Monthly Review
| Traducción de Silvia Arana para Rebelión | 
Las
 revoluciones no suceden de repente, ni tampoco transforman una sociedad
 de inmediato. Una revolución es un proceso que se mueve a diferentes 
velocidades y cuyo ritmo puede cambiar rápidamente si el conflicto de 
clases se intensifica y acelera el motor de la historia. Pero 
generalmente la construcción del momentum, o impulso, revolucionario es lento, y los esfuerzos para transformar un Estado y una sociedad pueden ser incluso más lentos. 
León
 Trotsky, durante su exilio en Turquía en 1930, escribió el más 
sobresaliente de los análisis sobre la Revolución rusa. Habían pasado 
trece años desde el derrocamiento del imperio zarista, pero la 
revolución ya había sido cuestionada, incluso por gente de izquierda. En
 la conclusión de ese libro, Trotsky escribió: “El capitalismo necesitó 
de unos cien años para poner en un sitio elevado a la ciencia y a la 
técnica y para hundir a la humanidad en el infierno de la guerra y la 
crisis. Al socialismo sus enemigos solo le dan quince años para crear y 
equipar un paraíso terrenal. Nosotros no asumimos esa obligación. Nunca 
pusimos esas fechas. Un proceso de vasta transformación debe ser medido 
con una escala adecuada”.
Cuando Hugo Chávez ganó las elecciones 
en Venezuela (diciembre de 1998) y cuando Evo Morales Ayma ganó las 
elecciones en Bolivia (diciembre de 2005) sus críticos de izquierda en 
América del Norte y en Europa no le dieron a sus gobiernos ni siquiera 
tiempo para respirar. Algunos profesores de orientación izquierdista 
comenzaron a criticarlos de inmediato por sus limitaciones e incluso por
 sus fracasos. Esta actitud fue políticamente limitada -carente de 
solidaridad hacia estos experimentos-; y también intelectualmente 
limitada -desprovista de una valoración de las profundas dificultades 
que afectan a un experimento socialista en países del Tercer Mundo con 
jerarquías sociales calcificadas y desprovistos de recursos financieros.
El ritmo de la Revolución
A
 dos años de la Revolución rusa, Lenin escribió que la recientemente 
creada URSS no es un “talismán que hace milagros”, ni pavimenta el 
camino al socialismo. Le da a aquellos que habían sufrido opresión la 
oportunidad de ponerse de pie y “de tomar control del conjunto del 
gobierno del país, del conjunto de la administración de la economía y 
del conjunto del manejo de la producción”.
Pero incluso eso -el conjunto de esto y el conjunto del otro- no iba a ser fácil. Lenin escribió: “Es una larga, difícil y tenaz lucha de clase, la cual no desaparece ni después de derrocar el gobierno capitalista ni después
 de destruir el Estado burgués… no desaparece, solo cambia sus formas y 
en muchos sentidos puede volverse más feroz”. Esta era la conclusión de 
Lenin después de tomar el poder zarista y después de que el gobierno socialista haya comenzado a consolidarse en el poder. Alexandra Kollantai escribe (en Love in the Time of Worker Bees)
 sobre las luchas para construir el socialismo y los conflictos dentro 
del socialismo para lograr sus objetivos. Afirma que nada es automático,
 que todo es una lucha.
Lenin y Kollantai sostienen que la lucha 
de clases no se detiene cuando un gobierno toma el poder; sino que esta 
deviene incluso más feroz, la oposición es más intensa porque hay mucho 
en juego, y es un momento peligroso porque la oposición -principalmente 
la burguesía y la vieja aristocracia- cuenta con el aval del 
imperialismo. Winston Churchill dijo: “El bolchevismo debe ser 
estrangulado en la cuna”, y entonces los ejércitos occidentales se 
unieron al Ejército Blanco en un ataque militar casi letal contra la 
Unión Soviética. Este ataque se produjo desde los últimos días de 1917 
hasta 1923, seis años completos de asalto militar sostenido.
