Entrevista al filósofo Darío Sztajnszrajber

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El filósofo observa el aislamiento social, preventivo y 
obligatorio provocado por el coronavirus en términos de riesgos y 
oportunidades a futuro. Los temores y la incertidumbre frente a lo 
desconocido, el barbijo de la pospandemia y la ocasión para repensarse.
Darío Sztajnszrajber es licenciado en filosofía, ensayista y docente.
 Su modo es cercano y claro, y entonces la filosofía se vuelve más 
terrenal, más accesible. A continuación, el hombre del apellido 
impronunciable analiza las modificaciones en las relaciones 
interpersonales que trajo aparejado el confinamiento y en ese sentido 
advierte sobre el peligro de que se instale cierto “espíritu de delación
 como una manera de vínculo social”. Al mismo tiempo, y con un tinte más
 esperanzador, cree que “van a volver a tener peso las 
fronteras nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a 
tener una soberanía que estaba desdibujada”. Esto último, subraya, 
“siempre tiene que ver con la redistribución y entonces con la 
posibilidad como mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social”.
–¿Cómo está percibiendo el transcurrir de la cuarentena? 
–Creo que la cuarentena no puede ser analizada en sí misma porque no 
se termina de definir su extensión. Entonces la falta de definición hace
 que todo lo que digamos sobre el proceso esté siempre abierto al 
cambio. Una cosa es que la cuarentena dure una semana más, y entonces 
uno va a pensándose a sí mismo en función de dos meses de confinamiento;
 otra cosa es saber que puede durar seis meses y uno de algún modo se 
prepara en función de eso. Pero hay algo de la pérdida de los límites 
que tiene que ver con la incertidumbre de su final. O sea que no solo no
 sabemos cuándo va a terminar sino que estamos cada vez más convencidos 
de que va a quedar en términos espectrales, que hay algo de ese 
confinamiento que va a quedar de alguna manera impregnando mucho de 
nuestros lazos sociales. Esa sensación de incertidumbre hacia el futuro 
genera lo que es típico de las angustias existenciales. No nos olvidemos
 que una angustia es siempre angustia frente a una nada inasible, hacia 
la indeterminación. Creo que algo de eso nos pasa. 
–En este contexto, ¿qué lugar pasó a ocupar el tiempo?
–Hay un viejo texto de Giorgio Agamben, Infancia e historia,
 donde dice que cualquier revolución tiene que empezar por una 
revolución en nuestra concepción del tiempo. Suscribo porque creo que 
uno de los lugares donde se construye el sentido común hegemónico es en 
la idea de tiempo lineal y productivo. Ese tiempo lineal y productivo 
está colapsado, está desquiciado. En el texto de William Shakespeare, 
cuando ve el fantasma de su padre muerto, Hamlet dice que el tiempo está
 fuera de quicio. Es muy fuerte la idea de algo desquiciado para hablar 
del tiempo porque no solo tiene que ver con su desanclaje de los lugares
 en los que estamos acostumbrados a percibir y vivir la temporalidad 
sino que también hay una sensación de deriva, de que no podemos terminar
 de ordenarnos. Frente a este texto, Jacques Derrida escribe Espectros de Marx,
 tomando justamente la idea del tiempo desquiciado; de algún modo Marx 
nunca muere, sino que se volvió un fantasma que nos asedia todo el 
tiempo. Creo que el tiempo desquiciado nos coloca en la figura del 
fantasma. O sea, nos volvimos medio fantasmas.
–¿Fantasmas en qué sentido?
–En el sentido de que aquellos lugares en los que estábamos 
acostumbrados a vivir desde ese orden normalizado y cotidiano de algún 
modo está en crisis. Entonces no entendemos bien la diferencia entre el 
afuera y el adentro, entre el trabajo y el ocio, no entendemos bien la 
diferencia, ni hablar, entre el amor y la necesidad. Algo de esas líneas
 divisorias muy propias de la sociedad normalizada de alguna manera 
empiezan a perder sus límites. No nos olvidemos de que un fantasma es 
justamente el que rompe la línea divisoria más fundamental, que es entre
 la vida y la muerte. En ese sentido hay algo de ese tiempo productivo 
que está detenido y que entonces nos genera dos opciones: o nos 
entregamos a otra versión del tiempo con lo que de angustia, 
incertidumbre, pero también de oportunidad esto trae, o uno se resiste a
 esta idea y lo que hace es querer volver productiva la vida en 
cuarentena como inoculando esa productividad propia del sistema en un 
paréntesis que realmente nos permitiría movernos en otra dimensión. 
