
El
 pasado 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) festejó en la 
plaza principal de la Ciudad de México el primer aniversario de su 
triunfo electoral. Ahí, aprovechó para realizar un recuento de los 
avances que ha tenido en los primeros meses de su gestión, reiterando 
una promesa que hizo en marzo pasado: el neoliberalismo en México está 
muerto y jamás regresará.
Afirmar
 tal cuestión cuando tu popularidad ronda el 70%, tu partido tiene 
mayoría en ambas Cámaras del Poder Legislativo Federal y la oposición 
está completamente arrasada es muy sencillo y hasta natural. Seguramente
 Lula da Silva también llegó a afirmar cosas semejantes a principios de 
2008, cuando su gestión estaba en los cuernos de la Luna a nivel global y
 era aprobado por el 70% de los brasileños… Sin embargo, hoy las cosas 
en Brasil han cambiado mucho: Dilma, su sucesora, destituida; Lula 
encarcelado; y el Palacio de la Alvorada habitado por el ultra derechista Bolsonaro.
Por
 tal motivo, el liderato mexicano debería estudiar de cerca lo sucedido 
en el gigante suramericano para evitar caer en los mismos errores, a 
riesgo de vernos reflejados en un futuro cercano en el espejo brasileño.
Brasil: ascenso y caída del PT
La primera década del siglo XXI en América Latina estuvo marcada por la llamada marea rosa latinoamericana,
 nombre dado al surgimiento de numerosos gobiernos de corte progresista 
en la región y liderado principalmente por figuras como Hugo Chávez 
(Venezuela); Lula da Silva (Brasil); Néstor Kirchner (Argentina); Evo 
Morales (Bolivia); Rafael Correa (Ecuador) y José Mújica (Uruguay).
Sin
 embargo, el contexto general de este fenómeno debe entenderse a partir 
de dos hechos relacionados entre sí: los atentados del 11 de septiembre 
de 2001 en Estados Unidos (EU); y las graves crisis económicas que 
sacudieron a la región los primeros años del siglo XXI.
Tras
 los atentados del 9/11, Washington inició uno de los despliegues 
militares y estratégicos más importantes de su historia al intervenir en
 Afganistán e Irak, acusándolos de alojar a los responsables de los 
atentados y de poseer armas de destrucción masiva, respectivamente. 
Guiándose por la premisa básica de “un frente a la vez”, la intervención
 en Medio Oriente, región súper estratégica y conflictiva por albergar 
las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, obligó a Washington a
 realizar algunas concesiones en Latinoamérica, que por ese entonces 
atravesaba una crisis económica muy severa producto de los ajustes 
estructurales propios del neoliberalismo.
En
 el caso de Brasil, el neoliberalismo llegó en 1990 de la mano de 
Fernando Collor y su clímax se vivió durante los dos periodos de 
Fernando Henrique Cardoso (1994 y 1998). Al igual que en el resto de los
 países de la región, Cardoso prometió que su gobierno tendría como 
prioridad el combate a la inflación (el mayor impuesto a los pobres, 
según la ortodoxia neoliberal) y la apertura a la inversión extranjera a
 fin de generar empleos y acceder a la tecnología de punta. Sin embargo,
 su segundo mandato terminó con una de las peores crisis económicas de 
su historia y con el considerado mayor rescate en la historia del Fondo Monetario Internacional,
 que proporcionó dos créditos entre 2001 y 2002 por 15 y 30 mil millones
 de dólares, respectivamente, sólo para evitar que la economía brasileña
 colapsara y arrastrara a la mayor parte del mundo en desarrollo.1
Con
 las elecciones presidenciales en puerta y ante la ventaja en las 
encuestas que mostraba el izquierdista Lula da Silva, la mayoría de los 
inversionistas se decían preocupados por la posibilidad de que ese 
candidato realizara reformas económicas radicales una vez en el poder. 
Lo cierto es que tras ganar en los comicios de octubre de 2002, el 
radicalismo que espantaba a ciertos sectores nunca llegó. Por el 
contrario, en muchos aspectos Lula se mostró muy cauto y se aseguró que 
los intereses de Washington, Wall Street y la oligarquía brasileña 
estuvieran bien representados en su gobierno.
