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| Palabras en el acto de celebración del natalicio de Fidel Castro, el 13 de agosto de 2019, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá. | 
Al pensamiento político
 del general Omar Torrijos no vino de fatigosas elaboraciones 
ideológicas. Él era un revolucionario honesto y “tenía un norte” para 
elaborar sus concepciones, en diálogo con la realidad y la gente en 
quienes más confiaba: campesinos, sindicalistas, ex líderes 
estudiantiles e intelectuales comprometidos con recuperar la soberanía 
del país e impulsar su desarrollo socioeconómico [1]. Esto se reflejaba 
en las cualidades de los líderes que él más admiró, como Sékou Touré, 
Samora Machel y Amílcar Cabral, así como el mariscal Tito.
 Cuando 
supo del asesinato de Amílcar, dijo: “la bala que extinguió físicamente a
 Cabral hirió profundamente los sentimientos de todos los que luchamos 
por una patria entera, dueña de sí misma” [2]. Años después, cuando 
hablaba del líder de un país pobre con gran dignidad, destacaba a Samora
 Machel, deseando que ojalá los líderes latinoamericanos actuaran como 
ese. Poco antes de su sospechosa muerte, Omar planeaba alargar hasta 
Mozambique un próximo recorrido internacional, para conocerlo 
personalmente [3]. A tales simpatías correspondió su temprana ayuda a 
los sandinistas cuando estos aún eran poco conocidos, así como su apoyo a
 los insurgentes de Guinea-Bisáu. 
 Rómulo Escobar Bethancourt, 
veterano asesor político del general Torrijos –y quien además dirigió el
 equipo que negoció frente a Estados Unidos los Tratados del Canal de 
Panamá‑‑, fue su mensajero personal para establecer contacto con uno de 
sus principales interlocutores, Fidel Castro, con quien Omar llegó a 
compartir genuina amistad. Como Rómulo cuenta, la fraternal relación de 
Torrijos con Fidel surgió de su rápida comprensión mutua, expresiva de 
las características de uno y otro, y de los procesos políticos que 
dirigían. 
 Desde finales de los años 60 ya todos los gobiernos 
latinoamericanos ‑‑salvo el de México‑‑ habían claudicado ante la 
presión norteamericana y roto relaciones con Cuba. En esas 
circunstancias, a fines de 1971 la marina cubana apresó dos los buques 
de bandera panameña cuando desembarcaban agentes y equipos de la CIA en 
la Isla. Esos barcos pertenecían a un conspicuo contrarrevolucionario, 
antiguo magnate maderero, y ninguno de sus tripulantes era panameño. 
 Las autoridades estadunidenses presionaron para formar un escándalo y 
hacer que Panamá reclamara la entrega de ambos capitanes. Omar hacía 
poco que controlaba el poder político y no deseaba una querella con 
Cuba, lo que implicaría asumir una actitud hostil a su Revolución. 
Estuvo muy atento a lo que Fidel diría, y junto con Rómulo lo escuchó 
por onda corta. Lo impresionó que Fidel estaba dispuesto a darle 
explicaciones al gobierno panameño, pero no al de Washington. Al oírlo 
exclamó: “este es el momento de enviar una delegación a Cuba”, y 
comisionó a Rómulo para ello. 
 Rómulo Escobar era a la sazón 
Rector de la Universidad de Panamá, y se ocupaba de recomponer las 
relaciones entre el incipiente torrijismo y las organizaciones 
estudiantiles. La impronta de la delegación la marcaron los 
universitarios, no los militares. Fidel explicó el asunto de los barcos y
 ofreció entregarlos al gobierno panameño, a condición de que este no 
los devolviera a su anterior propietario. Además, dialogó sobre todos 
los demás asuntos que los panameños quisieron. 
 Le expresó a 
Rómulo que, aunque él no conocía a Torrijos, tenía la impresión de que 
ese hombre creía de veras en lo que estaba haciendo y estaba dispuesto a
 morir por la liberación de su país. Pero en un aparte le pidió decirle a
 Omar que este corría el riesgo de quedar atrapado en un callejón sin 
salida, y que los norteamericanos podían masacrar al pueblo panameño 
como lo estaban haciendo en Vietnam. Que como dirigente tenía la 
responsabilidad de actuar de tal forma que, si podía evitar la 
violencia, la evitase. 
 Cuando Rómulo le transmitió ese mensaje a
 Omar este exclamó: “¡Eso fue lo que te dijo!”, y lo hizo repetir el 
recado. Y comentó: “Yo estaba convencido de que ese hombre me iba a 
mandar una ametralladora”. Le impactó que Fidel no le enviara un mensaje
 de violencia revolucionaria sino de amistosa preocupación. Según 
Rómulo, ahí nació el aprecio que Omar le tomó a Fidel, y desde entonces 
quiso ir a Cuba a conocerlo, aunque no fue hasta inicios de 1976 que lo 
pudo hacer. 
 Sin embargo, dos años antes, al hablar ante el 
Consejo de Seguridad de la ONU, insólitamente convocado en Panamá para 
examinar la controversia con Estados Unidos por la cuestión del Canal, 
Omar aprovechó esa tribuna para resumir su pensamiento anticolonialista,
 y ahí destacó que “Cada hora de aislamiento que sufre el hermano pueblo
 de Cuba constituye sesenta minutos de vergüenza hemisférica”. [4] 
 Torrijos recibió reiteradas presiones estadunidenses para que rechazara
 relaciones con Cuba, pero nunca se prestó a hacerlo. “Se me caería la 
cara de vergüenza”, dijo, al calificar la actitud de otros gobiernos 
latinoamericanos, que contrastó con la de México. Creía preferible 
discutir con Cuba cualquier desacuerdo que prestarse a ser un peón del 
imperio. Como Rómulo lo reseñó, en los siguientes años Omar y Fidel 
discreparon sobre distintos asuntos. “La franqueza de esas discrepancias
 demostraba el gran vínculo de cariño entre los dos. Nunca se trataron 
con hipocresía ni con actitud de protocolo. Se hablaban, se comunicaban 
con mucha sinceridad”. [5] 
 Esa relación se desarrolló dialogando sobre un asunto de común interés:
 la determinación, sagacidad y solidaridad que implicaba la lucha por la
 liberación y la soberanía nacionales. Liderada por Fidel, la Revolución
 Cubana había fusionado dos corrientes históricas: la de la lucha por la
 liberación nacional y el desarrollo social ‑‑prefigurada en el siglo 
XIX por José Martí‑‑ y la de la lucha por el socialismo, como cabía 
asumirla entonces, a comienzos de la segunda mitad del siglo XX. En 
Cuba, el proceso de liberación nacional se consolidó y sostuvo gracias a
 esa proyección socialista, mientras que en otros países el aliento 
progresista de la liberación después se desmoronó, al faltarle este 
segundo motor. 
