La CONAIE de Ecuador
Quizá una imagen que 
condensa el acontecimiento creado en el Ecuador durante las jornadas de 
protesta en contra de varias medidas de ajuste, tomadas al tenor del 
acuerdo con el FMI, sea aquella de la noche del domingo 13 de octubre de
 2019, en donde negociaban la paz, de una parte y en representación del 
pueblo del Ecuador (y no se trata de ninguna exageración), la dirigencia
 del movimiento indígena y, justo frente a ellos, todos los poderes del 
Estado: el Presidente de la República, el Presidente de la Asamblea 
Nacional, el Presidente de la Función de Participación Ciudadana y 
Control Social, la Presidenta del Consejo Nacional Electoral, la 
Fiscalía General del Estado, el Contralor General.
 Esa imagen 
resume, concentra y proyecta el momento político del Ecuador porque 
constituye al movimiento indígena en interlocutor e interpelante no solo
 de una política económica del gobierno, sino de una forma de 
construcción del Estado, su sistema político y económico. Es la 
representación más pura y más icónica de lo que significa el Estado 
Plurinacional. 
 Para llegar a ese momento, fue necesaria una 
movilización social inédita, al menos desde los años cuarenta del siglo 
pasado, y eso es mucho decir en un país que ha destituido por la vía de 
la movilización social a varios presidentes de la república. 
 El
 detonante de esa movilización fue el Decreto No. 883 que liberó el 
precio de los combustibles y, de esta manera, eliminó el subsidio a la 
gasolina extra y al diésel, en conformidad con los compromisos asumidos 
con el FMI en marzo del mismo año. Siempre será una incertidumbre que 
desafía al sentido común, tratar de comprender cómo un gobierno que no 
tenía casi ningún capital político y ninguna base de sustentación 
social, pudo haber tomado una medida de consecuencias sociales tan 
importantes como aquella. 
 Entre la presión de su equipo 
económico por cumplir las prescripciones establecidas por el FMI y el 
principio de realidad que le decía que esas políticas económicas no 
tenían ninguna posibilidad de ejecutarse, y que además no eran 
necesarias en términos fiscales y macroeconómicos, el régimen optó por 
la esquizofrenia de negar lo evidente: no tenía ningún espacio de 
maniobra para imponer las condicionalidades del acuerdo con el FMI y, 
como los esquizofrénicos, escuchó voces que provenían de su propio 
sentido de realidad para tratar de legitimar y justificar la 
irracionalidad de sus propias decisiones. 
 De esta forma y ante 
un hecho concreto que ameritaba respuestas concretas, el régimen acudió 
al expediente de culpar al anterior gobierno y convertirlo en adversario
 e interlocutor de la crisis que él mismo generó. 
 Se trató de 
un regalo de los dioses para los responsables del anterior gobierno que 
tenían que vérselas con varias denuncias ante la justicia, que no tenían
 casi ninguna capacidad de movilización social, y cuyo capital político 
se deterioraba a una velocidad imparable, pero que de pronto se 
convirtieron en el centro de un debate del cual, hasta ese momento, no 
habían tenido nada que ver. 
 El régimen resignó cualquier 
posibilidad de enmarcar la crisis dentro de la política, porque había 
desalojado de esa esfera toda posibilidad de resolverla, ya que había 
colocado en su centro a sus propios enemigos personales, en la 
ocurrencia, a los cuadros políticos del anterior gobierno, en especial 
el expresidente y ex-aliado Rafael Correa.
 Mientras el país 
literalmente se incendiaba, el régimen se enfrascó en una guerra contra 
sus propios fantasmas, y se aferró como el náufrago en mar gruesa, y por
 increíble que pueda parecer, a la teoría de la conspiración. El régimen
 pensó que al adscribir la movilización social a la teoría de la 
conspiración de sus enemigos políticos podía deslegitimar la protesta 
social al tiempo que destruir a sus enemigos más inmediatos y ganar 
gobernabilidad. Esta estrategia se validaba desde esa esquizofrenia de 
inventar una realidad que solo existía en su propio delirio.
 
Así, en ese vacío político, la conducción y gestión de la crisis salió 
de la política y se refugió en el cuarto de guerra del Ministerio de 
Defensa. Lo que pudo y debió haber sido una negociación política y el 
reconocimiento que las medidas de ajuste del FMI siempre implican 
conflicto social, se convirtió, para el Ministerio de Defensa, en una 
guerra contra el pueblo, que no veía manifestantes y organizaciones 
sociales sino combatientes. 
