Editorial La Jornada
Apartir de 2015 y hasta que el gobierno  
 de Lenín Moreno lo expulsó en un acto de vergonzosa sumisión a 
Washington en abril de este año, Julian Assange fue continuamente 
espiado en la embajada de Ecuador en Londres por la empresa española de 
defensa y seguridad privada Undercover Global, contratada por Quito para
 proteger su sede diplomática. De acuerdo con la investigación de un 
diario español, la compañía –propiedad de David Morales– instaló 
micrófonos y otros dispositivos de espionaje en distintos puntos de la 
legación, mediante los cuales obtuvo audio y video de las reuniones de 
Assange con sus abogados, colaboradores y miembros de la legación 
ecuatoriana, todos los cuales eran entregados a Estados Unidos por 
conducto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
La comprobación de los temores manifestados por Assange acerca de que
 fue espiado durante su estancia en la embajada ecuatoriana revela, en 
primer lugar, la absoluta despreocupación del gobierno estadunidense y 
sus instancias de inteligencia para pasar por encima de la legalidad 
internacional en su cruzada persecutoria contra la libertad de expresión
 y el derecho de las sociedades a conocer la manera en que operan sus 
gobernantes. Esto, que no resulta en modo alguno sorpresivo, pone de 
relieve una vez más la importancia crucial de la labor emprendida por el
 fundador de Wikileaks, dedicada precisamente a exponer a la 
luz pública los atropellos a los derechos humanos perpetrados por 
Washington y sus aliados.
A la ilegalidad debe sumarse el cinismo: en el contexto actual, es 
inevitable vincular las relaciones entre la CIA y Morales (empresario 
cercano a Sheldon Adelson, magnate de los casinos y amigo del presidente
 Donald Trump) con los continuos ataques del mandatario estadunidense 
contra empresas chinas por el presunto espionaje que éstas realizan para
 Pekín. Es decir, lo que reflejan los temores esgrimidos por la Casa 
Blanca no son la actuación de las compañías chinas, sino sus propias 
prácticas de convertir empresas locales o extranjeras en parte de su 
aparato de infiltración.
Por otra parte, la inescrupulosa actuación de Undercover Global es 
demostración palmaria del peligro en que se ponen los estados al delegar
 en empresas privadas labores estratégicas, ya se trate de la 
explotación de sus recursos naturales, la operación de los transportes y
 las telecomunicaciones o, como sucedió en este caso, la protección de 
sus instalaciones diplomáticas. Como quedó en evidencia, la soberanía de
 las naciones queda seriamente comprometida cuando su integridad se pone
 en manos de entidades regidas por la búsqueda de ganancias.
Cabe esperar que la Audiencia Nacional española, encargada de 
investigar los actos ilegales de Undercover Global, emita una sanción 
ejemplar en un caso que es señal de alarma no sólo para Ecuador, sino 
para todos los países que confían en este tipo de compañías para velar 
por sus intereses. Pero, ante todo, es imperativo que los juzgadores 
británicos que evalúan la extradición de Assange a Estados Unidos tomen 
en cuenta el precedente de los oscuros designios de Washington en contra
 del comunicador.
 

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