En
 lo que respecta a los dos primeros (Washington y Wall Street), 
presionaron para evitar cambios sustanciales en la política económica, 
razón por la cual aplaudieron la llegada de António Palocci Filho al 
Ministerio de Hacienda. Palocci era considerado el líder del ala pro 
mercado del PT y hombre de confianza del mundo financiero y empresarial 
gracias a su decisión de privatizar el 49% de la central telefónica de 
Sao Paulo durante su gestión como alcalde. Aunado a ello, Lula mantuvo 
prácticamente intacta la apertura del sector financiero (banca y bolsa) 
emprendida por Collor y Cardoso.
Con
 lo anterior, Washington y Wall Street no sólo garantizaron que la 
política económica de Lula no incluyera las temidas reformas radicales; 
también mantuvieron un mecanismo de control sobre el nuevo gobierno: si 
incumplía los acuerdos se enfrentaría a la temida fuga de capitales y 
depreciación de su moneda.
Un
 arreglo similar terminó dándose con la oligarquía local, que se había 
mostrado reacia a aceptar el proyecto de Lula en tres ocasiones 
anteriores, pero terminó cerrando filas con él en 2002. Este cambio de 
actitud no se debió a la conformación de un “nuevo bloque hegemónico” o 
un viraje profundo en su pensamiento político, como sostuvieron muchos. 
En realidad, se trató de un asunto de sobrevivencia y oportunismo: el 
proyecto económico de Lula les ofreció oportunidades inmejorables para 
amasar fortunas al incorporarlos en sus grandes proyectos de 
infraestructura. Para financiarlos, se recurrió al control sobre las 
principales commodities, cuyo precio se había elevado exponencialmente desde el 9/11.
De
 esta forma, mientras el ciclo económico se mantuvo en expansión gracias
 al elevado precio de las materias primas conjugado con el crecimiento 
del mercado interno producto de la incorporación de millones de 
brasileños al mercado de consumo tras salir de la pobreza, el acuerdo de
 connivencia entre las élites locales y extranjeras y el lulismo (ya con
 Dilma al frente) se mantuvo. Pero, en cuanto las commodities comenzaron
 a bajar y la desaceleración global llegó a Brasil, la crisis económica 
exhibió los pecados cometidos por el PT, brindando el momento perfecto 
para que la oligarquía local apoyada desde EU reactivara sus planes para
 hacerse de nuevo con el control del aparato estatal.
Es
 decir, tanto en el ámbito exterior como en el interior, las mismas 
circunstancias que llevaron al poder al PT y Lula en 2002 terminaron por
 serles adversas hacia 2014, sin que apenas pudieran percibirlo.
En
 este aspecto, de nueva cuenta EU jugó un papel primordial. Así como el 
despliegue militar post 9/11 creó condiciones favorables para la 
victoria de Lula; durante el repliegue estratégico efectuado por Obama, 
una fuerza que les hiciera contrapeso en el hemisferio occidental se 
volvió totalmente inaceptable. Basta recordar que durante el lulismo,
 Brasil se convirtió en un actor de gran peso en la escena internacional
 al incorporarse al grupo de las principales potencias emergentes (el 
denominado BRICS); lideró los esfuerzos de integración regional en 
Suramérica como un mecanismo de defensa frente a EU; y sobre todo, firmó
 una serie de acuerdos de asociación estratégica con China.
El
 último punto se hizo especialmente conflictivo a raíz de la nueva 
doctrina estratégica anunciada por Obama durante los primeros días de 
2012, proyecto que apuntaba a la contención global de China,2
 país que para ese momento ya había desplazado a EU como el principal 
socio comercial de prácticamente toda Suramérica. Pero, es preciso 
destacar que si bien el énfasis se hizo contra China, el repliegue 
estratégico estadounidense en realidad significaba barrer con la 
influencia externa no autorizada en el continente, espacio considerado 
por el liderato estadounidense como su “reserva estratégica”. Lo 
paradójico fue que esta lectura se confirmó cuando las petroleras 
estadounidenses apoyaron en los hechos la decisión del gobierno 
argentino encabezado por Cristina Fernández, de expropiar YPF a la 
española Repsol,3 cuestión que la mandataria suramericana calificó de acto de soberanía.