Ni 
en Venezuela, ni en Bolivia, ni en ningún otro país que haya girado 
hacia la izquierda en los últimos veinte años, se ha logrado suplantar 
el estado burgués ni derrocar el sistema capitalista. Los procesos 
revolucionarios en esos países tuvieron que crear gradualmente 
instituciones de y para la clase trabajadora mientras se continuaba con 
un sistema capitalista. Estas instituciones reflejan la emergencia de 
una forma estatal única basada en la democracia participativa; una 
expresión de ello son las misiones sociales. Cualquier intento de
 trascender el capitalismo fue restringido por el poder de la burguesía 
-la que no fue desarmada en procesos electorales consecutivos y que es 
ahora la fuente de la contrarrevolución- y restringido por el poder del 
imperialismo. Han tenido éxito por ahora en el golpe de Estado contra 
Bolivia y en las amenazas diarias a Venezuela. Nadie, en 1998 o en 2005,
 sugirió que los eventos en Venezuela o Bolivia eran una “revolución” 
como la Revolución rusa; las victorias electorales formaban parte de un 
proceso revolucionario. Como primer acto de gobierno, Chávez anunció un 
proceso constituyente para volver a fundar la república. De manera 
similar, Evo afirmó en 2006 que el Movimiento al Socialismo (MAS) había 
sido elegido para gobernar pero no tenía el poder. Más tarde se inició 
un proceso constituyente, que tuvo larga duración. Venezuela entró en un
 “proceso revolucionario” extendido, mientras que Bolivia entró en un 
“proceso de cambio” -o como ellos lo llamaron simplemente “el proceso”- 
que continúa aun ahora después del golpe. No obstante, tanto Venezuela 
como Bolivia fueron castigadas con la fuerza total de una “guerra 
híbrida” -desde sabotaje a la infraestructura hasta sabotaje para 
recaudar fondos de los mercados de capital.
Lenin escribió que 
después de tomar control del Estado y eliminar la propiedad capitalista,
 el proceso revolucionario en la nueva Unión Soviética fue difícil, la 
tenaz lucha de clases seguía presente; imaginemos entonces cuánto más 
difícil es la tenaz lucha de clases en Venezuela y Bolivia.
Las revoluciones en el “reino de la necesidad”
 Tratemos de imaginar cuán difícil es construir una sociedad socialista 
en un país en el que -a pesar de la riqueza de recursos naturales- 
todavía persisten altos niveles de pobreza y desigualdad. Y en un nivel 
más profundo aún, existe una realidad cultural en la que una gran parte 
de la población ha sufrido y ha luchado contra siglos de humillación 
social. No es nada sorprendente que en estos países los más oprimidos 
entre los agricultores, mineros y trabajadores urbanos provienen de 
comunidades indígenas o afrodescendientes. La aplastante carga de 
oprobios y vejaciones combinada con la falta de acceso a los recursos 
dificulta enormemente los procesos revolucionarios en “el reino de la 
necesidad”.
En sus Manuscritos económicos y filosóficos (1844),
 Marx distingue entre el “reino de la libertad” -que empieza allí donde 
termina el trabajo determinado por la necesidad y la coacción- y el 
“reino de la necesidad” -donde las necesidades físicas no son 
satisfechas. Una larga historia de sometimiento colonial y de robo 
imperialista ha saqueado la riqueza de una gran parte del planeta y ha 
hecho que esas regiones -principalmente África, Asia y América Latina- 
estén aparentemente de manera constante en el “reino de la necesidad”. 
Cuando Chávez ganó las elecciones por primera vez, el índice de pobreza 
era de un increíble 23,4%; en Bolivia, cuando Morales ganó por primera 
vez, el índice de pobreza era de un alarmante 38,2%. Estas cifras no 
muestran solamente la pobreza absoluta de grandes sectores de la 
población, sino que también conllevan historias de humillación y oprobio
 social que no caben en una simple estadística.
Las revoluciones y
 los procesos revolucionarios parecen estar más arraigados en el reino 
de la necesidad -en la Rusia zarista, en China, en Cuba, en Vietnam- que
 en el reino de la libertad -en Europa y en Estados Unidos. Estas 
revoluciones y estos procesos revolucionarios -Venezuela y Bolivia- 
ocurren en lugares donde simplemente no hay una acumulación de riqueza 
que pueda ser socializada. La burguesía de estas sociedades huye con su 
dinero en el momento de la revolución o del cambio revolucionario o se 
queda pero guarda su dinero en paraísos fiscales o en lugares como Nueva
 York o Londres. Este dinero, el fruto del trabajo de la gente, no puede
 ser tocado por el nuevo gobierno sin provocar la ira del imperialismo. 
Consideremos cuán rápidamente Estados Unidos organizó que el Banco de 
Londres controlara el oro de Venezuela, y que las cuentas bancarias de 
los gobiernos de Irán y Venezuela fueran congeladas, y que se 
suspendieran las inversiones cuando Venezuela, Ecuador, Nicaragua y 
Bolivia se negaron a acatar los mecanismos arbitrales entre 
inversionistas y Estado impuestos por el Banco Mundial.
