Las relaciones entre el poder político y económico y los que son 
considerados por sí mismos y/o por los demás como intelectuales, nunca 
han sido sencillas, ni en el mundo occidental ni en México. En este 
país, desde la independencia, el involucramiento de los miembros 
intelectuales de la clase dominante y de los sectores que pueden ser 
considerados de la clase media ha estado en función de los violentos 
acontecimientos que constituyen los momentos históricos de la nación. 
Desde el grupo de intelectuales que organizaron, pelearon y murieron en 
el proceso de independencia (al parecer Hidalgo, ante la falta de 
cañones y la ignorancia de cómo hacerlos, sugirió consultar en los 
libros de la Enciclopedia francesa de la Ilustración traídos de 
contrabando), pasando por los intelectuales que estaban asociados al 
juarismo como la forma que ciertos sectores de la burguesía vieron para 
expulsar a los invasores, hasta llegar a los intelectuales que apoyaron 
de múltiples forma la dictadura de Díaz, los intelectuales mexicanos 
anteriores al siglo XX dieron la pauta de comportamiento que sus 
continuadores ejercieron en el siglo XX. Como saben bien aquellos que se
 interesan por la historia y por la historia de las ideas en México, en 
términos generales la actitud de los intelectuales del período posterior
 a la guerra civil conocida como Revolución Mexicana ha ido de un franco
 apoyo cuando sometimiento a la clase dominante y sus cipayos políticos a
 momentos de enfrentamientos como los sucedidos después de la matanza de
 Tlatelolco o en los inicios de la rebelión zapatista de 1994, algo que 
no tardaron en corregir con el sometimiento intelectual de las reuniones
 llevadas a cabo por representantes de ellos en el período de Echeverría
 en la década siguiente a la matanza y el de Salinas en los años 80, y 
con las críticas de mala voluntad contra los indígenas rebeldes, por 
poner los casos más paradigmáticos: los casos de congruencia constante y
 militante opositora, informada e ideológica como José Revueltas, fueron
 tan raros que quizás sobresalen precisamente por esto. 
Y
 a pesar de que sus representantes más evidentes han tratado de dar la 
idea en contrario, lo cierto es que salvo honorables, los intelectuales 
durante el período neoliberal de los últimos 40 años en general no 
cambiaron ese patrón de sometimiento a las clases dominantes: lo 
profundizaron. Las justificaciones y presuntas explicaciones que 
ofrecieron los académicos de las universidades y los centros de 
investigación públicos y privados y los intelectuales del mundo 
cultural, para evitar cualquier rebelión contra las medidas del saqueo a
 la población trabajadora y la concentración de la riqueza por parte de 
una clase ya de por sí inmensamente rica y poderosa, ayudaron a 
configurar y cimentar la idea del discurso único que desde la Inglaterra
 neoliberal y los Estados Unidos del reganomics se fundó, para, 
efectivamente, evitar que los explotados pudieran siquiera pensar en 
buscar alternativas contra el saqueo y la guerra de clases que se estaba
 y se está llevando en su contra. Quizás no exista ejemplo en toda la 
historia de este país del más abyecto sometimiento ideológico, superando
 incluso el sometimiento del período inmediato anterior, de quienes 
teóricamente deberían de poner en duda la situación político, económico y
 social que incluso puso en patas arriba, a la vuelta de los años, los 
cimientos sobre los que teóricamente el liberalismo se encuentra 
levantado, tal como lo demuestran las amargas polémicas que dentro del 
mismo y de éste con el polisémico e indefinido o definido a conveniencia
 populismo, aparecen periódicamente en medios especializados y en la 
prensa que les da cabida[1]. 
Evidentemente
 que en todo lo anterior y en lo que sigue, hablamos de los 
intelectuales de la derecha y de los que se encuentran ligados de una 
forma u otra a la izquierda reformista a lo largo del siglo XX y lo que 
va de este. Generalmente escriben en los principales diarios del país 
y/o tienen alguna influencia en la televisión y la radio, así como en 
redes sociales. 