Ahora,
 este cambio de condiciones externas encontró un caldo de cultivo 
interno favorable precisamente por los propios errores y omisiones que 
Lula, Dilma y el PT cometieron. El mayor de ellos quizá fue nunca acotar
 la influencia y poder que gozaron tradicionalmente las élites 
brasileñas, creyendo que al haberles asegurado ingresos extraordinarios 
durante su gestión se mantendrían fieles al proyecto, mismo al que no 
dudaron en abandonar y atacar en cuanto no les fue de utilidad. Por 
ello, la oligarquía brasileña mantuvo bajo su control la mayoría de los 
grandes medios de comunicación (liderados por Grupo Globo) y 
una serie de vasos comunicantes con los sectores más conservadores del 
Estado brasileño, refugiados principalmente en el Poder Judicial.
Y si bien el proceso que culminó con el impeachment
 contra Dilma, el encarcelamiento de Lula y el triunfo de Bolsonaro es 
altamente complejo y multifactorial; éste descansó en dos pilares 
fundamentales: lawfare y guerra mediática.
En opinión de Saxe, la lawfare o guerra judicial
 es un concepto inventado en la Universidad de Harvard en la década de 
1990 a través del cual, usando de pretexto la modernización judicial y 
el fortalecimiento del estado de derecho, se logra penetrar los sistemas
 judiciales de los Estados para crear vínculos de interés que aseguren 
un uso político de la justicia en favor de intereses concretos de EU, en
 este caso la permanencia o restablecimiento del neoliberalismo.4
 En Brasil, el principal señalado por operar de esta forma contra los 
líderes del PT fue el entonces juez Sergio Moro, actual Ministro de 
Justicia de Bolsonaro, quien estuvo encargado del caso Lava Jato bajo el cual se encarceló a Lula y fue base del impeachment contra Dilma. Al analizar la causa Lava Jato
 y la cercanía de Moro con Washington, Samuel Pinheiro Guimaraes, 
personaje central en el diseño e implementación de la política exterior 
brasileña con Lula, destacó: “… Cuando nos referimos a Moro no podemos 
perder de vista que estamos hablando de un miembro del Poder Judicial 
que fue adiestrado en el Departamento de Estado, que viaja 
permanentemente a EU, de donde tengo entendido acaba de regresar. Moro 
sabe cómo ganarse la aprobación de Washington”. Además, afirmó que si 
bien Washington no habló por teléfono a Moro para ordenarle que 
condenara a Lula en un proceso político que favorece el retorno de la 
derecha al gobierno, sí dan a entender que apoyan y las élites locales 
proceden.5
Curiosamente, el sucesor de Dilma fue Michel Temer, personaje que según Wikileaks habría sido informante de las agencias de inteligencia estadounidenses en 2006.6
Finalmente,
 las sospechas sobre un uso faccioso de la justicia y violaciones al 
debido proceso volvieron a ser tema de primer orden en Brasil cuando el 
periodista estadounidense Glenn Greenwald, famoso por haber revelado las
 filtraciones de Snowden sobre el programa de espionaje masivo hecho por
 EU, publicó chats del juez Moro en los que instruía y daba información a
 los fiscales encargados de investigar a Lula, demostrando con ello la 
parcialidad del juez e incurriendo en un delito, porque tal proceder 
está prohibido por las leyes brasileñas.7
El
 otro pilar, la guerra mediática, se dio mediante una feroz ofensiva 
contra el PT a través de los medios de comunicación, con el objetivo fue
 posicionar el combate a la corrupción como el principal elemento de la 
política brasileña. Sin embargo, la narrativa se deformó a fin de 
achacar las carencias que padecía la población producto de la crisis 
económica a la corrupción de Lula y el PT, aún antes de que ésta 
siquiera fuese probada. De esta forma, antes del fallo judicial contra 
Lula, en el ideario colectivo ya se había hecho una correlación: PT / 
Lula = Corrupción.