 Como Fidel pronto lo señaló, en las condiciones 
de los años 60 la ayuda soviética a la Cuba asediada y amenazada por 
Estados Unidos mostraba que la correlación de fuerzas entre las 
superpotencias había cambiado, lo que parecía iniciar una nueva época:
 la cooperación de la URSS ya podía ayudar a otras revoluciones 
latinoamericanas, a este lado del Atlántico. Eso posibilitaba superar 
las adversidades que poco antes habían frustrado la Revolución Boliviana
 y aplastado la guatemalteca. Por consiguiente, tocaba llamar a los 
verdaderos revolucionarios de Latinoamérica a emprender la revolución, 
como en 1962 lo proclamó un texto tan enjundioso y movilizador como La Segunda Declaración de La Habana. 
 A la cabeza del Kremlin estaba alguien que compartía ese optimismo. En 
el ámbito de la desestalinización, Nikita Jruschov avizoraba una 
economía soviética pujante y un sistema político que ya podía prever la 
transición al comunismo, pese a que el “deshielo” del régimen comenzaba a
 destapar nacionalismos centrífugos en ciertos parajes del campo 
socialista y hasta en algunas repúblicas soviéticas. 
 No me 
detendré aquí a recontar los intensos debates político‑ideológicos que 
esa tesis de Fidel despertó en Latinoamérica, entre las izquierdas 
revolucionarias y quienes aún permanecían anclados en la concepción 
inmovilista entronizada por el estalinismo. En esos años, en Panamá lo 
que luego fue el proceso revolucionario no se previa y Omar aún era un 
joven oficial desconocido. 
 Lo que aquí toca rememorar es que aquel período de optimismo revolucionario perduró hasta poco más allá de la gesta del Che
 Guevara en Bolivia. Pero, más que decaer por lo que ese revés 
significó, lo hizo porque la correspondiente estrategia soviética para 
América Latina se retrajo enseguida de la defenestración de Jruschov, 
como parte de la política de Coexistencia Pacífica que el Kremlin adoptó
 bajo la presión de las crecientes dificultades económicas de la URSS. 
 Luego del giro contrarrevolucionario de los acontecimientos derivados 
del “deshielo” en Hungría (1956) y del extravío del intento 
democratizador del socialismo en Checoslovaquia (1968), el gobierno de 
Leonid Brézhnev tuvo más interés en preservar el régimen heredado que en
 renovarlo para promover nuevas formas de desarrollo socialista. Con 
ello, la perspectiva del respaldo soviético a otras revoluciones 
latinoamericanas se canceló [6]. La URSS aún sustentó las grandes 
operaciones militares en las que los combatientes cubanos defendieron la
 Revolución etíope, salvaron la liberación de Angola y provocaron el 
derrumbe del apartheid en Sudáfrica, pero con ello Moscú reconoció de 
hecho la dominación estadunidense sobre América Latina. 
 Fue 
claro que la ventana entreabierta por aquel temporal cambio de la 
correlación de fuerzas se había cerrado. Tras el final de la guerrilla 
del Che en Bolivia, distintos revolucionarios latinoamericanos 
empezaron a explorar otros medios para cambiar la amarga situación de 
sus pueblos. Entre 1968 y 1969 la dirección política cubana percibió 
cómo entraban nuevas fuerzas a la lucha revolucionaria de América 
Latina. Incluso algunas que no eran movimientos guerrilleros, sino 
militares nacionalistas, como en Perú y Panamá. Por consiguiente, hubo 
un reajuste en el concepto de la solidaridad de la Revolución Cubana con
 América Latina. La política internacionalista de la Revolución 
evolucionó junto a la evolución del movimiento democratizador y 
antimperialista de América Latina. 
 En Latinoamérica fue 
surgiendo nuevas corrientes sociales, estudiantiles, sindicales, 
barriales que muchas veces iría organizándose sin vinculación con las 
organizaciones de la izquierda. En consecuencia, también se fueron 
dando ajustes en la política internacional cubana. Antes y después del 
sangriento derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular chilena, se 
fueron ampliando sus relaciones con los nuevos gobiernos de Argentina, 
Colombia, Panamá, Perú, Venezuela y otras naciones. 
 Un activista cubano de esos años recuerda que 
 En la medida que fue disminuyendo la lucha guerrillera  […]
 en América Latina se requería respaldar los nuevos procesos políticos 
en el continente. Después se consolidó el gobierno nacionalista militar
 de Panamá encabezado por Omar Torrijos. Más tarde comienzan a 
instalarse gobiernos ‑‑como los de Cámpora y Perón en Argentina, Carlos 
Andrés Pérez en Venezuela, López Michelsen en Colombia, Michael Manley 
en Jamaica‑‑ que pudiéramos calificar como “progresistas” en la medida 
en que rechazaron la política de bloqueo y las agresiones de los Estados
 Unidos contra Cuba y que, por tanto, tenían diversas contradicciones 
con las políticas emprendidas por la Casa Blanca y el Departamento de 
Estado. [7] 
 Como Fidel lo razonó en ese contexto, al 
considerar la región desde una perspectiva de largo plazo, continuaría 
sobresaliendo la cuestión de la lucha por el desarrollo y de las 
opciones para vencer los obstáculos que lo dificultaban. En ese ámbito, 
la cooperación y eventual integración con Latinoamérica y el Caribe “es 
fundamental”, puesto que “solo unidos podremos renegociar las 
condiciones de nuestro papel en este hemisferio” y el mundo, frente al 
poderoso e insaciable club de los ricos”. Lo cual solo sería factible 
mediante el entendimiento y cooperación incluso entre países con 
diferentes regímenes políticos. [8] 
 Lejos de mitigar su perfil 
antimperialista, Fidel pondría el acento en la necesidad de animar el 
movimiento anticolonial y alentarlo a ir más allá. Esto es, en promover 
acciones colectivas en defensa de las reivindicaciones y derechos de los
 pueblos para enfrentar colectivamente las peores manifestaciones de la 
voracidad neocolonial de los países más desarrollados. 
