| Traducido del inglés para Rebelión por J. M. | 
Esta fotografía fue producida por Agência Brasil, una agencia de noticias pública brasileña. 
 Viajando con Hugo Chávez pronto entendí la amenaza sobre Venezuela. En 
una cooperativa agrícola en el estado de Lara, las personas esperaban en
 el calor pacientemente y con buen humor. Se pasaban jarras de agua y 
jugo de melón. Tocaron una guitarra; una mujer, Katarina, se puso de pie
 y cantó con un ronco contralto. 
 "¿Qué ha dicho?", pregunté. 
 "Que estamos orgullosos", fue la respuesta. 
 El aplauso para ella se fusionó con la llegada de Chávez. Bajo un brazo
 llevaba una bolsa llena de libros. Vestía su gran camisa roja y 
saludaba a las personas por su nombre, deteniéndose para escucharlas. Lo
 que me impresionó fue su capacidad para escuchar. 
 Pero ahora 
él leía. Durante casi dos horas leyó al micrófono de la pila de libros 
que tenía a su lado: Orwell, Dickens, Tolstoy, Zola, Hemingway, Chomsky,
 Neruda: una página aquí, una o dos líneas allí. La gente aplaudía y 
silbaba mientras pasaba de autor a autor. 
 Luego los 
agricultores tomaron el micrófono y le dijeron lo que sabían y lo que 
necesitaban; un anciano autóctono de cara surcada que parecía un 
administrador cercano, pronunció un discurso largo y crítico sobre el 
tema del riego; Chávez tomó notas. 
 Aquí se cultiva vino de una 
uva oscura tipo Syrah. "John, John, ven aquí", dijo el Presidente, 
después de verme dormirme en el calor y las profundidades de Oliver Twist. 
 "A él le gusta el vino tinto", le dijo Chávez al público que lo 
aclamaba y silbaba, y me regaló una botella de "vino de la gente". Mis 
pocas palabras en mal español provocaron silbidos y risas. 
 Ver a
 Chávez con la gente tenía sentido para un hombre que prometió al llegar
 al poder que cada uno de sus movimientos estaría sujeto a la voluntad 
de la gente. En ocho años, Chávez ganó ocho elecciones y referendos: un 
récord mundial. Fue electoralmente el jefe de Estado -probablemente de 
todo el mundo- más popular en el hemisferio occidental.
 Se 
votaron todas las reformas chavistas importantes, especialmente una 
nueva constitución de la cual el 71 % de las personas aprobaron cada uno
 de los 396 artículos que consagraron libertades desconocidas, como el 
Artículo 123, que reconoció por primera vez los derechos humanos de las 
razas mixtas. Y a los negros, de los cuales Chávez era uno. 
 En 
el camino, en uno de sus tutoriales citó a una escritora feminista: "El 
amor y la solidaridad son lo mismo". Sus audiencias entendieron esto 
bien y se expresaron con dignidad, rara vez con deferencia. La gente 
común consideraba a Chávez y su Gobierno sus primeros defensores: de los suyos. 
 Esto fue especialmente cierto en el caso de los indígenas, mestizos y 
afrovenezolanos, quienes habían sido condenados al desprecio histórico 
por los predecesores inmediatos de Chávez y por los que hoy viven lejos 
de los barrios, en las mansiones y áticos del este de Caracas, que 
viajan continuamente a Miami donde están sus bancos y se consideran a sí
 mismos "blancos". Ellos constituyen el poderoso núcleo de lo que los 
medios llaman "la oposición". 
 Cuando me reuní con esta clase, 
en los suburbios llamados Country Club, en hogares con candelabros bajos
 y malos retratos, los reconocí. Podrían ser sudafricanos blancos, la petite bourgeoisie de Constantia y Sandton, pilares de las crueldades del apartheid. 
 En la prensa venezolana, la mayoría propiedad de una oligarquía que se 
opone al Gobierno, los caricaturistas describieron a Chávez como un 
simio. Un presentador de radio se refirió a él como "el mono". En las 
universidades privadas, la forma verbal de los hijos de los ricos es, a 
menudo, el abuso racista de aquellos cuyas chozas son visibles a través 
de la contaminación. 
 Aunque las políticas de identidad están de
 moda en las páginas de los periódicos liberales de Occidente, raza y 
clase son dos palabras que casi nunca se pronuncian en la mendaz 
"cobertura" del último intento más descarado de Washington de tomar la 
mayor fuente de petróleo del mundo y apoderarse de su "patio interior". 
 Aún con todas las fallas de los chavistas -como permitir que la 
economía venezolana se convirtiera en rehén de las fortunas del petróleo
 y nunca desafió seriamente al gran capital y la corrupción- trajeron 
justicia social y orgullo a millones de personas y lo hicieron dentro de
 una democracia sin precedentes. 
