Entrevista a Evelyne Huber, profesora de ciencias políticas en la Universidad de Carolina del Norte
Jacobinmag / Viento Sur
Los debates acerca del 
estado en que se encuentra la democracia están al orden del día. No es 
difícil descubrir el por qué: Bolsonaro en Brasil, Trump en los EE UU., 
Erdogan en Turquía, Orbán en Hungría, todos apuntan hacia un resurgir 
del autoritarismo y hacia un debilitamiento de las formas democráticas. 
Pero no podemos entender el actual estrechamiento de la democracia sin 
entender cómo se gestaron por primera vez las democracias de masas.
En Capitalist Development and Democracy,
 publicado por primera vez en 1992, tres académicos (Evelyne Huber, John
 Stephens, y Dietrich Rueschemeyer) realizaron un amplio análisis del 
crecimiento de la democracia en el siglo XX en tres regiones: Europa, 
América del Norte y América Latina y el Caribe. Rompiendo con la 
historia convencional, argumentaban que el capitalismo había sido 
crucial para el ascenso de la democracia, pero no por su natural 
simbiosis con gobiernos de tipo popular, sino porque rompía las 
estructuras de poder tradicionales y generaba una clase obrera más 
grande y organizable. “El capitalismo”, escriben, “crea presiones 
democráticas a pesar de los capitalistas, pero no a través de ellos”.
Huber
 y sus compañeros prestaron especial atención a cómo las formas en las 
que está distribuido el poder, tanto a nivel doméstico como 
internacional, han abierto o clausurado luchas democráticas. Por 
ejemplo, si un país se encontraba en la periferia del orden político 
global, los movimientos internos de reforma podrían verse socavados por 
las acciones de poderosos actores externos (como EE UU). Si un país 
tenía una clase obrera pequeña debido a la falta de desarrollo, termina 
teniendo como mucho limitadas formas de gobierno democráticas. En otras 
palabras, aquellos países con democracias débiles no han sufrido (ni 
sufren) ningún tipo de deficiencia cultural, sino que determinadas constelaciones de poder han reducido la habilidad de los grupos subalternos (como trabajadores o minorías raciales) de presionar por su inclusión en los procesos políticos.
El
 libro constituye una poderosa réplica a las concepciones erradas sobre 
la historia y el significado de la democracia. Además, contiene una 
revelación vital: “La clase trabajadora”, escriben los tres académicos, 
“ha sido la fuerza más consistente en pro de la democracia”.
Huber,
 que actualmente es una reputada profesora de ciencias políticas en la 
Universidad de Carolina del Norte, charló recientemente con el editor 
asociado de Jacobin Shawn Gude sobre el libro y sobre lo que éste dice del pasado, presente y futuro de la democracia.
Shawn Gude:
 Se habla mucho de democracia, pero esta palabra no significa lo mismo 
para todos. Tú y tus compañeros habéis escrito en la introducción de Capitalist Development and Democracy:
 “Nuestra premisa más básica es que la democracia es sobre todo una 
cuestión de poder”. ¿Puedes explicar a qué te refieres con esto, y cómo 
influye esta consideración en el enfoque con el que te aproximas al 
estudio de la democracia?
Evelyne Huber: La democracia, 
comparada con la autocracia, comporta una mayor dispersión del poder 
político, una tendencia hacia una menor desigualdad política y hacia una
 situación en la que cada persona tiene un voto, lo que hace que los 
resultados que produce sean inciertos.
Las élites no van a 
renunciar voluntariamente a su poder político, sólo lo harán si son 
empujadas por aquellos que están excluidos de éste. Por lo tanto, hemos 
de entender las constelaciones de poder si queremos tener 
oportunidades para la implementación y la supervivencia de la 
democracia. Las constelaciones de poder de las que hablamos son las 
relaciones de poder en la sociedad civil, entre la sociedad civil y el 
Estado, en la economía internacional y en el sistema de estados.
El
 balance de fuerzas en el seno de la sociedad civil depende del poder 
organizado de los grupos subalternos (por ejemplo, las y los 
trabajadores). El poder en el sistema internacional, tanto en el marco 
de la política internacional como de la economía internacional, moldea 
las estructuras de clase y por tanto las alianzas de clase domésticas. 
De la misma forma, moldea la forma en la que se ejercen las presiones 
del exterior.
Tomemos el ejemplo de América Latina. La posición 
internacional de la economía latinoamericana como exportadora de 
materias primas limita su grado de industrialización y, por lo tanto, el
 tamaño y la fuerza de su clase trabajadora.