 Como en 1976 él resumió ese modo de pensar ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, en los siguientes términos: 
 La liberación, el progreso y la paz de la Patria están indisolublemente
 unidos en nuestra concepción a la liberación, el progreso y la paz de 
toda la humanidad. La anarquía, las guerras, el desarrollo desigual, los
 fabulosos recursos invertidos en armas y los riesgos que hoy acechan a 
la humanidad, son frutos naturales del capitalismo. Solo una 
distribución justa de las fuerzas productivas, la técnica, la ciencia y 
los medios de vida; solo una utilización cada vez más racional de los 
recursos naturales; solo la coordinación más estrecha de los esfuerzos 
de todos los pueblos de la tierra  […] puede salvar a la humanidad de los peligros espantosos que la amenazan:
 agotamiento de los recursos naturales que son limitados, contaminación 
progresiva del medio ambiente, crecimiento descontrolado de la 
población, hambres desoladoras y guerras catastróficas. [9] 
 No podía haber mejor convergencia entre este modo de comprender la 
situación global y aquel que, en 1973, el general Torrijos había 
planteado al Consejo de Seguridad de la ONU cuando, con robusta 
claridad, declaró que 
 Panamá entiende muy bien la lucha de 
los pueblos que sufren la humillación del colonialismo; de los pueblos 
que se resisten a aceptar el imperio del fuerte sobre el débil como 
norma de convivencia; de los países que están dispuestos a pagar 
cualquier cuota de sacrificio para no ser sometidos por los más 
poderosos; de los hombres que no aceptan el ejercicio del poder político
 de un gobierno extranjero sobre el territorio que los vio nacer; de las
 generaciones que luchan y seguirán luchando por erradicar de su patria 
la presencia de tropas extranjeras, sin el consentimiento del país 
ocupado; de los nativos que no admiten ser vistos como inferiores o como
 animales; de los que luchan por explotar sus propios recursos para su 
propio beneficio y no para subvencionar la economía de un país 
prepotente; de los países que no admiten ser exportadores de mano de 
obra barata; de las masas irredentas que pagan con su sangre la 
erradicación de la miseria, la injusticia, la desigualdad a las que las 
han sometido los poderosos, nacionales o extranjeros; porque la 
oligarquía no tiene nacionalidad.  [10]   
 Omar 
reivindicó allí el derecho de cada nación a decidir por sí misma, sin 
injerencias extrañas; a escoger libremente sus amigos, sin que nadie le 
regateara el derecho de explotar y aprovechar sus propios recursos, y el
 derecho de elegir sus propias formas de vida. “Que se respete el 
sagrado principio de que cada país debe estar en condiciones de elegir 
[…] el método de gobierno que quiera, en busca de su propio desarrollo”.
 Reclamo que él remató afirmando que: 
 El despertar de 
América Latina no debe ser obstaculizado, sino apoyado para poder 
propiciar la paz. Una nueva conciencia se está creando en el hombre 
latinoamericano y solo podrá haber paz si se permite que esta conciencia
 siga su propio cauce. Quien se opone a esta actitud está creando la 
hostilidad que propicia la existencia de convulsiones. Si se nos impide 
emprender cambios pacíficos, estamos empujando a nuestros pueblos a que 
propicien cambios violentos. [11] 
 En otras palabras, a 
comienzos de los años 70 ambos hombres estaban construyendo un 
razonamiento común. ¿Cómo podía Fidel Castro no quedar interesado en 
conocer a este hombre, cruzar ideas con él y colaborar en su propósito? 
Si bien el llamado de Omar no era a convocar a una revolución, sino a 
hacer las reformas estructurales requeridas para que los pueblos no se 
vieran en necesidad de emprenderla, los dos líderes coincidían en la 
exigencia de reclamar esas reformas, sin las cuales el camino al 
desarrollo seguiría plagado de impedimentos. 
 Aún pervive la idea maliciosamente
 ingenua según la cual el hecho de que Torrijos fuera una militar era 
incompatible con un proyecto político y socioeconómico dirigido a 
asegurar la paz satisfaciendo las reivindicaciones populares. Fidel 
nunca compartió esa idea. Años después escribiría, destacando no uno 
sino dos legados de Omar, al señalar que 
 Torrijos pasará a 
la historia de su patria y de América Latina como el protagonista 
principal y el más esforzado combatiente en la larga lucha por el 
rescate de los derechos de su pueblo sobre el Canal de Panamá y por la 
dignidad y soberanía plena de su patria. 
 Para nuestros 
pueblos de América, Torrijos constituye un símbolo de los esfuerzos por 
la unidad continental en el combate por su identidad y su integración 
definitiva. [12] 
 En la entrevista que Fidel concedió a 
Ignacio Ramonet en 2006, al hablar de la gesta de Hugo Chávez el 
periodista observó que en Europa, e incluso en Latinoamérica, muchos 
reprochaban que ese venezolano fuera un militar, y preguntó qué opinaba 
sobre la aparente contradicción entre el progresismo y lo militar. Fidel
 contestó: “Omar Torrijos, en Panamá, fue ejemplo de militar con 
profunda conciencia de justicia social y de patria. Juan Velasco 
Alvarado, en Perú, también llevó a cabo acciones importantes de 
progreso”. Y en rápido recuento, mostró que estos dos no fueron casos 
aislados. 
