Katu Arkonada*
¡Yo no soy cualquiera, soy artesano, carajo!
Este grito desesperado del padre de Pedro Quisbert Mamani, asesinado 
por la represión gubernamental en la masacre de Senkata, sintetiza un 
proceso de cambio boliviano que los golpistas no terminan de entender. 
Si algo hicieron Evo Morales y el MAS, por encima incluso de la 
nacionalización de los recursos naturales o la convocatoria de una 
Asamblea Constituyente, fue devolver la dignidad a las y los condenados 
de la tierra, a los nadies, a las clases populares de una Bolivia 
convertida en Estado Plurinacional.
Mientras tanto, como ha escrito Álvaro García Linera, en el lenguaje 
político de la clase media tradicional se impone el odio racial. El odio
 al indio. Se constata que Evo Morales siempre fue la cristalización de 
los sueños e imaginarios de las mayorías sociales, y por eso el odio 
focalizado contra él, que es el odio contra todo un pueblo. Pero, 
además, esa clase media está unida en su odio, y por eso permiten los 
asesinatos con bala y justifican un gobierno demencial en el que un 
señor misógino y maltratador de mujeres es puesto a la cabeza de la 
cacería contra el MAS.
En cambio, lo popular es por definición fragmentado. Pero en esa 
debilidad está su potencia, y por eso la insurrección popular al golpe, 
como la del año 2003 en El Alto, está conformada por una red de 
microliderazgos regionales que ni siquiera el mismísimo Evo Morales 
puede controlar, mucho menos el gobierno golpista.
Las movilizaciones regionales piden en primer lugar la renuncia de la
 autoproclamada presidenta, Jeanine Áñez, identificación de los autores 
materiales e intelectuales del golpe de Estado y las masacres 
posteriores en Sacaba o Senkata, y el retorno de la democracia y el 
estado de derecho a Bolivia.
Entre todas estas demandas, quizás la más importante para entender lo
 sucedido en Bolivia es la de esclarecer quiénes son los responsables 
intelectuales del golpe de Estado.
No lo es ciertamente Jeanine Áñez, un títere desechable como en su 
momento lo fue Michel Temer en Brasil. Tampoco Carlos Mesa, que nunca 
tuvo ningún liderazgo en los días posteriores a las elecciones 
presidenciales del 20 de octubre, y quien de hecho ni siquiera se puede 
atribuir el 36 por ciento de los votos obtenidos, pues sabe 
perfectamente que él sólo concentró el voto anti-Evo, sin que eso 
implicara ninguna adhesión a su proyecto. Y a pesar de su proyección 
mediática, tampoco el actor principal de este golpe es Luis Fernando Macho
 Camacho, a quien le tocó justamente interpretar ese papel, el de un 
toro que embiste y concentra los focos para que otros puedan moverse en 
las sombras pasando inadvertidos. Ni siquiera Vladimir Yuri o Kaliman, 
comandantes en jefe de la Policía y Fuerzas Armadas, detonadores de un 
golpe cívico, político, policial y militar, se pueden otorgar la 
responsabilidad principal.
El golpe dentro del golpe de Estado se ha ejecutado de manera 
impecable, de modo que los anteriores líderes opositores, policiales y 
militares, creen que son los responsables de haber forzado el asilo 
político de Evo Morales. Pero las responsabilidades trascienden Bolivia y
 apuntan directamente a Estados Unidos.
Es sabido que Yuri Calderón fue agregado militar en la embajada de 
Bolivia en Washington hasta diciembre 2018, y Kaliman fue agregado 
militar entre 2013 y 2016. También es de sobra conocido en círculos 
políticos la relación de la Fundación Nueva Democracia, de Óscar Ortiz, 
con la Fundación Atlas, el IRI del Partido Republicano y la NED.
Sin embargo, el principal articulador del golpe se llama Jorge Quiroga. Tuto
 Quiroga fue vicepresidente del dictador Banzer, y presidente de Bolivia
 entre 2001 y 2002. Desde entonces sus vínculos con las diferentes 
agencias del Departamento de Estado no han dejado de crecer, así como 
con la OEA, siendo el responsable de la misión de observación electoral 
que avaló el fraude cometido por Juan Orlando Hernández en Honduras.
Ahora mismo, las principales instrucciones del Departamento de Estado respecto de Bolivia llegan por medio de Tuto
 Quiroga, quien ha sido no sólo el principal articulador del golpe, sino
 también el responsable de la autoproclamación de Áñez por medio del ex 
diputado de Podemos (partido de Tuto) Luis Vásquez Villamor, 
jurista que encuentra un fallo del Tribunal Constitucional de 2001 
(basado a su vez en la Constitución de 1967, sin validez desde la 
aprobación de la CPE en 2009) que permite a la derecha justificar 
legalmente el golpe de Estado.
La principal misión de Tuto Quiroga ahora es operar el 
retorno de la DEA y la Usaid a Bolivia, expulsadas durante el gobierno 
de Evo, para poder deshacer la situación de poder dual que se vive, 
donde los golpistas controlan el ejecutivo, pero si siguen manteniendo 
la represión pronto van a comenzar las fisuras en la policía, y, sobre 
todo, en el ejército. Del lado del proceso de cambio la situación no es 
fácil tampoco, pues, aunque hay un control de una parte del territorio y
 de dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional, la 
polarización se ha transformado en odio y la amenaza de represión 
gubernamental, también contra diputados y senadores, es un hecho.
Si la contrarrevolución ha triunfado, al menos momentáneamente, por 
un exceso de democracia, entendida esta como igualación y distribución 
de la riqueza, como afirma García Linera, la respuesta sólo puede ser 
una radicalización de las posiciones democráticas. Una radicalización 
que implique no sólo la rebelión contra la dictadura, sino también el 
regreso de Evo Morales para pacificar el país.
El factor Evo es decisivo en esta ecuación, si no regresa y se pierde
 la cohesión en el movimiento popular, lo que ahora es un factor de 
pacificación, puede ser en el futuro de desestabilización.
Ahora es cuando, toca cuidar a Evo, pero también garantizar su 
regreso a Bolivia con el debido acompañamiento de la comunidad 
internacional. El futuro del proceso de cambio boliviano depende de 
ello.
*Politólogo especialista en América Latina
 

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