Ello 
significó no sólo que una gran parte de la población que salió de la 
pobreza gracias a la política económica implementada por el PT apoyara 
el encarcelamiento de Lula; también abonó el camino para el triunfo del 
ultraderechista Jair Bolsonaro. La lógica de la guerra mediática la 
resume Calcaño de la siguiente forma: Si hay corrupción es porque 
los políticos de izquierda que gobernaban “no tenían moral”; si hay 
crisis económica es porque “se robaron todo los corruptos”; si hay 
delincuencia es porque ya “no hay valores” sino libertinaje propiciado 
por los políticos de siempre. Entonces, aparece un “hombre honesto” 
afirmando que restaurará los valores; que todos los problemas se 
solucionarán aplicando mano fuerte contra los que impusieron “ideologías
 de género” y se robaron todo.8
Las lecciones brasileñas para AMLO
El que x o y
 factores se hayan conjugado en Brasil para obtener determinado 
resultado, no implica necesariamente que lo mismo vaya a suceder en 
México, porque las características de ambos países y la forma en que los
 factores externos interactúan con los internos guardan notables 
diferencias, tanto en el área política como económica, social, cultural,
 histórica y geopolítica.
Sin
 embargo, su conocimiento sí permite imaginar posibles escenarios cuando
 determinados factores interactúan bajo circunstancias parecidas. Esto 
es, parafraseando a John Saxe, encontrar qué hay de generalizable en dos
 eventos únicos en el tiempo y el espacio, sin caer en la proposición de
 leyes históricas experimentalmente comprobables.9
En
 razón de lo anterior, bien valdría la pena observar algunas decisiones y
 circunstancias de la actualidad mexicana bajo el lente de la 
experiencia brasileña. Cuestionarse, por ejemplo, si el aparente 
respaldo que ha dado una gran parte del alto capital mexicano reunido en
 el Consejo Asesor Empresarial se asemeja a la forma en que se incorporó
 la oligarquía brasileña al proyecto desarrollista de Lula o bien, a la 
conformación de un nuevo bloque histórico triunfante, como sostiene 
Gibrán Ramírez.10
Aunque
 parezca menor la interrogante, en realidad no lo es. Pese a sus 
notables diferencias, las élites latinoamericanas tienen rasgos en común
 en cuanto a su proceder. Tanto en Brasil como en Venezuela, Ecuador o 
Bolivia, gobiernos de corte progresista con amplias bases sociales 
pudieron obligar a las élites locales a negociar bajo términos distintos
 a los suyos, aunque tampoco del todo desfavorables; y sin embargo, 
nunca lograron que cambiaran su visión patrimonialista sobre el Estado 
ni la de vasallaje sobre todos aquellos personajes que no forman parte 
de su clase social. Porque si bien pueden existir conflictos entre sus 
miembros derivados de la forma en que creen que debe administrarse su 
país (con enfoque en el mercado externo, como sostienen las élites 
financieras; o con acento en el mercado interno según pugnan las élites 
agroindustriales), suelen actuar como bloque cuando de conservar sus 
privilegios de clase se trata. Como sostiene Calcaño11: Las
 élites regionales, como la brasileña ha hecho, ni siquiera permiten la 
experiencia de un gobierno reformista como el del lulismo y el PT. Esa 
clase blanca de apellidos altisonantes solo conoce una opción y es la de
 ella siendo dueña de todo. La nueva disputa que se abre en la región 
debe considerar este elemento (sobre todo tras esta experiencia trágica 
en Brasil), de élites que, aun cuando se hicieron más ricas con 
proyectos reformistas de corte izquierdista, tan pronto pueden 
traicionan estos gobiernos y ayudan a hundirlos. Incluso mediante la 
violencia.
A partir 
de la anterior reflexión, bien valdría la pena preguntarse si el 
gobierno progresista de AMLO no debería poner diques de contención al 
poder que gozaron hasta hace muy poco las élites locales, aunque hoy 
estén de su lado.
En ese 
sentido: ¿debería considerarse la propuesta que ha hecho Alfredo Jalife 
en distintos espacios sobre emprender una verdadera democratización de 
los medios de comunicación? Y es que no son pocos los analistas que 
afirman que pese a las nuevas opciones comunicativas, poco se ha 
avanzado en una verdadera diversificación de las líneas editoriales Ello
 no significa que deba coartarse la libertad de expresión, sino que haya
 una verdadera pluralidad en los medios y no la puerta giratoria que 
permite a comunicadores que ayer pidieron perdón por difundir 
información falsa para apoyar a un candidato presidencial, hoy aparezcan
 como el rostro principal de las nuevas opciones informativas.