 Evocó la proeza de la larga marcha del capitán Luis 
Carlos Prestes; las valientes realizaciones del general Lázaro Cárdenas;
 a los militares que secundaron al coronel Jacobo Árbenz; los méritos 
del primer gobierno del general Juan Domingo Perón. Destacó al general 
Líber Seregni como “uno de los líderes más progresista y más respetados 
que he conocido en América Latina” y finalmente, hizo homenaje al 
coronel Francisco Caamaño, cuyo largo enfrentamiento a una fuerza de 40 
mil invasores estadunidenses “constituye uno de los episodios 
revolucionarios más gloriosos que se han escrito en este hemisferio”. Y 
recordó que después Caamaño “volvió a su patria y entregó su vida 
combatiendo por la liberación de su pueblo”. Y después el teniente 
coronel Hugo Chávez quien a su vez inició “un proceso de tanta 
trascendencia histórica e internacional como el actual proceso 
revolucionario en ese país”. [13] 
 En ese apretado resumen faltó
 recordar, además, los militares cubanos que se alzaron contra Batista 
en Cienfuegos, y a los venezolanos que en Carúpano y Puerto Cabello se 
rebelaron contra la dictadura; a los tenientes Turcios Lima y Marco 
Antonio Yon Sosa, que procuraron reiniciar la revolución guatemalteca, 
así como al general boliviano Juan José Torres, quienes junto a los 
anteriores suman un total demostrativo de que una significativa 
corriente nacional‑revolucionaria militar también fue parte de nuestras 
luchas. 
 Le vida de esa corriente, necesariamente furtiva, ha 
sido riesgosa y difícil, lo que exige grandes cuotas de honestidad y 
dignidad. Como lo vio de cerca José de Jesús Martínez [14] ‑‑Chuchú
 Martínez‑‑, el más íntimo asesor de Omar, para el General Torrijos la 
dignidad nacional y personal “es mucho más que una cualidad moral. Es un
 arma de liberación. Y, además, un criterio político”. Para darle a las 
Fuerzas Armadas esa dignidad con contenido político hay que unirlas a 
una causa justa de gran contenido humano: nada que atente contra el ser 
humano o que rebaje su dignidad puede ser justo. Para alcanzar esa 
dignidad las Fuerzas Armadas “debían divorciarse de los intereses de la 
oligarquía y del imperialismo, cara y sello de la misma moneda”. Solo 
entonces podían unirse “en segundas nupcias” con los intereses 
populares. 
 Omar indicó: “Es diabólico el talento de los 
explotadores, que ha sabido armar al Pueblo contra el Pueblo mismo”. El 
papel que deben jugar las Fuerzas Armadas es “cambiar la dirección de 
sus fusiles”. Es decir, cambiarse de bando. [15] 
 Este modo de 
pensar tuvo en Torrijos algunas características que a la larga 
demostraron aciertos que en los primeros años 70 muchos no percibíamos. A
 Omar le preocupaba la prolongación de la guerra revolucionaria en El 
Salvador y Guatemala; conocía bien las realidades centroamericanas, 
incluidas las de la masa popular no organizada y la de la vida de los 
oficiales de sus ejércitos. Pensaba que esa guerra iba a prolongarse 
interminablemente ‑‑como ya sucedía en Colombia‑‑, sin que ninguna de 
ambas fuerzas pudiera derrotar a la contraria, a un sangriento costo de 
padecimientos sin alivio para la pobreza de sus pueblos. 
 En 
esas condiciones, el desarrollo de esos países, no podría lograrse. Más 
valía procurar la negociación de alternativas pactadas entre los 
contendientes más lúcidos, que garantizaran obtener reformas políticas y
 socioeconómicas de fondo. Reformas estructurales para mejorar la 
situación popular y establecer una institucionalidad enfocada a reducir 
la desigualdad social e impulsar el desarrollo. Para esto hacía falta 
superar el primitivismo de las oligarquías centroamericanas y el 
extremismo sectario de ciertas izquierdas. Respecto a la parte 
norteamericana, la mejor oportunidad para conseguirlo se daba durante el
 gobierno de Jimmy Carter pues, como era de prever, Reagan haría muy 
difícil lograr salidas progresistas. 
 Por eso las ayudas de 
Torrijos a revolucionarios centroamericanos se dirigían preferentemente a
 los grupos potencialmente más proclives a asumir un proyecto orientado a
 sumar a otros sectores en su lucha y aceptar posibles soluciones 
políticas. De ahí su aprecio a los sandinistas, cuya evolución él 
consideró ejemplar por la decisión de reunificar sus distintas 
corrientes e incorporar a otros sectores y agrupaciones, al asumir un 
programa más plural e inclusivo, lo que al cabo fue la clave de su 
victoria. Lo que, además, facilitó captar un arco muy plural de 
cooperaciones internacionales para deponer a Somoza ‑‑desde Fidel Castro
 a Jimmy Carter, pasando por Rodrigo Carazo y Carlos Andrés Pérez‑‑. 
 Para el general Torrijos, negociar nada tenía que ver con reducir los objetivos finales. Chuchú
 Martínez recalca que Omar concebía esta opción como un puente, un 
instrumento para acercarse por otro medio a la victoria, nunca como una 
finalidad. Por eso, recuerda, 
 Pocos han insistido tanto como
 Torrijos en la distinción entre medio y finalidad, táctica y 
estrategia, luces cortas y largas. Los Tratados Canal y la Guerra de 
Nicaragua para derrocar a Somoza, son instancias que demuestran cuán 
acertada es la definición que Torrijos hace de la negociación. La 
primera, muestra su naturaleza táctica. La segunda, su eficacia para el 
triunfo. [16] 
 En los años 80 ese modo de comprender las 
alternativas de la región daría importantes pruebas de acierto, aun 
después de la extraña muerte del general Torrijos. Estas fueron desde 
las negociaciones de Contadora ‑‑cuya acción contribuyó decisivamente a 
detener el proyecto de intervención directa del gobierno de Reagan‑‑ 
hasta la paz de Esquipulas, el cese de hostilidades mediante las 
negociaciones de reformas democráticas, desmilitarización y paz en El 
Salvador y en Guatemala, gestiones que contaron con el apoyo de la 
Revolución Cubana. 
 El fundamento de esa reiterada actualidad de Torrijos, observa Chuchú,
 “estriba en su concepción dialéctica de la realidad, por una parte. Y 
por la otra, en el convencimiento de que quien piensa y se mueve con la 
marea de la Historia, tiene el tiempo en su favor”. Una frase que sería 
igualmente aplicable al modo de actuar de Fidel Castro. 
