
El
 problema de la transparencia, como el de la lucha contra la corrupción,
 es la opacidad de su selectividad. Quienes quizás vivan más 
directamente este problema son los periodistas de todo el mundo que 
todavía insisten en hacer periodismo de investigación. Todos temblaron 
el pasado 11 de abril, cualquiera que haya sido la línea editorial de 
sus periódicos, ante la detención de Julian Assange, sacado a la fuerza 
de la embajada de Ecuador en Londres para ser entregado a las 
autoridades estadounidenses que contra él habían emitido una solicitud 
de extradición.
Las acusaciones que hasta ahora se han 
vertido contra Assange se refieren a acciones que solo pretendían 
garantizar el anonimato de la denunciante de irregularidades Chelsea 
Manning, es decir, garantizar el anonimato de la fuente de información, 
una garantía sin la cual el periodismo de investigación no es posible. 
Si los periodistas son quienes viven más directamente la selectividad de
 la transparencia, quienes más sufren las consecuencias de ello son la 
calidad de la democracia y la credibilidad del deber de rendición de 
cuentas a la que los gobiernos democráticos están obligados.
¿Por
 qué la lucha por la transparencia se dirige a determinados objetivos 
políticos y no a otros? ¿Por qué las revelaciones en algunos casos son 
celebradas y tienen consecuencias mientras que, en otros, se impiden y, 
si llegan a ver la luz, se ignoran? De ahí la necesidad de conocer mejor
 los criterios que presiden la selectividad. Por supuesto, el otro lado 
de la selectividad de la transparencia es la selectividad de la lucha 
contra la transparencia.
Tal vez no sabríamos de las 
perturbaciones reveladas por WikiLeaks en 2010 (videos militares sobre 
el asesinato en Irak de civiles desarmados, dos de los cuales trabajaban
 para Reuters), si no hubiesen sido divulgadas ampliamente por los 
medios de comunicación de referencia de todo el mundo. ¿Por qué toda la 
saña persecutoria se desató contra el fundador de WikiLeaks y no sobre 
esos medios, algunos de los cuales ganaron mucho dinero que nunca 
retornó adecuadamente para Assange? ¿Por qué entonces los editoriales 
del New York Times vitoreaban a Assange como el campeón de la libertad 
de expresión y celebraron las revelaciones como el triunfo de la 
democracia, mientras que el editorial de la semana pasada considera su 
prisión como el triunfo de la rule of law? ¿Por qué el Gobierno de 
Ecuador protegió “los derechos humanos de Assange durante seis años y 10
 meses”, en palabras del presidente Lenín Moreno, y lo entregó repentina
 e informalmente, violando el derecho internacional de asilo? ¿Será 
porque, según el New York Times, el nuevo préstamo del FMI a Ecuador por
 valor de unos 4.000 millones de dólares habría sido aprobado por EEUU a
 condición de que Ecuador entregara a Julian Assange? ¿Será porque 
WikiLeaks reveló recientemente que Moreno podría ser acusado de 
corrupción por dos supuestas cuentas offshore, de titularidad de su 
hermano, una en Belice y otra en Panamá, donde supuestamente se 
depositaron comisiones ilegales?
En cuanto a la 
selectividad de la lucha por la transparencia, hay que distinguir entre 
los que luchan desde fuera del sistema político y los que luchan desde 
dentro. En cuanto a los primeros, su lucha tiene, en general, un efecto 
democratizador porque denuncia el modo despótico, ilegal e impune en que
 el poder formalmente democrático y legal se ejerce en la práctica para 
neutralizar resistencias a su ejercicio. En el caso de WikiLeaks habrá 
que reconocer que ha publicado informaciones que afectan a gobiernos y 
actores políticos de diferentes colores políticos, y este es quizás su 
mayor pecado en un mundo de rivalidades geopolíticas. La suerte de 
WikiLeaks cambió cuando en 2016 reveló las prácticas ilegales que 
manipularon las elecciones primarias en el Partido Demócrata de EEUU 
para que Hilary Clinton, y no Bernie Sanders, fuera la candidata 
presidencial; y más aún después de haber mostrado que Hilary Clinton fue
 la principal responsable de la invasión de Libia, una atrocidad por la 
que el pueblo libio sigue sangrando. Se puede objetar que WikiLeaks se 
ha restringido, en general, a los gobiernos más o menos democráticos de 
dicho mundo eurocéntrico o nortecéntrico. Es posible, pero también es 
verdad que las revelaciones que se han hecho más allá de ese mundo 
cosechan muy poca atención de los medios dominantes.
