Uruguay
El pasado lunes, bajo 
una incómoda y fastidiosa lluvia, el oxímoron anual uruguayo cobro más 
potencia aun cuando una multitud marchó por la principal avenida de 
Montevideo, provocando que el silencio resulte más estrepitoso que los 
truenos que enunciaban la gravedad de la tormenta. La edición de esta 
“marcha del silencio” en particular, estuvo precedida por la negativa 
del Senado a la aprobación -por mayoría calificada- de las venias del 
Poder Ejecutivo para disponer el pase a retiro obligatorio de los 4 
generales que actuaron en el “Tribunal de Honor” del Ejército. El mismo 
tribunal que escuchó y transcribió confesiones aberrantes de reconocidos
 genocidas sin ver mancillado honor alguno. Algo que le costó el cargo 
al excomandante del Ejército, hoy político, y al Ministro de Defensa y 
su vice. Ya tuve ocasión de expresarme sobre la concepción golpista y 
criminal de las jóvenes generaciones de las fuerzas armadas que avalaron
 los fallos de los tribunales de honor y los crímenes (con más detalles 
escabrosos que aquellos a los que accedió la justicia) de 3 monstruos. 
El flamante nuevo comandante, sostuvo que no repudiaría los crímenes 
cometidos en el Terrorismo de Estado porque desconocía si estaban 
confirmados. Para permanecer en el cargo, hizo luego viscosas 
rectificaciones.
La totalidad de las fuerzas opositoras con 
representación en el senado impidieron lograr la mayoría calificada en 
complicidad con los criminales y el continuismo de unas FFAA moralmente 
descompuestas e inútiles. Al momento de escribir estas líneas, el Frente
 Amplio (FA) hace un llamado a acompañar una nueva ley orgánica militar.
 La iniciativa es encomiable, aunque tardía y difícilmente pueda 
replantearse con mayor profundidad el problema de la defensa (dentro del
 cual, la cuestión militar es clave) hasta el inicio de un cuarto 
gobierno frentista en un debate amplio y profundo con la ciudadanía. Sin
 duda la sucesión de episodios no sólo está reflejando un cierto 
reempoderamiento de la casta militar producto del ascenso de las 
derechas a nivel regional (en el caso de Brasil con explícita 
reivindicación oficialista de la dictadura) e internacional, sino 
también una crisis en la política del FA que debe ser escrupulosamente 
revisada, sin trasladar todas las responsabilidades a las derechas. Hay 
una proporción propia de la resultante, que guarda relación con la 
política de la izquierda y muy particularmente con la fracasada 
intención del exministro Fernández Huidobro de “ganarse” a las FFAA. 
Un
 primer paso en esta dirección lo está dando el actual ministro Bayardi,
 fundamentalmente con sus instrucciones de bajar el perfil público de 
los mandos superiores, aunque esto resulte acotadamente analgésico, 
destinado exclusivamente a tratar el síntoma. Más profundamente, Bayardi
 sostuvo en un reportaje del semanario Búsqueda que la causa de 
la defensa corporativa intergeneracional de los crímenes del horror 
dictatorial se debían al carácter endogámico de la profesión militar. Es
 un avance respecto al silencio precedente. Contará con datos empíricos 
que permitan mensurar los lazos familiares, aunque intuitivamente es 
algo muy probable. Sin embargo, si bien se aproxima más a las causas, 
tropieza con la infinidad de contraejemplos de rebeldía y diferenciación
 juvenil por fuera del ámbito militar. Ejemplos más extendidos que la 
continuidad ideológica, estética y discursiva. Y no siempre 
necesariamente en una dirección ética o políticamente emancipatoria, 
sino inclusive en contrario, pero cambios insoslayables al fin. En la 
entrevista sostiene que es “imposible o muy difícil romper con el relato
 construido sobre los hechos de la dictadura, sin romper a su vez con 
los vínculos de relación familiares”.
Si efectivamente es así, no
 creo que sean los lazos familiares los que más influyan en la cohesión 
discursiva, más aún cuando ésta es criminal. El comportamiento que 
detentan hasta los jóvenes oficiales es mafioso, es decir basado en la 
“omertá” que era el código de honor siciliano o ley del silencio de 
prohibición de informar o denunciar actividades delictivas a riesgo de 
represalia mortal. Había lazos familiares allí, pero no exclusivamente 
ni razón del sostenimiento del “código de honor”. En el “código” propio 
se encuentra la razón de la autosegregación, superando sin desmentir los
 vínculos de sangre.
La aquiescencia de las izquierdas, no ya con
 el tribunal de honor, sino con el significante “honor militar” y las 
implicancias tácitas sobre su significación explican mucho más las 
paradojales deudas para con los derechos humanos y el elemental 
principio de igualdad ante la ley que las influencias paternas. Si bien 
Freud, en el texto sobre Moisés sostiene que el superyó es “sucesor y 
subrogado” de los “progenitores y educadores” y que “continua las 
funciones de ellos casi sin alteración”, la propia dinámica de la 
cultura, la historia y la vida política con sus mutaciones, desmiente 
todo mecanicismo. Uruguay avanza lenta pero sólidamente en la expansión 
de derechos, libertades e institucionalidad pero tropieza 
recurrentemente con este vergonzoso obstáculo.
 Un puñado de ejemplos honorables durante la dictadura, o en la propia 
fundación del FA (v.g. Seregni) han tendido la trampa de aceptar tal 
honor diferenciado, es decir la autosegregación social de la casta 
militar. Aquellos fueron honorables porque se opusieron al crimen, al 
encubrimiento y actuaron decentemente, además de sus méritos políticos. 
Concluyo que debe rechazarse la propia noción de honor militar, separada
 de la honorabilidad de cualquier ciudadano honesto, es decir, debe 
civilizarse e igualarse en digna respetabilidad fundada. De lo 
contrario, lo que autodesignan “honor” es tan sólo mafiosa podredumbre. 
 
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