 "De las 92 elecciones que 
hemos monitoreado", dijo el expresidente Jimmy Carter, cuyo Centro 
Carter es un monitor respetado de las elecciones en todo el mundo, 
"diría que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo". Por
 contraste, dijo Carter, el sistema electoral de Estados Unidos, con su 
énfasis en el dinero de la campaña, "es uno de los peores". 
 Al 
extender la autoridad de la soberanía al estado comunal de un pueblo, a 
los barrios más pobres, Chávez describió la democracia venezolana como 
"nuestra versión de la idea de Rousseau de la soberanía popular". 
 Sentada en su pequeña cocina del Barrio La Línea, Beatrice Balazo me 
dijo que sus hijos eran la primera generación de pobres que asistían a 
una escuela de todo el día y recibían una comida caliente y aprendían 
música, arte y danza. "He visto florecer su confianza", dijo. 
 
En el barrio La Vega, oí a una enfermera, Mariella Machado, una mujer 
negra de 45 años con una risa mordaz, dirigirse a un consejo de tierras 
urbanas sobre temas que van desde la falta de vivienda hasta la guerra 
ilegal. Ese día lanzaron la Misión Madres de Barrio, un programa 
dirigido a la pobreza de las madres solteras. Según la constitución, las
 mujeres tienen derecho a cobrar como cuidadoras y pueden pedir prestado
 a un banco especial para mujeres. Ahora las amas de casa más pobres 
obtienen el equivalente a 200 dólares por mes. 
 En una 
habitación iluminada por un solo tubo fluorescente, conocí a Ana Lucía 
Ferández, de 86 años, y a Mavis Méndez, de 95 años. Una humilde mujer de
 33 años, Sonia Álvarez, había venido con sus dos hijos. Anteriormente, 
ninguno de ellos pudo leer y escribir, ahora estaban estudiando 
matemáticas. Por primera vez en su historia, Venezuela tiene casi un 100
 % de alfabetización. 
 Este es el trabajo de la Misión Robinson, que fue diseñada para adultos y adolescentes a quienes previamente se les negó una educación debido a la pobreza. La Misión Ribas
 les brinda a todos la oportunidad de una educación secundaria, llamada 
bachillerato (los nombres de Robinson y Ribas se refieren a los líderes 
de la independencia venezolana del siglo XIX). 
 En sus 95 años 
Mavis Méndez había visto un desfile de gobiernos, en su mayoría vasallos
 de Washington, que presidían el robo de miles de millones de dólares en
 botín de petróleo, gran parte de los cuales volaban a Miami. "No 
importamos en un sentido humano", me dijo. “Vivíamos y moríamos sin 
educación real, sin agua corriente, sin alimentos que no podíamos 
permitirnos. Cuando nos enfermábamos morían los más débiles. Ahora puedo
 leer y escribir mi nombre y mucho más, "y digan lo que digan los ricos y
 los medios de comunicación, hemos plantado las semillas de la verdadera
 democracia y tengo la alegría de verlo". 
 En 2002, durante el 
golpe de Estado respaldado por Washington, los hijos, hijas y nietos de 
Mavis y sus bisnietos se unieron a cientos de miles de personas que se 
movilizarondesde los barrios en las laderas y exigieron que el ejército 
permaneciera leal a Chávez. 
 "La gente me rescató", me dijo 
Chávez. “Lo hicieron con los medios de comunicación en mi contra, 
negando incluso los hechos básicos de lo que sucedió. Para un acto 
heroico de democracia popular, sugiero que no busques más". 
 
Desde la muerte de Chávez en 2013 su sucesor, Nicolás Maduro, se deshizo
 de su irrisoria etiqueta en la prensa occidental de "exconductor de 
autobús" y se convirtió en la encarnación de Saddam Hussein. Su abuso de
 los medios es ridículo. Por su parte, la caída en el precio del 
petróleo ha causado una hiperinflación y ha causado estragos en los 
precios en una sociedad que importa casi todos sus alimentos; sin 
embargo, como informó esta semana el periodista y cineasta Pablo 
Navarrete, Venezuela no vive la catástrofe que se ha pintado. "Hay 
comida por todas partes", escribió. "He filmado muchos videos de comida 
en los mercados [en toda Caracas]... es viernes por la noche y los 
restaurantes están llenos". 
 En 2018 Maduro fue reelegido 
presidente. Un sector de la oposición boicoteó la elección, una táctica 
intentada contra Chávez. El boicot fracasó: votaron 9.389.056 personas; 
participaron 16 partidos y seis candidatos se presentaron a la 
presidencia. Maduro ganó 6.248.864 votos, el 67,84 %. 
 El día de
 las elecciones hablé con uno de los 150 observadores electorales 
extranjeros. "Fue completamente justo", dijo. “No hubo fraude; ningún de
 los reclamos mediáticos fue tenido en cuenta. Cero. Realmente 
increíble". 
 Como una página de la fiesta del té de Alicia, el 
Gobierno de Trump presentó a Juan Guaidó, una creación emergente del 
Fondo Nacional para la Democracia de la CIA, como "presidente legítimo 
de Venezuela". Desconocido para el 81 % de los venezolanos, según The Nation, a Guaidó no lo ha elegido nadie. 
