
“Todo poder es una conspiración permanente”.
Honoré de Balzac
“Una
 dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería 
básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera 
soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en 
el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su
 servidumbre” .
Aldous Huxley
“El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”.
Jorge Riechmann y Adrián Almazán
I
Pese
 a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada 
que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, 
mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: 
decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido 
en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó 
aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad” 
sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una 
deslucida opacidad muy engañosa.
Lo que hacemos, pensamos,
 consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el 
mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está 
digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable. 
Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: 
decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de 
conspiraciones que obran en nuestra contra.
La paranoia, 
llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día 
preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, 
como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos 
caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo 
de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy 
persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del 
individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy 
variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero 
también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de 
manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está 
deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es 
homosexual”.
El delirio paranoico existe, sin lugar a
 dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las 
celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el
 “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo 
aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los 
“problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es 
resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” 
suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).
El
 mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante 
paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, 
presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles,
 en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati, 
masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre 
nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan 
autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de 
ondas 5G”, “la aparición de un comenta anuncia el fin de nuestro 
planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y
 un largo etcétera.
Por supuesto que la dinámica de las 
sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni 
sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a
 veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es 
siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay 
una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler 
era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el 
pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la 
humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por 
fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres 
extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales, 
que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia 
(individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las
 cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto
 de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las 
sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o 
conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase
 social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria, 
dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase 
social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda
 mayoritariamente en la clase explotadora.
Ahora bien: esa
 clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de 
enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus 
privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más 
perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo 
dijo uno de los más connotados intelectuales orgánicos de esa clase 
dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de 
connotados tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la 
Universidad Johns Hopkins: “La sociedad será dominada por una elite 
de personas libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar 
sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el 
comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, 
hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi 
permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta. (…) Esta
 elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos tales 
como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de las 
masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.
Pensar,
 entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan 
forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos 
(asalariados), mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”,
 como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio paranoico. 
Es la constatación de una cruda y descarnada realidad: hacemos, pensamos
 y actuamos según lo que poderes determinados nos dicen. No importa si 
esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos, hombres, mujeres, 
bisexuales, amantes del samba brasileño o la salsa colombiana: son 
grupos de poder que tienen en sus manos monumentales decisiones. Eso ¿es
 paranoico?
II
Para ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos.
1)
 En Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran 
riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente 
distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con
 una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un 
tercio de la canasta básica-), la corrupción es una constante histórica.
 Corrupción e impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje 
social. Pero en ese escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el 
2015 una fabulosa “cruzada contra la corrupción”. Eso resultó altamente 
llamativo, por cuanto Guatemala se caracteriza -como todos los países de
 Latinoamérica- por una inveterada cultura de corrupción que alcanza 
todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de
 comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes empresas 
privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos) pusieron en la 
agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la 
corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción 
pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los 
males del país. Queda claro ahora que eso fue un muy sofisticado 
mecanismo geoestratégico de Washington, probado en estas tierras para 
luego iniciar su trabajo de reversión (roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el PT en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).
Esa
 desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que 
“Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una 
relativa movilización de la sociedad, terminando en una crisis política 
que finalizó mandando a la cárcel al por entonces binomio presidencial 
(Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti). Pero luego de esa bien manejada 
crisis (asegurando “gobernabilidad” con la llegada a la presidencia de 
un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy Morales, supuestamente 
no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años después 
corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no 
volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que 
hubo allí una bien montada operación de “psicología militar de masas”? 
¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso puede 
oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo indica, porque las
 clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.
2)
 Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas
 de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto, 
cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo 
-preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad de
 mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la pregunta, 
pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa pauta? Seguramente
 no fueron los platos voladores, los masones ni los Illuminati. Sin 
dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es 
paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas considerar que 
alguien estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda 
acaso?
Estos dos ejemplos intentan poner en evidencia que 
las conductas de las masas, del grueso de la población, no son -en 
general- producto de una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto
 no significa que las masas sean “tontas”, que la población sea 
felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”.
 Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo existente, y
 el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de clases. El mundo 
sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de los faraones a la 
fecha hubo muchos cambios), pero justamente los grupos detentadores del 
poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien. Y desde las 
sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es distinta
 la historia de la Humanidad?
¿Por qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper
 secreto recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación
 de la pandemia del COVID-19? No por la salud de la población, sino por 
la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría dar 
lugar. Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir: 
que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se 
mantengan). Un estallido social puede encender mechas que luego se 
vuelven inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de 
Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas 
populares de Chile del año pasado: “América del Sur se nos puede 
embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder
 militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad 
solidaria del general Augusto Pinochet”). ¿Es acaso paranoico 
pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en Santiago
 a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada 
explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos, 
manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que 
contradice el “mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de 
comunicación, ¿es un delirio paranoico, es ver marcianos y 
conspiraciones? Pero… en Chile mucha gente perdió la vista por la 
represión de los carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué 
Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante 
pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que 
debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien 
denuncie algo así?
III
La 
marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en 
muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la 
mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto! 
Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira, 
manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas 
auténticas de democracia de base,
 de poder popular donde se deciden las líneas por donde transitará una 
comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones muy 
embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en 
parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de 
un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no 
es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.
El
 orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo.
 Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los 
países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de 
decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo, lo que un país debe
 producir, el inicio de las guerras, el entretenimiento para mantener 
“felices a los esclavos”? La gente, el ciudadano de a pie, la persona 
que está leyendo este mediocre opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas 
cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las sociedades de 
clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo 
sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario 
Internacional o los que se sientan en un lujoso pent house 
climatizado con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede 
acceder jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos 
son los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de la 
Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo 
cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí está 
por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.
¿Por
 qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes 
en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo 
reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama “cooperación 
internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? ¿Una forma de 
precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para 
someterla más y más? Los servicios básicos los debe brindar el Estado y 
no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que “Los 
“Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, 
Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que 
han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y 
muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación). 
De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis 
compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en 
impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar 
con los Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud, 
educación, infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante 
pensar que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para 
explotar más aún a los explotados de siempre?
¿Por qué 
sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del Presidente Schreber 
(caso de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de 
“Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos 
magnates deciden lo que pasa en el mundo?
“De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su momento, él, que fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”, instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?
No es ninguna novedad (¿o es
 un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que infinidad de 
hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la más alta
 secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl 
Harbor, el asesinato de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a
 la que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas 
armas de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que 
el sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el 
financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios -para
 que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos 
sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las autoridades, con 
población guatemalteca en la década de 1950, armas bacteriológicas 
desconocidas por el público, los secretos revelados por la crisis de 
conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista puede 
continuar interminable. El medicamento cubano Interferón alfa 2B 
recombinante sirvió para parar la epidemia en China, ¿por qué no se dijo
 una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico
 preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones 
paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios 
insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo 
esto?
IV
Hoy día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el coronavirus.
“La
 nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades 
contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a 
que es una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo 
considerable para la salud pública, todos deben estar atentos y bien 
protegidos. Tomar las medidas de control de Clase A genera 
notificaciones y publicidad más rápidas; Esto facilita a los 
trabajadores de la salud en la prevención y el control de la enfermedad,
 así como al público en la adquisición de la información más reciente 
para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.
Efectivamente, no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis):
 100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 
100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, 
viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente 
Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria: 
20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de letalidad del
 COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso, por 
estudiosos del tema, que estiman que es menor).
Como es un
 agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se 
ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que
 las autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos,
 hay algo llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El 
mundo se detuvo prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como 
quienes dicen lo contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico 
creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara
 en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre “la 
desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones 
de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”.
Del mismo modo Johan Giesecke,
 destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco y miembro del Grupo
 Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la 
Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se
 propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos 
se van a contagiar, todo en el mundo al final”.
Lo 
curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de 
infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento 
pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede 
reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado un 
revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico
 de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera que la 
proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”. El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.
