Se equivoca quien piense que 
la crisis financiera de 2008 es cosa superada. Las secuelas de ésta 
siguen presentes y son más patentes.
A pesar de que algunos indicadores económicos de coyuntura se 
mantengan en rangos favorables, lo que utilizan los políticos en su 
favor, otros indicadores apuntan hacia menores niveles de actividad 
productiva, la posibilidad de una recesión y una nueva crisis.
Así se advierte en Estados Unidos y se ha debatido recientemente en 
la prensa. El estado general de esa economía es bueno: el total del 
empleo y el producto no se contraen; los precios están estables; no hay 
excesiva presión sobre el dólar y las tasas de interés. La tasa de 
crecimiento del producto es de 2 por ciento anual.
Por otro lado, el producto y el empleo en las manufacturas se ha 
reducido este año y la actividad agrícola se debilita; las tasas de 
interés de largo plazo tienen menores rendimientos que las de corto, lo 
que indicaría una posible recesión.
Estos elementos conforman el estado de las expectativas hacia la 
baja. Se enmarcan en el hecho de que hay un comportamiento cíclico en la
 actividad económica que, a pesar de las elucubraciones de algunos 
economistas, no desaparece.
En este entorno se ha introducido en el debate económico en aquel país la noción de que el capitalismo se encuentra en un 
estancamiento secular; los recursos que existen no se destinan a acrecentar la producción y generar más empleo e ingresos.
Se trata, entonces, de una carencia de demanda suficiente y que el 
ahorro generado se destina preferentemente a la especulación. La 
situación se expresa en que los grandes ahorradores, es decir, quienes 
tienen un exceso de recursos, admiten ahora colocar su dinero incluso a 
una tasa negativa de interés, como pasa en algunos grandes mercados 
europeos. Esto es, claramente, signo de una fuerte anomalía.
En este ambiente, en el que el horizonte de la inversión y el gasto 
se acortan, se agranda la presión sobre las políticas monetarias y 
fiscales y se tensa la cuestión social, se celebró la reunión anual del 
Fondo Monetario Internacional en Washington.
En medio de muchos tópicos que caracterizan los repetitivos discursos
 oficiales en el terreno financiero apareció el ex gobernador del Banco 
de Inglaterra (2003 a 2013) con un mensaje poco convencional.
Dijo Mervyn King que luego de la grave crisis de 2008 no ha habido un
 cuestionamiento fundamental de las ideas que la acarrearon, y sentenció
 que 
otra crisis económica y financiera sería devastadora para la legitimidad del sistema democrático de mercado. Esto, por cierto, parece estar ya ocurriendo anticipadamente en las calles de Chile.
La puya de King se hincó en el pecho de la ortodoxia que sigue 
rigiendo el pensamiento económico y las políticas públicas, sobre todo 
en materia monetaria y fiscal. Apuntó que reafirmándose esa ortodoxia y 
pretendiendo que las reformas y regulaciones aplicadas después de 2009 
han hecho realmente más seguro el sistema bancario global, lo que se 
hace, en efecto, es caminar como sonámbulos hacia la próxima crisis.
King, quien gestionó la crisis de hace una década desde el Banco de 
Inglaterra, ha destacado entre los profesionales de los bancos 
centrales. Publicó en 2013 un libro titulado El fin de la alquimia,
 que en el nombre lleva ya claramente el mensaje. El dinero se ha ido 
reforzando en las últimas tres décadas como materia de alquimistas.
Las principales operaciones financieras se siguen realizando con 
instrumentos denominados derivados, precisamente porque constituyen un 
complejo entramado de deudas montadas sobre una deuda original, como fue
 el caso de las hipotecas chatarra, que en gran medida provocaron la 
crisis. Ese tipo de transacciones 
desnudasson eminentemente especulativas y refuerzan de manera creciente el carácter rentista de buena parte del sistema económico.
Las rentas son ingresos de naturaleza muy distinta de las utilidades 
generadas por inversiones productivas. Las primeras no generan riqueza 
para la sociedad y agravan el problema de la desigualdad del ingreso y 
el acceso a los recursos. Estos factores son el sustrato del 
estancamiento de carácter secular, según el análisis que valida el 
propio King.
La postura del ex gobernador destaca de la que proponen, en un 
reciente libro sobre las lecciones de la crisis, los tres funcionarios 
que la gestionaron en Estados Unidos. Bernanke, en la Fed; Paulson, en 
el Tesoro, y Geithner, en el influyente Banco de la Reserva Federal de 
Nueva York. Se asumen como bomberos que apagaron un gran incendio 
financiero.
Entre las metáforas de la alquimia y del infierno hay muchas 
diferencias. El caso es que se socavó el impulso productivo, se agravó 
sensiblemente la precariedad social en todas partes y no se hizo sino 
alejar la crisis en el tiempo.
 

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