La llegada de El Líder y 
su partido, Morena, al poder, el primer día de diciembre del año pasado,
 ha cambiado de manera evidente el sometimiento intelectual de quienes 
en el resumen anterior vimos que no tenían problema alguno con su 
silencio durante el neoliberalismo. Como si de repente recordaran la 
función del intelectual tal y como lo plantea Edward Said, como si 
quisieran dar un mentís al reclamo que Julian Benda realizó hace casi un
 siglo sobre la traición de su función, los intelectuales que 
justificaron la miseria de la población trabajadora, la expoliación de 
los recursos naturales y la concentración de la riqueza, en suma, los 
intelectuales cercanos o derivados del poder político y económico de los
 dueños del país, y los intelectuales que dicen identificarse con 
posturas de izquierda sobre todo de carácter institucional como son los 
de la fracasada opción del perredismo, empezaron a cuestionar con datos 
pero sobre todo con mentiras, con evidencias pero sobre todo con mucha 
carga ideológica, las actividades del gobierno del Obradorismo-zen que 
en sus aciertos y sus equivocaciones, esos hombres y mujeres han 
decidido simplemente meter en el mismo saco de su desprecio ideológico y
 moral. 
Parece increíble que una opción 
derivada de la ciertos sectores de la burguesía nacional y de la pequeña
 burguesía y que en resumen puede decirse que consiste en una 
transformación del capitalismo dependiente mexicano que busca limar las 
partes mas rudas de la herencia neoliberal sin tocar la concentración de
 la riqueza, y que busca hacer válidas y funcionales las leyes burguesas
 que la misma clase dominante burguesa se niega a acatar (dicho de otra 
forma: la burguesía mexicana se niega a acatar su propio orden jurídico 
burgués y el obradorismo-zen al parecer intenta corregir esto), genere 
tanta violencia verbal y escrita por parte de amplios sectores de esa 
clase y de la clase media que hace poco se sentían y se creían 
totalmente invulnerables metidos dentro de su circuito de corrupción e 
impunidad, corrupción e impunidad que por cierto derivaron a la mayor 
parte de la población por medio de un proceso fomentado por la misma 
clase dominante y que hemos llamado la ideología de la criminalidad. En 
cierta forma El Líder tiene razón cuando dice que no solamente se ha 
dado un cambio de gobierno, sino un cambio de régimen: la forma en la 
que los antiguos beneficiarios (que no han dejado de ser dueños reales o
 supuestos de la nación) de ese mencionado circuito han reaccionado, da 
la impresión que estos sienten las actitudes de los actuales gobernantes
 no como un cambio de régimen, sino como una revolución. Y si bien desde
 el punto de vista de la amplia mayoría de la población (que, por 
cierto, en general apoya la propuesta de El Líder, como bien sabemos) no
 cambiará su situación actual más que de manera marginal, podemos decir 
que la pretendida Cuarta Transformación no es más que una Cuarta 
Simulación, lo cierto es que la violenta reacción de los antiguos 
beneficiados del neoliberalismo y la creciente ola de rumores de cierto 
tipo de golpe de Estado, han hecho que nuestros intelectuales se sumen 
de manera rotunda en la defensa de sus intereses, que al parecer se 
vuelven los intereses de quienes se sienten desplazados por una 
revolución que no es más que un ajuste necesario de supervivencia dentro
 del capitalismo mundial y nacional, a pesar de las quejas e 
imprecaciones al poder en turno por parte de esos intelectuales que 
parecen sentirse ofendidos por siquiera pensar en esta posibilidad. 
Y
 en el asunto cultural la pelea de los intelectuales que atacan a El 
Líder y su gobierno exhibe una violencia nominal e ideológica que 
creemos que difícilmente se encontrarán en textos económicos y políticos
 que cuestionen los trabajos y las políticas de aquel, al menos si 
pretenden estos dar un análisis que sirva para algo a quienes los 
consultan. Dejando de lado el asunto de polisémico y altamente 
cuestionado término de populismo al que se hace necesario dedicarle un 
estudio aparte, el desprecio clasista (y ocasionalmente racista) rezuma 
en muchos de los textos de las secciones culturales de periódicos y 
revistas cuya evaluación detallada es, por un lado, casi imposible por 
la cantidad y el tamaño pero por el otro innecesario, por la repetición 
de conceptos y desprecios. Así que será una guía de ejemplo el texto de 
Juan Domingo Argüelles titulado “La élite y el bonche. Cultura y resentimiento” publicado en la sección cultural de El Universal, Confabulario, Número 318, del 14 de julio del año presente. 