 Esto, dese luego, debe entenderse según las particularidades que la historia le ha dado a cada pueblo. El pragmatismo dialéctico
 de Fidel Castro era sobradamente capaz de entender y aprovechar esas 
experiencias. Con toda su formación filosófica, Fidel sabía valorar cómo
 las leyes generales de los procesos políticos se concretan a través de 
la diversidad de sus particularidades nacionales. Por ejemplo, unos años
 más tarde, al explicar a sus compatriotas la naturaleza de la recién 
triunfadora Revolución Sandinista, Fidel afirmó que 
 Cada 
país tiene su camino, tiene sus problemas, tiene su estilo, tiene sus 
métodos, tiene sus objetivos. Nosotros los nuestros, ellos los suyos. 
Nosotros lo hicimos de una manera, nuestra manera, ellos lo harán a su 
manera. [17] 
 Idea que él concluyó recalcando que “los 
sandinistas son revolucionarios […] pero no son extremistas, son 
realistas. Y de la madera de los realistas se hacen las mejores 
revoluciones” [18]. Concepto en el que Fidel insistiría en los 
siguientes años, como antídoto de los que llamó “errores de idealismo”. 
 De ese realismo Fidel había hecho gala tres años antes, en 1975, al 
presentarle al aguerrido pueblo de Santiago de Cuba al general Omar 
Torrijos. Empezó por advertir que esa vez sus palabras no serían 
radicales sino mesuradas, porque la lucha del pueblo panameño no se 
podía ver de manera simple. Aunque Panamá es un país pequeño en la 
dimensión geográfica, dijo, “es un país grande en la magnitud del 
problema que tiene sobre sí, en la magnitud de las dificultades en su 
propia lucha”. En Panamá había más soldados norteamericanos que 
panameños, acantonados en la Zona del Canal, que partía al país en dos 
mitades. Eso era ‑‑dijo Fidel‑‑ como “vivir con un enemigo en casa, en 
medio de la casa”, siendo este un enemigo muy poderoso. Así pues, 
 No sería muy difícil una arenga al general Torrijos, a la delegación 
panameña, al pueblo panameño desde aquí en términos muy radicales.  [Pero] quiero
 trasmitirles a ustedes nuestra impresión de que el tipo de problema que
 enfrenta Panamá es un problema duro, difícil y complejo, y que por eso 
este es un tipo de lucha que se gana no solo con valor  […] , sino también con inteligencia, con talento. 
 Acto seguido, Fidel mostró no solo su comprensión de la naturaleza del 
problema, sino su coincidencia con el enfoque estratégico que Omar venía
 dándole, al preguntarse 
 ¿Cómo compensar los factores 
adversos de esa lucha? ¿Cómo luchar contra un poderío tan grande, contra
 un imperio prepotente que hasta hoy se creyó dueño de este hemisferio? 
¿Panamá sola? ¿Panamá en términos de fuerza? No. ¿Cuál es la fuerza que 
puede engendrar Panamá? No quiere decir que no la tenga, y no quiere 
decir esto que ningún pueblo renuncie a ella cuando no quede más 
remedio. Pero la fuerza es siempre el último remedio cuando no se pueden
 reivindicar los derechos por otros caminos  . 
 La fuerza 
que Panamá puede darse ‑‑explicó Fidel‑‑ es la del apoyo latinoamericano
 y mundial. Por eso “necesita una política internacional dirigida a 
buscar apoyo y solidaridad de todos los países del mundo […] y tiene que
 trabajar duro para lograr ese apoyo, aun de gente que a nosotros no nos
 gusta”. Tras lo cual enfatizó: “nosotros debemos colaborar a que se 
fortalezca el apoyo universal a Panamá, es decir, el apoyo del mundo y 
el apoyo de América Latina”. Causa con la cual en los siguientes años 
Cuba sería muy consecuente, ayudando a potenciar ese respaldo tanto en 
el Movimiento de los Países No Alineados como en el entonces llamado 
campo socialista. 
 Palabras más adelante, Fidel abundaría en que
 la lucha de los pueblos oprimidos contra el imperialismo no se libra en
 un pedazo de tierra, como el de Guantánamo, sino a escala global, “con las armas adecuadas a cada caso”.
 Más que liberar un pedazo de tierra, una franja o una zona, “lo que 
importa es la liberación del continente, la liberación de Vietnam, la 
liberación de África, la liberación de Angola”. Porque en tanto el mundo
 se libere, los imperialistas no podrán seguir haciendo lo que les da la
 gana. Por eso “nuestra batalla no es ahí, en el terreno militar, en un 
pedazo de tierra, sino […] con el movimiento revolucionario mundial, 
para derrotarlos políticamente, para derrotarlos ideológicamente; y 
cuando son agresores y no queda más remedio, derrotarlos también 
militarmente”. 
 Recalcó que “cada situación y cada problema en 
concreto requiere una estrategia y requiere una política”, y esa 
política hay que hacerla mirando a largo plazo y luchando donde hay que 
luchar, con inteligencia. “Es por eso que cada país y de acuerdo al 
carácter de su problema, tiene que establecer su estrategia y su táctica
 de lucha inteligente, que lo conduzca a la victoria”, porque “cada 
pueblo hace lo que debe hacer, no necesita de los consejos de los demás,
 ni necesita de la agitación de los demás. Necesita apoyo, solidaridad, 
en cualquier circunstancia y en cualquier terreno. Y eso es lo que 
nosotros, incondicionalmente, le ofrecemos a nuestro hermano pueblo de 
Panamá”. 
 Le recordó a los santiagueros que en Panamá, como 
antes en Cuba, desde cuando el imperialismo les impuso la Enmienda Platt
 y el Tratado del Canal, Estados Unidos intervino muchas veces, decidía 
quién podía gobernar y qué debía hacer. Pero con la Revolución en Cuba 
eso se acabó, y que en Panamá también, con el movimiento revolucionario 
dirigido por el general Torrijos. Que por eso el imperialismo y la 
oligarquía daban cualquier cosa por descabezar ese movimiento. Pero, 
aunque ellos aún tenían la Zona del Canal y las bases militares, “ya hoy
 no pueden decir quién gobierna allí” ni prohibirle a Panamá tener 
relaciones con Cuba. 
 Además, continuó Fidel, 
 en 
Panamá hay un proceso político, un proceso revolucionario importante. No
 es exactamente igual que el nuestro, no puede ser exactamente igual que
 el nuestro, porque ellos tienen el problema número uno: la soberanía 
del país.  […] Pero aun en medio de ese problema número uno, han estado haciendo grandes esfuerzos sociales.  
 […]
 Ahora, el pueblo de Panamá por primera vez conoció un gobierno que 
defiende realmente la soberanía del país, y conoció un gobierno que se 
preocupa por las masas. 
 Para terminar, señaló que ante lo 
que estaba ocurriendo en Perú y en Panamá, “tenemos que acostumbrarnos a
 ver todos estos procesos en su complejidad”. Aunque allá la situación 
no es como la de Cuba y no hay un gobierno socialista, “hay un 
movimiento de liberación nacional en Panamá; de rescate de la soberanía y
 de progreso social. Y ese es, en realidad, un buen camino, que tiene en
 cuenta las circunstancias peculiares del país”. 
 A su turno, 
Omar Torrijos empezó por manifestar la emoción de que él ya podía 
decirle a los panameños que no están solos, que pueden contar con “el 
respaldo de un pueblo que en la geografía de la dignidad de América 
constituye una alta cifra”. Relató cómo antes los militares de su país 
eran instrumentos de represalia del imperialismo y la oligarquía [19], 
pero que en su vida como jefe de tropas él no recordaba ni una sola 
intervención contra el pueblo panameño en la que este pueblo no tuviera 
la razón. Que por eso 
 una generación de oficiales nuevos asaltamos el poder  […],
 como el Comandante Castro asaltó el cuartel Moncada. En todos los 
asaltos hay que ver cuál es el contenido del asalto. Hay veces que se 
asalta porque es la única respuesta a la situación existente. Y entonces
 nos propusimos trabajar en beneficio de ese pueblo al que tanto 
habíamos perseguido antes. [20] 
 En esa Patria nuestra 
‑‑dijo Omar‑‑ el nivel de corrompimiento, de descomposición moral era 
muy parecido al que antes se vivió en Cuba, que hizo que una generación 
de buenos cubanos arriesgara todo y cambiara la sociedad y la nación. 
Cuando nosotros decidimos trabajar para el pueblo, decidimos que la 
clase dominante y el imperialismo no seguirían más enfrentando pueblo 
armado contra pueblo sin armas. Pero Panamá es un país ocupado 
‑‑recordó‑‑ y aunque repudiamos la enmienda Platt y sus similares, en la
 Zona del Canal ellos tienen catorce bases militares, “prepotentes y 
omnipresentes”. Miren este caso ‑‑exclamó‑‑, el de la quinta frontera:
 “Panamá limita al norte con el Atlántico, al sur con el Pacífico, al 
oeste con Costa Rica, al este con Colombia, y en el centro con los 
gringos. ¡Abrase visto! ¡Qué situación es esta!” 
 Es verdad que somos un país chico y ocupado, “pero no hay colonialismo que dure cien años, ni panameño que lo resista”. 
 Pero en Panamá ellos tienen el Comando Sur, tienen armas, aviones, son 
prepotentes, provocadores. Nos han hecho de todo; nos han tratado de 
comprar, nos han tratado de dividir. 
 Nos provocan hasta el 
extremo de que casi muerdo el anzuelo, “y si no lo mordí es una de las 
grandes cosas que tengo que agradecerle al Comandante Castro, que desde 
acá nos dijo: “Cuidado, no muerdan el anzuelo”. Nos provocan para que 
nosotros irrumpamos, hartos de tanta humillación, y paralicemos el 
Canal, para enseguida acusarnos ante el mundo de que los que estamos 
gobernando en Panamá somos un sindicato de locos que conspiraba contra 
el libre tránsito, el libre transporte y la economía mundial. “Si no es 
por ese consejo, yo iba como la corvina, el peje detrás del anzuelo, que
 yo iba a morder”. 
 Ya los dirigentes de la Revolución Cubana 
tenían mucha experiencia de las provocaciones, y me dijeron lo que había
 detrás de eso. Entonces empecé a actuar de forma más razonada, “con el 
convencimiento de que nos vamos a liberar; pero que una lucha de 
liberación no se hace en un año y yo quería hacerla, la paciencia se me 
estaba acabando”. ¡Oiga! Es duro ver una bandera extranjera en el 
corazón del país. “Y ahora la han hecho más agresiva y más arrogante, 
como para que uno pierda la calma y poder justificar un acto de fuerza”.
 
 Comenzamos un proceso de liberación. No lo digo porque ahora estemos negociando la cuestión del Canal, sino al contrario: “la negociación es parte de un proceso de liberación”. A lo cual Torrijos agregó una advertencia: 
 Yo no le voy a dejar a las futuras generaciones un país ocupado; entonces tendremos que ir a la lucha de liberación  [...]
 Si hay una situación colonial allí, Panamá no tiene, el pueblo panameño
 no tiene vocación de colonia. No la tenemos ni la tendremos nunca.  
 El Comandante Castro dijo aquí una de las grandes verdades, añadió 
Omar. Que ellos creen que todo lo pueden comprar con dinero, pero los 
idealistas no tenemos precio. El precio de los idealistas es el 
recibimiento caluroso que este pueblo me ha dado. ¡Ese es mi precio! 
Pero esas cosas no las puede tener quien no sea un idealista. 
 
Para finalizar, señaló que ningún proceso revolucionario se da por 
combustión espontánea. Para eso tuvo que haber la lucha de otros 
pueblos. Yo siempre he admirado y he reconocido al pueblo cubano y a sus
 dirigentes, “porque pagaron todo el costo social que nos hemos debido 
prorratear entre todos los pueblos de América”. Y concluyó: 
 Nosotros nos sentimos muy orgullosos de haber contribuido en algo a desbloquear al hermano pueblo cubano. 
 Porque hay una cosa: Es más vergonzoso bloquear que ser bloqueado. Y 
ellos les hicieron un gran bien, porque ustedes han formado un nivel de 
conciencia digno de que cualquier pueblo del mundo imite  […] 
 Porque sin pedirle permiso a nadie, buscaron el rumbo que ustedes 
querían. Y eso, en la geografía de la dignidad del mundo, constituye una
 cifra muy alta.  