Otro
 espacio de reflexión fundamental debe ser el desarrollo de un proyecto 
cívico/político que acompañe al proyecto económico. En otras palabras, 
esto implica trabajo político de base con el fin de crear ciudadanos, no
 sólo consumidores, cuestión que el PT y Lula omitieron. Sobre ello, 
Calcaño reflexionó:
… la
 crisis económica hizo que muchos de entre los 30 millones de brasileños
 que el PT sacó de la pobreza ahora sean los críticos más acérrimos de 
Lula y su partido. No hubo ciudadanía sino solo consumidores que querían
 más. Manipulados mediáticamente con el pivote de la corrupción, estos 
antiguos pobres pasaron al bando de los “indignados” por “la corrupción 
de Lula y el PT”. Si hay crisis económica y consumen menos que antes es 
porque el PT se “robó todo”.12
Es
 decir, como el proceso económico no se acompañó de uno 
político/educativo de formación de conciencia y colectividad, las 
grandes masas de consumidores creados por el lulismo sólo 
pudieron medir la efectividad de su gobierno en función de su poder de 
compra, lo cual los convirtió en un electorado altamente fluctuante sin 
identidad política y propensos a las campañas desinformativas.
En
 resumen, Lula y el PT cometieron el mismo error en su trato con las 
bases trabajadoras y con el alto capital: apostaron a que el progreso 
económico crearía lealtades políticas duraderas, olvidando el trabajo 
político de base.
¿Comprender
 este fenómeno podría serle de utilidad al gobierno de AMLO? En mi 
opinión sí, pero observándolo desde una perspectiva distinta. A 
diferencia del periodo en el que gobernó Lula, las circunstancias 
políticas y económicas globales que enfrentará AMLO lucen mucho más 
complicadas. El desempeño económico de Alemania y China en el segundo 
trimestre de 2019, así como los datos de la deuda hipotecaria 
estadounidense (habría alcanzado una cifra aún mayor que antes de la 
mega crisis de 2008)13 han alimentado los temores de una profunda crisis que lógicamente afectaría el crecimiento económico de México.
Este
 fenómeno podría ser el catalizador que necesitan los grupos de poder 
derrotados en julio de 2018 para reaparecer con más fuerza y lanzarse de
 nuevo por el control del Estado, sea a través de partidos políticos o 
por la vía de una figura disruptiva tipo Macron. Porque, si bien es 
cierto al día de hoy la campaña de denostación que a diario se difunde 
vía redes sociales no ha sido efectiva por el amplio respaldo que aún 
conserva el mandatario y la claridad en el imaginario colectivo de que 
en 6 años difícilmente se podrá componer lo que ha estado mal por 
décadas; la gran esperanza que generó AMLO en millones de mexicanos 
también puede convertirse en frustración y enojo si al menos no se 
percibe claridad en la ruta que ha tomado el país.
Por
 mencionar un tema, si AMLO logra efectivamente que su gobierno no se 
vea empañado por escándalos de corrupción e impunidad, una diferencia 
clara podría establecerse con respecto a sus antecesores, abonando a la 
credibilidad de su 4T. Lógicamente, este proceso debe ir acompañado por 
uno de carácter político que ayude a la población a entender las 
circunstancias y cambios por los que atraviesa el país. El citado 
trabajo de base tendría que hacerlo el partido en el poder, Morena, 
rompiendo con las prácticas políticas deleznables de nuestro pasado y 
haciendo del instituto político un verdadero espacio de deliberación y 
solución a los problemas sociales.
Desarrollar
 esa labor será quizá la más importante que deba realizar la próxima 
dirigencia nacional del partido, que en términos de proyecto histórico 
es mucho más importante que el control del presupuesto y la estructura 
del instituto, cuestiones que suelen dividir a la mayoría de los grupos y
 liderazgos internos. Veremos si todos los interesados están a la altura
 de las necesidades y anhelos que una gran parte de los mexicanos les 
depositaron. No olvidar que no existen triunfos permanentes ni derrotas 
eternas.
Como último 
punto, es absolutamente necesario analizar uno de los elementos más 
polémicos en lo que va de la actual administración y que también se 
presentó en Brasil: las iglesias evangélicas.
Si
 bien desde los tiempos de la campaña electoral AMLO anunció que 
incluiría a las iglesias de todos los credos en su plan de pacificación 
del país, quienes más han aprovechado esta inusitada apertura han sido 
los evangélicos. Más allá de los problemas legales que puede significar 
su participación política, cuestión que para nada es menor en un país 
que libró una guerra civil para tener un Estado laico; preocupan los 
intereses que puedan estarse colando bajo la sombra de estos grupos. 