Compuesto
 con falacias ad-hominem, basado en la idea principal de que el 
conocimiento y su disfrute es antes que cualquier otra cosa el fruto del
 trabajo personal en el cual simple y sencillamente las condiciones 
sociales, políticas y económicas (en suma, las cuestiones de clase) no 
cuentan, Domingo Argüelles simplemente no duda haciendo uso de todo esto
 en acusar al gobierno de fomentar una política cultural del 
resentimiento basándose en una interpretación muy particular de la idea 
de Harold Blomm sobre el tema[2]: “(La idea de todo el gobierno actual) es
 una “cultura desde el resentimiento”, tal como la caracteriza Harold 
Bloom: no es trabajar para que los ciudadanos lleguen al culmen de la 
creación estética y el pensamiento, sino Ideologizar para uniformar en 
lo básico y alcanzar, como cumbre, la mediocridad. No sólo la “medianía 
republicana”, tantas veces pregonada, sino también la pauperización 
estética e intelectual”, escribe el autor sin explicarnos como una 
idea filosófico-literaria o si lo quieren de crítica literaria deriva en
 una idea político-administrativa tan despreciable como la que según el 
intelectual dice que El Líder y sus gobierno impulsa de acuerdo a una 
idea casi pedestre de cultura: “La idea de 'cultura' de López Obrador
 es la más básica, la de carácter antropológico: cultura es todo lo que 
no es naturaleza. Y esto es indiscutible, pero también lleva a 
confundir… la Danza de los viejitos con El lago de los cisnes y El 
cascanueces de Tchaikovski; o la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, con 
los Diálogos de Platón y los Ensayos de Montaigne”, dando a entender
 a las claras que en la cultura hay niveles: cincuenta años después de 
los discursos posestructuralistas y posmodernos volvemos al punto de 
partida, hay Cultura y hay cultura, aunque por cierto Alfonso Reyes es 
posible que no estuviera muy de acuerdo en ser puesto al mismo nivel de 
la danza popular (a la que Domingo la pone por abajo de la categoría). Y
 no por la danza popular en sí misma, sino por la manera en que nuestro 
escritor mexicano e intelectual realiza las equivalencias. 
¿Es
 el gobierno una élite? ¿Importa? Para Juan Domingo A. sí porque en su 
pelea con el populismo obradorista que pretende hacer a según él de 
todos los mexicanos lectores y escritores, se contrapone a la necesidad 
de cuidar y proteger a las elites que tanto se han esforzado por la 
cultura que verdaderamente debe considerarse como tal. Si nuestro 
intelectual pone en relieve a Saramago (“Leer siempre fue y será cosa de una minoría y no vamos a exigir a todo el mundo la pasión por la lectura”)
 nosotros podemos agregar a un anarquista muy popular que dijo que 
siempre ha existido individuos como Aristóteles o individuos como Platón
 pero nunca pueblos Sócrates. ¿Y todo esto qué? Teóricamente, creemos, 
que el Fondo de Cultura Económica venda los libros muy baratos, no 
debería generar problemas con las ideas culturales de una élite, a menos
 que se plantee que eso no está bien pero que sí es correcto dar 1,700 
millones de pesos por parte del Estado a Salinas Pliego y sus orquestas 
en los últimos diez años mientras la Secretaría de Cultura tenía una 
merma del 60% de su presupuesto y se cerraban muchas propuestas 
culturales (algo que los acusadores del Obradorismo-zen evitan 
mencionar)[3]: se vendía como filantropía cultural y educativa lo que en
 realidad siempre fue negocio de particulares con costo al erario 
público. Mas todo esto es seguro que se le presenta transparente a 
nuestro obtuso intelectual: “Ahora bien: Los artistas y escritores, 
que realmente tengan vocación y talento, desarrollarán esa vocación y 
ese talento incluso si no tiene el apoyo del Estado. ¿Qué apoyo del 
Estado, para escribir Bajo el Volcán, tuvo el borracho Malcom Lowry?, 
¿qué apoyo del Estado, para escribir sus Baladas, tuvo el crápula 
Francois Villon?, ¿qué apoyo del Estado, para escribir Pedro Páramo, 
tuvo el genial vendedor de neumáticos, Juan Rulfo?” se pregunta muy 
serio nuestro intelectual y no está demás preguntarse para qué tanto 
brinco estando el suelo tan parejo: ¿qué puede importarle a él y a otros
 como él si el Estado da dinero para quiénes de otra forma no podrían 
acceder a la cultura de los privilegiados, si todo se decide en la 
individualidad de quiénes son iluminados? 