Dadas las resistencias que la situación suscita muchas veces uno sigue 
poniéndose el despertador cuando no lo necesita, sigue comiendo en los 
horarios consabidos cuando el cotidiano cambió totalmente de esquema y 
sobre todo quiere hacer de su paso por el confinamiento un 
acontecimiento productivo cuando me parece que lo más interesante de lo 
que sucede es que se pone en jaque la idea de productividad.
–¿A qué le parece que le tememos más, al virus, a lo que pasa
 dentro de nuestras casas y en nosotros mismos en soledad, a no volver a
 esa normalidad conocida? 
–En realidad la pandemia y la cuarentena son dos acontecimientos 
completamente distintos. En todos los análisis en los que nos 
enganchamos lo tomamos como un acontecimiento único. La cuarentena es la
 forma en que se decidió reaccionar y tomar decisiones preventivas en 
función de la cuestión médica o biológica, la pandemia. El hecho de la 
pandemia nos genera obviamente un montón de interrogantes que analizamos
 desde el punto de vista médico e, incluso, desde el punto de vista 
filosófico, acerca de lo que son los límites del individuo. Ahora, la 
cuarentena excede esto porque tiene que ver además con formatos de 
ordenamiento sociopolítico que variaron en distintas sociedades y donde 
se ve la diferencia es en lo siguiente: yo creo que en algún momento la 
pandemia va terminar pero el confinamiento va a continuar. Va a 
continuar simbólicamente en sus distintas formas y en el modo en que va a
 terminar impregnando nuestra subjetividad. 
–¿En términos de mirar al otro con temor y recelo? 
–En el sentido de que en algún momento la pandemia va a terminar pero
 por ejemplo la construcción del otro como agente de contagio permanente
 e inminente va a quedar. Y va a quedar durante mucho tiempo. La 
pandemia va a terminar pero el barbijo va a quedar. Y va a quedar no 
solo porque lo necesitemos realmente sino porque va a resignificarse en 
nuestra relación con un otro que se volvió en la pandemia, y desde antes
 diría, un agente peligroso. ¿Entonces qué me da más miedo a mí? Me da 
miedo todo, obvio, pero más allá de la pandemia visualizo también, y me 
da más miedo, estas consecuencias o derivaciones sociales que van a 
permanecer más allá de la pandemia. Me preocupa que este estado de 
acuarentenamiento exceda la misma pandemia y se vuelva un formato 
posible. De alguna forma los que apostamos siempre a la prioridad del 
otro vemos como que de algún modo estamos perdiendo ahí una batalla.
–Decía recién que cierto aislamiento precede a este momento. 
En este sentido la tecnología, así como conecta y acerca, también 
desconecta y aleja. 
–Si lo tomamos en términos conceptuales, una concepción 
individualista de alguna manera ya parte de un aislamiento en términos 
conceptuales, porque la idea primigenia de que todo descansa en última 
instancia y como fundamento primero de todo en la idea de individuo 
supone el encerramiento del sujeto sobre sí mismo. La misma idea de 
individuo es una idea de aislamiento social que de algún modo pone las 
relaciones con los otros en un lugar secundario, es decir, todos los 
otros se vuelven medios a disposición para que uno en términos 
individuales decida sobre uno y sobre los otros. Muy diferentes es 
pensarnos en términos comunitarios, donde en realidad el individuo es 
más bien un efecto, un producto, y donde hay un otro que te está 
constituyendo todo el tiempo. Por eso digo que hay una idea de 
aislamiento que está en nosotros desde que nos pensamos en términos 
individualistas, no en términos individuales. El tema es cuando uno lo 
coloca o lo endiosa como fundamento primero de todo. En una sociedad, 
que a mí me gusta llamar neoindividualista, porque tiene estas 
características nuevas, la tecnología y las distintas situaciones del 
cotidiano contemporáneo ayudan mucho a esta sensación permanente de 
estar de algún modo en ciertos confinamientos. Trabajé en algunos libros
 esta idea del amor mismo que, en lugar de ser una apertura y una 
entrega al otro, termina siendo siempre la proyección que uno hace de sí
 mismo en el otro. Y en ese sentido también hablamos de aislamiento, en 
términos existenciales. 