Tanto 
Chávez como Morales intentaron tomar control de los recursos de sus 
respectivos países, una decisión considerada como una abominación por el
 imperialismo. Les hicieron reproches y los acusaron de “dictadores” 
porque querían renegociar los acuerdos de los gobiernos anteriores sobre
 la extracción de materias primas. Ellos necesitaban este capital no 
para su enriquecimiento personal -nadie puede acusarlos de corrupción- 
sino para mejorar las condiciones sociales, económicas y culturales de 
sus pueblos.
Cada día es una nueva lucha para los procesos 
revolucionarios en el “reino de la necesidad”. El mejor ejemplo de esto 
es Cuba, cuyo gobierno revolucionario ha tenido que luchar desde el 
principio contra un embargo asfixiante y contra amenazas de asesinatos y
 golpes. 
Las revoluciones de mujeres
Ha sido 
admitido, porque sería necio negarlo- que las mujeres ocupan un lugar 
central en las protestas de Bolivia contra el golpe y a favor de que 
Morales vuelva al gobierno; en Venezuela también, la mayoría de la gente
 que sale a las calles a defender la revolución bolivariana son mujeres.
 Muchas de esas mujeres pueden que no sean ni masistas ni chavistas, 
pero entienden que los procesos revolucionarios son feministas, 
socialistas y se oponen a las humillaciones impuestas a los pueblos 
indígenas y afrodescendientes.
En las décadas de 1980 y 1990 el 
Fondo Monetario Internacional puso una presión inmensa para que países 
como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina recortaran el presupuesto 
estatal en salud, educación y cuidado de las personas mayores. La 
catástrofe en los sistemas de asistencia social en estas áreas cruciales
 puso una carga en la “economía de los cuidados”, que es mantenida -por 
razones patriarcales- principalmente por mujeres. Si la “mano invisible”
 no atendía a la gente que lo necesitaba, la “mano del corazón” tenía 
que hacerlo. Fue esta experiencia de recortes en la economía de los 
cuidados la que profundizó la radicalización de las mujeres en nuestras 
sociedades. El feminismo surgió de la experiencia de sufrir ajustes 
implementados con políticas estructurales de corte patriarcal; la 
tendencia del capitalismo de imponer violencia y privaciones aceleró el 
acercamiento de las mujeres trabajadoras e indígenas a los proyectos 
socialistas de Chávez y Morales. Y a medida que continúa la ola 
neoliberal, y a medida que inunda las sociedades de ansiedad y angustia,
 las mujeres son las más activas en la lucha por un mundo diferente.
Aunque
 Morales y Chávez sean hombres, en los procesos revolucionarios 
simbolizaron una realidad diferente para el conjunto de la sociedad. En 
diferentes niveles, sus gobiernos se comprometieron con una plataforma 
contrapuesta tanto a la cultura del patriarcado como a las políticas de 
recorte social que pusieron sobre las mujeres una carga abrumadora. Por 
lo tanto, se debe reconocer que los procesos revolucionarios en América 
Latina fueron profundamente conscientes de la importancia de poner a las
 mujeres, los indígenas y los afrodescendientes en el centro de la 
lucha. Nadie podría negar que hubo cientos de errores cometidos por los 
gobiernos, errores de juicio que causaron un retroceso en la lucha 
contra el patriarcado y el racismo; pero estos son errores que pueden 
ser rectificados y que no representan características estructurales del 
proceso revolucionario. Esto ha sido comprendido por las mujeres 
indígenas y afrodescendientes en esos países; la prueba de ello no se 
puede encontrar en un artículo ni en otro, sino en la presencia activa y
 enérgica de las mujeres en las calles.
En Venezuela, como parte 
del proceso bolivariano, las mujeres han sido esenciales en la 
reconstrucción de las estructuras sociales erosionadas por décadas de 
austeridad capitalista. Su aporte ha sido central en el desarrollo del 
poder popular y de la democracia participativa. Son mujeres un 64% de 
los voceros de las 3.186 comunas; también son mujeres una mayoría de los
 líderes de los 48.160 concejos comunales; un 65% de los líderes de los 
comités de producción y abastecimiento son mujeres. Las mujeres no solo 
exigen equilibrio en el lugar de trabajo, sino que también demandan 
igualdad en el ámbito social, donde las comunas son el átomo del 
socialismo bolivariano. Las mujeres en el ámbito social han luchado para
 construir la posibilidad del autogobierno, del poder dual, y por lo 
tanto, han erosionado lentamente la forma del Estado liberal. Contra la 
austeridad capitalista, las mujeres han desplegado su creatividad, su 
fuerza y su solidaridad no solo oponiéndose a las políticas neoliberales
 sino también desarrollando el experimento socialista contra la guerra 
híbrida.