Además, la 
influencia de EE UU a lo largo del Siglo XX ha operado sistemáticamente 
contra la democracia en América Latina. Cualquier reforma socioeconómica
 mínimamente seria era tachada de comunista, mientras que los opositores de esos gobiernos reformistas eran apoyados por Estados Unidos.
Empezó
 con el golpe contra Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954. Árbenz fue el 
segundo presidente democrático que tuvo Guatemala y estaba llevando a 
cabo una reforma agraria que molestó a la United Fruit Company. Ésta 
acusaba a Árbenz en EE UU de ser comunista, acusación que además carecía
 de toda base. Sin embargo, la CIA organizó y financió una fuerza 
invasora dirigida por Castillo Armas, que se convirtió en el primero de 
muchos dictadores.
Esta fue la primera de otras muchas: 
intervención en la República Dominicana en 1965; golpe en Chile en 1973;
 la Contra en Nicaragua en los 90. Durante de la Guerra Fría, EE UU 
intervino sistemáticamente para socavar - o en el peor de los casos, 
derrocar – a gobiernos reformistas y progresistas, incluso si estos 
habían sido elegidos democráticamente.
SG: Estos días, es 
habitual ver a los trabajadores y trabajadoras ser presentados como una 
amenaza para la democracia, mientras que los sectores más ricos y 
educados se presentan como los guardianes de las esencias democráticas. 
Pero este discurso no encaja con los registros históricos. ¿Nos puedes 
introducir a esa historia? ¿Qué grupos sociales han sido los partidarios
 más entusiastas de la democracia?
EH: Los actores clave 
para el progreso hacia las democracias en Europa y América del Norte 
fueron los trabajadores y trabajadoras organizados y, dependiendo del 
país, lo hicieron en alianza con el pequeño campesinado o sectores de 
las clases medias. En América Latina el papel dirigente lo jugaron las 
clases medias, pero la democracia completa sólo se consiguió allí donde 
había una fuerte presencia de la clase trabajadora.
Durante la 
oleada más reciente, la tercera ola democratizadora en América Latina, 
el movimiento obrero no jugó el papel dirigente al estar los sindicatos 
debilitados por la represión y el ajuste estructural, hechos que 
condujeron a la desindustrialización y a la reducción del sector 
público. Por una parte hubo elementos de autodestrucción de los 
regímenes autoritarios (por ejemplo, en Argentina), y por la otra 
existió la presión de una serie de grupos, incluyendo a los movimientos 
sociales de los pobres y las minorías, así como grupos de clases medias.
En
 Asia, Corea del Sur y Taiwan encajan también en el modelo. Lo que 
pudimos ver aquí es que fueron el desarrollo económico, la sindicación y
 las luchas sindicales (especialmente en Corea del Sur) las que llevaron
 a la democratización. En Corea del Sur existe una sociedad civil fuerte
 que es la que sostiene el sistema político democrático.
Si 
miramos al África subsahariana, el problema es que hoy en día sigue 
habiendo un bajo nivel de desarrollo, y por tanto un grado de desarrollo
 igualmente bajo de organización de la sociedad civil. El otro problema 
es que en muchos países existen sociedades divididas étnicamente, y 
movilizaciones y partidos basados en la etnicidad, lo que no resulta un 
factor muy favorable para las políticas democráticas.
SG: Si bien los trabajadores estaban preparados para apoyar las luchas democráticas, no estaban destinados per se a hacerlo en masa. ¿Cuál fue el papel de los sindicatos, partidos y otras organizaciones de las clases subalternas a la hora de caminar hacia la democracia?
EH:
 Aquí la clave es la construcción social de los intereses de clase. Sólo
 por compartir la misma posición en las estructuras económicas y 
sociales no significa que la gente perciba intereses comunes y que se 
vaya a organizar para defenderlos. Lo relevante históricamente fueron 
los actores que movilizaron al grueso de las clases trabajadoras.
Allí
 donde estos actores fueron partidos socialdemócratas y sindicatos 
conectados a estos partidos, ambos lucharon por la democracia. Es decir,
 la ideología de los líderes era importante. Allí donde estos actores 
eran líderes sindicales anarquistas, éstos no se sumaron a esa lucha. 
Donde hubo lideres populistas (como Perón), éstos no tenían por qué ser 
democráticos pero estaban interesados en labrarse unas bases poderosas 
para mejorar la situación de los trabajadores y así mantener el poder, 
incluso bajo formas no democráticas.
SG: Tú y tus 
compañeros ligáis la llegada de la democracia a la llegada del 
capitalismo. Pero, de nuevo, la concepción más generalizada – que a 
menudo equipara el capitalismo de libre mercado con la democracia misma –
 se equivoca si nos atenemos a criterios empíricos. ¿Cuál ha sido, 
históricamente, la conexión entre democracia y capitalismo?
