Editorial La Jornada
Conforme los   
gobiernos africanos imponen medidas de aislamiento social para contener 
la propagación del coronavirus, las naciones del continente se han 
vuelto escenario de preocupantes actos de excesos por parte de las 
fuerzas pública. En Sudáfrica la policía usó violencia verbal, persiguió
 con garrotes y –de acuerdo con testigos– disparó balas de goma en 
contra de personas sin hogar en Johannesburgo, la ciudad más poblada del
 país; en Ruanda, se sospecha que dos civiles fueron asesinados por la 
policía al desobedecer las medidas de contención; en Zimbabue, grupos de
 derechos humanos denuncian que han tenido lugar operativos letales 
antes de la instalación del toque de queda; y en Kenia fuerzas del orden
 rociaron con gas lacrimógeno a cientos de personas que intentaban 
llegar a la ciudad de Mombasa.
Esta respuesta violenta de las autoridades de una serie de países 
africanos refleja, por un lado, el conocido rezago de la región en 
materia de respeto a los derechos humanos y de vigencia del estado de 
derecho, así como la deficiente capacitación de sus corporaciones de 
seguridad pública para ejercer su cometido sin atropellar las garantías 
de los ciudadanos.
Por otra parte, estos drásticos esfuerzos por hacer cumplir los 
toques de queda y demás medidas de contención de la pandemia dan cuenta 
de la desesperación de los gobernantes ante una crisis que rebasa en 
todos los aspectos las capacidades de sus Estados. En efecto, aunque 
África es hasta ahora la región menos afectada por el Covid-19 (los 
cuatro mil casos registrados hasta ayer suponían 0.5 por ciento de los 
650 mil contagios existentes en todo el mundo), la fragilidad e incluso 
la práctica inexistencia de sistemas de salud en muchas de las naciones 
del continente, hacen que incluso un nivel relativamente bajo de casos 
se convierta en un desafío mayúsculo. Si a ello se añade que las 
economías de la región ya se encuentran entre las más débiles del mundo,
 queda claro las sociedades africanas resultan especialmente vulnerables
 en esta difícil coyuntura.
Lo cierto es que las complicaciones referidas no pueden justificar el
 abuso de la fuerza pública ni las prácticas represivas y 
discriminatorias, sino que, por el contrario, deben ser ocasión para 
reforzar la cohesión social y corregir las deficiencias institucionales 
que incrementan los sufrimientos de la población en coyunturas como la 
actual.
 

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