La
 respuesta a esta última pregunta la proporciona el mismo intelectual: 
el Estado se apropia del trabajo de los intelectuales aunque sea para 
presumirlo (lo cual, por cierto, es real: lo hacen lo mismo las 
dictaduras que los Estados que el intelectual llama populistas, y 
también las democracias que tanto le agradan), y el apoyo del Estado a 
los que no son de la elite es casi una ofensa a quienes el 
individualismo extremo les permite no ver las cuestiones sociales: “En
 todo tiempo, y en todo lugar, las aptitudes, los talentos y las 
inclinaciones personales han determinado el ejercicio y el disfrute del 
arte y la cultura. Por supuesto, también son determinantes los niveles 
educativos…”  nos escribe el intelectual aunque por un lado hay una 
aceptación de que en una sociedad plural el Estado debe garantizar esa 
pluralidad aún en el mundo de las letras obradoristas: “Lo importante
 en la denominada “república de los lectores”, no es que todo el mundo 
esté pegado permanentemente a los libros, sino que todo el mundo tenga 
acceso a ellos, más allá de que cada cual decida si le gusta leer mucho o
 poco, o no leer en absoluto” (¿acaso no se está llevando ahora todo
 esto por sus enemigos ideológicos?), mientras que por el otro lado le 
exige al mismo Estado las garantías de que se reconozca como elite 
(aunque sea una elite de comisarios culturales) para que se proteja a la
 elite intelectual que es que vale la pena (recuerda mucho a Nietzsche 
en aquel libro que no es llamado El Estado Griego): “Los artistas y los creadores son sustantivos (¿verbos encarnados?); los administradores y los políticos, son adjetivos. Y más adjetivos aún los comisarios, aunque se crean indispensables”.
 Los indispensables son Ellos, los de la Elite, aquellos que, como 
Nietzsche en su famoso libro ya citado, deben ser cuidados por el 
Estado. Juan Domingo Argüelles y sus colegas deben ser sostenidos y 
protegidos por el Estado, aunque ellos no necesiten de sus recursos y 
por lo cual se sienten orgullosos, pero sí que necesitan que el Estado 
contenga a ese bonche despreciable: “Y, en todos los casos, lo que se
 presume es el culmen, la cúspide, la cima del quehacer artístico y 
literario: la élite y no el bonche (gran cantidad de gente), incluso 
tratándose de destacados talentos que surgen dentro del bonche. Véase el
 caso del músico, compositor y director de orquesta venezolano Gustavo 
Dudamel, genio musical moderno desde la infancia, y artista de élite, no
 del bonche. ¿En dónde situamos al arquitecto Luis Barragán y al pintor 
Rufino Tamayo? ¡En la élite, no en el bonche!” conmina decididamente
 nuestro Gran Intelectual con una sencillez que no encontraremos en 
Nietzsche y también con una gran falta de honestidad intelectual que al 
gran pensador alemán le sobraba ya que este sí pensaba que El Estado 
debía defender a los Elegidos como él de cualquier rebelión que los 
esclavos pudieran realizar creyendo que tuvieran derechos a dignidad 
alguna, muy a pesar de los intentos de edulcoración por parte de la 
izquierda cultural[4]. Y nada de exhibirlos en listas que ellos 
consideran inquisitoriales[5], ya que a los integrantes de la élite 
nunca le ha parecido problemático que la búsqueda del elitismo sea su 
norte: “La élite y “el elitismo”, que tanto escaldan a los poderes 
demagógicos son, sin duda, las metas de todo artista que se respete. 
