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[2] http://ideasdeizquierda.laizquierdadiario.cl/2019/internacional/las-tendencias-en-la-situacion-politica-este-2019/
[3] https://www.celag.org/chile/
En
 el mapa de las derechas latinoamericanas hay idas y vueltas respecto 
del tipo de liderazgo que ejercerá este sector político de aquí en 
adelante. La llegada de Jair Bolsonaro ha condicionado todo el contexto,
 no sólo por su poposición agresiva y hasta antidemocrática por 
momentos, sino también porque ha enunciado explícitamente un 
alineamiento geopolítico tan definido como inusual para un país como 
Brasil.
El acercamiento de Sebastián Piñera al 
mandatario brasileño durante su asunción –con el compromiso del corredor
 bioceánico, entre otros temas y saludos protocolares– sumado a la 
frialdad con la que fue recibido Mauricio Macri cuando viajó en enero a 
Brasilia, puede ser interpretado desde varios ángulos. Por un lado, 
pareciera que Piñera está decidió a apuntalar, con mayor convicción que 
lo hecho por Macri en estos años, un rediseño institucional para la 
región: en ese sentido hay que entender la convocatoria realizada por 
Chile para la primera reunión del Prosur, el supuesto organismo que 
reemplazaría a Unasur[1].
Por otro lado, el hecho de que Piñera 
esté optando por intensificar su perfil político –más allá de lo que 
esto implique en relación con su trayectoria y biografía política– 
tendrá seguramente consecuencias sobre las formas  cómo se resuelva (y 
los métodos para encontrar equilibrios) la gobernabilidad política 
interna chilena. Porque en ese sentido, también habrá que evaluar la 
“bolsonarización” en las derechas latinoamericanas.
Piñera, y buena parte de la clase 
política chilena en general, comienza a darse cuenta de que el modelo de
 acumulación política y los resortes de la gobernabilidad que 
caracterizaron la “transición” muestran cada vez más grietas, lo que 
termina volviendo dificultosa la administración de los conflictos por 
vía de los canales tradicionales de la negociación política. Hay nuevos 
actores, con otras intensidades, que empujan a otro tipo de conflictos; 
donde también se debilitan algunas instituciones supuestamente 
legitimadas en la construcción del orden social, como los Carabineros o 
la propia Iglesia –teniendo en cuenta el fiasco que significó la visita 
del Papa al país el año pasado–.[2]
Es entonces cuando aparecen otras 
fórmulas de representación política en la oferta, no sólo por la 
expresiva bancada del Frente Amplio obtenida en 2017, que abre una nueva
 brecha ideológica en la competencia, sino también por el evidente 
deterioro de la centrípeta disputa entre los dos polos tradicionales de 
la “transición” –ya no hay tales referencias compactas, ni Alianza, ni 
Concertación–, o incluso la figuración y el protagonismo de J. A. Kast y
 Acción Republicana, por derecha. Ya no hay “pactos” implícitos o 
explícitos que sean apropiados por las nuevas generaciones políticas; 
como también es notorio que, sobre todo desde el 2011 en adelante, hay 
nuevos sujetos sociales decididos a incidir (con nuevas idiosincrasias) 
en los resultados de la temporalidad política; para la mirada oficial: 
“problemas de gobernabilidad”.[3]
Este año 2019 ha comenzado con varias 
demandas sociales activadas, en sintonía al cierre del año pasado, por 
eso es que habrá que ver qué tipos de respuestas presentará el Gobierno y
 de qué tenor será la “bolsonarización” de Piñera. Además, no se trata 
tan sólo de un movimiento personal del presidente, Renovación Nacional 
pareciera estar dispuesto a despegarse cada vez menos de la referencia 
pinochetista.
Los nuevos tiempos políticos
La expresividad social del año pasado 
–que no debería tan sólo clasificarse como protesta social– fue tan 
productiva políticamente como sostenida: multitudinarias manifestaciones
 feministas a principios de año; luego movilizaciones en defensa de los 
derechos humanos y la memoria histórica (ante ciertos nombramientos de 
funcionarios negacionistas en el Ministerio de Cultura); luchas 
sindicales portuarias que han recibido respaldo y solidaridad de buena 
parte de la población; movilizaciones del pueblo mapuche, sobre todo 
luego del asesinato de Camilo Catrillanca; masivas marchas ciudadanas 
frente a los intentos de militarizar la Araucanía; en suma, 2018 ha sido
 muy prolífico respecto de las respuestas de la sociedad frente a 
circunstancias que eran de competencia gubernamental.
Habrá que ver en qué medida los 
diferentes movimientos que se producen en el ámbito de “lo social” 
pueden seguir siendo contenidos en las formas establecidas de “lo 
político”, con el modelo de negociaciones de la transición. Todo indica 
que se trata de un problema más sistémico (político) que algo que se 
pueda remediar mediante fórmulas de ocasión como “combate al 
terrorismo”, “Aula Segura” o la misma “expulsión de inmigrantes” 
impulsadas por el Gobierno. Estas opciones utilizadas el año pasado le 
han redituado un tiempo y un oxígeno coyuntural a Piñera, pero nada 
indica que el clima social vaya a calmarse y que la crisis 
representativa de la gobernabilidad de la transición pueda controlarse.
Es probable que durante los meses 
siguientes veamos más insistencia en la mímesis del presidente chileno 
con Jair Bolsonaro: es su propia apuesta a un nuevo mecanismo. Aunque 
hay que advertir una diferencia nada secundaria: Bolsonaro llegó al 
Gobierno precisamente porque el sistema político brasileño había sido 
completamente degradado y las fuerzas políticas progresistas fuertemente
 diezmadas. No es el caso chileno: aquí el sistema comienza a tocar 
fondo al mismo tiempo que se evidencia un (nuevo) protagonismo social y 
(nuevas) opciones políticas que se instalan como expectantes para 
realizar sus aportes.
[1] https://www.latercera.com/politica/noticia/chile-convoca-cumbre-regional-reemplazar-unasur/523073/[2] http://ideasdeizquierda.laizquierdadiario.cl/2019/internacional/las-tendencias-en-la-situacion-politica-este-2019/
[3] https://www.celag.org/chile/
 
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