Claudio Lomnitz
Este domingo  llegó 
el primero de cinco buques cisterna, cargado de gasolina, de Irán a 
Venezuela. El país con mayores reservas petroleras del mundo importa 
combustible y recibe el gesto solidario de la hermana república con 
grande agradecimiento y entusiasmo. Los venezolanos pagan la gasolina 
más barata del mundo, y llevan así tantos años que consideran que la 
gasolina casi regalada es prácticamente un derecho ciudadano. Para ellos
 la gasolina debe ser libre, como el aire, porque a lo largo del siglo 
XX y XXI su patria se construyó con el lema de 
sembrar el petróleo. El petróleo era, entonces, la base de la riqueza colectiva. Un bien público indispensable.
Curiosamente, al día siguiente, lunes, apareció otra noticia, algo 
contrastante, y es que, en apenas dos años, la Unión Europea ha 
multiplicado (¡20 veces!) su inversión en la producción de autos 
eléctricos, pasando de 3.2 mil millones de euros en 2018 a 60 mil 
millones este año. A estas sumas, cuyo abultado monto ha dejado atrás a 
las inversiones chinas y estadunidenses en este rubro, se le agregan una
 cadena de inversiones suplementarias en tecnologías de almacenamiento 
eléctrico (baterías), al son de otros 900 mil euros, en tanto que una 
empresa china –la CATL– invierte otros 1.8 mil millones de euros en una 
fábrica de baterías en Erfurt, Alemania.
El ritmo de estas inversiones en autos eléctricos no se ha detenido 
con el Covid-19, a pesar de la caída de casi 30 por ciento que ha habido
 en ventas de autos en Europa durante el primer trimestre de 2020. El 
misterio de este aumento sostenido en las inversiones en automóviles 
eléctricos en Europa se explica así: el sistema regulatorio de la Unión 
Europea (UE) se ha tomado en serio los compromisos adquiridos de reducir
 emisiones de carbono, por su adscripción a pactos internacionales como 
el Tratado de París. De modo que, aunque el virus de momento ha reducido
 la venta de autos, la reconversión a energía eléctrica va, porque es un
 proyecto fundamental con el que está comprometida la UE.
¿Qué significa esto para el futuro del mercado petrolero? Todavía no 
se sabe a ciencia cierta. Existen demasiadas incógnitas para hacer 
alguna predicción segura, según alcanzo a entender. Si Joseph Biden 
ganara la elección estadunidense, por ejemplo, la reconversión de la 
industria automotriz en Estados Unidos se sumará al buen ejemplo 
europeo, y lo hará a paso redoblado, en tanto que una relección de 
Donald Trump significaría la prolongación del uso desenfrenado y 
pernicioso de hidrocarburos en ese país. Por otra parte, la estrategia 
de China frente a la reconversión de la industria automotriz seguramente
 será sensible a esta dimensión geopolítica, aun cuando ese país ha 
estado, en principio al menos, interesado en esforzarse por reducir sus 
emisiones de carbono, debido a su preocupación por los efectos internos 
del cambio climático en la propia China, así como por su dependencia 
neta en la importación de petróleo.
Como sea, y aun a pesar de esas y otras incógnitas, pareciera que, 
incluso si Europa se quedara sola en su gran apuesta por producir y 
adoptar masivamente vehículos eléctricos, esa decisión por sí misma 
repercutirá de manera importante en los mercados petroleros, y algunos 
de los proveedores más importantes de Europa, como Rusia, Iraq, Arabia 
Saudita, Kazajistán o Nigeria, tendrán que competir por conquistar 
mercados alternativos. En un encuadre así, el horizonte exportador de 
Pemex (que, por cierto, acaba de declarar una reducción en sus ingresos 
por exportaciones en el pasado abril de casi 50 por ciento) pareciera 
bastante incierto. Finalmente, Pemex tiene ya bastante competencia en el
 propio continente americano, como Estados Unidos –que es hoy el mayor 
productor del mundo– Canadá, Brasil, Venezuela y Ecuador que pueden 
atender muchos de los mercados de nuestra región. Y si Rusia y los 
países de oriente medio pierden mercado en Europa en los próximos años, 
parece razonable imaginar que voltearán en la dirección de Asia, en 
competencia con posibles exportaciones mexicanas.
Dada la tendencia a comprometerse con la reducción de emisiones –tan 
acelerada en Europa, pero que posiblemente se fortalezca en el futuro en
 Estados Unidos y en Asia– la apuesta petrolera mexicana parece estar 
dirigida principalmente a poder satisfacer el mercado interno y a 
cimentar la llamada 
soberanía energética. Para recaer en la metáfora que ha usado el Presidente respecto de su apuesta por la refinación de gasolinas:
Si tenemos naranjas, debemos fabricar jugo de naranja. Hasta cierto punto tiene razón, pero tal parece que se está reduciendo el mercado internacional de
jugo de naranja, y ahora habrá que cuidarse de que México no termine tan adicto a las
naranjasque las consideremos una parte medular de la identidad nacional, o de los derechos ciudadanos –como ocurre en Venezuela–, y que desarrollemos alegremente una dependencia desmedida en una fuente energética que, a diferencia de las naranjas, es al final mala para la salud y para el ambiente.
 

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