Unos pocos (la élite) las alcanzan; muchos, en cambio, tienen que 
conformarse (aunque no quieran) con ser parte del bonche. Y, a pesar de 
esto último, todos los artistas y escritores (incluidos los del bonche) 
llevan a cabo su obra animados por ser los primeros para estar junto a 
los más grandes (sus modelos), no para formar parte del montón”, y 
cualquier otra cosa que salga de este marco es sostener al bonche, al 
resto, a todos aquellos que no pertenecen a la élite, en suma, pérdida 
de tiempo y recursos que deben ser mejor orientados a donde Ellos, la 
élite, los Elegidos, digan. ¿Y la cultura como derecho de todos que en 
alguna época pregonaba la izquierda? ¿Y la pretendida igualdad que ponía
 a según la derecha cultural al mismo nivel ideológico y discursivo al 
chamán y al doctor en medicina, al hombre de la calle y al físico 
nuclear? ¿Y aquel pensamiento que en su época se consideraba de avanzada
 y que planteaba nivelar el lenguaje de todos y que ahora se ha 
traducido en un empobrecimiento sistemático del idioma? ¿Y todas 
aquellas propuestas que nos decían que todo es un asunto de poder porque
 son las élites las que se benefician en la vigilancia de todos 
nosotros? En el bote de la basura ideológica porque a la hora en que los
 del bonche se creen con los mismos derechos que los Elegidos gracias a 
la presencia de un gobierno que cree que la legalidad burguesa para 
todos se traduce en que todos tienen la mismas garantías y oportunidades
 incluyendo el acceso y el disfrute a la cultura, no es hora de seguir 
sosteniendo memeces que finalmente eran para el bonche y para la 
estúpida izquierda que se ha tragado carnada, plomada, caña y brazo 
ideológico de la derecha con tal de no tener que reconocer su propio 
fracaso ideológico y político. Como lo deja en claro nuestro 
intelectual, Elegido si hay uno, hay Cultura y hay cultura, y hay que 
defender a los que la hacen buena, y no andar perdiendo el tiempo en 
trivialidades[6]. 
Sobre la base de que 
existe una democracia política y una institucionalidad que caracterizan a
 un país que se califique a sí mismo democrático, y para ambos bandos 
supuestamente México lo es y también ambos lo sostienen, los 
intelectuales antiobradoristas así como los oficialistas debaten sobre 
la forma en que unos y otros esperan usar y defender los recursos y las 
instituciones. En cualquier país con una real democracia burguesa (y no 
es necesario mirar a el primer mundo) estos debates serían más de 
trámite que de fondo. Para la derecha lo que el obradorismo-zen y El 
Líder vienen haciendo en el aspecto cultural más no solamente en esto, 
se presenta como afrenta a sus privilegios atávicos que no quieren que 
sean cuestionados. Estos intelectuales representan la versión exquisita 
de una barbarie de clase y de casta que al parecer no está dispuesta a 
perder lo que por herencia consideran suyo. Señores de Horca y Cuchillo,
 incluso en su deriva intelectual, no pueden aceptar que otras elites 
cuestionen sus derechos, y mucho menos que exista gente del bonche que 
crea que pueda estar al mismo nivel de los selectos, aunque para 
defender sus privilegios tengan que recurrir a los desprecios culturales
 y morales más reaccionarios, que son, a fin de cuenta, más que su 
herencia, la herencia de los Elegidos. 
Notas:
[1]
 Por  ejemplo: Jan-Werner Müller. La crisis de la conciencia (Dilemas 
del  liberalismo). Revista Nexos No. 488, agosto de 2018.
[2] 
Sobre  la idea del resentimiento de Bloom, una idea para criticar lo que
 él  pone como la mala cultura fomentada por las mismas elites que  
deberían de mantener el nivel, independientemente del Estado,  https://www.letraslibres.com/
[3] Noticiero  Milenio TV, julio 22 de 2019, 20:00 hr.. Además:  https://aristeguinoticias.com/
[4] “La
  educación, que ante todo es una verdadera necesidad artística, se  
basa en una razón espantosa; y esta razón se oculta bajo el  sentimiento
 crepuscular del pudor. Con el fin de que haya un terreno  amplio, 
profundo y fértil para el desarrollo del arte, la inmensa  mayoría, al 
servicio de una minoría y más allá de sus  necesidades individuales, ha 
de someterse como esclava a la  necesidad de la vida a sus expensas, por
 su plus de trabajo, la  clase privilegiada ha de ser sustraída a la 
lucha por la  existencia, para que cree y satisfaga un nuevo mundo de  
necesidades”. Friedrich Nietzsche. El Estado Griego. Colección  Carrascalejo de la Jara. El Cid Editor. Argentina, s/f. Página 12.
