenta a la vida como prescindible. La vida 
humana va perdiendo importancia como fuerza productiva y la vida natural
 va convirtiéndose en estorbo para el progreso o en objeto manipulable.
Con
 estas dos tendencias combinadas: la hiperconcentración y la 
hipertecnologización, en realidad el ámbito sistémico se estrecha, a 
pesar de abarcar el planeta entero. Su dimensión espacial es total pero 
no así su capacidad integradora. Del mismo modo que muchas de las 
empresas que cerraron durante la pandemia ya no tendrán condiciones de 
reabrir y mantenerse en funcionamiento, una buena parte de los 
trabajadores desempleados ya no será recontratada. No sólo se perdieron 
irreversiblemente muchos empleos formales de las empresas que cerraron, 
sino que esta crisis (¿deberíamos decir oportunidad?) permitió a las 
empresas hacer los recortes de personal que ya venían planeando. A esto 
se suma la enorme cantidad de empleos informales, que ocupan alrededor 
del 65 % del total, que ante una realidad cambiada ya no tienen sentido.
 Es decir, el desempleo de hoy corre el riesgo de ser permanente en una 
alta proporción. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde se mueve el mundo?
Claramente
 el sistema no sólo tocó sus límites sino que los está rebasando. En el 
campo ambiental se habla de este fenómeno como translimitación,
 o del uso de la naturaleza más allá de sus posibilidades de 
reproducción. El aumento en la capacidad tecnológica permitió procesar 
la naturaleza a ritmos mayores que los de su propia restitución. 
Celebremos el desarrollo tecnológico pero en un contexto de acumulación 
sin límites esto conduce, como lo hizo, a provocar un colapso y 
seguramente la caída/estallamiento/disipación del sistema y la 
emergencia de alternativas de organización o cohesión: algunas peores, 
otras mejores.
Parece pertinente trasladar el concepto al ámbito social y preguntarnos si no presenciamos una translimitación social,
 en la que la exclusión, precarización, miserabilización y despojo están
 conduciendo a la sociedad a una reproducción incompleta, precaria o 
insuficiente en la que bacterias, virus, desnutrición, enfermedades 
curables pero recurrentes o enfermedades causadas por el estilo de vida y
 de alimentación deficiente, con agrotóxicos o sin valor nutritivo 
llevan, como en la pandemia actual, a una especie de depuración social 
en la que los más frágiles sean eliminados.
Todo esto 
conduce al cuestionamiento general sobre el sistema de vida y la validez
 del proyecto civilizatorio del capitalismo. Un sistema de vida que no 
es capaz de sustentarse a sí mismo ni de resolver los problemas que va 
creando a su paso no puede pretenderse universalmente válido y legítimo.
 Por esta misma razón, es un sistema que tiende incesantemente al 
disciplinamiento social por medio de una amplia gama de mecanismos o 
dispositivos de fuerza. Desde el disciplinamiento escolar y la 
implantación más o menos aceptada de sistemas de vigilancia y control en
 todos los espacios (baste ver la vigilancia domiciliaria a través de 
celulares, computadoras y similares); todos los niveles (controles del 
cuerpo, de la movilidad, de la mente, de las emociones, los deseos, 
etc.); hasta el avasallamiento material que tiene una de sus figuras más
 visibles en la militarización y la guerra.
Militarización y guerra
Las
 múltiples hipótesis sobre el origen de la pandemia se relacionan con 
los equilibrios geopolíticos y la disputa por la hegemonía. Si bien la 
crisis puesta en evidencia por el cambio climático y las pandemias tiene
 su explicación en el episteme moderno capitalista que objetiva toda 
expresión de vida para convertirla en capital hasta el extremo de la 
translimitación abusiva, la pugna chino-estadounidense por liderar el 
mundo contribuye a alterar el ya frágil orden establecido. Y aunque las 
guerras del siglo XXI ya no se enfocan principalmente en lo militar sino
 que abarcan el espectro completo de relaciones y dimensiones de 
organización de la vida, entre las que lo militar está presente no sólo 
como una modalidad de intervención sino como un sentido estratégico 
general.
