Hace unos años conocí a Polly 
Higgins, la famosa abogada ecologista, hoy difunta, que en 2009 propuso 
la inclusión del ecocidio como crimen en las cortes internacionales, que
 hasta hoy sólo reconocen el ecocidio como crimen en casos de su empleo 
como arma bélica (a partir del uso que en la guerra de Vietnam se hizo 
del herbicida conocido como agent orange). Lo cierto es que la 
lucha por tipificar el ecocidio como crimen internacional no ha 
triunfado aún, aunque ha ido avanzando la propuesta en foros 
internacionales, y varios países ya han criminalizado el ecodicio. Se 
trata en todo caso de una lucha internacional que continúa, y sin duda 
irá ganando apoyos hasta triunfar; el ecocidio está destinado a ser 
perseguido en las cortes criminales de todo el mundo.
Mientras, la lucha legal contra la devastación ecológica cobra cada 
vez más fuerza, aunque sea por otras rutas. Las demandas judiciales 
relacionadas con el cambio climático, en especial, se multiplican a 
diario, sólo que usualmente apelan a otras leyes y recaen en otros 
mecanismos legales que no son precisamente el del ecocidio. Hoy, tan 
sólo en Estados Unidos hay más de mil demandas contra agentes y 
compañías responsables del cambio climático.
De hecho, ayer mismo comenzó un juicio de especial importancia en el 
estado de Nueva York contra Exxon-Mobil. Se trata apenas del segundo 
litigio ligado al cambio climático que llega a la fase de tribunales en 
ese país. Por eso hay muchas miradas puestas en el caso, que interesa 
además no sólo por la cantidad de dinero en juego (entre 600 y mil 600 
millones de dólares en daños), sino sobre todo por la ruta legal que han
 escogido los litigantes. Así, según el alegato del fiscal, Exxon habría
 deliberadamente engañado a sus inversionistas respecto del costo futuro
 que para ellos implicará el cambio climático generado por la 
corporación. Exxon va a juicio por haber escondido a sus accionistas los
 efectos financieros que tendría el cambio climático que ellos 
generaban. Según la fiscalía, la firma conocía en detalle los resultados
 de las investigaciones científicas que calculaban el monto de esos 
daños; las conocían entre otras razones porque ellos mismos las habían 
financiado. Y habrían escondido el dato a sus inversionistas para 
proteger el valor de las acciones bursátiles de la compañía.
De resultar cierto el alegato, entonces, Exxon tendrá que compensar a
 sus propios accionistas por los costos que la compañía tendrá que 
absorber como resultado del cambio climático, generado por sus emisiones
 de carbono. Se juzga a Exxon, en otras palabras, por haber mentido 
deliberadamente sobre la magnitud y los costos de la contaminación 
generada por la compañía, y específicamente por los costos que el cambio
 climático tendría para los propios accionistas de Exxon. El 
razonamiento es que la compañía ocultó los resultados de la 
investigación científica a sus accionistas, para evitar una caída en el 
valor de mercado de las acciones de la compañía.
Esta es una avenida legal bien interesante para empezar a obligar a 
las corporaciones y a los gobiernos a pagar por sus mentiras del pasado,
 es decir, por lo que han contaminado a sabiendas de lo que hacían los 
grandes emisores de carbono. Así, los principales responsables del 
calentamiento global, entre los cuales, recordemos, nuestro Pemex ocupa 
un noveno lugar mundial, deberán comenzar a pagar por las mentiras que 
llevan esparciendo durante décadas respecto de los efectos contaminantes
 de su actividad.
Hoy decimos a cada rato que vivimos en la 
era de la posverdad. No cabe duda de que la mentira es la moneda de cambio más frecuente de los gobiernos de casi todo el mundo. El New York Times ya se cansó de contar los números de mentiras diarias, mensuales y anuales emitidas por el presidente Donald Trump. El hábito de tener siempre
otros datosante la ciencia, ante las estadísticas o ante el periodismo, es ya lugar común para los jefes de quién sabe cuántos gobiernos. Sí... Y, sin embargo, mienten.
Y han mentido muy señaladamente en lo que atañe al cambio climático. 
Así, en Estados Unidos, el Partido Republicano se dedicó durante décadas
 a burlarse de quienes se preocupaban por este asunto. Los acusaban de 
afeminados y de elitistas. Decían que los científicos eran unos buenos 
para nada, dedicados sólo a buscar su propio financiamiento, y 
adoctrinar estudiantes. Y fueron golpeando tanto al prestigio de los 
científicos que se comenzó a relativizar hallazgos perfectamente 
sólidos, con tal de poder seguir explotando los recursos de siempre.
Todo eso servía, además, a un doble propósito. Finalmente, atacar a 
los científicos era divertido y popular. Entre la envidia que les tenían
 unos, y el rencor que generaba su sabiondez para otros, resultaban ser 
un blanco fácil. Atacarlos servía, además, para consolidar la alianza 
que forjaron los republicanos con las iglesias evangélicas. Pero sobre 
todo, deslegitimar a la ciencia sirvió para seguir contaminando a gusto.
 Sirvió para seguir talando bosques. Para seguir invirtiendo en petróleo
 y en la minería del carbón.
Ahora, algunas de las compañías que participaron de esa costumbre de 
mentir tendrán que vérselas en la corte. Ojalá que paguen y que paguen 
caro.
 

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