Como lo demostró el estudio “Trasnacionales de la fe” liderado por la 
Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en prácticamente 
todo el continente las iglesias evangélicas han penetrado las cúpulas 
políticas de la región. Sin importar el sesgo ideológico de los 
gobiernos, que van desde la Venezuela de Nicolás Maduro hasta el Brasil 
de Bolsonaro, grupos evangélicos amparados por la Casa Blanca han hecho 
progresar sus propias agendas ultraconservadoras.14
La
 forma en que trabajan y cómo operaron en el caso de Brasil en favor de 
Bolsonaro lo analizó a detalle Calcaño, para quien el vacío generado por
 la desaparición de las ramificaciones católicas latinoamericanas 
apegadas a la Teología de la Liberación fue ocupado por los grupos 
evangélicos que penetraron en los barrios más pobres a través de 
programas sociales que atendían necesidades básicas como alimentación y 
vestido, mientras enfatizaban que la razón de la prevalencia de 
enfermedades o el éxito económico se relacionan con la cercanía con 
Dios. Su crecimiento fue tal que hoy representan el 30% de la población 
brasileña, y sin ellos el triunfo de Bolsonaro no habría sido posible 
pues le votaron 80% de ellos.
Teniendo en cuenta lo anterior; ¿vale la pena que la 4T les abra las puertas a cambio de, por ejemplo, repartir la cartilla moral?
Para
 finalizar, aclarar que si bien el presente ejercicio analítico 
seguramente se queda corto en explicar muchos factores que influyeron en
 los fenómenos abordados, al menos espero sirva para incentivar el 
análisis de acontecido en Suramérica.
Es muy buen tiempo para voltear al sur. También tienen mucho por enseñarnos.
Notas
1 El FMI anuncia un préstamo a Brasil por 30.000 millones de dólares. El País, 8 de agosto de 2002. Consultado en línea en: https://bit.ly/32Kn9fq
2 Jalife-Rahme, A.: “Giro estratégico” de Obama: desglobalización militar de EU y contención de China. Diario La Jornada, 11 de enero de 2012. Consultado en línea en: https://bit.ly/2KdJLxT
3 Chevron Pacts With The Devil, Signs Deal With Argentina's YPF To Develop Massive Shale Field. Forbes, 16 de mayo de 2013. Consultado en: https://bit.ly/2KhipW9
4 Saxe, J. Moro y la “guerra judicial” (Lawfare). Diario La Jornada, 12 de abril de 2018. Consultado en línea en: https://bit.ly/2KkgPEr
5
 Pignotti, D. “Temer sobreactúa su aproximación a Trump”. Entrevista a 
Samuel Pinheiro Guimaraes, diplomático e intelectual de Brasil. Página 
12, 14 de febrero de 2017. Consultado en: https://bit.ly/2yJztyW
6 Michel Temer fue informante de la CIA en 2006, asegura Wikileaks. Diario La Jornada, 14 de mayo de 2016. Consultado en línea en: https://bit.ly/31qERTV
7 Breach of ethics. The Intercept, 9-de junio de 2019. Consultado en línea en: https://bit.ly/2K5DPIb
8 Calcaño, E. Entendiendo el triunfo de Bolsonaro en Brasil. América Latina en Movimiento, 7 de noviembre de 2018. Consultado en línea en: https://bit.ly/31k9Dxy
9 Saxe, J. (2016). La compraventa de México. CEIICH-UNAM, CDMX, México.
10 Ramírez, G. El empresariado en la disputa por la nación. Milenio Diario, 19 de noviembre de 2018. Consultado en línea en: https://bit.ly/2ZGS9et
11 Calcaño, E. Op.Cit.
12 Idem.
13 La deuda hipotecaria en EEUU supera el valor de antes de la crisis de 2008. Sputnik, 14 de agosto de 2019. Consultado en línea en: https://bit.ly/2TuGQUr
14 Evidencian arremetida política de evangélicos en distintas partes del continente, incluyendo México. Aristegui Noticias, 12 de agosto de 2019. Consultado en línea en: https://bit.ly/31OZ4TF
https://www.alainet.org/es/articulo/201677  
 
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