 Para los halcones de la guerra, la 
política se soluciona siempre y en todo momento con dosis heurísticas de
 violencia, miedo y terror. Ellos están convencidos que si incrementan 
más que proporcionalmente esa dosis, el enemigo, tarde o temprano, 
terminará rindiéndose. Y esa metodología fue la que aplicaron en el 
Ecuador desde el momento en el que empezó la crisis, de ahí la cantidad 
increíble de heridos, prisioneros y asesinados. Con cada minuto que 
pasaba, se incrementaba la violencia a niveles que rozaban el terrorismo
 de Estado y los crímenes de lesa humanidad. 
 Sin embargo, a 
medida que esa violencia se incrementaba, empujaban cada vez más a 
sectores sociales a unirse a las protestas y a tomar partido. Desde el 
inicio de la crisis, la convergencia de sectores sociales hacia la 
movilización social en contra del ajuste económico crecía de forma 
significativa, y la movilización se transformaba, no solo en una 
exigencia por la derogatoria del Decreto 883, sino también en una 
apelación unánime por la paz y el cese de la violencia. Todos ellos 
reconocían en la CONAIE la legitimidad de la conducción estratégica de 
la movilización y su vocería. 
 Así, los halcones provocaron el 
efecto inverso al que buscaban: la exacerbación de la violencia dio más 
espacio de maniobra, más legitimidad, más apoyo y más fuerza al 
movimiento indígena y sus aliados, y transformó la demanda por justicia 
económica en una lucha por la paz. Por eso, las negociaciones con el 
gobierno, fueron negociaciones por la paz.
 Mientras el gobierno 
renunció al sentido común y se enfrascó en una guerra con sus 
imaginarios enemigos políticos y no se movió de las coordenadas de su 
propia teoría de la conspiración, y dejó en manos de los halcones la 
resolución del conflicto social, la CONAIE hizo exactamente lo 
contrario: situó las coordenadas del conflicto dentro de la política, 
del modelo de acumulación y de los acuerdos con el FMI. Esto marcó una 
asimetría de interpretación, de conducción, de estrategia, de táctica y 
de discurso entre el gobierno y el movimiento indígena que tuvo 
consecuencias importantes y que explica y contextualiza la derrota del 
gobierno. 
 La CONAIE había aprendido de la historia que era más 
fácil cambiar de presidente de la República que alterar el modelo 
económico. En esta coyuntura, el movimiento indígena apuntó al centro 
del problema: el acuerdo con el FMI que se expresaba en las medidas 
económicas como aquella de la liberación del precio de los combustibles.
 Si se lograba la derogatoria de esa medida, la maquinaria neoliberal 
comenzaría a fallar. Su colapso ulterior dependería de las futuras 
acciones que emprenderían el movimiento indígena y sus aliados. 
 Lo prioritario, para la CONAIE en esta coyuntura, no pasaba de ninguna 
manera por el cambio de presidente de la República, que además es apenas
 una ficha en el tablero real del poder, sino por alterar las 
condiciones de la dominación económica que esta vez tenían en el 
neoliberalismo su marco de referencia y su condición de posibilidad. La 
CONAIE, de esta forma, se sustrajo de la maniobra que pretendía 
involucrarla en un conflicto entre el gobierno y sus enemigos 
personales. Para la CONAIE el objetivo era derogar el Decreto 883 para 
empezar a desmontar el engranaje neoliberal. Nunca estuvo en sus 
prioridades ningún cambio de gobierno ni mucho menos. 
 Pero el 
gobierno resignó toda posibilidad de dar una lectura política a sus 
propias decisiones, creyó en sus propios simulacros y empezó a generar 
gestos de desesperación como trasladar la sede del gobierno a la ciudad 
de Guayaquil, e insistir en un complot internacional en su contra. 
 Mientras la CONAIE planteaba y posicionaba un debate político-económico
 y sumaba cada vez más adhesiones y más aliados, y su espacio político 
crecía de manera inversamente proporcional al espacio político que 
perdía el gobierno, los aliados políticos del régimen, en especial la 
derecha, las cámaras empresariales y los grandes medios de comunicación 
se perdían en el laberinto de sus propias contradicciones. 
 No 
acertaron, ninguno de ellos, a comprender ni a interpretar de forma 
correcta la coyuntura. Hicieron de corifeos y sicofantes de los 
argumentos del gobierno y resignaron posiciones que comprometían su 
legitimidad en el largo plazo y su margen de maniobra en el corto plazo.