 Ambos discursos documentaron una 
solidaridad fundada en lo que Fidel denominó, respecto a Panamá, “el 
problema número uno”. Esto es, encontrar formas y medios eficaces para 
lograr la independencia, integridad territorial y soberanía nacional de 
un país pequeño, cuyo principal recurso natural y económico es la franja
 interoceánica que lo cruza por el centro y hace posible navegar entre 
ambos océanos, hasta entonces secuestrada por una potencia extrajera. 
 Para ambos, esto era expresión específica de un problema global, que 
debe verse como parte del movimiento anticolonialista mundial. Uno que 
por un lado puede afectar al comercio internacional, y por el otro 
representa una causa capaz de movilizar la solidaridad latinoamericana. A
 diferencia del caso de Vietnam, ser un país chico y poco poblado puede 
ser fuente de fortaleza: ello ponía a Panamá en el plano ético 
del paradigma de David y Goliat. El punto central es que, para 
robustecerse frente al reto de negociar con Estado Unidos, Panamá nunca 
debe estar sola; es necesario dimensionar el problema en la opinión 
pública y la agenda política del mundo. 
 Como muchos años después Fidel iba a recordarlo, 
 Existían en ese tiempo fuertes tensiones entre Panamá y Estados Unidos.
 Omar Torrijos, líder de ese país, era un militar honesto, nacionalista y
 patriótico. Pudo ser persuadido por Cuba de no adoptar posiciones 
extremas en su lucha por la devolución del territorio del Canal que, 
como un cuchillo afilado, dividía en dos a su patria. Tal vez por eso 
pudo evitarse un baño de sangre a la pequeña nación, que sería después 
presentada al pueblo de Estados Unidos y al mundo como agresora. 
 Más tarde, y sin hablar con nadie en Estados Unidos, pude vaticinarle 
que tal vez Carter fuera el único Presidente de ese país con el que 
podía alcanzarse un acuerdo honorable, sin derramar una gota de sangre. [21] 
 Negociar un acuerdo implica intercambiar concesiones necesarias para 
alcanzar el objetivo estratégico. El “problema número uno” se resolvió 
pactando unos tratados que de hecho constituyeron un programa de 
descolonización a varios años plazo, que metódicamente revirtieron 
atribuciones, territorio e instalaciones materiales a Panamá, mientras 
este país a su vez formó su propia organización y cuadros técnicos para 
asumir la totalidad de las funciones, jurisdicción y soberanía, en tanto
 que la potencia colonial retiraba hasta el último de sus soldados y 
funcionarios. [22] 
 Aun así, faltaba la cuestión de cómo, al 
propio tiempo, evolucionaría el desarrollo político panameño. Alguna 
vez, observando que en el campo interno el proceso revolucionario 
liderado por Velasco Alvarado avanzaba más audazmente que el nuestro, le
 pregunté a Omar en qué difería el gobierno panameño del peruano. 
Contestó que en Perú todos los ministros eran generales pero en Panamá 
eran civiles, pues el proceso panameño debía desmilitarizarse para que 
el pueblo organizado fuese quien sostuviera su continuidad. Si el perfil
 político del proceso depende del que tenga el Comandante de la Fuerza 
Armada, el futuro del país pendería de quién lo remplace. 
 La 
idea más relevante de Omar enseguida de la ratificación de los nuevos 
Tratados del Canal fue lo que él llamó “el repliegue”. En la 
implementación de esa idea se jugó el futuro del país. Se jugó y, con la
 muerte de Omar, se perdió. 
 De acuerdo con la misma, junto con la aplicación de los Tratados los militares debían replegarse
 a sus cuarteles, es decir, dejar las funciones políticas que aún 
retenían y dedicarse a su profesionalización, como la fuerza que sería 
responsable de velar por la seguridad del Canal. A la correspondiente 
apertura democrática concurrirían los viejos y nuevos partidos 
políticos, y el proceso revolucionario debía saber ganarse el poder con 
el suyo, construido con base en los niveles de organización popular y 
comunitaria ya alcanzados. Este partido se llamaría Revolucionario 
Democrático porque su misión sería defender y llevar adelante el proceso
 revolucionario por medios democráticos. 
 Pero tal proyecto 
estuvo lejos de entusiasmar a algunos de los coroneles que integraban el
 Estado Mayor [23]. Omar preveía pasar a retiro por haber cumplido sus 
años reglamentarios de servicio y, con él, retirar asimismo a los 
coroneles que igualmente ya estaban excedidos. Con esto al mando 
superior ascendería la siguiente generación de oficiales, crecida en los
 años del proceso revolucionario. Los retirados disfrutarían de sus 
respectivas jubilaciones, mientras el general Torrijos se dedicaría al 
partido. No obstante, su repentina desaparición dejó al repliegue
 sin concretar; ninguno de los coroneles tenía la perspicacia política 
de Omar ni ninguno se retiró. El partido aún estaba en pañales y en 
Panamá, como en Perú, el siguiente Comandante de la Fuerza Armada no 
sería un continuador del proceso. 
 Si hay que señalar una 
diferencia importante entre Omar y Fidel, está en la cuestión del 
partido. Faltó la incansable tozudez fidelista de construir un partido 
político del proceso revolucionario, su inteligencia colectiva y su 
vigilante moral ante los asaltos del arribismo y el clientelismo, y el 
motor de su continuidad. 
 ¿Cayó el General Torrijos víctima de 
un accidente aeronáutico o de un atentado aéreo? De ser un atentado, 
¿cuál era sería su objetivo si la anterior fuente de conflictos ‑‑la 
cuestión del Canal‑‑ ya estaba resuelta? Había y aún hay que pensar dos 
cosas: la primera, que esa cuestión se daba por resuelta para los
 Estados Unidos de Carter, no para los de Reagan ni Bush. La segunda, 
que el campo de conflicto se había desplazado a Centroamérica. Como 
observa Chuchú Martinez, 
 El  Documento de Santa Fe y los Dissent Papers
 dicen bien clarito, hasta para quien no quiera oír, que el 31 de julio 
de 1981 había razones políticas de sobra para eliminar de la escena 
centroamericana al dirigente que con más fuerza, y eficacia, podía 
oponerse a la estrategia imperialista para la región. [24] 
 
Mutatis mutandis, en los años que siguieron a esa fatídica fecha, la 
estrategia fidelista para la región centroamericana siguió avanzando en 
sintonía con las preocupaciones y la visión de Omar. Su constante 
acompañamiento externo contribuyó a mantener la iniciativa de Contadora,
 detener la invasión estadunidense, alcanzar los acuerdos de Esquipulas y
 finalmente a negociar la paz en El Salvador y Guatemala. 
