En la barra, una joven
con acento mexicano se quejó de un nuevo recorte a la educación pública,
propuesta por el presidente Donald Trump. Seguir sacándole dinero a los
servicios sociales para dárselos al ejército, dijo, se parecía mucho a
los recortes de impuestos que beneficiaban a los super ricos y dejaban
limosnas a los trabajadores, aparte de una deuda impagable.
A su
lado, con gorra de béisbol, un joven delgado con acento caribeño le
preguntó, como si viese al mismo diablo: “¿Eres comunista?” Esa debió
ser la única palabra que entendió un señor, tipo Homero Simpson pero con
pelos y bigotes, que reflexionaba sobre un enorme vaso de cerveza,
porque se giró para mirar a los jóvenes que, a partir de ahí, comenzaron
una acalorada discusión.
“Te están lavando la cabeza”, confirmó el muchacho, “es por eso que nuestro presidente les va a recortar fondos”.
Cuando pasaron al tema Venezuela, como si se tratase de un algoritmo
inevitable, me di cuenta de que aquella incipiente amistad no iba a
cicatrizar fácilmente. Las sofisticaciones argumentales de la Guerra
fría dejaron una marca indeleble en muchos patriotas, sobre todo en
América Latina.
La mañana siguiente, mientras esperaba que se
disipara un atasco en la autopista debido a un conductor apurado que le
arrancó el farol trasero a otro, escuché en la radio pública una
entrevista al almirante retirado James Stavridis sobre el mismo
presupuesto que la joven mexicana había comentado la noche anterior.
El presupuesto que el presidente Donald Trump envió al Congreso para el
2019/2020 incluyó recortes multi millonarios para todo tipo de
servicios sociales, desde la salud hasta el cuidado de preescolares
(diversos estudios cuantitativos ya han probado que los millonarios no
sienten lo mismo que el resto cuando ven a un ser humano caminando por
la calle).
Los recortes han sido masivos, con una sola
excepción: el nuevo presupuesto incluye un notable aumento en el gasto
militar de treinta mil millones de dólares, el cual irá a aumentar un
déficit récord alimentado por los recortes de impuestos del año pasado,
como forma tradicional de burlarse de las promesas electorales que
llevaron al presidente de turno al poder. Who cares, right?
Según el almirante retirado James Stavridis y otros catorce comandantes
de operaciones alrededor del mundo, el nuevo presupuesto de Trump no
tiene sentido, y lo han puesto claro en una reciente carta abierta y en
entrevistas: no necesitamos todo ese dinero. “Sabemos que nadie
puede mantener la seguridad de un país sólo con la fuerza militar”. Pero
el presidente Trump ha recortado fondos para el desarrollo y los ha
transferido al ejército.
En la entrevista a la radio pública,
NPR, Stavridis insistió que en lugar de seguir inyectando millones de
dólares en las fuerzas armadas se debería invertir más en el cuerpo
diplomático. Invertir en fuerza militar, dijo, es como realizar una
cirugía: es doloroso y altamente riesgoso. Siempre es mejor llevar las
cosas por el camino diplomático y, mejor aún, invertir en cooperación y
desarrollo como forma de prevenir problemas mayores. Como ejemplo
concreto, mencionó el hecho que todos saben: Estados Unidos tiene más
gente en uno solo de los 12 portaviones que navegan por el mundo que en
todo su cuerpo diplomático. Hasta el ministro de Defensa, Robert Gates,
lo ha reconocido. Incluso el anterior ministro, Jim Mattis, reconoció lo
obvio: “Podemos gastar fortunas en operaciones militares, pero si no
invertimos en desarrollo y diplomacia vamos a tener que comprar cada vez
más municiones”. Hasta los halcones tienen un momento de racionalidad o
de simples lapsus.
Más allá de las naturales suspicacias
basadas en hechos históricos sobre la labor de los diplomáticos de las
grandes potencias, no deja de ser un progreso que los mismos altos
militares de la superpotencia se atrevan a reconocer los trágicos
errores de las decisiones políticas en el abuso de la fuerza bruta.
Stavridis concluyó: “Sin duda alguna, los navíos más importantes que
dirigí fueron aquellos que llevaron ayuda hospitalaria al Caribe y a
otras partes de América Latina. Estos barcos participaron en miles de
tratamientos y puedo decirle que el impacto sobre la seguridad de
Estados Unidos, a largo plazo, ha sido muy superior al resto de
operaciones militares. […] Apostando a la fuerza, lo único que logras es
perjudicarte a ti mismo”, reconoció.
Desde hace décadas,
diversos ex agentes de la CIA, como el marine y paramilitar John
Stockwell, luego de una experiencia de treinta años en América Central,
África y Asia, reconoció que la arrogancia de querer imponer “nuestros
intereses” en otros pueblos no produjo ningún progreso sino que les
llevó muerte y miseria y “no nos creó ningún amigo, se los puedo
asegurar”. Más o menos el mismo caso de otros marines, ex agentes de la
CIA que participaron en engañar al pueblo centroamericano con historia
fabricadas sobre el comunismo para mantener la antigua presencia
económica y militar estadounidense, como Philip Roettinger, quien
terminó retirándose en México para dedicarse a su familia y a la
pintura.
No por casualidad, diversos generales latinoamericanos
planearon asesinatos al estilo Orlando Letelier en Estados Unidos cuando
la administración Carter comenzó a recortar la tradicional “ayuda
militar” a las dictaduras amigas del sur. No solo el gigantesco,
peligroso y criminal lobby de la industria armamentística mundial (en el
cual las empresas estadounidenses han sido accionistas mayores) tenía
intereses en “la seguridad” de esos países sino también sus servidores,
que nunca lo reconocieron y, de hecho, hasta hoy se golpean el pecho
llenos de orgullo por sus crímenes, sus excusas infantiles y un honor
que no vale el cobre de las medallas que se cuelgan ellos mismos.
Después de diversos conflictos nacionales, Costa Rica abolió su
ejército en 1948. Desde entonces nunca tuvo una dictadura militar como
sus vecinos. Tal vez por eso las grandes potencias mundiales no
aterrizaron en ese pequeño país como lo hicieron en casi todos los otros
países de la región donde contaban con un aparato represivo local. Tal
vez por eso hoy no existe una crisis de migrantes costarricenses a
Estados Unidos, como es el caso de los demás países de la región que
sufrieron continuas intervenciones militares y “dictaduras amigas”.
Tal vez por eso ni los militares estadounidenses se creen el discurso
que en el pasado exportaron sus políticos y estrategas. Tal vez por eso
ni ellos mismos confían en la fuerza bruta de sus propios super
ejércitos como forma de asegurar la paz en su propio país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario