
            Fuentes: Rebelión -Foto: Memorial a los fallecidos 
por COVID-19 en New York, epicentro de la pandemia en EE.UU., el país 
con récord de fallecidos.        
La pandemia exige para su control una fuerte presencia 
del Estado para proteger a la población, cosa que no se logra cuando la 
salud y los medicamentos son onerosas mercancías. La experiencia actual 
refuta los funestos delirios de los mentores intelectuales de Vargas 
Llosa: Popper, von Hayek, Berlin, Revel y compañía.
Ya nos parecía extraño que Mario Vargas Llosa permaneciera en 
silencio ante las calamidades de la pandemia. Sobre todo las sufridas en
 sus dos países, el de origen, Perú, y el de su adopción, España. Allí 
se refugió después de haber sido repudiado por sus compatriotas  hace 
hoy exactamente treinta años –un 10 de Junio de 1990- tras su humillante
 derrota a manos de Alberto Fujimori en la elección presidencial de ese 
año. Como era previsible aprovechó la ocasión de esta plaga para dar a 
conocer otra de sus tantas mentiras que parecen verdades -arte maligno 
del cual es un refinadísimo cultor- para alabar al gobierno de su amigo 
Luis Lacalle Pou que, según el escritor,  decidió combatir al Covid-19 
apelando a “la responsabilidad de los ciudadanos” y declarando  “que 
nadie que quisiera salir a la calle o seguir trabajando sería impedido 
de hacerlo, multado o detenido, y que no habría subida de impuestos, 
porque la empresa privada jugaría un papel central en la recuperación 
económica del país luego de la catástrofe.”
Quien lea estas líneas comprobará que su indudable talento como 
escritor es tan grande como su ignorancia en materia de economía y 
estadística. También que su resentimiento contra la izquierda exacerba 
este defecto y lo induce a extraer conclusiones que se desmoronan como 
un castillo de naipes ante la más suave brisa. 
Aplaude el hecho de que en Uruguay sólo se registren 23 muertos a 
causa del coronavirus, pero insólitamente le atribuye ese mérito a un 
presidente que asumió pocos días antes del estallido de la pandemia. Su 
obcecación lo mueve a desconocer que antes de la presidencia de su amigo
 Lacalle Pou hubo quince años de gobierno del Frente Amplio (al que 
descalifica por sus  “equivocaciones notables en política económica” 
aunque reconoce que se respetó “la libertad de expresión y las 
elecciones libres”) durante los cuales la salud pública fue una de las 
prioridades de la gestión del médico Tabaré Vázquez, durante diez años, 
así como durante el interregno de José “Pepe” Mujica. Fue esto: la 
fuerte presencia del estado en el terreno de la sanidad y no las 
palabras huecas e insulsas de Lacalle Pou lo que protegió al pueblo 
uruguayo de la pandemia.
A contrapelo de las políticas de la izquierda en Uruguay, en sus 
patrias de nacimiento y adopción el desastre producido por las ideas que
 Vargas Llosa publicita con tanto fervor es estremecedor. Con 5.738 
muertos el Perú figura en el 21º lugar en la lista de 215 estados y 
territorios compilados por la Organización Mundial de la Salud.  España 
ocupa el 6º lugar en el ranking  gracias a las 27.136 víctimas del 
Covid-19 condenadas por las “políticas de austeridad” de los sucesivos 
gobiernos neoliberales que asolaron a ese país. Otros gobiernos 
admirados por el escritor: el de Ecuador con sus 3.690 muertos se coloca
 en el puesto número 17 mientras que el 19º está reservado para el 
Brasil de Jair Bolsonaro con un saldo luctuoso de 38.701 muertos.