 Maduro es "ilegítimo", dice Trump (que ganó la presidencia de los 
Estados Unidos con tres millones de votos menos que su oponente), un 
"dictador", dice el desquiciado vicepresidente Mike Pence y el premio 
del petróleo que espera, según el asesor de "seguridad nacional" John 
Bolton (quien cuando lo entrevisté en 2003 dijo: "Oye, ¿eres comunista, 
quizás incluso laborista?"). 
 Como "enviado especial a 
Venezuela" (golpe de Estado), Trump nombró a un delincuente convicto, 
Elliot Abrams, cuyas intrigas al servicio de los presidentes Reagan y 
George W. Bush ayudaron a producir el escándalo Irán-Contra en la década
 de 1980 y llevó al hundimiento América central en años de miseria 
empapada de sangre. 
 Dejando a un lado a Lewis Carroll, estos 
"locos" pertenecen a los noticiarios de los años treinta. Y sin embargo 
sus mentiras sobre Venezuela han sido tomadas con entusiasmo por quienes
 están pagados para mantener "las cosas claras". 
 En el canal de
 noticias 4, Jon Snow bramó ante el parlamentario laborista Chris 
Williamson: "¡Mira, tú y el señor Corbyn están en un rincón muy 
desagradable [en Venezuela]!" Cuando Williamson trató de explicar por 
qué amenazar a un país soberano estaba mal, Snow lo sacó del aire. "¡Te 
has marchado justo!" 
 De hecho, en 2006, el mismo canal acusó a 
Chávez de planear fabricar armas nucleares con Irán: una fantasía. El 
entonces corresponsal de Washington Jonathan Rugman permitió que un 
criminal de guerra, Donald Rumsfeld, comparara a Chávez con Hitler, sin 
oposición. 
 Investigadores de la University of the West of 
England estudiaron los informes de la BBC sobre Venezuela durante un 
período de diez años. Observaron 304 informes y encontraron que solo 
tres de ellos se referían a alguna de las políticas positivas del 
Gobierno. Para la BBC, el historial democrático de Venezuela, la 
legislación de derechos humanos, los programas de alimentos, las 
iniciativas de salud y la reducción de la pobreza no sucedieron. El 
mayor programa de alfabetización de la historia de la humanidad no 
sucedió, al igual que los millones de personas que marchan en apoyo de 
Maduro y en memoria de Chávez, no existen. 
 Cuando se le 
preguntó por qué filmó solo la marcha de la oposición, la periodista de 
la BBC Orla Guerin tuiteó que era "demasiado difícil" estar en dos 
marchas en un día. 
 Se ha declarado una guerra a Venezuela, de cuya verdad es "demasiado difícil" informar. 
 Es demasiado difícil informar de que el colapso de los precios del 
petróleo desde 2014 es en gran medida el resultado de las maquinaciones 
criminales de Wall Street. Es demasiado difícil denunciar el bloqueo del
 acceso de Venezuela al sistema financiero internacional dominado por 
Estados Unidos como sabotaje. Es demasiado difícil informar de las 
"sanciones" de Washington contra Venezuela que han causado la pérdida de
 al menos 6 billones de dólares en los ingresos de Venezuela desde 2017,
 incluidos 2 billones en medicamentos importados como ilegales o la 
negativa del Banco de Inglaterra a devolver el oro de Venezuela. Robo de
 las reservas como acto de piratería. 
 El exrelator de las 
Naciones Unidas Alfred de Zayas, lo ha comparado con un "asedio 
medieval" diseñado para "poner a los países de rodillas". Es un asalto 
criminal, dice. Es similar al que enfrentó Salvador Allende en 1970 
cuando el presidente Richard Nixon y su equivalente a John Bolton, Henry
 Kissinger, se propusieron "hacer que la economía [de Chile] estallara".
 Le siguió la larga y oscura noche de Pinochet. 
 El corresponsal de The Guardian
 Tom Phillips, ha tuiteado una foto de un gorro en el que las palabras 
en español significan en la jerga local: "Haz que Venezuela vuelva a ser
 genial". El reportero como payaso puede ser la etapa final de la 
decadencia del periodismo oficialista. 
 Si el títere de la CIA 
Guaidó y sus supremacistas blancos toman el poder, será el 68º 
derrocamiento de un Gobierno soberano por parte de los Estados Unidos, 
la mayoría de ellos democracias. Seguramente se realizará una venta a 
granel de los servicios públicos y la riqueza mineral de Venezuela junto
 con el robo del petróleo del país, tal como lo describe John Bolton. 
 Bajo el último Gobierno de Caracas controlado por Washington la pobreza
 alcanzó proporciones históricas. No había atención médica para los que 
no podían pagar. No había educación universal, Mavis Méndez y millones 
como ella, no podían leer ni escribir. ¿Qué tan genial es eso, Tom? 
 
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