[5]
 En  otro artículo semejante aunque menos agresivo aparecido en el mismo
  número de Confabulario, Christopher Domínguez Michael se queja de  la 
lista de beneficiarios de las becas del FONCA que publicó  Notimex, la 
agencia noticiera del Estado mexicano. ¿De verdad una  lista puede hacer
 tanta mella en el prestigio de los mencionados?  ¿Es tan pobre su 
autoestima y su capacidad referencial? No lo  creemos, y se hace 
necesario preguntarse porque en una situación  semejante una nadadora 
olímpica tuvo mejor respuesta que nuestros  intelectuales cuando al ser 
cuestionados los métodos de evaluación  y calificación para los juegos 
Olímpicos y demás en puerta por  parte de un diputado del partido 
oficial, aquella le contestó que  se informara mejor de los métodos de 
calificación, que no son  lineales como el diputado lo suponía. Asunto 
terminado. ¿Qué  tanto conocemos de las maneras en que dichas becas son 
asignadas?  ¿No será que al mantener el problema a nivel de 
individualidades  se nos niega por parte de todos los involucrados de 
conocer dichas  maneras?. Christopher Domínguez Michael. La demolición 
del  Estado cultural. Confabulario No. 318. Suplemento cultural de El  
Universal. 14 de julio de 2019.
[6] El  Estado debe cuidar a los de la élite según nuestro intelectual y  siempre hay forma de decirlo: “Que
 todos sean artistas y  consumidores de las bellas artes es una 
desmesura de la demagogia y  una mentira de la política. Como su nombre 
ya lo indica, las  administraciones culturales, en todo el mundo, no 
hacen cultura, la  administran, o pretenden administrarla, 
aunque, en realidad, lo que  deberían de hacer, estrictamente, es 
apoyarla y difundirla,  especialmente brindando iniciación, formación y 
libertad a los  creadores, y formando públicos”. Que esto de formar 
públicos  sea función del Estado y no el producto de su propuesta 
elitista,  no parece generar a Juan Domingo Argüelles ni a otros 
intelectuales  como él problema alguno: ¿para qué desgastarse si el 
Estado puede  brindarles sus consumidores? Como los empresarios que 
piden que el  Estado siga educando a la masa de acuerdo con sus 
propuestas  educativas por la vía de reformas educativas a modo, los  
intelectuales de la élite quieren que el Estado les de sus  consumidores
 a modo. Nietzsche siempre ha sido honesto, no como  nuestros elitistas:
 “Por eso hemos de aceptar como verdadero,  aunque suene 
horriblemente, el hecho de que la esclavitud pertenece  a la esencia de 
una cultura; ésta es una verdad, ciertamente, que  no deja ya duda 
alguna sobre el absoluto valor de la existencia. Es  el buitre que roe 
las entrañas de todos los Prometeos de la  cultura. La miseria del 
hombre que vive en condiciones difíciles  debe ser aumentada, para que 
un pequeño número de hombres  olímpicos pueda acometer la creación de un
 mundo artístico. Aquí  esta la fuente de aquella rabia que los 
comunistas y socialistas,  así como sus pálidos descendientes, la blanca
 raza de los  “liberales” de todo tiempo, han alimentado contra todas 
las  artes, pero también contra la Antigüedad clásica”.  Y  el 
Estado, en este ensayo la administración cultural de nuestro  
intelectual, siempre tiene  que ser claro en sostener su función: “Por
 fuerte que  sea el instinto social del hombre, sólo la fuerte grapa del
 Estado  sirve para organizar, a las masas de modo que se pueda evitar 
la  descomposición química de la sociedad, con su moderna estructura  
piramidal. ¿Pero de dónde surge este poder repentino del Estado  cuyos 
fines escapan a la previsión y al egoísmo de los individuos?  ¿Cómo nace
 el esclavo, ese topo de la cultura? Los griegos nos lo  revelaron con 
su certero instinto político, que aun en los estadios  más elevados de 
su civilización y humanidad no cesó de  advertirles con acento 
broncíneo: “el vencido pertenece al  vencedor, con su mujer y sus hijos,
 con sus bienes y con su sangre.  La fuerza se impone al derecho, y no 
hay derecho que en su origen no  sea demasía, usurpación violenta”. 
 Friedrich  Nietzsche. El Estado Griego. Colección Carrascalejo de la 
Jara. El  Cid Editor. Argentina, s/f. Página s  12, y 14-15. 
  Las citas  que nuestro intelectual hace de T. S. Elliot tienen como 
bien  se puede ver, la idea de fortalecer el elitismo de la existencia 
del  Estado.  
 
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