 Pero 
en lo que toca a los panameños, el pensamiento y el método torrijistas 
siguen en tensa espera de su necesario desarrollo para el siglo XXI. 
Entre tanto, la oligarquía persiste en su empeño por desvirtuarlos y 
enterrarlos. No lo podrá lograr, porque ese pensamiento y método no 
vienen de un laboratorio teórico, sino de una indócil cultura 
patriótica. 
Notas: 
[1] Luis Báez, entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, en 1982. Ver “Torrijos admiraba a Fidel”, en Prensa Latina, el 2 de mayo de 2014. También puede verse en ww.radiolaprimerisima.com/
[2] Ver Luis Báez, “Desaparición física de Omar Torrijos, ¿accidente o asesinato?”, en Bolpress del 22 de julio de 2004. 
[3] Ver entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, antes citada. 
[4] Ver Dalys Vargas y Manuel Zárate, General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, 2da. Edición, Panamá, 2017, p. 103. 
[5] Ver entrevista a Rómulo Escobar Bethancourt, antes citada. 
[6]
 En busca de un modus vivendi más orientado a reanimar la alicaída 
economía soviética, Brézhnev adoptó una política exterior orientada a 
distender las relaciones con Estados Unidos y sus aliados. La 
solidaridad soviética con las causas revolucionarias del Tercer Mundo se
 contrajo. En 1967 Moscú hizo saber que no compartía la política de 
alentar guerras de liberación y Brézhnev incluso advirtió que la URSS 
podía reconsiderar el compromiso de defender a Cuba si esta persistía en
 apoyar guerrillas en Latinoamérica. 
[7] Se trata de Fernando 
Ravelo, vicejefe del Departamento de América, del Comité Central del 
Partido Comunista de Cuba. Citado por Luis Suárez Salazar y Dirk Keuijt 
en La Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, en RUTH Casa Editorial, 2015. 
[8]
 Ver entrevista a Fidel Castro por Federico Mayor, ex Director General 
de la UNESCO, publicada en el periódico Granma del 22 de junio de 2000. 
[9] Discurso en la sesión solemne de constitución de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 2 de diciembre de 1976. 
[10] General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, cit., p. 101. 
[11] Mismo texto, p. 102. 
[12] Ver Fidel Castro, “Telegrama al Dr. Aristides Royo, Presidente de la República de Panamá, julio de 1981, en Comandante de los pobres. Testimonios sobre Omar Torrijos de…, Centro de Estudios Torrijista, Panamá, 1984, p. 79. 
[13] Ramonet, Cien horas con Fidel, fascículo con el capítulo 24, pp. 24 a 26. 
[14]
 Poeta, narrador, ensayista y piloto aviador, doctorado en filosofía y 
en matemáticas en la Sorbona, era catedrático de la Universidad de 
Panamá cuando ingresó como recluta a la Guardia Nacional para poner a 
prueba al general Torrijos. Este lo incorporó a su escolta, donde paso a
 paso llegó al grado de sargento, como asimismo a la condición de 
habitual compañero de viaje y aventuras de Omar, de enlace con 
intelectuales foráneos ‑‑como Graham Green y Gabriel García Márquez‑‑, y
 a la de mensajero confidencial con algunos de los principales líderes 
guerrilleros centroamericanos. 
[15] José de Jesús Martínez, Prólogo de Papeles del General, Centro de Estudios Torrijistas, Panamá, 1984, pp. 13 y 14. 
[16] Prólogo de Papeles del General, p. 14. 
[17] Discurso en el aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Holguín, en 1979. Ver Fidel Castro, Victoria de las Ideas, Editorial Política, La Habana, t. 2, p. 166. 
[18] Ramonet, p. 174‑75. 
[19] “A pesar de que decir imperialismo y oligarquía es redundancia –acotó‑‑ porque es decir lo mismo, es idéntico”. 
[20] Ver Dalys Vargas y Manuel Zárate, Discurso en Santiago de Cuba, 12 de enero de 1976, en General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande, 2da. Edición, Panamá, 2017, pp. 168 a 173. 
[21] Ver “El único expresidente norteamericano que conocí”, Reflexión del 8 de mayo de 2009. 
 No mucho tiempo después, en 1976, Carter suscribió con Panamá el 
acuerdo entre ambos países, en la sede de la OEA y en presencia de todos
 los Jefes de Estado del continente, con exclusión de Cuba. 
[22]
 Diez años después ya era evidente, para ambas naciones y para la 
comunidad internacional, que en manos panameñas el Canal era mucho más 
eficiente, servicial, seguro y rentable que en la época norteamericana. 
La conversión de las áreas de estéril ocupación militar en espacios de 
inversión marítimo‑portuaria y logística bien pronto hicieron vigorosa 
la economía nacional y solvente al Estado panameño. 
 Lo mal que 
esto se aprovecha desde que el imperialismo repuso a la oligarquía en el
 control político de Panamá ‑‑dándole rápido Incremento a la desigualdad
 e injusticia sociales, y a la corrupción‑‑ no es tema de estas páginas.
 
[23] Según la práctica usual de la institucionalidad militar, 
ellos estaban allí por efecto de la precedencia de sus posiciones en el 
escalafón. Lo mismo Torrijos que Velasco Alvarado, como militares de 
carrera más que como dirigentes políticos, igualmente respetaron el 
respectivo escalafón. 
 Según Chuchu Martínez, el general 
Torrijos “nunca se engañó sobre la calidad de los cuadros que trabajaron
 con él y […] esperó de ellos ‘según los que eran. No lo que había 
querido que fuesen’, como lo dijo él mismo en un ensayo”. 
 Ver Mi general Torrijos, Centro de Estudios Torrijista, Panamá, 1987, p. 142. 
[24] Ver José de Jesús Martínez, Mi general Torrijos, p. 351.   
 
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