Democracia y socialismo
Las corrientes 
intelectuales de izquierda fueron duramente castigadas en el periodo 
posterior a la caída de la Unión Soviética. El marxismo y el 
materialismo dialéctico perdieron credibilidad de manera considerable 
tanto en Occidente como en gran parte del mundo; los estudios 
post-colonialistas y subalternos -variaciones del post-estructuralismo y
 post-modernismo- florecieron en los círculos académicos e 
intelectuales. Uno de los temas principales de esta línea de pensamiento
 era el argumento de que el Estado había quedado “obsoleto” como 
vehículo de transformación social y que la salvación residía en la 
“sociedad civil”. Esta combinación de post-marxismo y teoría anarquista 
adoptó esta línea de pensamiento para criticar cualquier experimento 
hacia el socialismo mediante el poder del Estado. El Estado era 
considerado como un mero instrumento del capitalismo, más que un 
instrumento de la lucha de clases. Pero si la gente deja de luchar por 
el control del Estado, entonces este -sin que nadie lo dispute- le 
servirá a la oligarquía y se profundizarán la desigualdad y la 
discriminación.
Al concederle un lugar de privilegio a la idea de
 los movimientos sociales por sobre los movimientos políticos se pone de
 manifiesto una decepción con el periodo heroico de liberación nacional,
 incluyendo los movimientos de liberación de los pueblos indígenas. 
También se omite la verdadera historia de las organizaciones populares 
en relación con los movimientos políticos que tomaron el poder del 
Estado. En 1977, al cabo de una lucha considerable, las organizaciones 
indígenas forzaron a las Naciones Unidas a iniciar un proyecto cuyo 
objetivo sea terminar con la discriminación de las poblaciones indígenas
 en las Américas. El Consejo Indio de Sudamérica, con sede en La Paz, 
fue una de las organizaciones que trabajó con el Consejo Mundial por la 
Paz, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, al igual
 que con varios movimientos de liberación nacional (el Congreso Nacional
 Africano, la Organización de los Pueblos del Sudoeste de África y la 
Organización de Liberación de Palestina). A partir de esta unidad y 
lucha, las Naciones Unidas establecieron en 1981 el Grupo de Trabajo en 
Poblaciones Indígenas, que declaró a 1993 como el Año Internacional de 
los Pueblos Indígenas. En 2007 Evo Morales lideró la iniciativa para que
 las Naciones Unidas pasen la Declaración de los Derechos de los Pueblos
 Indígenas. Esto fue un claro ejemplo de la importancia de la unidad y 
de la lucha entre movimientos populares y Estados solidarios -si no 
fuera por ambos, las luchas populares de 1977 a 2007 y el gobierno 
boliviano en 2007- esta declaración tan importante no hubiera sido 
posible.
Los intelectuales indígenas de toda América han 
comprendido la complejidad política de esta lucha -que la 
autodeterminación indígena se conseguirá dando la lucha en la sociedad y
 en el Estado para vencer el poder burgués y colonial, y para hallar las
 herramientas que hagan posible la transición al socialismo. Entre esas 
formas se halla la comuna   -como lo reconocieron hace casi un siglo José Carlos Mariátegui (Perú) y Nela Martínez (Ecuador). 
Las
 revoluciones en Bolivia y Venezuela no solo han agudizado políticamente
 las relaciones entre mujeres y hombres, entre comunidades indígenas y 
comunidades no-indígenas, sino que también han cuestionado y disputado 
los conceptos de democracia y socialismo. Estos procesos revolucionarios
 no solo tienen que funcionar dentro de las reglas de la democracia 
liberal, sino que al mismo tiempo deben construir un nuevo marco 
institucional basado en las comunas y otras formas organizativas. Al 
ganar elecciones y hacerse cargo del Estado, la revolución bolivariana 
pudo canalizar recursos para incrementar el gasto social (salud, 
educación, vivienda) y atacar directamente al patriarcado y al racismo. 
El poder del Estado en manos de la izquierda fue usado para desarrollar 
esos nuevos marcos institucionales que trascienden el Estado. La 
existencia de estos dos tipos de estructuras -instituciones democráticas
 liberales e instituciones feministas/socialistas- generó el prejuicio 
de una ficticia “igualdad liberal”. Si se reduce la democracia al acto 
de votar se induce a que las personas crean que son ciudadanos con los 
mismos poderes que otros ciudadanos, independientemente de su posición 
socio-económica, política y cultural. Los procesos revolucionarios 
cuestionaron estos mitos liberales, pero aún no los vencieron -como 
puede comprobarse tanto en Bolivia como en Venezuela. Se trata de una 
lucha para crear un nuevo consenso cultural en torno a una democracia 
socialista, que esté enraizada no en un “voto de iguales”, sino en una 
experiencia tangible de construcción de una nueva sociedad.
Una 
de las dinámicas esperadas de un gobierno de izquierda es que retome la 
agenda de diversos movimientos políticos y sociales. Al mismo tiempo, 
muchos de los integrantes de esos movimientos -al igual que de diversas 
ONG- pasan a formar parte del gobierno, aportando sus variadas 
capacidades para batallar con las complejas instituciones del gobierno 
moderno. Esto tiene un impacto contradictorio: Complace la demanda de la
 gente, pero al mismo tiempo tiene una tendencia a debilitar las 
organizaciones independientes de diferente tipo. Estas son consecuencias
 del proceso de tener un gobierno de izquierda en el poder, ya sea en 
Asia o en Sudamérica. Aquellos que quieren permanecer independientes de 
la lucha del gobierno para seguir teniendo relevancia, a menudo, 
devienen críticos acerbos del gobierno y sus críticas son frecuentemente
 usadas como armas por las fuerzas imperialistas con fines ajenos 
incluso para aquellos que formularon las críticas en primer lugar.
El
 mito liberal trata de hablar en nombre del pueblo para oscurecer los 
intereses y las aspiraciones reales de la gente, en particular de las 
mujeres, las comunidades indígenas y afrodescendientes. La izquierda que
 participa en las experiencias boliviana y venezolana ha intentado 
desarrollar la experiencia colectiva en una contenciosa lucha de clases.
 Esta posición contradice la idea de un Estado opresivo en Venezuela y 
Bolivia, pues el Estado ha usado su autoridad para tratar de desarrollar
 instituciones de poder dual creando una nueva síntesis, con las mujeres
 en la primera línea.
Consejos revolucionarios sin experiencia revolucionaria
Las
 revoluciones no son nada fácil de hacer. Están repletas de retrocesos y
 errores porque están hechas por personas con defectos que pertenecen a 
partidos políticos que deben reconocer que tienen mucho por aprender. 
Son guiadas por la experiencia y por aquellos que tienen el 
entrenamiento y el tiempo para elaborar las experiencias y 
transformarlas en lecciones. Las revoluciones tienen sus propios 
mecanismos de corrección; sus propias voces de disenso. Pero eso no 
significa que un proceso revolucionario sea sordo a las críticas; 
debería estar abierto a ellas.
Las críticas deberían ser siempre 
bienvenidas ¿pero de qué manera se hacen las críticas? Hay dos tipos de 
crítica típicas de los críticos de “izquierda” que menosprecian las 
revoluciones en nombre de la pureza.
1. Si la crítica se emite 
desde el punto de vista de la perfección, su estándar no solo es 
demasiado alto sino que también falla en la comprensión de la naturaleza
 de la lucha de clases que debe confrontar un poder consolidado y 
transmitido por varias generaciones.
2. Si la crítica asume que 
todos los proyectos que compiten en el ámbito electoral traicionarán la 
revolución, hay entonces muy poca comprensión de la dimensión masiva de 
los proyectos electorales y de los experimentos de poder dual. El 
pesimismo revolucionario obstruye la posibilidad de actuar. No puedes 
tener éxito si no te permites la posibilidad de fracasar y de intentarlo
 otra vez. Este tipo de crítica solo genera desaliento.
La “tenaz
 lucha de clases” dentro de un proceso revolucionario debería proveerle a
 alguien que no forme parte del proceso revolucionario una dosis de 
simpatía no por una política determinada del gobierno, sino por las 
dificultades -y las necesidades- del propio proceso.
Roxanne Dunbar-Ortiz es una activista de larga experiencia, profesora universitaria y escritora. Su libro más reciente es An Indigenous People’s History of the United States (Una historia de los pueblos indígenas de Estados Unidos).
Ana Maldonado integra el Frente Francisco de Miranda, Venezuela.
Pilar Troya Fernández trabaja en Tricontinental: Instituto de Investigación Social.
 Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista de la India. Su último libro se titula Red Star Over the Third World  (Estrella roja sobre el Tercer Mundo). Escribe para Frontline, The Hindu, Newsclick, AlterNet y   BirGün. 
 
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