Ayer fue Pinochet,   
hoy es Piñera, que las circunstancias históricas y la propia voluntad 
han puesto en el papel que lo acerca al general golpista y traidor, el 
más negro en su especie, si se quiere en un continente pleno de 
militares felones y perversos. No afirmo que la historia se repita, 
ojalá tampoco como comedia, pero no hay duda de que el pueblo chileno, 
abriendo y llenando las avenidas que lo conducirán a una plena 
democracia, ha sospechado que pudiera volverse a la historia dramática 
de hace casi 50 años, y a título preventivo ha salido masivamente a las 
calles de todas las ciudades importantes de la nación.
Los chilenos conocen bien a sus enemigos potenciales o declarados. 
Hace 50 años se unieron la derecha y la extrema derecha en contra del 
presidente patriota Salvador Allende y apoyó incondicionalmente al 
golpista Augusto Pinochet. Después, con un 
saber hacerpolítico digno de mejor causa, la mayoría silenciosa hizo hasta lo imposible para que se olvidaran los crímenes de don Augusto y se bajaran las expresiones de los extremos, las de la izquierda que todavía sentía nostalgia por el presidente patriota y las de la extrema derecha, cuya nostalgia más bien se concentraba en la figura sangrienta de Pinochet. El intento era, pues, bajarle a los extremos y hacer creer a la mayoría chilena que otra vez tomaba la ruta de una democracia que por definición excluía a los extremos violentos.
Naturalmente esta ficción no podía durar mucho. Y es que la realidad 
se impone siempre a las ficciones, por más virtuosas que se les 
considere. Y la realidad aplastante en Chile es que el sector 
empresarial, básicamente el mismo que apoyó el golpe de Estado de 
Pinochet, siguió imponiendo su voluntad y sus intereses manteniendo en 
el olvido, o casi, a las clases del trabajo en sus más diversas 
expresiones, que continuaron viviendo en una explotación que quiso 
atenuar o suprimir Salvador Allende. Esta composición social excluyente 
de las mayorías, que hace muchas décadas prevalece en Chile, llegó otra 
vez a su límite de tolerancia: no es que la historia haya echado otra 
vez la mano de un Pinochet, pero el extremismo de derecha que claramente
 ostenta Sebastián Piñera lo acerca sin duda, en la actual situación 
chilena, a tentaciones golpistas. Los millones de chilenos que 
desbordaron las calles del país en la última semana se manifestaron 
preventivamente contra esa tentación e hicieron ver que resulta 
inconcebible un nuevo golpe de Estado, ya que una mayoría abrumadora del
 pueblo chileno se ha manifestado ya por un statu quo que significa la permanencia de la democracia.
Es bien sabido que para el presidente Salvador Allende la vía chilena al socialismo 
no está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para remplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.
El presidente Allende especificó su perspectiva: “Allende es 
perseverante en su lucha por la transformación y en defensa de la 
democracia. Construir una nueva sociedad en que imperen el pluralismo, 
las libertades individuales, las elecciones, pero con los mismos 
derechos para todos y en la que los trabajadores participen en las 
decisiones del país. En efecto, durante los mil días de la Unidad 
Popular la democracia y las libertades públicas se potencian como nunca 
había ocurrido en la historia republicana. Periódicos, radios y canales 
de televisión de variado tinte político; los trabajadores multiplicaron 
los sindicatos, hablando de igual a igual con los patrones; estudiantes 
que participaban en el destino de sus universidades; campesinos que se 
organizaban para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y 
mujeres y hombres en los barrios que se organizaban en juntas 
vecinales…” (Roberto Pizarro H, https://www.eldesconcierto.cl/)
Al examinar esta situación en Chile pensamos en ciertos paralelismos 
que pueda haber con el momento político de México en la actualidad. 
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), si bien nunca ha pretendido luchar 
específicamente por el socialismo, batalla por un México más justo y 
democrático, y tal cosa rigurosamente por la vía de las urnas y de las 
mayorías electorales, que sería el marco político más amplio para 
realizar la Cuarta Transformación (4T).
Por supuesto, esta 4T no puede equipararse al eventual logro de un 
régimen socialista, pero de cualquier manera implica cambios sociales, 
políticos y económicos en profundidad, además de que ya ha sido 
suficiente para que las derechas del país organicen un frente común 
orientado a falsear y hasta falsificar las propuestas de AMLO, que no 
podían ser más deferentes.
Claro está que la organización de un frente común de esa naturaleza, 
que en principio no implicaría la participación del Ejército, estaría 
también destinado a una derrota profunda, en vista de la abrumadora 
mayoría que ya logró AMLO en las urnas y entre los principales sectores 
sociales del país. Por eso no pensamos que las derechas en México 
transitarán a una oposición cerrada y militante, ya que significaría 
poco menos que un suicidio político en principio insostenible...
 

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