La 
selectividad de la lucha por parte de los que dominan el sistema 
político es la que más daño puede causar a la democracia, pues quien 
protagoniza la lucha, si tuviese éxito, puede aumentar su poder por vías
 no democráticas. El sistema jurídico-judiciario es hoy el instrumento 
privilegiado de esa lucha. Asistimos en los últimos días a intentos 
desesperados por justificar la anulación del asilo de Assange y su 
consecuente prisión a la luz del derecho internacional y del derecho 
interno de los varios países involucrados. Empero, nadie ignora el hecho
 de que se trató de un barniz legal para cubrir una conveniencia 
política ilegal, si acaso no directamente una exigencia por parte de 
Estados Unidos.
Pero sin duda el estudio de caso del abuso
 del derecho para encubrir intereses políticos internos e imperiales es 
la prisión del expresidente Lula da Silva. El ejecutor de tal abuso es 
el juez Sergio Moro, acusador, juez en causa propia, ministro de 
justicia del Gobierno que conquistó el poder gracias a la prisión del 
líder del PT. Lula fue procesado mediante sórdidos dislates procesales y
 la violación de la jerarquía judicial, se lo condenó por un crimen que 
nunca fue probado, y es mantenido en prisión a pesar de que el proceso 
no ha sido transitado en juzgado. De aquí a cincuenta años, si todavía 
hubiera democracia, este caso será estudiado como ejemplo del modo en 
que la democracia puede ser destruida por el ejercicio abusivo del 
sistema judicial. Es también el caso que mejor ilustra de la falta de 
transparencia en la selectividad de la lucha por la transparencia.
No
 es preciso insistir en que la práctica de promiscuidad entre el poder 
económico y el poder político viene de lejos en Brasil y que cubre todo 
el espectro político. Ni tampoco que el expresidente Michel Temer pudo 
terminar el mandato para el cual no fue electo a pesar de los desórdenes
 financieros en los que habría estado involucrado. Lo importante es 
saber que la prisión de Lula da Silva fue fundamental para elegir un 
Gobierno que entregase los recursos naturales a las empresas 
multinacionales, privatizase el sistema de pensiones, redujese al máximo
 las políticas sociales y acabase con la tradicional autonomía de la 
política internacional de Brasil, rindiéndose a un alineamiento 
incondicional con Estados Unidos en tiempos de rivalidad geopolítica con
 China.
Objetivamente, quien más se beneficia con estas 
medidas son los Estados Unidos. No sorprende por ello que intereses 
norteamericanos hayan estado tan implicados en las últimas elecciones 
generales. Es sabido también que las informaciones que sirvieron de base
 para la investigación de la Operación Lava Jato resultaran de una 
íntima colaboración con el Departamento de Justicia estadounidense. Pero
 quizás sea sorprendente la rapidez con la que, en este caso, el hechizo
 puede volverse en contra del hechicero. WikiLeaks acaba de revelar que 
Sergio Moro fue uno de los magistrados entrenados en Estados Unidos para
 la llamada “lucha contra el terrorismo”. Se trató de un entrenamiento 
orientado al uso robusto y manipulativo de las instituciones jurídicas y
 judiciarias existentes, así como para el recurso a innovaciones 
procesales, como la delación premiada, con el objetivo de obtener 
condenas rápidas y drásticas. Fue esa formación que enseñó a los 
juristas a tratar algunos ciudadanos como enemigos y no como 
adversarios, esto es, como seres privados de los derechos y de las 
garantías constitucionales y procesales y de los derechos humanos 
supuestamente universales.
El concepto de enemigo interno,
 originalmente desarrollado por la jurisprudencia nazi, buscó 
precisamente crear una licencia para condenar con una lógica de estado 
de excepción, a pesar de ser ejercida en una supuesta normalidad 
democrática y constitucional. Moro fue así escogido para ser el 
malabarista
jurídico-político al servicio de causas que no
 pueden ser avaladas democráticamente. Lo que une a Assange, Lula y Moro
 es ser peones del mismo sistema de poder imperial: Assange y Lula como 
víctimas, Moro en tanto verdugo útil y por eso descartable cuando haya 
cumplido su misión o cuando, por cualquier motivo, se transforme en un 
obstáculo para que la misión sea cumplida.
- Boaventura de Sousa Santos es académico portugués. Doctor
 en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del 
Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). 
Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de
 diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los 
científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el 
área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores
 del Foro Social Mundial.
Artículo enviado a Other News por el autor el 18.04.19 . Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
Abr 18 2019
 https://www.alainet.org/es/articulo/199411  
 
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