Presión de militares brasileños, determinante en la decisión
▲ Simpatizantes de Luiz Inácio Lula da Silva se reunieron afuera de la Corte para exigir su liberación
Río de Janeiro. La verdad es que no fue exactamente una
sorpresa: por tres votos a dos, la segunda sala del Tribunal Supremo de
Justicia decidió ayer mantener a Luiz Inácio Lula da Silva preso y
postergó –sin fecha prevista– el análisis de otro pedido de la defensa
del ex presidente para que se considere al ex juez y actual ministro de
Justicia, Sergio Moro, sospechoso de haber actuado con parcialidad en el
juicio contra el ex mandatario.
A estas alturas sobran evidencias concretas y contundentes indicando
que, mucho más que haber actuado con parcialidad, Moro fue el verdadero
coordinador de la fiscalía, movió tierra y cielo con tal de alcanzar el
verdadero objetivo de su misión: eliminar a Lula de la disputa
electoral, manipular (en este caso, con plena complicidad de los medios
hegemónicos de comunicación) la opinión pública, buscar (y lograr) la
omisión igualmente cómplice de la instancias superiores de justicia y
finalmente abrir las avenidas para la elección de un ultraderechista
para presidir el país.
Electo, Jair Bolsonaro invitó al juez –símbolo del combate a la
corrupción– para ocupar el puesto de superministro de Justicia y
Seguridad Pública.
Tampoco son novedad, desde antes de las revelaciones de Glenn
Greenwald y su equipo, las sospechas (ahora evidenciadas) de que
efectivamente hubo una maniobra, que empezó con la destitución de la
presidenta Dilma Rousseff y la instalación de su vice, Michel Temer, en el gobierno, y cuyo objetivo era alejar a Lula de la vida pública.
¿Por qué las instancias superiores de justicia no investigaron las
sospechas de maniobras de Moro y de los jueces de la primera cámara de
apelaciones que actuaron con más armonía que muchas buenas sinfónicas
del mundo, aparentando un arreglo previamente pactado?
En parte por omisión y en buena parte por miedo. Un temor que incluía
confrontar a la opinión pública claramente manipulada y provocar otra
fiera más feroz: los militares.
La principal razón de que el fallo no fue sorpresivo está basada en
las presiones contra los magistrados, en las semanas recientes. En
especial, la advertencia del contundente rechazo de los militares a la
hipótesis de que se hiciera algún cambio en la situación de Lula. Para
muchos analistas, la fiera uniformada que parecía domada mostró que
sigue feroz.
Entre los militares que integran el gobierno, dos dejaron claro que cualquier vuelco en la actual situación es inadmisible.
Uno es el general Eduardo Villas Boas, que hasta el pasado 15 de
enero era el comandante en jefe del Ejército y ahora ocupa el puesto de
asesor especial del gabinete de Seguridad Institucional.
Villas Boas tiene antecedentes: en abril del año pasado, cuando la misma corte suprema se preparaba para analizar un pedido de habeas corpus
pedido por Lula, difundió un mensaje en Twitter –no por casualidad
justo a la hora de cierre del noticiero con mayor audiencia de la
televisión brasileña– diciendo que los militares repudiaban
cualquier intento de impunidady frente a cualquier acto que pudiese
perturbar la paz social. El pedido de Lula fue rechazado.
Recientemente, Villas Boas divulgó su pleno e irrestricto apoyo a
Sergio Moro, dejando claro que, pese a las indiscutibles evidencias, las
acusaciones contra el ex magistrado no sirven para anular el juicio y,
en consecuencia, liberar a Lula.
Ya el general Augusto Heleno, jefe del Gabinete de Seguridad
Institucional y considerado el más poderoso entre los uniformados que
rodean al ultraderechista, optó por ser más enfático y claro.
En un desayuno con periodistas, y al lado de Bolsonaro, golpeó
furioso la mesa, haciendo temblar vasos y cucharas, para afirmar a
gritos que sentía vergüenza por su país por haber tenido como presidente
a un autor de canalladas llamado Lula da Silva, para quien exigió una
pena de prisión perpetua.
Por eso lo de ayer no fue ninguna sorpresa.
.Foto Ap
Eric Nepomuceno
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
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