
Durante
 el primer trimestre de 1975 los periódicos de Ecuador encendieron la 
vida política con una noticia: se había publicado un libro que 
denunciaba las acciones de la CIA en el país y circulaba la extensa 
lista de agentes ecuatorianos. Se nombraba a personas bien conocidas. 
Todos negaban su participación. Pero el escándalo creció.
Me
 enteré que nadie conocía el libro mencionado (nunca llegó al país), y 
simplemente se repetían las referencias periodísticas. Como estudiante 
radicado en ese tiempo en Europa, logré comprar “Inside the Company. CIA
 Diary” de Phillip Agee (publicado por Penguin Books, 1975 - 640 
páginas) en una librería en París. Y fui leyendo el libro con algún 
detenimiento.
Agee había sido un agente secreto de 
operaciones de la CIA, durante doce años (1957-1969), en tres países: 
Ecuador, Uruguay y México. Desde luego, mi interés se concentró en sus 
actuaciones en Quito. El objetivo de la CIA fue derrocar al presidente 
Carlos Julio Arosemena Monroy (1961-1963), en el marco de la guerra fría
 impulsada por los EEUU en toda Latinoamérica, a raíz del triunfo de la 
Revolución Cubana (1959).
Supuestamente, Arosemena había 
sido “permisivo” con el avance del “comunismo” en Ecuador, que se 
hallaba a las puertas de tomarse el poder. Naturalmente la imagen era 
falsa: Arosemena ni era filo-comunista (como se le acusaba en el país), 
ni los partidos marxistas -y peor el Comunista- tenían capacidad para 
tomar el poder y ni aún para lograr alguna movilización nacional, aunque
 existía un activismo universitario importante y aparecían 
organizaciones que reivindicaban la lucha armada inspirada en el proceso
 cubano.
Pero la propaganda anticomunista estaba 
encendida. Agee relata su eficaz labor: infiltración en los correos 
(toda carta sospechosa era abierta y leída) y los teléfonos; se contaba 
con periodistas directamente colaboradores; igual en las universidades, 
con varios profesores y estudiantes; había acceso a toda institución de 
importancia; desde luego, colaboraban políticos, dirigentes laborales y 
sociales; además, organizaciones juveniles, barriales, de católicos, 
etc. Una imprenta quiteña lanzaba boletines y manifiestos falsos 
suscritos por el “Partido Comunista”; se colocaba bombas en las iglesias
 para atribuirlas a los comunistas; se realizaban acciones violentas y 
terroristas forjadas igualmente para inculpar a personas identificadas 
con agrupaciones marxistas. Y el libro añade la lista de agentes, 
resaltando su calidad y condición en la agencia, incluidos ministros, 
jefes policiales, militares, civiles de todos los gustos y hasta 
expresidentes de Colombia, Costa Rica, México y Uruguay.
El
 triunfo de la CIA fue festejado por Agee en la sede de operaciones de 
Quito. Se instauró una Junta Militar, en la que uno de sus cuatro 
integrantes (general Marcos Gándara Enríquez) consta en la lista del 
libro. Esa dictadura, anticomunista, pronorteamericana, represora y, 
paradójicamente, desarrollista, fue combatida como “comunista” por las 
atrasadas elites terratenientes y empresariales ecuatorianas, que creían
 ver ese signo en la participación económica del Estado y en la reforma 
agraria que, sin embargo, respondían a las directrices de la Alianza 
para el Progreso, creada por John F. Kennedy (1961-1963).
El
 libro tuvo impacto internacional y fue traducido a varios idiomas. Agee
 pasó a ser considerado un enemigo de su propio país y fue perseguido. 
Murió en Cuba, donde tuvo su final refugio, en 2008, a los 72 años de 
edad.
Los hechos relatados sirven para aquilatar los 
procesos contemporáneos. Los documentos desclasificados de la CIA y 
otras entidades de seguridad, así como las confesiones de personas 
involucradas, han dado testimonio de la forma en que tales agencias 
habían actuado para desestabilizar al gobierno de Salvador Allende 
(1970-1973) en Chile, para instaurar una dictadura terrorista al mando 
de Augusto Pinochet.
