Elecciones en Uruguay
Este domingo el 
ballotage uruguayo dirimirá entre dos modelos con serias consecuencias 
para el país y la región, independientes de la magnitud demográfica o 
económica. Una opción es un giro neoliberal como el que promete la 
coalición multiderechista encabezada por Lacalle Pou, que tendrá efectos
 devastadores aún con resistencias para limitar sus alcances. Su paso 
por el gobierno demandará largos períodos de posterior reconstrucción en
 manos progresistas una vez retomado el poder político en 5 años. El 
modo de evitar un esfuerzo semejante y un riesgo aún mayor es la 
alternativa contraria, votando por Daniel Martínez, el candidato del 
Frente Amplio (FA) ganador en la primera vuelta. Sobre ello deberán 
reflexionar los 200.000 votantes esquivos esquivos o desencantados.
El
 contexto regional e internacional en el que tendrá lugar esta segunda 
vuelta es extremadamente amenazante. No tan solo por la realidad 
fehaciente de matanzas cotidianas de las fuerzas represivas en Bolivia y
 Chile sino además por el hecho de que algo tan autoevidente como el 
golpe de estado en el primero sólo fue reconocido -y condenado- 
oficialmente por 4 países latinoamericanos, entre ellos Uruguay. El 
domingo no se dirime exclusivamente el resguardo de las conquistas 
populares de 15 años de gestión frentista sino además la confrontación o
 aquiescencia ante la barbarie neofascista que se esparce en el mundo. 
¿Qué otra cosa que un golpe de estado puede ser la “sugerencia” de 
renuncia del Presidente por parte de las Fuerzas Armadas (FFAA) y la 
policía, al tiempo que parapoliciales saqueaban y quemaban viviendas de 
dirigentes y autoridades, amenazando inclusive a sus familiares? ¿Qué 
carácter tiene la autodesignación presidencial de una ignota senadora 
carente de peso electoral ante una asamblea legislativa virtualmente 
desierta? ¿Cómo se significa politológicamente que las mismas FFAA que 
sugirieron la renuncia presidencial invistan con la banda a la sustituta
 usurpadora? Constitucionalmente, el Presidente del Estado Plurinacional
 de Bolivia, además de jefe del Estado y de gobierno es “capitán general” de las  FFAA.
 Obviamente no es el primer golpe de Estado en la región en lo que va 
del siglo. Al contrario, entre los exitosos y los conjurados tenemos 
para una larga enumeración. Ni tampoco el primer país en el que 
militares se inmiscuyen en la política (v.g. Manini Rios o Centurión). 
Pero es el primero que abiertamente erige un Estado Terrorista ortodoxo.
Si
 bien no existe una definición estrictamente jurídica (sería de gran 
utilidad para la morosa Corte Penal Internacional contar con ella, 
además del concepto de crimen de lesa humanidad y su imprecriptibilidad)
 las divergencias respecto a la caracterización de estas formas de 
organización del Estado se han reducido casi hasta la insignificancia. 
Seguramente por la contundencia argumental de quienes se han encargado 
de teorizarlas, uno de cuyos pioneros fue Eduardo Luis Duhalde en su 
libro del ´83 “El Estado terrorista argentino”, escrito en el exilio 
español. Allí sostiene que “el terrorismo de Estado es algo más que la 
consecuencia violenta de la implantación de un régimen dictatorial, es 
una política cuidadosamente planificada y ejecutada, que respondió a 
proyectos de dominación continental, que actúa pública y al mismo tiempo
 clandestinamente a través de estructuras institucionales”. La cara 
pública se presenta en Bolivia como represión militar con asesinatos, 
heridos y detenidos. Con amenazas a la integridad y la libertad de los 
líderes y dirigentes. Con la censura y persecución a la prensa (los 
equipos televisivos argentinos debieron refugiarse en la embajada y ser 
llevados al aeropuerto en autos diplomáticos para su subrepticia 
salida).
 Pero esta caracterización no lograría completarse sin 
la actividad clandestina y su resguardo que no es otra cosa que la 
impunidad. Precisamente lo que el decreto 4078 de la golpista ururpadora
 Añez emitió con la firma de 11 secuaces a los que denomina 
cariñosamente ministros el 14 de noviembre. De su existencia tomé 
conocimiento por la denuncia de la Comisión Interamericana de Derechos 
Humanos. También la propia prensa boliviana, ya que los pocos diarios 
como “La Razón” que aluden a él, lo hacen a través de la denuncia 
externa. He recorrido las diversas páginas web del poder ejecutivo sin 
poder dar con información alguna. La mayoría de ellas están intactas, 
refiriendo a las antiguas autoridades, entre ellos al Presidente Evo 
Morales. Los actos del gobierno golpista son secretos. Según la 
transcripción hecha allí, en su art. 3° el decreto establece que “el 
personal de las FFAA, que participe en los operativos para el 
restablecimiento del orden interno y estabilidad pública estará exento 
de responsabilidad penal cuando en el cumplimiento de sus funciones 
constitucionales, actúe en legítima defensa o estado de necesidad y 
proporcionalidad, de conformidad con el Art. 11 y 12 del Código Penal. 
Ley 1760 y el Código de Procedimiento Penal". Ningún uruguayo puede 
desconocer lo que significa la caducidad de la pretensión punitiva de 
los actos aberrantes de la institución armada.
La página que 
encontré actualizada es la del Ministerio de Gobierno (de interior) que 
quedó a cargo del cómplice Arturo Murillo quien al igual que la 
presidenta de facto, extrajo del arcón del horror los significantes 
“sedición” y “subversión” con los que acusa a los manifestantes y a la 
prensa. Abiertamente sostiene que “vamos a ir a la cacería de Juan 
Quintana” quien era el legítimo ministro de quien no consta renuncia 
alguna al momento de escribir aquí.
La furia política e inclusive
 religiosa expresa la racialización de las relaciones de clase que 
atraviesa -en mayor o menor medida- a toda América Latina. El odio hacia
 la otredad tiene múltiples formas expresivas de la humillación. Desde 
la violación física hasta la violación del laicismo, desde la censura y 
la amenaza hasta la persecución de toda forma de pensamiento crítico. 
Desde la marginación económica, simbólica y cultural, hasta el crimen 
impune.
Optar por el Martínez es también ponerle límite al avance
 del neofascismo en la vecindad. No sea cosa de que Camacho, resulte tan
 solo un Lacalle Pou desinhibido. 
 
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