EH:
 La conexión radicaba en que el capitalismo trajo consigo 
industrialización y urbanización, hechos que tomados en su conjunto 
facilitaron la organización de los grupos subalternos. La organización 
es una fuente de poder; de hecho, es la fuente de poder para aquellos 
desprovistos de poder económico.
Las poblaciones rurales, y en 
particular aquellas en posición de dependencia con respecto a grandes 
terratenientes, son claramente difíciles de organizar. La gente que 
trabaja junta en fábricas, minas o ferrocarriles es más fácil de 
alcanzar y más receptiva a aquellos mensajes que aumentan la conciencia 
de su posición socioeconómica y señalan posibles caminos para que puedan
 mejorarla.
Así, otra consecuencia del capitalismo y de la 
industrialización fue la transformación de las relaciones laborales 
rurales y el debilitamiento económico de los grandes terratenientes, y 
por lo tanto también políticamente en el largo plazo. Los grandes 
terratenientes, dependientes de la disponibilidad de una fuerza de 
trabajo barata a gran escala, han sido históricamente enemigos de la 
democracia por razones obvias. La industrialización creó alternativas 
para el trabajo rural en la forma de migración hacia las ciudades.
La
 urbanización también facilitó la organización de las clases medias en 
asociaciones profesionales y culturales. Como ya he señalado 
anteriormente, lo relevante fue quién organizaba y movilizaba 
políticamente.
Al mismo tiempo, el paso de la agricultura a la 
industria, el comercio y las finanzas como nuevos centros de 
acumulación, creó nuevos sectores de élite que luchaban por el poder 
político con los grandes terratenientes. El desarrollo de competencias y
 alianzas entre las élites fue diferente según el país. En muchos 
países, las viejas y las nuevas élites se fusionaron. Sin embargo, la 
clave está en que la necesidad de dominación sobre una fuerza de trabajo
 rural y barata para mantener la riqueza y el estatus fue disminuyendo, 
con lo que uno de los obstáculos principales contra la democracia redujo
 su importancia.
SG: Avancemos hasta el mundo actual. La 
derecha y la extrema derecha crecen a lo largo del mundo, y la 
democracia en muchos sitios está en proceso de erosión. ¿Qué explica 
este cambio profundo de las sociedades actuales?
EH: Por un lado, la creciente división entre ganadores y perdedores
 de la globalización y la transición a la economía del conocimiento; por
 otro lado, el declive de las organizaciones que ejercen la solidaridad 
en el seno las clases medias y trabajadoras. Esto hace a los perdedores susceptibles a las consignas de la extrema derecha populista.
Los
 sindicatos, especialmente los ligados a partidos socialdemócratas, 
fueron históricamente los principales promotores y sostenes de la 
democracia. La desindustrialización supuso un descenso de la afiliación 
sindical y por lo tanto de su fuerza en todas las sociedades 
postindustriales y en América Latina. Esto se producía justo en un 
momento de apertura de sus economías.
En ese sentido, los 
sindicatos no son capaces de funcionar como portadores efectivos de 
discursos solidarios para el grueso de la clase trabajadora. En su 
lugar, los trabajadores sin cualificar en mercados precarios, en el 
marco de economías del conocimiento, son susceptibles de ser movilizados
 por líderes de la extrema derecha populista mediante la creación de un 
sentimiento de identidad y de (falsa) solidaridad, a través de consignas
 del tipo nosotros contra ellos, a la vez que prometen la vuelta a un pasado supuestamente mejor.
SG:
 Hay muchos países, particularmente en el mundo desarrollado, que 
cuentan todavía con formas débiles de democracia, y a la vez hay 
retrocesos autoritarios. Sin embargo, de alguna forma la clase 
trabajadora es más grande de lo que ha sido nunca. ¿Cuánta esperanza 
deberíamos tener en el futuro de la democracia?
EH: La 
clase trabajadora está más atomizada y diferenciada en las sociedades 
postindustriales. Incluso en las sociedades desarrolladas, la economía 
informal ha crecido y creado grandes grupos que son muy difíciles de 
organizar. En todas partes, los sindicatos han caído en afiliación y el 
porcentaje de la fuerza laboral sindicada también ha caído. Los partidos
 tradicionales de la clase obrera han perdido porcentajes de voto en las
 sociedades postindustriales.
Puede que otros movimientos 
compensen en cierta medida el declive de los sindicatos. Por lo tanto, 
la tarea estriba en fortalecer las organizaciones de la sociedad civil y
 los partidos políticos que estén comprometidos con la democracia y la 
igualdad, para poder así asegurar que el futuro de la democracia siga 
luciendo brillante.
Traducción: viento sur
 

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