Las mismas manos extranjeras 
estuvieron detrás de los golpes de Estado que colocaron dictaduras 
terroristas en todo el Cono Sur latinoamericano (Argentina, Bolivia, 
Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay) durante la década de 1970. Hoy, 
nuevos documentos desclasificados y las declaraciones de militares 
uruguayos, han permitido tomar dimensión del “Plan Cóndor”, con el que 
aquellas dictaduras pretendían eliminar a todos los “comunistas” y 
“subversivos” en América Latina. Ahora también se sabe que ese plan 
pretendió ser imitado en Europa (Alemania Occidental, Francia y Reino 
Unido), según lo destacó una información de la DW (https://bit.ly/2Dg8JII ).
De
 aquellos tiempos a la actualidad, las tecnologías cambiaron 
radicalmente. Ha bastado que WikiLeaks difunda documentos, videos y 
otros materiales reservados y secretos, para conocer que las labores de 
“inteligencia” continúan y que, además, utilizan ahora sistemas 
electrónicos e informáticos, que incluyen a los teléfonos celulares o a 
las computadoras personales. Siempre se justifican con la defensa de los
 intereses de las naciones intervencionistas; pero, desde la perspectiva
 de los países intervenidos, esas labores resultan no solo ilegítimas y 
clandestinas, sino destinadas a afectar intereses soberanos de cada 
país.
Julian Assange, quien fundó WikiLeaks, ha sido 
objeto de las más enfurecidas pasiones. Pero es la persona que se 
atrevió a poner en jaque a los poderes mundiales, a las estrategias 
imperialistas, a las instituciones y personas que los promueven y 
dirigen. El gobierno de Rafael Correa (2007-2017) tuvo razones soberanas
 y propias para concederle el asilo en la embajada del Ecuador en 
Londres. El gobierno de Lenín Moreno ha tenido “justificaciones” para 
expulsarlo de ella y la suerte de Assange quedará siempre bajo la 
responsabilidad histórica de Moreno.
Mientras se discute 
si jurídicamente era válido o no otorgarle el asilo o dejarlo 
insubsistente; mientras se debate o conversa sobre su vida en la 
embajada; mientras entre la vergüenza y el repudio internacional se 
compromete en el “espionaje” hasta al gato de Assange, se deja de lado, 
en cambio, la cuestión de fondo: ¿cuál es el derecho de las naciones 
imperialistas a intervenir en otros países para derrocar gobiernos, para
 instaurar títeres a su servicio o para construir caminos torcidos a fin
 de garantizar la explotación de recursos económicos ajenos?
Los
 materiales ahora públicos mundialmente, por las acciones de Wikileaks, 
de Assange, Edward Snowden, William Binney, Thomas Drake, Bradley 
Manning, Sibel Edmonds o Josselyn Radack, demuestran y comprueban, una 
vez más, que sobre la historia de América Latina no solo actúan las 
fuerzas de la confrontación interna, sino los poderosos intereses 
geopolíticos de las grandes potencias. No es una “cantaleta” usualmente 
atribuida a los sectores de la izquierda, que permanentemente han sabido
 observar la presencia imperialista en la región. La incursión ilegítima
 merece ser denunciada y, además, combatida. La difusión de documentos y
 materiales hasta hoy lograda bien debería servir para realizar demandas
 internacionales, ante los organismos competentes, para procesar 
penalmente a instituciones y personas comprometidas en la arremetida 
contra las soberanías de otros Estados.
La causa de Julian
 Assange también merece, por tanto, otra pregunta: ¿quiénes son los 
responsables de tanto acto criminal en el mundo y contra América Latina?
Quito, 17/abril/2019
(Publicado 18 y 22/abril/2019)
Firmas Selectas de Prensa Latina
https://www.alainet.org/es/articulo/199439  
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario