Un militar retirado, el
 general de Brigada de Estados Unidos (r), Anthony J. Tata, afirmó 
recientemente que el gobierno de los Estados Unidos considera las más 
diversas formas de acción para acabar con la Venezuela Bolivariana. Una 
de ella, dijo, es una bala en la frente del Presidente Nicolás Maduro 
Moros.
 Es bueno tener presente que los generales norteamericanos de
 hoy, fueron los vaqueros del oeste en los años pasados, cuando, según 
la pluma ilustre de Jorge Luis Borges, asomaban las tierras de Nueva 
Méjico y Arizona como “tierras con un ilustre fundamento de oro y de 
plata, tierras vertiginosas y áreas, tierras de la meseta monumental y 
de los delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto 
pelado por los pájaros”. Eran, esos, los tiempos de Billy The Kid, el 
antepasado glorioso de John Bolton, quien, como se recuerda, “debió a la
 justicia de los hombres hasta veintiuna muertes, sin contar mejicanos”.
 
 Habría razones para creerle a este descendiente de aquellos 
bandoleros del oeste de duros pistoletazos, por cuanto la administración
 yanqui en nuestro tiempo, está especializada en la materia. Intentó, en
 efecto, en más de 600 ocasiones acabar con la vida de Fidel Castro, 
aunque nunca pudo concretar su objetivo. El mandatario cubano resultó 
invulnerable a todos los ataques y agresiones y -como dicen algunos- 
sólo murió “cuando le dio la gana”. 
 El asesinato político tiene
 historia, y numerosos antecedentes. Pero en lo que se refiere a la 
administración yanqui, funciona con distintos propósitos. Recordemos, 
por ejemplo, el caso de Abraham Lincoln, que fuera asesinado en un 
teatro por John Wilkes Booth, un simpatizante de la causa del sur. Quizá
 ese fue el inicio, pero nunca el fin en el camino de sangre, digitado 
en esos predios- Muchas años más tarde, también John Fizgarrald Kennedy,
 asesinado en Dallas en noviembre de 1963 como resultado de un crimen 
que aún no sea esclarecido, y en el que una sola bala tuvo siete 
destinos diferentes. 
 Pero no en todos los casos, las víctimas 
fueron Mandatarios de los Estados Unidos. El mundo recuerda otros 
crímenes también abominables que fueron ejecutados por órdenes 
“superiores” nunca identificadas, a través del FBI o estructuras 
similares o anteriores, que operaban a la sombra del Mandón de Turno. 
 En USA aún se recuerda a Malcolm X, asesinado en febrero de 1965 por su
 rechazo beligerante al racismo y la discriminación; a Fred Hamptan, uno
 de los fundadores de las Black Phanter Party, asesinado en Chicago en 
septiembre de 1969; y, cómo no, al Reverendo Martin Luther King, 
destacadísima figura en la lucha por los Derechos Civiles y contra la 
marginación de los negros, victimado el 4 de abril de 1968, en Menphis, 
Estado de Tennesse. 
 Pero la mano asesina del Imperio llegó 
también más lejos. Baste recordar las muertes sucesivas, en extraños 
accidentes aéreos, del entonces Presidente Ecuatoriano Jaime Roldós; del
 líder panameño Omar Torrijos el que arrancara el Canal al dominio 
norteamericano; y del militar peruano, el general Rafael Hoyos Rubio. 
Los tres, perecieron entre mayo y junio de 1981 en sorprendentes, y 
similares accidentes en los que cayera una nave aérea en la que 
sobrevolaban en viajes de rutina. 
 A Augusto C. Sandino lo 
mataron por orden de la embajada yanqui, en febrero de 1934. Jacobo 
Arbenz se salvó huyendo de Guatemala veinte años después. Salvador 
Allende murió acribillado defendiendo La moneda durante un ataque artero
 financiado y dirigido por los Estados Unidos. El general Juan José 
Torres fue volado en Buenos Aires, a inicio de los años 70, casi de 
idéntica manera, y ambos casos en Argentina, que el militar chileno 
Carios Prats, considerado adversario de Pinochet. 
 Pero estamos 
hablando solo de nuestro continente, sin recordar a Mohamad Mosaddeq, el
 primer ministro democráticamente electo en Irán, derrocado por 
nacionalizar el petróleo, y virtualmente muerto en prisión en 1953; a 
Patrice Lumumba, el héroe africano, liberador del Congo, derribado del 
Poder y asesinado en enero de 1961; a Abb–Al Karim Quasem , el coronel 
baasista asesinado en febrero de 1963 luego de un cruento golpe de 
Estado consumado contra su régimen en Bagdad; o más recientemente a 
Sadam Husein, muerto en Irak; o a Muamar Kadafi, el hombre fuerte de 
Libia, asesinado en el 2011. 
 Todos estos crímenes, y muchos 
otros más, bien pueden adjudicarse al gobierno de los Estados Unidos, 
porque la mano asesina provino de ahí, o fue financiada desde ahí. Y 
porque las acciones finales fueron operadas por la Agencia Central de 
Inteligencia –la CIA- como quedó en evidencia algunos años después, 
cuando se debió proceder a la desclasificación de documentos, de acuerdo
 a las leyes vigentes en el país de Tomás Jefferson. 
 Para los 
autores de estas muertes, un balazo en la frente –de Maduro, o de 
Ortega, o de Evo. O de cualquiera que osare levantarse, desde las 
cumbres del Poder contra el dominio yanqui- sería visto por la “prensa 
grande” casi como el disparo accionado por Billy The Kid cuando derribó 
Belisario Villagrán, de Chihuahua es decir, como un “incidente” en el 
marco de la lucha de hoy “por la restitución de la democracia en el 
continente”. 
La presencia de Bolsonaro en Washington, incluida su 
visita a la CIA, es un síntoma de que, para el Imperio, la ruta del 
crimen va en serio. No solo porque el mandatario brasileño está 
comprometido en el asesinato de una valerosa joven vinculada a la 
defensa de las poblaciones vulnerables –Marielle Franco-; sino porque 
éste lució una figura rastrera ante Donald Trump. “Obediente y sumiso” 
dijo la “Prensa Grande”, Lacayuno y servil, más bien, diríamos nosotros.
 El balazo en la frente, asoma como hoy como su más categórico argumento
 político.
 
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