–¿Qué le preocupa más de los vínculos pospandemia?
–Hacia el futuro me preocupa esta especie de espíritu de delación, 
que es policíaco, es de vigilancia, y de construir sentido en el acto de
 delatar cuando se supone que el otro transgrede y uno se vuelve juez de
 las prácticas del vecino. Es decir, que se instale ya ese espíritu de 
delación como una manera de vínculo social. Una cosa es el Estado 
teniendo que cumplir un rol de ordenamiento y de cuidado del 
cumplimiento de la cuarentena y otra cosa son las fuerzas de seguridad 
copando la vía pública y generando un empoderamiento tal que 
permanentemente está en la frontera del desbordamiento de sus propias 
funciones. Una cosa es entender lo que sucede con el coronavirus desde 
la narrativa militar, y otra cosa es que vuelva a circular en nuestra 
sociedad la metáfora del enemigo invisible, que la conocemos hace 
décadas en nuestro país y que realmente no es muy democrática. Por eso 
creo que una cosa es cuidarse con el barbijo y estar a más de un metro 
de distancia, y otra cosa es que el barbijo se te vuelva un barbijo 
mental. Entonces cualquier cosa que pienses en relación con el otro 
parte de esa idea tan fuerte que expresó Paul Preciado, que dijo que la 
nueva frontera se ha vuelto el barbijo. Es muy fuerte la idea de que hoy
 la frontera dejó de ser la frontera nacional y pasó a ser, primero, la 
frontera de tu casa, y después, la mascarilla. 
–¿Cuánto ayudan las narrativas en situaciones como las actuales? 
–Creo que los acontecimientos que van sucediendo los terminamos 
acomodando en las narrativas necesarias para que las cosas nos cierren. 
No es casual que hoy tengan tanta fuerza las narrativas militares para 
hablar de la pandemia, o la narrativa religiosa. La narrativa religiosa 
en el sentido de que esto no lo podemos vivir sino como un apocalipsis o
 una pandemia de dimensiones bíblicas. Las narrativas se las añadimos 
nosotros a los hechos. Se produce esa interacción entre el hecho y la 
interpretación que da esa narrativa que de algún modo por algo surge, 
para algo vamos por ese lado, algo nos calma y algo nos tranquiliza. 
–¿Hay una mayor presencia de este espíritu de delación que describe que de actitudes de solidaridad auténticas?
–En términos generales, yo no he visto hasta ahora una reacción 
social que implicase una nueva idea de solidaridad o una especie de 
conversión “evangélica” donde el ser humano frente a todos los 
acontecimientos de la pandemia se haya vuelto más amoroso o más 
consciente de las desigualdades y por lo tanto con una práctica 
proactiva de altruismo generalizado. Esto no significa que no haya 
compromisos fuertes de mucha militancia y mucho movimiento social que de
 algún modo sigue haciendo el trabajo que venía haciendo antes. La gente
 que está ayudando al otro es la gente que ya venía ayudando al otro. 
Creo que en la mayoría de los casos se respeta la cuarentena más 
pensando en que no me contagien a mí que en el bien común. En ese 
sentido creo que en términos de ordenamiento social vivimos en esto que 
decía antes del neoindividualismo. Hay un cumplimiento de la cuarentena 
por un cumplimiento de la normativa, además de un convencimiento que 
tiene que ver con que es un cuidado para uno. Entonces me cuesta que de 
esa actitud primigenia que tiene que ver con cuidarse uno podamos 
encontrar la fórmula para poder pensar en una revolución social y en la 
prioridad del semejante. Esto no quita que, en una hipótesis si se 
quiere absolutamente temeraria, podamos pensar hacia el futuro inmediato
 no en un capitalismo que se termine, para nada, pero sí en un 
capitalismo de algún modo más moderado. 