Considerando que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad
 diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que 
no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos 
muestra que al final del año el número total de decesos podría ser 
similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente 
las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero allí
 es donde se abre la pregunta.
Acusar de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”.
 La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es ninguna
 novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las 
mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que el sistema 
capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica
 crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la
 crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la 
prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían
 un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la 
producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en 
diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 
2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos 
durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de 
mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva 
de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos
 otros países”, anunciaba una voz autorizada como el economista 
Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, 
acusadas de delirio paranoico por algunos.
Sabemos que el 
sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser 
la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para 
mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? 
¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos en Irak y más de un 
millón para mantener, respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de 
la heroína? ¿Habrá que agregar Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas
 atómicas arrojadas impunemente sobre población civil no combatiente en 
Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los 
golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y
 desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses? (recuérdese 
la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está dispuesto a hacer 
cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca, distorsiona. 
Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”)
 fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia y 
la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no parece un 
delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía” sacaba
 del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la 
uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el 
dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los 
masones? ¿Los Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las 
mercaderías correspondientes?
Pensar que hay “gato 
encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy sano, 
porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva 
aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El 
tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia,
 según se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa” 
salida del capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación
 y el hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.
¿Estaba
 todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas 
álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil 
-con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse categóricamente.
 Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden “categóricamente”: 
formulan saberes, que son siempre cambiantes, relativos (la física 
newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por lo que surge la física 
cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo que surge el 
Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la geometría 
fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del fenómeno 
de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.
¿Es realmente
 necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras 
perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis 
sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra 
dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos 
proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia 
virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas, 
robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el 
dinero virtual, promoción del 5G, smart city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones,
 que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la 
vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en 
internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es 
que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.
Definitivamente
 hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis 
sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero 
también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no
 por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que 
seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta, distanciamiento de las 
personas, control omnímodo de nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya 
no más apretones de manos ni besos en la mejilla? Pero peor aún: ¿quién 
manejará esa información total, completa, omnímoda de nuestras vidas, 
información a la que no podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni 
siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas de control la 
obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo 
post pandemia?
Está claro que se ha creado un pánico 
monumental, evidentemente desproporcionado en relación a lo que es la 
enfermedad del COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo 
había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la nueva 
enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas 
voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura
 sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e 
inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué 
tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el manejo sobre la corrupción 
en Guatemala antes citado. Los climas sociales, esto no es ninguna 
novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa que “los musulmanes 
son terroristas”, o que “los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué
 nos la pasamos hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos 
pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante 
pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida 
colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?
Luego
 de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación 
masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta 
-propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la 
evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo y 
promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”,
 dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen uno 
de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la
 Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos 
paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de 
tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que pensar, ¿no?). 
La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de 
vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la 
delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando 
ahora en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia 
artificial, la informática, la robótica. Como ejemplo representativo, el
 cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal 
potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes 
empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas 
de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad 
de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias 
anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon 
Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 
mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 
14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año 
2017 la familia Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia
 las energías renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua? 
¿Quién decide eso?
Llama la atención que un mecenas como 
Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es tamaño evasor fiscal y 
destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al
 Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse 
también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la 
gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan 
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines 
and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con 
su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una 
inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy 
confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.
¿Seguirá
 a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que 
habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una
 muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en 
el que no puede mirarse la clase trabajadora mundial -por ser un 
capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-, al igual que las 
potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un hipercontrol 
monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven para 
eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 
5G, preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?
“¡Los 
marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda 
convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición
 de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes 
relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”, según 
la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no
 es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente la pandemia nos ha 
venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie tiene la 
verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora. 
Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve 
cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más 
controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona 
tan desesperadamente anta la delantera china en la 5G?). La organización
 popular para plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos 
antes la presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la 
Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos, preguntarse 
por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una obligación.
Marcelo Colussi 
Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos
 https://www.alainet.org/es/articulo/206737
 
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