Pero la medición del impacto de la pandemia y la eficacia de las 
políticas gubernamentales se muestran de modo más nítido si se controla 
el número de muertos por millón de habitantes. Bélgica, uno de los 
portaestandartes de la reacción neoliberal, registra 831 muertos por 
millón de habitantes y el Reino Unido de su admirado Boris Johnson tiene
 un índice de 606/millón y un poco más abajo, en el sexto lugar, 
encontramos a España, con 580 muertos por millón de habitantes. Ecuador 
con 209, Brasil con 182 y Perú con 174 continúan en el pelotón de la 
vanguardia. Como se puede apreciar, todos países con gobiernos fieles a 
los cánones del neoliberalismo. Mucho más abajo en ese ranking 
necrológico está el Uruguay, con 7 muertos por millón, una performance 
notable, sin duda, igual a la que exhibe Japón. Pero mucho más meritorio
 es que esa misma cifra sea la que tiene Cuba, tan denostada por el 
hechicero neoliberal. Igual que Uruguay y el Japón pero sin que ninguno 
de estos dos países sufra la asfixia de un encarnizado bloqueo que se 
extiende a lo largo de sesenta años, que los maleantes que gobiernan 
Estados Unidos sólo atinaron a endurecerlo aún más en el medio de la 
pandemia.
Implacable crítico de Alberto Fernández –“lamentaremos la derrota de 
Macri”, dijo el escritor poco después de la victoria del candidato del 
Frente de Todos- y los gobiernos “populistas” de la Argentina, Vargas 
Llosa debería saber que con sus 717 víctimas de la plaga este país 
exhibe una tasa de letalidad de 16 muertos por millón de habitantes, muy
 lejos de los valores que registran España y Perú, inclusive de Estados 
Unidos con sus 348 por millón.  Y que en el país que gobierna su amigo 
Sebastián Piñera,  este índice es ocho veces mayor que el de la 
Argentina. En efecto,  en el más antiguo experimento neoliberal de 
América Latina y en donde la privatización de la salud ha sido llevada a
 sus extremos durante casi medio siglo el índice llega a 130 por millón.
Conclusión: la pandemia exige para su control una fuerte presencia 
del Estado para proteger a la población, cosa que no se logra cuando la 
salud y los medicamentos son onerosas mercancías. La experiencia actual 
refuta los funestos delirios de los mentores intelectuales de Vargas 
Llosa: Popper, von Hayek, Berlin, Revel y compañía, responsables 
indirectos de políticas que sólo en los Estados Unidos produjeron más de
 115.000 muertos. Afiebrados delirios que contrastan con los sobrios 
números de Cuba, Uruguay, China, Vietnam y Venezuela. Sí, la bloqueada 
república bolivariana que, como el Uruguay, también tuvo apenas 23 
muertos por el Covid-19. Sólo que cuando se estandardiza esta medida por
 millón de habitantes la tasa en ese país no alcanza siquiera al 1 por 
millón, contra el muy plausible 7 del Uruguay.  Pero todas estas cosas 
las calla el escritor, y no creo que sea porque desconozca algo tan 
elemental. Ha dado sobradas pruebas de que ignora las complejidades 
teóricas de la Economía Política y los fundamentos matemáticos de la 
Estadística. Pero cálculos tan simples como los que hemos expuesto más 
arriba están al alcance de cualquier persona que conozca las cuatro 
operaciones básicas de la aritmética. Me niego a admitir que Vargas 
Llosa sea incapaz de tan elemental tarea. Pero su fanatismo lo lleva, 
una y otra vez, a mentir para defender una causa perdida. No parece 
haber caído en cuenta de que aparte de las cuantiosas pérdidas humanas 
el Covid-19 hizo algo más: descerrajarle el tiro de gracia al 
neoliberalismo como fórmula de gobernanza. ¡Game over! Y si no 
me cree que por favor se dedique a leer los diarios de la mal llamada 
“comunidad financiera internacional” (en realidad una tropa de truhanes y
 bandidos de “cuello blanco”) que allí le explicarán con pelos y señales
 sus planes para el mundo que amanecerá cuando la pandemia haya sido 
controlada. Y en ese mundo el neoliberalismo se convirtió en una mala 
palabra que, si se la pronuncia, se lo hace en voz baja y mirando de 
reojo a los costados.
 
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