–¿Cómo sería un capitalismo más moderado?
–Cuando digo moderado pienso en lo siguiente: calculo que ninguna 
sociedad hoy se está pensando a sí misma sin una inversión de acá a los 
próximos cinco años en salud pública más elevada de lo que había sido 
hasta ahora. En ese sentido creo que hay lugares de la presencia del 
Estado, que si se quiere estaban más en conflicto o en polémica, que hoy
 ganaron su derecho a plasmarse. Entonces me parece que se viene un 
capitalismo con una presencia del Estado más fuerte, que eso siempre 
tiene que ver con la redistribución y entonces con la posibilidad como 
mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social. Ahora, no creo que
 el objetivo o que el propósito de esta presencia del Estado, como 
mínimo en salud, ni hablar en ciencia, tenga que ver con motivaciones 
altruistas o de solidaridad sino que en una sociedad capitalista incluso
 a los sectores hegemónicos les conviene hoy que no les explote el 
mundo. También creo que van a volver a tener peso las fronteras 
nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a tener una 
soberanía que estaba desdibujada. Es decir que hay algunos cambios que 
lejos están del fin del capitalismo pero sí de una nueva mutación. 
–¿Cómo evalúa este momento desde lo pedagógico, y en paralelo, cómo imagina la escuela venidera? 
–Con respecto a lo que vendrá hay una incertidumbre primigenia que 
hace que uno tampoco pueda planificar porque no se sabe para qué lado 
va. La presencia inminente del coronavirus obviamente va a generar un 
tipo de lazo donde va a tener consecuencias directas al interior de la 
escuela. Ahora, si de acá a unos meses ya hay una vacuna contra el 
coronavirus entonces la cosa cambia, porque todos se vacunan y a la 
escuela, se terminó el problema. Lo que me parece es que no se puede 
pretender que un chico emule y reproduzca en su casa, frente a una 
pantalla, el tipo de productividad que se le exige en la escuela y menos
 el tipo de normalidad que se le exige en la escuela. Esto implica 
también una posibilidad de reinventarse a uno en relación al 
aprendizaje. También puede ser una oportunidad para recuperar algo que 
se vino perdiendo hace tiempo en la escuela, que es el deseo. De algún 
modo la situación ayuda a ese deseo por el saber, que es la base del 
conocimiento. Por otro lado me preocupan los docentes, sobre todo 
aquellos que cumplen ese doble rol a los que se le sigue exigiendo un 
trabajo similar al de la vida pre cuarentena pero que al mismo tiempo 
están en sus hogares teniendo que hacerse cargo ahora de la vida 
cotidiana. Ni hablar del lugar de la mujer en toda esta trama, y ni 
hablar del lugar de la mujer docente. No es que ya vivimos en una 
sociedad pospatriarcal o posproductiva.
–¿Qué otras oportunidades nos da el contexto?
–Creo que nos da oportunidades porque son situaciones límites, que 
son aquellas que te golpean contra una realidad enajenada y entonces hay
 como una especie de corrimiento de las formas en que uno se viene 
pensando a sí mismo. Ahí pueden presentarse oportunidades. Creo que la 
cuarentena más que la pandemia tiene esta dualidad: en términos de 
confinamiento proyectivamente para mí despierta una posibilidad muy 
negativa que tiene que ver con la continuidad del aislamiento social y 
la negación del otro; pero en términos existenciales nos movió. Se 
resquebrajó algo de la solidez de ese muro en el que estamos de algún 
modo adentrados. Tal vez sea un caso donde se den muchas más 
transformaciones en lo micro que en lo macro. Son tiempos para la 
introspección; son tiempos para repensarnos. Probablemente muchos 
cambiemos en la expectativa que tenemos de nuestro cotidiano y eso ya es
 un montón; eso también es algo revolucionario.
 
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