En medio de una situación sanitaria ruinosa, 
Estados Unidos no deja de hacer la guerra, tanto hacia el interior de su
 propia sociedad como hacia los puntos estratégicos para mantener su 
posición hegemónica y para impedir que asomen otros potenciales 
hegemones. Así, en el pico de la pandemia, Estados Unidos y Colombia 
lanzan un operativo paramilitar de intervención en Venezuela y los 
posicionamientos en otras regiones de Asia, África y el Medio Oriente 
están tan activos como antes de la pandemia o se han acrecentado 
aprovechando la confusión del momento.
El punto es que si 
ya se estaba en una escalada militarista, con la pandemia se militariza 
la securitización. Los dispositivos de vigilancia de alta tecnología 
orientados al biocontrol (como los que aplica Israel especialmente en la
 Franja de Gaza) se han instalado en la vida pública de manera 
generalizada (hasta donde alcanzan los recursos) con la justificación de
 impedir nuevos contagios, cosa que realmente no se está haciendo.
Aquí
 el punto clave es que todos estos movimientos o reconfiguraciones del 
sistema de poder no tienen vuelta atrás. Modificaron la realidad: la 
materialidad y sus percepciones. Son, como la extinción de las especies,
 un proceso de no retorno.
Estrechamiento del sistema y bifurcaciones
Algunos
 estudiosos señalan que el sistema está en un proceso de 
desglobalización. Lo que yo observo es que se encuentra en un proceso de
 estrechamiento, sin perder la dimensión planetaria. La 
hiperconcentración genera a la vez estrechamiento. Los recursos que 
Bezos, Yuan y otros triunfadores similares (el 1 % del 1 %) le 
extraen cada segundo a la sociedad significa millones de expulsados o 
sobrantes que como nubes sin rumbo se van incorporando a las filas de 
migrantes sin origen ni destino; que van siendo arrancados de su tierra 
por devastación, violencia directa, hambre, acaparamiento de tierras o 
cualquier otra figura adoptada por el sistema de barbarie en el que nos 
encontramos, sin tener ningún destino. Ni los migrantes africanos o 
sirios en Europa ni los latinoamericanos o caribeños en Estados Unidos. 
Llegan para volver a ser arrojados, como nómadas de la precariedad. Pero
 el sistema sigue funcionando, sigue generando riqueza, sigue 
deslumbrando con sus productos tecnológicos y sus nuevos equipos de 
guerra. Sólo que no todos caben.
La pandemia del 
coronavirus y probablemente otras nuevas que seguirán colaboran con el 
sistema como mecanismos de limpieza social afectando principalmente a 
las franjas más desfavorecidas, pero eso no modifica las dinámicas de 
globalización con estrechamiento, sólo las hace menos costosas.
Todo
 esto es bastante penoso pero el coronavirus también ha hecho una gran 
aportación a la sociedad mundial y es la de ¡por fin! darse cuenta de 
que este modo de vida (capitalista) lleva a la catástrofe y no tiene 
ninguna alternativa para la vida. El cambio en el modo de vida obligado 
por la pandemia, la vuelta a lo básico, a lo comunitario, al cuidado de 
la salud tradicional, el abandono de los ritmos disciplinarios 
rutinarios, la vuelta a la alimentación natural y la conciencia de que 
dentro del capitalismo no hay opción están fortaleciendo los incipientes
 procesos de bifurcación desde el sistema hacia los otros modos de vida 
que posiblemente den pauta a la emergencia de sistemas organizativos no 
predatorios (no desarrollistas).
De un modo o de otro, por
 bifurcaciones o por catástrofe, el tiempo histórico del capitalismo 
está llegando a sus límites de posibilidad. Enhorabuena.
- Ana Esther Ceceña
 es coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica en el 
Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional 
Autónoma de México y Presidenta del Comité Directivo de la Agencia 
Latinoamericana de Información (ALAI).
      https://www.alainet.org/es/articulo/207932    
 
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