 
 Sin duda alguna, el epítome del grado cero de inteligencia y 
perspicacia política lo representa el exalcalde de Guayaquil, Jaime 
Nebot y, hasta ese momento, el candidato más fuerte de la derecha 
política para la presidencia de la república. En una jugada rocambolesca
 que no tenía significación alguna para el momento político que vivía el
 país, y en plena efervescencia de la movilización social en contra del 
ajuste neoliberal, Nebot organizó una marcha en la ciudad de Guayaquil, 
supuestamente para defender la ciudad (¿de quién?), pero que únicamente 
sirvió para inmolarse políticamente y perder, en pocas horas, todo el 
capital político que había acumulado en años. De esta manera, deja sin 
capacidad de representación importante a la derecha en el sistema 
político. 
 Lo mismo sucedió con los grandes medios de 
comunicación que no entendieron que en la sociedad de la información y 
de las redes sociales, ya no existe ni el privilegio ni el monopolio de 
la información. Los referentes para construir una interpretación más 
objetiva del mundo y de la política, ya no pasan por la pantalla del 
televisor, ni por las páginas de los periódicos, sino por la democracia 
de las redes sociales. 
 El desgaste y la desesperación del 
gobierno producto de sus errores, en un contexto en el que pasaban los 
días y la movilización social se fortalecía cada vez más, así como la 
incapacidad de resolver el conflicto por parte de los halcones que 
llevaron la violencia al clímax, los llevaron a tomar iniciativas que 
evidenciaron su debilidad: en los primeros momentos de la resistencia 
social se intentó desmovilizar al pueblo a través de la declaratoria del
 Estado de excepción, y luego de más de diez días de movilización 
nacional, se decretó el toque de queda. Fue en ese preciso momento, que 
la CONAIE comprendió que había ganado la partida, lo demás era cuestión 
de tiempo. 
 En efecto, horas después del toque de queda y del 
repudio de la ciudadanía a esta medida, el gobierno imploraba por el 
diálogo a la dirigencia indígena. Había aceptado derogar el Decreto 883,
 pero quería enmascarar su derrota con algo de dignidad perdida: 
elaborar conjuntamente con la dirigencia indígena un nuevo decreto y 
tratar de salvar in extremis el acuerdo con el FMI. Se trataba de una 
maniobra que le permitía comprar un poco de tiempo, pero la partida 
había sido jugada ya, y el movimiento indígena, conjuntamente con el 
pueblo, la habían ganado. Bajo ningún concepto y circunstancia, el 
movimiento indígena y sus aliados iban a transigir con el modelo 
neoliberal, menos aún luego de su victoria. El gobierno lo sabía mas, a 
pesar de ello, persistía.
 La derrota del gobierno le obligó a la
 catarsis y no encontró otra salida que arrimarse al filo del abismo: 
judicializa a los dirigentes sociales, persigue y criminaliza a todos 
aquellos a quienes considera sospechosos. Busca a las víctimas 
propiciatorias de sus propios errores. No obstante, su margen de 
maniobra disminuye a niveles dramáticos y su capacidad de gobernabilidad
 se reduce al mínimo. En realidad, es un gobierno zombie. Pero un 
gobierno acorralado y sin margen de maniobra puede ser aún más 
peligroso, y el movimiento indígena está perfectamente consciente de 
ello. 
 La CONAIE emerge en esta circunstancia como el sujeto 
histórico más importante en la historia contemporánea del Ecuador. Su 
capacidad de movilización fue puesta a prueba y demostró un alto nivel 
de coordinación nacional y un elevado grado de disciplina de toda su 
estructura organizativa. Demostró una renovación de sus cuadros 
dirigentes que respondieron a las exigencias de la coyuntura con 
solvencia, integridad moral y compromiso con su proyecto histórico. No 
existe en el Ecuador, una organización social a ese nivel. Su discurso 
político es coherente y demuestra un proceso de aprendizaje y 
elaboración conceptual que se armoniza con su tiempo histórico. Su 
capacidad de generar convergencias y articular estrategias con otras 
organizaciones sociales es también importante.
 Los errores del 
gobierno, de la derecha política y de los medios de comunicación, 
transforman radicalmente el escenario del sistema de representación 
porque reducen, quizá como pocas veces en la historia política reciente,
 la capacidad política de la derecha y abren el espacio de posibles 
históricos para un proyecto progresista, democrático, y plurinacional.
 El pueblo ecuatoriano ha escrito una de las páginas más importantes de 
la historia contemporánea que marca un hito en la resistencia en contra 
del neoliberalismo. Se trató de una rebelión popular que encendió una 
chispa y permitió comprender que el neoliberalismo puede ser derrotado y
 que otro mundo es posible, y que ha empezado ya su camino. 
 
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